El alma del justo puede llamarse cielo, porque no ambiciona nada terrestre, y la Iglesia, reunión de justos, es entonces el reino de los cielos.
El Rey, o Padre Eterno, casó a su Hijo, cuando lo desposó con la naturaleza humana en el seno de María, queriendo que se hiciese hombre en el tiempo quien era Dios en la eternidad.
Los mensajeros primeros representan a los profetas, y los segundos a los apóstoles.
"Entregarse con excesivo afán a los trabajos terrenos y materiales es lo mismo que marcharse a la heredad, y apetecer y buscar con ansia el lucro que reportan las actividades mundanas, equivale a marcharse a los negocios, porque, en realidad, los que se absorben por completo en estas ocupaciones materiales descuidan el meditar y vivir conforme al misterio de la encarnación, y en la práctica es como si rechazaran la invitación de asistir al banquete de las bodas del Hijo..."
Dios aniquilará a los desagradecidos e irrendiará sus bienes, como también castigará a las almas de los desagradecidas y arrojará sus cuerpos al fuego. Todos hemos pedido comprobar el rigor de sus venganzas. ¿En dónde están los perseguidores de los mártires, ahora que nos reunimos junto a sus sepulcros gloriosos?
Desairado el Rey, no verá, sin embargo, vacías sus mesas, porque "la palabra de Dios, aunque algunos no la escuchen, encuentra siempre en quién descansar"...
Llamó a los pobres. "Ordinariamente vienen a Dios los que no gozan de prosperidad en asuntos terrenos".
Que el banquete simboliza la Iglesia aparece claramente, viendo que en él comen juntos buenos y malos. No os inquietéis nunca al experimentar esta mezcla en la Iglesia, porque el único lugar donde los justos aparecen solos es el cielo. En la trilla el trigo queda oprimido por la paja; de dos hijos que tuvo Adán, uno fué Caín, y de los doce apóstoles elegidos por el Señor uno fué Judas.
Tenemos la obligación de soportar a los malos y rogar por ellos, porque la Iglesia se asemeja al arca de Noé, que en su parte baja era ancha, para cobijar toda clase de animales, mientras que en la alta y estrecha sólo habitaba el patriarca. Nuestro actual banquete tiene una parte baja y ancha, "donde se tolera a los hombres carnales, ya que los espirituales son más escasos, y donde sólo contiene a éstos es más angosta", porque es espaciosa la senda que lleva a la perdición..., pero la que conduce a la vida es estrecha (Mt. 7,13).
En la Iglesia católica, cuanto más perfectos son los hombres, tanto menor es su número; no llega a la cumbre sino Aquel que es único entre los hombres, que nació santo y al que nadie se puede comparar.
B) El vestido de la caridad
"¿Qué es lo que significa, carísimos hermanos, el vestido nupcial? No podemos decir que signifique el bautismo ni la fe, porque ¿Quién puede entrar sin ellos en estas bodas?.., Por lo tanto, ¿Qué debemos entender por vestido nupcial, sino la caridad ? Entra, pues, en las bodas, mas no lleva el vestido nupcial, el que perteneciendo a la Iglesia católica tiene fe, pero le falta la caridad. Con fundamento se llama caridad al vestido nupcial, puesto que nuestro Creador la tuvo cuando fiel a las bodas para desposarse con la Iglesia. En efecto, sólo el amor do Dios pudo hacer que u Hijo unigénito uniera a sí las almas de los elegidos. Por eso dice San Juan: Tanto amó Dios al mundo, que le dió su Hijo unigénito (lo. 3,16). Luego el que vino a los hombres por caridad dió a conocer que el vestido nupcial no era otra cosa que la misma caridad. Así, pues, todo aquel que ha recibido el bautismo y cree en Dios, entró en las bodas, pero no va con el vestido nupcial si no conserva el don de la caridad. Y a la verdad, hermanos míos, si uno es invitado a una boda procura mudarse de vestido y manifiesta regocijarse con el esposo y la esposa por lo decoroso de su traje, y se avergonzaría de aparecer entre los convidados con un traje vil. Nosotros asistimos a las bodas divinas, y, sin embargo, nos resistimos a cambiar el vestido del corazón. Los ángeles se regocijan cuando los elegidos son llevados al cielo. Pues ¿ cómo consideramos estas fiestas espirituales los que no tenemos el vestido nupcial, esto es, la caridad, que es la única que nos hace hermosos ante los ojos del Señor?"
