
COMENTARIO AL EVANGELIO
DOMINGO XX DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
En aquel tiempo: Había en Cafarnaúm un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis.» Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo.» Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive.» Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre.» El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia.
Juan IV, 46-52
SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA
He aquí un sermón de ideas muy variadas sobre el Evangelio del día, en el que aparecen todas las aplicaciones homiléticas propias de la dominica que comentamos (cf. Divi Thomae a Villa nova opera omnia vol.3 [Manilae 1881.1. Dom. XX post. Pent. p.272-279).
A) Por qué envía Dios las enfermedades
San Agustín (1) aduce cinco razones principales por las que Dios envía las enfermedades: a) Para probar al hombre, como en el caso de Tobías (Tob. 2,944 y 3,1-3) y de Job (lob 1,6-19 y 2,1-10); b) Para impedir que se enorgullezca, como San Pablo (Act. 9,8; 2 Cor. 12,7-10); c) Para hacerle expiar sus pecados, como el paralít4co, a quien curó después de perdonárselos (Mt. 9,5-7; Me. 2,3-11; Le. 5,10-25); d) Para comenzar a castigar al hombre en esta vida, por ejemplo Antíoco (2 Mach. 9,8-11) y Herodes (Act. 12,23); e) Para manifestar su poder curándolas, como al ciego de nacimiento (Io. 9,4-8) y al niño del presente Evangelio. Pensemos, pues, bien la utilidad y eficacia de esta medicina de nuestra alma. La enfermedad aclara nuestras ideas, reprime la concupiscencia y forma el carácter. San Agustín (in Ev. lo. tr.7 c.1,12: PL 35,1443) exclama: "¡Cuántos hombres que son inocentes en el lecho serían grandes pecadores fuera de él!" No desdeñes, hijo mío, las lecciones de tu Dios; no te enojes que te corrija. Porque al que el Señor ama le corrige, y aflige al hijo que le es más .caro (Prov. 3,11-12).
B) El honor que el régulo tributa a Cristo
Reflexiona sobre el honor que tributa el oficial a Cristo nuestro Señor considerándolo como médico de su hijo.
El honor no es una virtud, y do surto, pertenece más bien al que honra que al honrado. El honor tampoco es un, recompensa de la virtud, porque ésta la merece más alta. Es más bien un testimonio que se rinde a la virtud.
Por eso hay dos cosas que tienen derecho al honor: la virtud y la soberanía, porque todo poder viene de Dios (Rom. 13,1) y lo representa. Dios mismo ha dado a reyes y príncipes su autoridad. El es el que pone en el corazón del pueblo el respeto y la sumisión.
C) Cristo, médico de las almas
a) CURA CON LA VERDADERA SALUD
Honramos también a algunos hombres porque los necesitamos. Entre ellos sobresalen los médicos (Ecch. 38,1). En efecto, la necesidad del médico es la mayor de todas las i que tenemos, a pesar de que un día nos serán inútiles y no podrán conservar nuestra salud. ¿Qué será, pues, el médico de la verdadera salud, de aquella de que pende la vida eterna? ¡Preciosa salud por la que el Verbo vino al mundo y nos dejó la piscina de su sangre para que ungiéramos allí nuestras almas! ¡Preciosa salud por la que el Espíritu Santo descendió a la tierra y los ángeles son enviarlo a cumplir su ministerio en favor de los que la heredaron! (Hebr. 1,14).
Si, pues, los hombres sufrimos tantas cosas por la salud del cuerpo, ¿Qué no debemos practicar por la del alma? Si honramos a los médicos de aquí abajo, ¿Cómo no deberemos honrar a Cristo? El Santo expone con un simbolismo no muy de nuestro gusto, pero que el lector sabrá sustituir, los medios curativos del Señor.
b) CURA COMO TODOS LOS MÉDICOS
1) Con el sudor, que en este caso es de nuestras lágrimas, pues así como Jesús en Getsemaní (Le. 22,44) fija sus ojos en la crueldad de su pasión, nosotros debemos ponerlos en la muerte del alma y en los novísimos hasta caer en la agonía y en lágrimas do arrepentimiento.
2) Haciéndonos vomitar nuestros pecados en la confesión.
3) Aplicándonos sangrías para desahogar el mal humor de nuestras riquezas, que nos inducen al pecado. Peligrosas son siempre, pero si luan sido mal adquiridas es necesario devolverlas cuanto antes. Cuidad mucho de no dar limosnas ni de construir iglesias con estos bienes, porque eso Se parece a degollar un niño ante los ojos de su madre.
