domingo, 14 de abril de 2024

Sermón Domingo Segundo después de Pascua

Sermón

R.D. Lenin Velásquez Montecinos


Sermón

S.E.R. Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Gabriel María G. Rodrigues



Lección

Carísimos: Cristo sufrió por nosotros, dándoos ejemplo, para que sigáis sus pasos. El no cometió pecado, ni se encontró dolo en su boca: cuando era maldecido, no maldijo: cuando padecía, no amenazó; antes se entregó al que le juzgó injustamente: El mismo llevó a la cruz, en su cuerpo, nuestros pecados: para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia: con sus heridas fuisteis sanados. Porque erais como ovejas errantes, pero os habéis vuelto ahora al pastor y obispo de vuestras almas.

I Pedro II, 21-25


Evangelio

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, y el que no es pastor, el que no tiene ovejas propias, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye: y el lobo arrebata, y dispersa las ovejas; pero el mercenario huye porque es mercenario, y no le interesan las ovejas. Yo soy el buen pastor: y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí. Como me conoce el Padre, así yo conozco al Padre: y pongo mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas, que no son de este redil: y debo atraerlas también, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño, y un solo pastor.

Io X. 1-16



sábado, 13 de abril de 2024

Per Ipsum: Boletín Mensual del Seminario Mater Dei mes de Abril

Dom Gueranger: Segundo Domingo después de Pascua

  




SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


DOMINGO DEL BUEN PASTOR

Este Domingo se designa con el nombre popular de Domingo del buen Pastor por leerse en la Misa el trozo del evangelio de S. Juan, en que Nuestro Señor se da a sí mismo este título. Un lazo misterioso une este texto evangélico al tiempo en que estamos; pues fué en estos días cuando el Salvador de los hombres estableció y consolidó su Iglesia y comenzó por darle el pastor que debía gobernarla hasta la consumación de los siglos.

El Hombre Dios, según el decreto eterno, después de pasados algunos días, dejará de ser visible aquí abajo. La tierra no le verá más hasta el fin de los tiempos, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos. Sin embargo, no abandonará esta raza humana por la que se ofreció en sacrificio en la Cruz y libró de la muerte y del infierno al salir victorioso del sepulcro. Será su jefe en los cielos; ¿qué tendremos para suplir su presencia en la tierra? la Iglesia. A la Iglesia dejará toda su autoridad sobre nosotros; en manos de la Iglesia pondrá el depósito de todas las verdades que ha enseñado; ella será la dispensadora de todos los medios de salvación que ha destinado para los hombres.


LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA

Esta Iglesia es una vasta sociedad en la que todos los hombres están llamados a entrar; sociedad compuesta por dos clases de miembros: los gobernantes y los gobernados, los maestros y los discípulos, los santificadores y los santificados. Esta sociedad inmortal es la Esposa del Hijo de Dios: para ella crea sus elegidos. Ella es su madre única: fuera de su seno no hay salvación para nadie.


PEDRO CONSTITUÍDO PASTOR

¿Pero cómo podrá subsistir esta sociedad? ¿Cómo atravesará los siglos y llegará así hasta el último día del mundo? ¿Quién la dará la unidad y la cohesión? ¿Cuál será el lazo visible entre sus miembros, el signo palpable que la designará como la verdadera Esposa de Cristo, dado el caso que otras sociedades pretendieran fraudulentamente arrebatarla sus legítimos honores? Si Jesús se hubiera quedado con nosotros no habríamos corrido ningún riesgo; donde está El, allí también está la verdad y la vida; pero El "se va", nos dice, y nosotros no podemos seguirle aún. Escuchad, pues, y aprended sobre qué base ha establecido. El la legitimidad de su única Esposa.

Estando un día durante su vida mortal en el territorio de Cesárea de Filipo rodeado de sus discípulos les interrogó acerca de la idea que se habían formado de su persona. Uno de ellos, Simón hijo de Juan o Jonás, y hermano de Andrés, tomó la palabra y dijo: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo". Jesús recibió con bondad este testimonio que ningún sentimiento humano podía sugerir a Simón, sino que salía de su conocimiento divinamente inspirado en este momento; y declaró a este dichoso Apóstol que ya en adelante no sería Simón sino Pedro. Cristo había sido designado por los Profetas con el carácter simbólico de piedra (Isaías XXVIII, 16); al atribuir tan solemnemente a su discípulo este título distintivo del Mesías, Jesús daba a entender que Simón tendría con El relaciones que no tendrían los otros Apóstoles. Pero Jesús continuó su discurso. Había dicho a Simón: "Tú eres Pedro (Piedra)"; y añadió; "y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia".

