
COMENTARIO AL EVANGELIO
DOMINGO XXII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?» Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo.» Ellos le presentaron un denario. Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Dícenle: «Del César.» Entonces les dice: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.»
Mateo XXII, 15-21
SANTO TOMAS DE VILLANUEVA
La imagen de Dios en él hombre
Conforme a una interpretación mística, pero usada ya en tiempo de los Santos Padres, nuestro autor ve en el hombre la moneda que lleva impresa la imagen y semejanza de Dios, a quien, por lo tanto, debe devolvérsela, como suya que es (cf. Din THOMAE A VILLANOVA, opera omnia Manilae 1883] yo1.3 p.288-20).
A) El hombre desconoce su valor
No había dinero suficiente para redimir al hombre, y el Verbo se hizo moneda de oro que nos pagara. Fué acuñada en la cruz. Decidme, ¡ oh Virgen!: Cuius est imago haec, et superscriptio?: ¿de quién es esa imagen y esa inscripción? (Mt. 22,20). —Pero ¿no la conocéis? No; no existe en él belleza ni figura (Is. 53,2). —Leed: Jesús Nazareno, rey de los judíos (lo. 19,19). Aparece a nuestros ojos el hueso de mis huesos y carne de mi carne, pero lleva oculto el cuño, la figura del César, de Dios Padre, cuyo Hijo es.
También tú, hombre, llevas la figura de Dios, a cuya imagen y semejanza fuiste creado. Como la Esposa de los Cantares (1,7), desconoces tu belleza y corres por caminos baldíos y tras animales indignos de ti, por las cosas exteriores, vacías y vanas, tras los sentidos.
Y todo ¿por qué? Porque te desconoces. Escuchadme, hombres, peregrinos de aquí abajo, navegantes del siglo en barcos de barro: no miréis vuestro exterior y apariencia, sino lo que lleváis escondido dentro. ¿De quién es esa figura e inscripción?
Mí sermón se endereza a enseñaros lo noble de vuestro ser, para que os avergoncéis de vuestras obras.
B) Imagen natural de Dios
La excelencia del hombre estriba en ser imagen de Dios. Lo que me dió mi Padre es el mayor de los dones, dijo el Señor. Y ¿qué le dio sino ser el esplendor de la gloria Y la Imagen de su sustancia? (Hebr, 1,3). El hijo y el hombre son imágenes de Dios, si bien de distinta forma, porque el hijo lo es sustancialmente y naturalmente, y el hombre por una parecido. semejanza. No pudo Dios crear a otro igual y lo creó parecido.
Como los reyes se reservan el imprimir sus efigies en las monedas de precio más subido, así Dios reservó su imagen para el hombre, dejando sólo algún vestigio para el resto de las criaturas.
Distinguen los autores entre imagen y semejanza. Aquella es la constituida por los dones naturales, y ésta por la gracia. La imagen permanecerá siempre; la semejanza puede empañarse y hasta desaparecer.
El alma es imagen de Dios porque reproduce en sus trazos la simplicidad, incorruptibilidad y libertad de Dios, Otrosí, es simple en su ser y múltiple en sus potencias. Su entendimiento produce las ideas y tras de éstas surge el amor de la voluntad. Del mismo modo que Dios es vida, el alma vivifica todo el cuerpo, en el cual está toda ella y toda en cada una de sus partes; gobernándolo y dirigiéndolo. ¿Qué es el alma en el cuerpo sino como un Dios en un mundo que le es propio?
Como Dios produce las cosas en su ser real, el hombre las reproduce en su ser inteligible, y al ser materia y espíritu encierra eminentemente las perfecciones de todo lo creado.
C) La semejanza sobrenatural
Pero la semejanza es el esplendor y brillo de la imagen. Destruídla y la imagen se oscurecerá.
Dios dijo no sin misterio: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza (Gen. 1,26). La esencia de Dios brilla en. nuestra naturaleza, y su bondad en los dones gratuitos. La Trinidad se refleja en nuestras potencias, pero su santidad en el alma del justo.