C) Dos preceptos de una misma caridad
"Tengamos presente que... la caridad se basa en dos preceptos, a saber: en el amor de Dios y del prójimo... Debemos observar que, al tratarse del amor que debemos tener al prójimo, se pone tasa y medida, puesto que se dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc. 12,31); pero tratándose del amor que se debe profesar a Dios, no se señala límite alguno, puesto que se nos dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Mc. 12,30). Con todo. Pues sólo aquel ama en verdad a Dios que no se acuerda de sí mismo... Por esta misma razón se mandó en el Éxodo que las cortinas que se destinaban al tabernáculo se tiñeran dos veces de color de grana (Ex. 26,1). Vosotros sois, hermanos, las cortinas del tabernáculo, que en virtud de la fe ocultáis en vuestros corazones los misterios celestiales. Pero las cortinas del tabernáculo debían ser teñidas dos veces de color de grana.,. Por lo tanto, para que vuestra caridad esté dos veces teñida, es preciso que esté inflamada por el amor de Dios y por el del prójimo, y de tal manera, que no abandone la contemplación de Dios por la compasión del prójimo, o por ocuparse demasiado en la contemplación de Dios descuide la compasión quo debe al prójimo. Así, pues, todo hombre que vive entre los hombres, busque a aquel a quien ama, de modo que no abandono a aquel con quien camina, y préstele su auxilio de tal manera, que, bajo ningún motivo, se separe de aquel a quien se dirige. El amor que se debe al prójimo se subdivide en dos preceptos, pues leemos en la Sagrada Escritura: Lo que no quieras para ti, no lo hagas a nadie (Tob. 4,15), y el mismo Jesucristo dice: Cuanto quisiereis que os hagan a vosotras los hombres, hacédselo vosotros a ellos (Mt. 7,12). Por lo tanto, si hacemos con nuestros prójimos aquello que queremos que hagan con nosotros, y evitamos hacer a los demás lo que no queremos que se nos haga, conservaremos ilesos los derechos de la caridad. Mas ninguno, por el mero hecho de amar a su prójimo, piense ya que tiene caridad, sino que primero ha de examinar la fuerza de su amor. Pues si alguno ama a los demás, pero no los ama por Dios, no tiene caridad, aunque piense lo contrario. Existe la caridad verdadera cuando se ama al amigo en Dios y al enemigo por Dios. Ama por Dios a sus prójimos el que los ama, si sabe amar a los que no le aman a él. Pues la caridad suele probarse sólo por ser contraria al odio. Por eso dice el Señor: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen (Lc. 6,27). Así, pues, ama con seguridad el que ama por Dios a aquel de quien sabe que no es amado. Grandes y sublimes son estos preceptos, y, para muchos, difíciles de cumplir; pero, sin embargo, son los que simbolizan el vestido nupcial. Todo el que, habiendo entrado en las bodas, careciere de él, tema con fundamento ser arrojado fuera del convite al entrar el rey... Nosotros somos, carísimos hermanos, los comensales de las bodas del Verbo, los que va tenemos fe, los que disfrutamos de los manjares de la Sagrada Escritura, los que gozamos de la unión de Dios con la Iglesia. Considerad, os ruego, y pensad muy detenidamente, si habéis venido a estas bodas con el vestido nupcial. Recorriendo todas vuestras acciones, pensad si odiáis a alguno, si sentís envidia de la felicidad ajena, y si por maldad tratáis de perjudicar a los demás."