Ponderemos estas palabras del Hijo de Dios: "Edificaré mi Iglesia". Ha concebido, pues un proyecto: el de edificar una Iglesia. No es él quien edificará ahora esa Iglesia; esta obra se diferirá todavía por algún tiempo, lo único que sabemos con certeza es que se edificará sobre Pedro. Pedro será el fundamento, y quien no descanse en Pedro no formará parte de la Iglesia. Escuchemos aún: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia". En el estilo de los judíos las "puertas" significan los "poderes"; de modo que la Iglesia de Jesús será indestructible, a pesar de todos los esfuerzos del infierno. ¿Por qué? porque Jesús le dará un fundamento firme. El Hijo de Dios continúa: "Y yo te daré las llaves del Reino de los cielos." En el lenguaje de los Judíos, las "llaves" significan el poder del Gobierno, y en las parábolas del Evangelio el "Reino de Dios" significa la Iglesia que debe ser edificada por Cristo. Al decir a Pedro, que en adelante no se llamará más Simón: "Yo te daré las llaves del Reino de los cielos", Jesús se expresaba como si le hubiese dicho: "Yo te haré el Rey de esta Iglesia, cuyo fundamento serás al mismo tiempo." Esto es evidente; pero no echemos en olvido que todas estas magníficas promesas miran al porvenir: (S. Matth, XVI.)

Ahora bien, este porvenir, se ha hecho presente. Hemos llegado a las últimas horas de la estancia de Jesús aquí abajo. Ha llegado el momento en que se va a cumplir su promesa y fundar este Reino de Dios, esta Iglesia que debía edificar en la tierra. Los Apóstoles, fieles a las órdenes que les habían transmitido los Ángeles, han vuelto a Galilea.

El Señor se manifiesta a ellos a orillas del lago de Tiberíades y después de una comida preparada por él mismo, mientras están ellos pendientes de sus labios, interpela de repente a su discípulo: "Simón, hijo de Juan", le dice, "¿me amas?". Advirtamos que no le da en este momento el nombre de Pedro; se coloca en el día en que le dijo otra vez: "Simón, hijo de Jonás, tu eres Pedro"; quiere que los discípulos sientan el lazo que une la promesa y el cumplimiento. Pedro, con su aceleramiento acostumbrado, responde a la pregunta de su Maestro: "Sí, Señor; tú sabes que te amo." Jesús vuelve a tomar la palabra con autoridad: "Apacienta mis corderos", dice al discípulo. Después, reiterando la pregunta, dice aún: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Pedro se asombra de la insistencia con la cual su Maestro parece perseguirle; sin embargo él responde con la misma sencillez: "Si Señor; tú sabes que te amo." Después de esta respuesta, Jesús repite las mismas palabras de investidura: "Apacienta mis corderos."

Los discípulos escuchaban este diálogo con respeto; comprendían que Pedro era distinguido una vez más, que recibía en ese instante algo que ellos no recibirían. Los recuerdos de Cesárea de Filipo se agolpaban a su espíritu, acordándose además de las consideraciones particulares que su Maestro había tenido siempre para Pedro desde este día. Sin embargo de eso, no estaba todo terminado aún. Una tercera vez Jesús interpela a Pedro: "Simón, hijo de Juan, me amas? Ante esta insistencia el Apóstol no puede más. Las tres llamadas de Jesús a su amor le han despertado el triste recuerdo de sus tres negaciones ante la criada de Caifás. Siente la alusión a su infidelidad tan reciente aún, pidiendo perdón responde esta vez con más compunción aún que seguridad: "Señor, dice, lo sabes todo; tú sabes que te amo." Entonces el Señor, poniendo el último sello en la autoridad de Pedro, pronuncia estas palabras: "Apacienta mis ovejas." (S. Juan, XXI.)

He aquí a Pedro nombrado Pastor por aquel mismo que nos dijo: "Yo soy el buen Pastor." Desde luego el Señor ha dado a su discípulo y por dos veces el cuidado de los "corderos"; pero no le había nombrado aún pastor; mas cuando le encarga el apacentar también las "ovejas", el rebaño entero se confía a su autoridad. Que la Iglesia venga, pues, ahora, que se eleve, que se extienda; Simón el hijo de Juan es proclamado Jefe visible. ¿Esta Iglesia es un edificio?, pues él es su piedra fundamental. ¿Es un Reino? pues él tiene las llaves, es decir, el cetro, ¿Es un rebaño?, pues él es el Pastor.

Sí, esta Iglesia que Jesús organiza en este momento, y que se revelará el día de Pentecostés será un rebaño. El Verbo de Dios descendió del cielo "para reunir en uno a los hijos de Dios que antes estaban dispersos" (S. Juan, XI, 52) y se acerca el momento en que no habrá más que un solo redil y un solo Pastor" (Ibld,, X, 16.) ¡Te bendecimos, te damos gracias, oh divino Pastor nuestro! Por nosotros subsiste ella y atraviesa los siglos, recogiendo y salvando a todas las almas que se confían a ella, esta Iglesia que tú fundas en estos días. Su legitimidad, su fuerza, su unidad, le vienen de ti, su Pastor omnipotente y misericordioso. Te bendecimos también y te damos gracias, oh Jesús, por la previsión con que has provisto al mantenimiento de esta legitimidad, de esta fuerza, de esta unidad, dándonos a Pedro tu vicario, a Pedro nuestro Pastor en Ti y por Ti, a Pedro a quien ovejas y corderos deben obediencia, a Pedro en quien te haces visible hasta la consumación de los siglos.

En la Iglesia griega, el segundo Domingo después de Pascua que nosotros llamamos del "Buen Pastor", se designa con el nombre de "Domingo de los santos myroforos", o "porta-perfumes". Se celebra particularmente la piedad de las santas mujeres que llevaron los perfumes al Sepulcro para embalsamar el cuerpo del Salvador. José de Arimatea tiene también una parte de los cánticos de que se compone el Oficio de la Iglesia griega durante esta semana.