Aquella frase de San Pablo (1 Cor, 15,47) de que, el, primer hombre fue terrestre, y el segundo Adán, celestial encierra todo mi pensamiento, porque nos muestra como Dios deseó que fuésemos conformes con la imagen de Hijo (Rom. 8,29), tanto en el exterior como en el interior, hasta que llegue el día final, en el que, después de haber reformado nuestro corazón, alcance hasta el cuerpo de nuestra vileza, reformándolo también conforme a su cuerpo glorioso (Phil. 3,21), Porque acaece con nosotros lo que suele ocurrir con los pintores, que primero dibujan la figura y forma del emperador, y, una vez terminada esta primera parte, de dan el color debido hasta reproducir toda su belleza y porte. Del mismo modo, ahora somos hijos de Dios aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a El (1 Io. 3,2). Y cuando llegue ese momento brillará nuestra semejanza en toda su perfección, y, encendidos como el carbón impregnado por el fuego, imágenes divinas pintadas al natural, ¿qué otra cosa semejaremos sino dioses? Entonces se cumplirá aquella palabra: Yo dije: Sois dioses, todos vosotros sois hijos del Altísimo (P,s. 81,6). Mirarás a Dios, te mirará a ti mismo y te verás como otro Dios.
¡Oh alma!, si consideraras tu belleza, no mirarías a ninguna otra criatura. ¡Oh imagen de Dios, sangre de Jesús, Esposa de Cristo, compañera de los ángeles!, ¿qué hay entre ti y la carne?
D) La inscripción
Además de su imagen, Dios ha grabado sobre ella una inscripción, que no es otra cosa sino la ley natural y la razón para conocerla. Los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigos su conciencia (Rom. 2,15).
Dios es el Creador y Maestro de la naturaleza. Principio que ilumina, Verdad que crea, Creador que da la verdad y que al imprimir en nosotros la ley natural nos ha dicho de quién somos, pregonando de quién es la imagen. Lee, alma, la inscripción que llevas...
También nuestra semejanza divina lleva su inscripción con ese nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe (Apoc. 2,17), nombre de mi Señor Jesucristo crucificado. (¿Hay quizá cosa más desconocida para el mundo que un Dios en una cruz?)
Nuestra alma, moneda divina, debe llevar esta inscripción, asemejándose a Cristo, conforme a aquello de San Pablo: Llevando siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vicio de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (2 Cor. 4,10), y así cuando el día del juicio el Señor nos presente aquel troquel de su santa Humanidad llena de llagas, le podremos enseñar su reproducción en nuestra alma.
E) Consecuencias
a) Sí vivís del Espíritu, vivid según El. Los árboles. dan fruto conforme a su naturaleza. ¿Se vendería una princesa a un esclavo repugnante por dos monedas? Y te vendes tú, reina del mundo, sangre de Cristo, al demonio por una nadería.
b) A Dios lo que es de Dios (Mt 22,21). El Señor dice: Dame Hijo mío, tu corazón (Prov. 23,269. Es la Y tributo que te pido.
c) En el día del juicio Dios dirá: Todos pretendéis ser míos, pero decidme, ¿de quien es esa imagen en la inscripción? Debéis ser del César, puesto que suyas son vuestras obras e intenciones. Las obras son la imagen, la intención es la inscripción.
Eres hijo de tus obras, pero también si tu ojo, esto es, tu intención, estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso, esto es, todas vuestras obras brillarán (Mt. 6,22). Das limosna y es buena tu obra, pero veamos su inscripción. ¿Por vanidad? Ya no es de Dios, sino del César.
d) Conservad cuidadosos esta moneda que los ladrones, mundo, demonio y carne, quieren arrebatar.
e) El día del juicio preguntará el Señor: ¿ De quién es esta imagen? Y entonces, cuando los malvados tienen que cerrar su boca (Ps. 103,42) y miran desolados a las montañas pidiendo que caigan sobre ellos (Os. 10,8; Le. 23,30), Dios, al verlos silenciosos, preguntará a los apóstoles, que con su predicación trabajaron el exterior de las almas, y a los ángeles, que con sus inspiraciones pretendieron labrar el interior: ¿De quién es esa imagen? Y ellos habrán de contestar: No es la del César, sino la del príncipe de las tinieblas. Id, pues, perversos, sentenciará Dios (Mt. 25,41), al fuego de aquel cuya imagen habéis preferido llevar impresa.