D) El castigo
"Ved que el rey entra en las bodas y contempla el vestído de vuestro corazón, y al que no encuentra vestido con la caridad, airado le dice al punto: Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? (Mt. 22,12). Es de admirar, hermanos carísimos, que le llame amigo y a la vez le repruebe, como si más claramente le dijera: amigo y no amigo; amigo por la fo y no amigo por las obras. El enmudeció (ibid.); porque, honda pena nos da decirlo, en el día riguroso del juicio, cesa toda palabra de disculpa ante el Señor, puesto que increpa exteriormente el mismo que acusa al alma en lo interior, como testigo de nuestra conciencia. Pero se ha de considerar que quien posee esta vestidura de la virtud, aunque todavía no perfecta, no. debe desesperar de obtener su perdón a la llegada del piadoso rey, ya que El mismo, por boca del salmista, nos da esperanza cuando dice: Ya vieron tus ojos mis obras imperfectas y escritas están todas en tu libro (Ps. 138,16). Dichas de la caridad. estas pocas palabras para consuelo del que tiene caridad y es flaco, nos ocuparemos ahora del que carece por completo de la caridad.
Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores: allí habrá llanto y crujir de dientes (Mt. 22,13). En virtud de tan severa sentencia se atarán entonces los pies y las manos de aquellos que ahora no quieren desligarse de las malas obras mejorando su vida. En otras palabras, la pena sujetará después a los que ahora están ligados por la culpa. Porque los pies que se niegan a visitar a los enfermos y las manos que no socorren al indigente, están ya voluntariamente desligadas de las buenas obras. Por lo tanto, los que ahora espontáneamente se atan con los vicios, más tarde y contra su voluntad serán atados por el castigo. Con gran propiedad se dice que serán arrojados en las tinieblas exteriores, puesto que entendemos por tinieblas interiores la ceguedad del corazón, mientras que llamamos tinieblas exteriores a la noche de la condenación eterna. Así, pues, no se arroja al condenado a las tinieblas interiores, sino a las exteriores, porque en la otra vida es lanzado contra su voluntad a la noche de la condenación eterna quien espontáneamente cayó en la ceguera del corazón. Se nos afirma que en aquel lugar habrá llanto y crujir de dientes, es decir, rechinarán los dientes de los que, mientras estuvieron en este mundo, se gozaban en su voracidad; llorarán allí los ojos de los que en este mundo se recrearon con la vista de lo ilícito; de modo que cada uno de los miembros que en este mundo sirvieron para satisfacer algún vicio, sufrirán en la otra vida un tormento especial".
E) No sabemos si seremos elegidos
"Pero condenado uno, en el que se representa a toda la clase de los malos, se emplea una sentencia general, diciendo: Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos (Mt. 22,14). Terrible es, carísimos hermanos, lo que acabamos de oír. Considerad que todos nosotros, llamados por la fe, asistimos a las bodas del rey celestial, todos creemos y confesamos el misterio de su encarnación, todos participarnos del banquete del Verbo divino, pero entrará el rey en el día futuro del juicio. Sabemos que hemos sido llamados, mas ignoramos si pertenecemos al grupo de los elegidos. Es preciso, por tanto, que nos humillemos todos, tanto más cuanto ignoramos si seremos de los elegidos. Algunos hay, que nunca dieron principio a las buenas obras; otros comenzaron a obrar el bien, pero no persistieron en este camino. Hay quien casi toda su vida ha sido malo, pero al fin se aparta de sus errores por el dolor de una verdadera penitencia; hay, por el contrario, quien parece vivir una vida santa, pero hacia el término de sus días cae en el yerro de la maldad. Otros comienzan bien y concluyen mejor; otros, por el contrario, desde su juventud se precipitan en el abismo de los vicios y terminan en la misma conducta, peores cada vez. Tema, por eso, cada uno, ya que ignora lo que le resta, pues no hay que olvidar, antes al contrario, repetir continuamente las palabras del Evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos (Mt, 22,14).
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