MISA

El Introito, haciendo suyas las palabras de David, celebra la misericordia del Señor que se extiende a la tierra entera, por la fundación de la Iglesia. Los "cielos", que significan los Apóstoles en el lenguaje misterioso de la Escritura, fueron fortalecidos por el Verbo de Dios, el día en que les dió a Pedro por Pastor y por fundamento.


INTROITO

La tierra está llena de la misericordia del Señor, aleluya: por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, aleluya, aleluya. — Salmo: Alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. T. Gloria al Padre.

 

La Santa Iglesia en la Colecta, pide para sus hijos la gracia de una santa alegría; pues tal es el sentimiento que conviene al Tiempo pascual. Debemos regocijarnos por haber sido librados de la muerte por el triunfo de nuestro Salvador, y prepararnos por las alegrías pascuales a las de la eternidad.


COLECTA

Oh Dios, que, con la humillación de tu Hijo, levantaste al mundo caído: concede a tus fieles la perpetua alegría: para que, a los que has librado de los peligros de la muerte eterna, les hagas disfrutar de los gozos sempiternos. Por el mismo Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro.

Carísimos: Cristo sufrió por nosotros, dándoos ejemplo, para que sigáis sus pasos. El no cometió pecado, ni se encontró dolo en su boca: cuando era maldecido, no maldijo: cuando padecía, no amenazó; antes se entregó al que le juzgó injustamente: El mismo llevó a la cruz, en su cuerpo, nuestros pecados: para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia: con sus heridas fuisteis sanados. Porque erais como ovejas errantes, pero os habéis vuelto ahora al pastor y obispo de vuestras almas.


EL EJEMPLO DE CRISTO

El Príncipe de los Apóstoles, el Pastor visible de la Iglesia universal, acaba de hacernos oír su palabra. Ved cómo termina este pasaje llevando nuestros pensamientos al Pastor invisible del cual es el Vicario, y cómo evita con modestia toda alusión a él mismo. Es en efecto, el Pedro de siempre que, dirigiendo a su discípulo Marcos en la redacción de su Evangelio, no quiso que contase en él la investidura que Cristo le dió sobre todo el rebaño, pero que exigió que no omitiese nada en su relato de la triple negación en casa de Caifás. ¡Con qué ternura nos habla aquí al Apóstol de su Maestro, de los sufrimientos que soportó, de su paciencia, de su entrega hasta la muerte a esas pobres ovejas errantes con las que debía él formar su redil! Estas palabras tendrán un día aplicación en el mismo Pedro. Día vendrá en que será amarrado a un madero, donde se mostrará paciente como su Maestro en medio de los ultrajes y de los malos tratos. Jesús se lo había predicho; pues, después de haberle confiado ovejas y corderos, añadió que llegaría el tiempo en que Pedro "llegado a viejo, extenderla sus manos" sobre la cruz, y que la violencia de los verdugos se ensañaría sobre su debilidad. (S. Juan, XXI.) Esto acontecerá, no solamente a la persona de Pedro, sino a un número considerable de sus sucesores que forman un todo con él y que se les verá, al correr de los siglos, tan a menudo perseguidos, exilados, aprisionados, matados. Sigamos nosotros también las huellas de Jesús, sufriendo de buen grado por la justicia; a El le debemos que, siendo desde toda la eternidad igual a Dios Padre en la gloria, se haya dignado descender a la tierra para ser "el Pastor y el Obispo de nuestras almas".

El primer versillo aleluyático recuerda la cena de Emaús; en pocos instantes conoceremos nosotros también a Jesús en la fracción del pan de vida.

El segundo proclama por las propias palabras del Salvador la dignidad y las cualidades del Pastor, el amor a sus ovejas, y la prontitud de estas para reconocerle por su jefe.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. J. Conocieron los discípulos al Señor Jesús en la fracción del pan. 
Aleluya. J. Yo soy el buen pastor: y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.


En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, y el que no es pastor, el que no tiene ovejas propias, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye: y el lobo arrebata, y dispersa las ovejas; pero el mercenario huye porque es mercenario, y no le interesan las ovejas. Yo soy el buen pastor: y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí. Como me conoce el Padre, así yo conozco al Padre: y pongo mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas, que no son de este redil: y debo atraerlas también, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño, y un solo pastor.