4) Con los cauterios duros do sus castigos. La farmacia del Señor está representada en los relatos de los cuatro evangelistas, que nos conservaron su doctrina y que nos han hecho más bien que s apóstoles, porque éstos, con su ímpetu arrollador, derribaron montañas y colinas a los pies del Crucificado, pero si la predicación de Felipe, de Bartolomé y de Andrés pasó, el Evangelio llega hasta nosotros.
D) La fe y los milagros
Si no viereis señales y prodigios, no creéis (lo. 4,48). Santo Tomás (cf. Com. in Ep. Hebr. c.11 lect.1 y 5) dice que la fe es una luz del espíritu mediante la cual la inteligencia se adhiere a una verdad invisible. No me digáis que esto se opone a nuestra naturaleza, porque para darle luz suficiente están los milagros.
Entonces ¿por qué se reprocha a los judíos que no creen si no ven milagros? Os podría responder diciendo que la fe se fundamenta en las verdades infalibles conocidas por la revelación y que nos han enseñado los profetas, los apóstoles y la Iglesia de Jesucristo. Ahora bien, a nosotros no nos hace falta ver los milagros, porque si con una fe natural creemos a los hombres en tantas cosas, admitiendo, por ejemplo, que Roma existe bajo su palabra, ¿por qué no hemos de creer a los santos, que han visto tales maravillas y nos las han contado?
Hay quienes tienen fe porque han nacido de padres cristianos, sin pensar nunca en nada, y ésa es una fe puramente hereditaria, fe vacía. Otros creen pidiendo que Dios confirme su palabra con milagros, lo cual también es ofensivo para el mismo Dios, que merece ser creído sin más prueba que su veracidad. Existen igualmente los que pretenden llegar a la fe por la razón, como los griegos querían (1 Cor. 1,22), y los que exigen un testimonio interior en su propia alma. Mas la verdadera fe se contenta con los testimonios que ofrece la Iglesia y cree en Dios por ser El quien es. María creyó sin exigir pruebas, y los judíos las piden una y otra vez. He aquí por qué son reprendidos.
No obstante, no hay mayor insensatez que creer y no practicar la fe, aprobar una verdad y no amarla.
E) La humanidad enferma
El orden consiste en el bien universal y en su belleza. Destruid el orden de los seres y sobrevendrá la confusión Y el mismo infierno. El Santo se extiende describiendo la belleza natural del hombre y del mundo hasta llegar a la belleza interior del alma.
¿Pero hay algo más horroroso que el desorden introducido en el corazón del pecador? Se revuelve de una parte a otra, las pasiones le atormentan, los vientos le sacuden, se inflama en dolores... ¿No es una fiebre esta que sólo Dios puede curar?... Nuestro calor natural es el amor de Dios. Cuando sobrevienen los calores mundanos son verdaderas fiebres que nos abrasan ST consumen. Tal era la enfermedad que afligía al universo antes de la Encarnación. ¡ Qué desorden! Bajad, médico divino, no enviéis profetas ni ángeles ni aun siquiera otro Moisés. Béseme con un beso de Su boca (Cant. 1,2). Mi amado bajó a su' jardín y comió el fruto de su manzano (ibíd., 5,1). Se anonadó tomando la forma de siervo.., hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Phil. 2,6-8). Pensad una y otra vez: Bajó hasta tomar la forma del esclavo. Bajó más, hasta los trabajos, las bofetadas, las injurias. Bajó más, hasta la muerte; más todavía, hasta la cruz. Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desprecio del pueblo (Ps. 217).
Pero tal aniquilamiento no ha quedado sin fruto. La humanidad se curó en la Pasión del Señor, como el hijo del régulo. ¡Oh Señor!, bajad también a mi alma, arrancad los escándalos del seno de este reino vuestro; derrocad a la avaricia que pretende usurpar el trono; ved que la lujuria dice que quiere reinar y que la cólera y la envidia mueven guerras civiles para apoderarse del mando. Yo les digo que no tengo otro Rey más que mi César, mi Señor Jesucristo. Ven, Señor, y cúrame.
1.- «Haec verba tanquaan a sermone de gratia desumpta allegat P, Barthol. Urbin. in Milleloq, S, Augustinii sub tit, Infirm.iifbas. (cf. ed. cit. vol.3 p,272),
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