SUMISIÓN AL ÚNICO PASTOR

Divino Pastor de nuestras almas, ¡cuán grande es tu amor por tus ovejas! Vas a dar hasta tu misma vida por salvarlas. El furor de los lobos no te hace huir. Te haces presa, a fin de apartar de ellas el diente mortífero que quería devorarlas. Has muerto en nuestro lugar, porque eras nuestro Pastor. No nos extrañamos que hayas exigido de Pedro más amor que el que esperabas de sus hermanos: pensabas establecerle su Pastor y nuestro. Pedro pudo responder con seguridad que te amaba y tú le conferiste tu propio título con la realidad de tus funciones a fin de que te supliera cuando hubieras desaparecido a nuestras miradas. Sé bendito, divino Pastor; porque tuviste presente las necesidades de tu rebaño que no podía conservarse Uno, si hubiera tenido varios Pastores sin un Pastor supremo. Para conformarnos con tus órdenes, nos inclinamos con amor y sumisión ante Pedro, besamos con respeto sus sagrados pies; pues por él nosotros dependemos de Ti, por él nosotros somos tus ovejas. Consérvanos, oh Jesús, en el redil de Pedro que es el tuyo. Aleja de nosotros al mercenario que quisiera usurpar el lugar y los derechos del Pastor. Intruso en el aprisco por violencia profana, se da aires de amo; pero no conoce a las ovejas y las ovejas no le conocen a él. Atraído, no por el celo, sino por el deseo y la ambición, huye al aproximarse el peligro. Cuando se obra sólo por intereses terrestres, no se sacrifica la vida por otro; el pastor cismático se ama a sí mismo; no ama tus ovejas; ¿cómo daría su vida por ellas? guárdanos de este mercenario, ¡oh Jesús! Nos apartaría de ti, separándonos de Pedro a quien has constituido tu Vicario. No reconoceremos otro. ¡Anatema a quien quisiera mandarnos en tu nombre, y no fuese enviado de Pedro! Pastor falso, no descansaría sobre la piedra del fundamento, no tendría las llaves del Reino de los cielos; no haría sino perdernos. Prométenos, oh buen Pastor, permanecer siempre con nosotros y con Pedro de quien eres el fundamento, como él es el nuestro, y podremos desafiar todas las tempestades. Tú lo has dicho, Señor:

"El hombre sabio edifica su casa sobre la roca; las lluvias cayeron sobre ella, los ríos se desbordaron, los vientos soplaron, todas esas fuerzas se lanzaron sobre la casa y no cayó porque estaba fundada sobre la piedra firme. (San Mateo, VIII, 24, 25.)

El Ofertorio es una aspiración hacia Dios tomada del Rey-Profeta.


OFERTORIO

Dios, Dios mío, a ti velo de día: y en tu nombre alzaré mis manos, aleluya.

 

En la Secreta, la Iglesia pide que la santa energía del Misterio que va a consumarse sobre el altar produzca en nosotros los efectos a los que aspiran nuestras almas: morir al pecado y resucitar a la gracia.


SECRETA

Concédanos siempre, Señor, una bendición saludable esta sagrada ofrenda: para que, lo que obra con misterio, lo confirme con poder. Por el Señor. 

Las palabras de la Antífona de la Comunión recuerdan también al buen Pastor. Es el misterio que domina toda esta jornada. Rindamos un último homenaje al Hijo de Dios que se digna mostrársenos bajo apariencias tan conmovedoras, y seamos siempre sus fieles ovejas.


COMUNIÓN

Yo soy el buen pastor, aleluya: y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, aleluya, aleluya.


En el divino banquete, Jesús buen Pastor acaba de ser dado en alimento a sus ovejas; la Santa Iglesia, en la Poscomunión, pide que seamos cada día más penetrados de amor por este augusto sacramento, en el cual debemos poner nuestra gloria; pues es para nosotros el alimento de inmortalidad.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, consiguiendo la gracia de tu vivificación, nos gloriemos siempre de tu regalo. Por el Señor.

viernes, 12 de abril de 2024

Boletín Dominical 14 de abril



Día 14 de Abril, Domingo II de Pascua.

Doble. Orn, Blanco.

Este domingo suele llamarse del Buen Pastor, del cual habla la Epístola y el Evangelio. La parábola del buen pastor fue pronunciada por Jesús después de curar al ciego de nacimiento. Habiendo expulsado los judíos a este ciego de la sinagoga, Cristo le ofrece como asilo su Iglesia y compara a los fariseos a los malos pastores que abandonan sus ovejas. La alegoría del Buen Pastor ha sido siempre muy saboreada por las generaciones cristianas, y por eso vemos tantas veces representado a Cristo en las catacumbas del siglo II y III como Buen Pastor que carga con la oveja perdida.

Dice San Pedro, a quien Jesús resucitado constituyó cabeza y Pastor de su Iglesia, que nosotros, conforme a lo dicho por Isaías, “éramos ovejas descarriadas” que habíamos perdido el camino de la vida eterna, pero ahora “hemos sido reducidos al que es Pastor y guardián solícito de nuestras almas”, que nos dio vida con su muerte. Y pues padeció por nosotros, justo es que sigamos sus huellas.

Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, dice Jesús (Evangelio). Y éste Buen Pastor, que se inmoló por nosotros, vertiendo toda su sangre para rescatarnos de las garras del lobo carnicero, sigue ofreciendo en el altar su sacrificio y se nos da en la sagrada Comunión para alimento espiritual de nuestras almas. ¿Puede darse mayor amor? ¿Puede concebirse mayor y más total entrega? ¡Y esto hace Jesús, nuestro Dios humanado! in duda que al oír los fariseos esta parábola, pensaron que Jesús se aplicaba la profecía de Ezequiel cuando dice entre otras cosas: “yo mismo apacentaré mis ovejas. Buscaré la que se había perdido, tornaré la que andaba descarriada; a la herida curaré…levantaré sobre ellas un solo Pastor.”





21 de Abril: San Anselmo. 
Obispo Confesor y Doctor de la Iglesia.

Nacido en un castillo de Aosta (Italia), de noble y cristiana familia, a los 26 años se hizo monje en la abadía benedictina de Bec, en Normandía. Fue de clara inteligencia, teólogo profundo y piadoso que no solo ilumina la inteligencia con sus escritos, sino que enciende el corazón en el amor de Dios. Escribió acerca de Dios y sus atributos. Nombrado obispo de Cantorbery y Primado de Inglaterra, lucho por la libertad de la Iglesia y sus derechos contra dos monarcas ingleses que le arrebataban sus bienes. Antes de ser nombrado Arzobispo en 1092 había dicho a Guillermo el Rojo:” No te empeñes en unir un toro con un cordero, porque no podrán trillar.” San Anselmo aconsejó, amenazó y terminó lanzando el rayo del anatema. Tenía la energía indomable de San Gregorio VII. Murió en 1109, a los setenta y seis años de edad.






domingo, 7 de abril de 2024

Sermón Domingo Primero después de Pascua "In Albis"

Sermón

R.P. Ángel Fabián Benzi


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold


Sermón

S.E.R. Pío Espina Leupold


Lección

Carísimos: Todo lo que ha nacido de Dios, vence al mundo: y ésta es la victoria, que vence al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios? Este, Jesucristo, es el que vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y por la sangre. Y el Espíritu es el que atestigua que Cristo es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio de ello en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio de ello en la tierra: el Espíritu, y el agua, y la sangre: y estos tres son una sola cosa. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Ahora bien, este testimonio de Dios, que es mayor, es el que dió de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí mismo el testimonio de Dios.

Juan I Io., V, 4-10.


Evangelio

En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se presentó en medio, y díjoles: ¡Paz a vosotros! Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Entonces les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Y, habiendo dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: Recibid del Espíritu Santo: a quienes les perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los retuviereis, retenidos les serán. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero él les dijo: Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y, después de ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: ¡Paz a vosotros! Después dijo a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío! Díjole Jesús: Porque me has visto. Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y han creído. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre.

Juan XX, 19-31

sábado, 6 de abril de 2024

Dom Gueranger: Domingo Primero después de Pascua "In Albis"

  



DOMINGO IN ALBIS 

PRIMERO DESPUÉS DE PASCUA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


CADA DOMINGO ES UNA PASCUA

Vimos ayer a los neófitos clausurar su Octava de la Resurrección. Antes que nosotros habían participado del admirable misterio del Dios resucitado, y antes que nosotros debían acabar su solemnidad. Este día es, pues, el octavo para nosotros, que celebramos la Pascua el Domingo y no la anticipamos a la tarde del Sábado. Nos recuerda las alegrías y grandezas del único y solemne Domingo que reunió a toda la cristiandad en un mismo sentimiento de triunfo. Es el día de la luz que oscurece al antiguo Sábado; en adelante el primer día de la semana es el día sagrado; le señaló dos veces con el sello de su poder el Hijo de Dios. La Pascua está, pues, para siempre fijada en Domingo y como dejamos dicho en la «mística del Tiempo Pascual», todo domingo en adelante será una Pascua.

Nuestro divino resucitado ha querido que su Iglesia comprendiese así el misterio; pues, teniendo la intención de mostrarse por segunda vez a sus discípulos reunidos, esperó, para hacerlo, la vuelta del Domingo. Durante todos los días precedentes dejó a Tomás presa de sus dudas; no quiso hasta hoy venir en su socorro, manifestándose a este Apóstol, en presencia de los otros, y obligándole a renunciar a su incredulidad ante la evidencia más palpable. Hoy, pues, el Domingo recibe de parte de Cristo su último título de gloria, esperando que el Espíritu Santo descienda del cielo para venir a iluminarle con sus luces y hacer de este día, ya tan favorecido, la era de la fundación de la Iglesia cristiana.


LA APARICIÓN A SANTO TOMÁS

La aparición del Salvador al pequeño grupo de los once, y la victoria que logró sobre la infidelidad de un discípulo, es hoy el objeto especial del culto de la Santa Iglesia. Esta aparición que se une a la precedente, es la séptima; por ella Jesús entra en posesión completa de la fe de sus discípulos. Su dignidad, su prudencia, su caridad, en esta escena, son verdaderamente de un Dios.

Aquí también, nuestros pensamientos humanos quedan confundidos a la vista de esa tregua que Jesús otorga al incrédulo, a quien parecía debía haberle curado sin tardanza de su infeliz ceguera o castigarle por su insolencia temeraria. Pero Jesús es la bondad y sabiduría infinita; en su sabiduría, proporciona, por esta lenta comprobación del hecho de su Resurrección, un nuevo argumento en favor de la realidad de este hecho; en su bondad, procura al corazón del discípulo incrédulo la ocasión de retractarse por sí mismo de su duda con una protesta sublime de dolor, de humildad y de amor. No describiremos aquí esta escena tan admirablemente relatada en el trozo del Evangelio que la Santa Iglesia va en seguida a presentarnos. Limitaremos nuestra instrucción de este día a hacer comprender al lector la lección que Jesús da hoy a todos en la persona de santo Tomás. Es la gran enseñanza del Domingo de la Octava de Pascua; importa no olvidarla, por que nos revela, más que ninguna otra, el verdadero sentido del cristianismo; nos ilustra sobre la causa de nuestras impotencias, sobre el remedio de nuestras debilidades.


LA LECCIÓN DEL SEÑOR

Jesús dice a Tomás: «Has creído porque has visto; dichosos los que no vieron pero creyeron». Palabras llenas de divina autoridad, consejo saludable dado no solamente a Tomás, sino a todos los hombres que quieren entrar en relaciones con Dios y salvar sus almas. ¿Qué quería, pues, Jesús de su discípulo? ¿No acababa de oírle confesar la fe de 1a. cual estaba ya penetrado? Tomás, por otra parte, ¿era tan culpable por haber deseado la experiencia personal, antes de dar su adhesión al más asombroso de los prodigios? ¿Estaba obligado a creer las afirmaciones de Pedro y de los otros, hasta el punto de tener que, por no darlas asentimiento, faltaba a su Maestro? ¿No daba prueba de prudencia absteniéndose de asentir hasta que otros argumentos le hubiesen revelado a él mismo la realidad del hecho? Sí, Tomás era hombre prudente, que no se fiaba demasiado; podía servir de modelo a muchos cristianos que juzgan y razonan como él en las cosas de la fe. Y con todo eso, ¡cuán abrumadora, aunque llena de dulzura, es la reprensión de Jesús! Se dignó prestarse, con condescendencia inexplicable, a que se verificase lo que Tomás había osado pedir: ahora que el discípulo se encuentra ante el maestro resucitado, y que grita con la emoción más sincera: «¡Oh, tú eres mi Señor y mi Dios!» Jesús no le perdona la lección que había merecido. Era preciso castigar aquella osadía, aquella incredulidad; y el castigo consistirá en decirle: «Creíste, Tomás, porque viste.»


LA HUMILDAD Y LA FE

Pero ¿estaba obligado Tomás a creer antes de haber visto? Y ¿quién puede dudarlo? No solamente Tomás, sino todos los Apóstoles estaban obligados a creer en la resurrección de su maestro, aun antes de que se hubiera mostrado a ellos. ¿No habían vivido ellos tres años en su compañía? ¿No le habían visto confirmar con numerosos prodigios su título de Mesías y de Hijo de Dios? ¿No les había anunciado su resurrección para el tercer día después de su muerte? Y en cuanto a las humillaciones y a los dolores de su Pasión, ¿no les había dicho, poco tiempo antes, en el camino de Jerusalén, que iba a ser prendido por los judíos, que le entregarían a los gentiles; que sería flagelado, cubierto de salivas y matado? (San Luc., XVIII, 32, 33.)

Los corazones rectos y dispuestos a la fe no hubieran tenido ninguna duda en rendirse, desde el primer rumor de la desaparición del cuerpo. Juan, nada más entrar en el sepulcro y ver los lienzos, lo comprendió todo y comenzó a creer. Pero el hombre pocas veces es sincero; se detiene en el camino como si quisiera obligar a Dios a dar nuevos pasos hacia adelante. Jesús se dignó darlos. Se mostró a la Magdalena y a sus compañeras que no eran incrédulas, sino distraídas por la exaltación de un amor demasiado natural. Según el modo de pensar de los Apóstoles, su testimonio no era más que el lenguaje de mujeres con imaginación calenturienta. Fué preciso que Jesús viniese en persona a mostrarse a estos hombres rebeldes, a quienes su orgullo hacía perder la memoria de todo un pasado que hubiese bastado por sí solo para iluminarles el presente. Decimos su orgullo; pues la fe no tiene otro obstáculo que ese vicio. Si el hombre fuese humilde, se elevaría hasta la fe que transporta las montañas.

Ahora bien, Tomás ha oído a la Magdalena y ha despreciado su testimonio; ha oído a Pedro y no ha hecho caso de su autoridad; ha oído a sus otros hermanos y a los discípulos de Emaús y nada de todo eso le ha apartado de su parecer personal. La palabra de otro, grave y desinteresada, produce la certeza en un espíritu sensato, mas no tiene esta eficacia ante muchos, desde que tiene por objeto atestiguar lo sobrenatural. Es una profunda llaga de nuestra naturaleza herida por el pecado. Muy frecuentemente quisiéramos, como Tomás, tener la experiencia nosotros mismos; y eso basta para privarnos de la plenitud de la luz. Nos consolamos como Tomás porque somos siempre del número de los discípulos; pues este Apóstol no había roto con sus hermanos; sólo que no gozaba de la misma felicidad que ellos. Esta felicidad, de la que era testigo, no despertaba en él más que la idea de debilidad; y gustaba en cierto grado de no compartirla.


LA FE TIBIA

Tal es aún en nuestros días el cristiano infectado de racionalismo. Cree, porque su razón le pone como en la necesidad de creer; con la inteligencia y no con el corazón es como cree. Su fe es una conclusión científica y no una aspiración hacia Dios y hacia la verdad sobrenatural. Por eso esta fe, ¡cuán fría e impotente es! ¡cuán limitada e inquieta!, ¡cómo teme avanzar creyendo demasiado! Al verla contentarse tan fácilmente con verdades disminuidas (Ps., XI) pesadas en la balanza de la razón, en vez de navegar a velas desplegadas como la fe de los santos, se diría que se avergüenza de sí misma. Habla bajo, teme comprometerse; cuando se muestra, lo hace cubierta de ideas humanas que la sirven de etiqueta. No se expondrá a una afrenta por los milagros que juzga inútiles, y que jamás habría aconsejado a Dios que obrase. En el pasado como en el presente, lo maravilloso la espanta; ¿no ha tenido que hacer ya bastante esfuerzo para admitir a aquel cuya aceptación la es estrictamente necesaria? La vida de los santos, sus virtudes heroicas, sus sacrificios sublimes, todo eso la inquieta. La acción del cristianismo en la sociedad, en la legislación, la parece herir los derechos de los que no creen; piensa que debe respetarse la libertad del error y la libertad del mal; y aun no se da cuenta de que la marcha del mundo está entorpecida desde que Jesucristo no es Rey sobre la tierra.


VIDA DE FE

Para aquellos cuya fe es tan débil y tan cercana al racionalismo, Jesús añade a las palabras severas que dirigió a Tomás, esta sentencia, que no sólo se dirigía a él sino a todos los hombres de todos los siglos: «Dichosos los que no vieron y creyeron.» Tomás pecó por no haber tenido la disposición de creer. Nosotros nos exponemos a pecar como él si no alimentamos en nuestra fe esa expansión que la impulsa a mezclarse en todo, y a hacer el progreso, que Dios recompensa con rayos de luz y de alegría en el corazón. Una vez entrados en la Iglesia nuestro deber es considerar en adelante todas las cosas a las luces de lo sobrenatural; y no temamos que esta situación regulada por las enseñanzas de la autoridad sagrada, nos lleve demasiado lejos. «El justo vive de la fe» (Rom., I, 17); es su alimento continuo. La vida natural se transforma en él para siempre, si permanece fiel a su bautismo. ¿Acaso creemos que la Iglesia tomó tantos cuidados en la instrucción de sus neófitos, que les inició con tantos ritos que no res204 piran sino ideas y sentimientos de la vida sobrenatural, para dejarlos sin ningún pesar al día siguiente a la acción de ese peligroso sistema que coloca la fe en un rincón de la inteligencia, del corazón y de la conducta, a fin de dejar obrar más libremente al hombre natural? No, no es así. Reconozcamos, pues, nuestro error con Tomás; confesemos con él que hasta ahora no hemos creído aún con fe bastante perfecta. Como él digamos a Jesús: «Tú eres mi Señor y mi Dios; y he pensado y obrado frecuentemente como si no fueses en todo mi Señor y mi Dios. En adelante creeré sin haber visto; pues quiero ser del número de los que tú has llamado dichosos.»


* * *

Este Domingo, llamado ordinariamente Domingo de «Quasimodo», lleva en la Liturgia el nombre de Domingo «in albis», y más explícitamente «in albis depositis», {jorque en este día los neófitos se presentaban en la Iglesia con los hábitos ordinarios.

En la Edad Media, se le llamaba «Pascua acabada»; para expresar, sin duda, que en este día terminaba la Octava de Pascua. La solemnidad de este Domingo es tan grande en la Iglesia, que no solamente es de rito «Doble mayor», sino que no cede nunca su puesto a ninguna fiesta, de cualquier grado elevado que sea.

En Roma, la Estación es en la Basílica de San Pancracio, en la Vía Aurelia. Los antiguos no nos dicen nada sobre los motivos que han hecho designar esta iglesia para la reunión de los fieles en este día. Puede ser que la edad del joven mártir de catorce años al cual está dedicada, haya sido causa de escogerla con preferencia por una especie de relación con la juventud de los neófitos que son aún hoy el objeto de la preocupación maternal de la Iglesia.


MISA

El Introito recuerda las cariñosas palabras que San Pedro dirigía en la Epístola de ayer a los nuevos bautizados. Son tiernos niños llenos de sencillez, y anhelan de los pechos de la Santa Iglesia la leche espiritual de la fe, que los hará fuertes y sinceros.


INTROITO

Como niños recién nacidos, aleluya: ansiad la leche espiritual, sin engaño. Aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Aclamad a Dios, nuestro ayudador: cantad al Dios de Jacob. V. Gloria al Padre.


En este último día de una Octava tan grande, la Iglesia da, en la Colecta, su adiós a las solemnidades que acaban de desarrollarse, y pide a Dios que su divino objeto quede impreso en la vida y en la conducta de sus hijos.


COLECTA

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que hemos celebrado las fiestas pascuales, las conservemos, con tu gracia, en nuestra vida y costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Juan (I Jn., V, 4-10).


Carísimos: Todo lo que ha nacido de Dios, vence al mundo: y ésta es la victoria, que vence al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios? Este, Jesucristo, es el que vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y por la sangre. Y el Espíritu es el que atestigua que Cristo es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio de ello en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio de ello en la tierra: el Espíritu, y el agua, y la sangre: y estos tres son una sola cosa. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Ahora bien, este testimonio de Dios, que es mayor, es el que dió de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí mismo el testimonio de Dios.


MÉRITO DE LA FE

El Apóstol San Juan celebra en este pasaje el mérito y las ventajas de la fe; nos la muestra como una victoria que pone a nuestros pies al mundo, al mundo que nos rodea, y al mundo que está dentro de nosotros. L a razón que ha movido a la Iglesia a elegir para hoy este texto de San Juan, se echa de ver fácilmente, cuando se ve al mismo Cristo recomendar la fe en el Evangelio de este Domingo. «Creer en Jesucristo, nos dice el Apóstol, es vencer al mundo»; no tiene verdadera fe, aquel que somete su fe al yugo del mundo. Creamos con corazón sincero, dichosos de sentirnos hijos en presencia de la verdad divina, siempre dispuestos a dar pronta acogida al testimonio de Dios. Este divino testimonio resonará en nosotros, en la medida que nos encuentre deseosos de escucharlo siempre en adelante. Juan, a la vista de los lienzos que habían envuelto el cuerpo de su maestro, pensó y creyó; Tomás tenía más que Juan el testimonio de los Apóstoles que habían visto a Jesús resucitado, y no creyó. No había sometido el mundo a su razón, porque no tenía fe.

Los dos versículos aleluyáticos están formados por trozos del santo Evangelio que se relacionan con la Resurrección. El segundo describe la escena que tuvo lugar tal día como hoy en el Cenáculo.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. V. El día de mi resurrección, dice el Señor, os precederé en Galilea.

Aleluya, V. Después de ocho días, cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio de sus discípulos, y dijo: ¡Paz a vosotros! Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan (XX, 19-31).


En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se presentó en medio, y díjoles: ¡Paz a vosotros! Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Entonces les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Y, habiendo dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: Recibid del Espíritu Santo: a quienes les perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los retuviereis, retenidos les serán. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero él les dijo: Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y, después de ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: ¡Paz a vosotros! Después dijo a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío! Díjole Jesús: Porque me has visto. Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y han creído. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre.


EL TESTIMONIO DE SANTO TOMÁS

Hemos insistido lo suficiente sobre la incredulidad de santo Tomás; y es hora ya de glorificar la fe de este Apóstol. Su infidelidad nos ha ayudado a sondear nuestra poca fe; su retorno ilumínenos sobre lo que tenemos que hacer para llegar a ser verdaderos creyentes. Tomás ha obligado al Salvador, que cuenta con él para hacerle una de las columnas de su Iglesia, a bajarse a él hasta la familiaridad; pero apenas está en presencia de su maestro, cuando de repente se siente subyugado. Siente la necesidad de retractar, con un acto solemne de fe, la imprudencia que ha cometido creyéndose sabio y prudente, y lanza un grito, grito que es la protesta de fe más ardiente que un hombre puede pronunciar: ¡»Señor mío y Dios mío»! Considerad que no dice sólo que Jesús es su Señor, su Maestro; que es el mismo Jesús de quien ha sido discípulo; en eso no consistiría aún la fe. No hay fe ya cuando se palpa el objeto. Tomás habría creído en la Resurrección, si hubiese creído en el testimonio de sus hermanos; ahora, no cree, sencillamente ve, tiene la experiencia. ¿Cuál es, pues, el testimonio de su fe? La afirmación categórica de que su Maestro es Dios. Sólo ve la humanidad de Jesús, pero proclama la divinidad del Maestro. De un salto, su alma leal y arrepentida, se ha lanzado hasta el conocimiento de las grandezas de Jesús: ¡»Eres mi Dios»!, le dice.


PLEGARIA

Oh Tomás, primero incrédulo, la santa Iglesia reverencia tu fe y la propone por modelo a sus hijos en el día de tu fiesta. La confesión que has hecho hoy, se parece a la que hizo Pedro cuando dijo a Jesús: «¡Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo!» Por esta profesión que ni la carne ni la sangre habían inspirado, Pedro mereció ser escogido para fundamento de la Iglesia; la tuya ha hecho más que reparar tu falta: te hizo, por un momento, superior a tus hermanos, gozosos de ver a su Maestro, pero sobre los que la gloria visible de su humanidad había hecho hasta entonces más impresión que el carácter invisible de su divinidad.


El Ofertorio está formado por un trozo histórico del Evangelio sobre la resurrección del Salvador.


OFERTORIO

El Angel del Señor bajó del cielo, y dijo a las mujeres: El que buscáis ha resucitado, según lo dijo. Aleluya. En la Secreta, la santa Iglesia expresa el júbilo que la produce el misterio de la Pascua; y pide que esta alegría se transforme en la de la Pascua eterna.


SECRETA

Suplicárnoste, Señor, aceptes los dones de la Iglesia que se alegra: y, ya que la has dado motivo para tanto gozo, concédela el fruto de la perpetua alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Al distribuir a los neófitos y al resto del pueblo fiel el alimento divino, la Iglesia recuerda, en la Antífona de la Comunión, las palabras del Señor a Tomás. Jesús, en la santa Eucaristía, se revela a nosotros de una manera más íntima aún que a su apóstol; mas para aprovecharnos de la condescendencia de un maestro tan bueno, necesitamos tener la fe viva y valerosa que él recomendó.


COMUNIÓN

Mete tu mano, y reconoce el lugar de los clavos, aleluya; y no seas más incrédulo, sino fiel. Aleluya, aleluya.


La Iglesia concluye las plegarias del Sacrificio pidiendo que el divino misterio, instituido para sostener nuestra debilidad sea, en el presente y en el futuro, el medio eficaz de nuestra perseverancia.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, Señor, Dios nuestro, hagas que estos sacrosantos Misterios, que nos has dado para alcanzar nuestra reparación, sean nuestro remedio en el presente y en el futuro. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.