domingo, 27 de septiembre de 2020

Sermón Domingo XVII después de Pentecostés

Sermón

R.P. Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Lección

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.  

Eph IV.1-6


Evangelio

En aquel tiempo: Se acercaron a Jesús los fariseos y uno de ellos, Doctor de la Ley, le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas. Estando aún reunidos los fariseos, Jesús les propuso esta cuestión: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?” Dijéronle “de David”. Replicó Él “¡Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice: “El Señor dijo a mi Señor: Sientate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”? Si David lo llama “Señor” ¿cómo es su hijo? Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones.

Mateo XXII, 34-46


sábado, 26 de septiembre de 2020

Santo Tomás de Villanueva: La Perla Preciosa y el Tesoro Escondido



COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO

DEL DOMINGO XVII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

En aquel tiempo: Se acercaron a Jesús los fariseos y uno de ellos, Doctor de la Ley, le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas. Estando aún reunidos los fariseos, Jesús les propuso esta cuestión: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?” Dijéronle “de David”. Replicó Él “¡Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice: “El Señor dijo a mi Señor: Sientate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”? Si David lo llama “Señor” ¿cómo es su hijo? Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones.

Mateo XXII, 34-46


SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

La perla preciosa y el tesoro escondido

Extractamos tres sermones de este autor predilecto, al que no dudamos en calificar como el mejor de los predicadores españoles. ¡Lástima que no escribiera sus sermones en castellano, porque a buen seguro que, tan fecundo en ideas, a veces tan modernas, y tan abundante en afectos, constituiría una de las joyas de nuestra literatura!, (cf. Divi THOMAE A VILLANOVA Opera omnia [Manilae 1886] in h.1.).  


A) Caracteres del amor a Dios

a) DULCE MANDAMIENTO

Vamos a hablar de un asunto que no puede compararse con ningún otro. Dígnese el Señor darme palabras suficientes, puesto que no las hay capaces de expresarlo. ¿Quién podrá hablar bien del amor si no es el que ama? El amor tiene un lenguaje peculiar, conocido sólo por el corazón amante. Cuanto más se ama a Dios, tanto más elocuente, viva y cautivadora es su palabra. Ni Demóstenes ni Cicerón supieron hablar como los santos. 

Señor, me pones un mandamiento con todo rigor; pero ¿acaso soy tan perverso e ingrato, creado por tus manos y colmado de beneficios, que necesite que emplees tu rigor en mandarme que te ame? 

¡Qué digo mandamiento riguroso! Es el más dulce y suave, y te doy gracias por él. Yo deseaba ya caminar, y tu todavía aguijas mi ardor. ¿Hay algo más agradable que amaros, más dulce que arder por. Vos? Si me hubieseis mandado que no os amase, ese precepto sería insoportable. Lo terrible del infierno es que no se te ama, que allí se te ve como un Dios que odia. 

Ninguno de los mandamientos de nuestro Dios son ni severos ni pesados; no nos ordena que desgarremos nuestra carne, ni nada semejante. ¿Qué es lo que nos dice? Un mandamiento nuevo que los comprende a todos: que le amemos a El y que nos amemos los unos a los otros. No quiero nada vuestro, no os exijo más que una cosa: que, en pago de tantos favores como os he hecho, me améis un Poco.


b) MANDAMIENTO RAZONABLE 

¡Y qué justo es, oh Señor, que quieras que te amen las obras de tus manos! Todo lo hiciste sin mérito alguno de mi parte y sin ninguna necesidad tuya. ¿A quién, pues, habremos de alabar sino a ti? Suponed un cuadro que después de recibir pincelada pudiera contemplar su propia belleza, ¿no se la agradecería al pintor? ¡Ah pintor divino, tú me hiciste bello!  

Dios nos ha dado cuanto tenemos. Si, pues, empleáramos algunos de nuestros pensamientos, afectos o deseos apetecer o amar otra cosa que no fuera Dios, seríamos verdaderos ladrones, que malbaratábamos un bien que no nos pertenecía. Esta es la razón por la que habremos de dar cuenta hasta de una palabra ociosa, porque todo se lo debemos a Dios, que estableció fuesen fecundas nuestras tres potencias de memoria, entendimiento y voluntad. Hemos de usarlas según quiere El, y El nos ha dado la norma: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón con toda tu alma y con todo tu espíritu. 


C) MANDAMIENTO NUEVO

¿Cómo es nuevo, Señor, este precepto, si tiene fuerza desde hace ya tantos siglos antes de tu venida? Pues porque habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! (Rom. 8,15). La ley que os doy es una ley de amor, no de temor, y este mi precepto es nuevo porque os lo doy de una manera nueva, no grabado sobre piedra, sino escrito en vuestros corazones. Y es nuevo porque se ha practicado de una manera nueva, llevándome hasta el prodigio de la cruz. Es antiguo en cuanto al tiempo en que fué dado y es nuevo en cuanto a su fuerza y extensión, porque los hombres han comenzado a entregar su vida y sus bienes con alegría desde el momento en que aprendieron que un Dios ardía con amores de cruz. 


d) AMOR PREMIADO

¡Oh prodigio! Eres tú, Dios mío, el que me da el amor Y el que, a la vez, lo premias. Das porque has dado, das Para dar más todavía; gracias sobre gracia, favor sobre favor. Y cuando coronas tus méritos, ¿qué otra cosa coronas sino tus dones? ¿Quién no queda extasiado ante bondad semejante? Yo me imagino un hombre devorado por el hambre; se le ofrece una y mil monedas de oro para que coma; yo me imagino un hombre abrasado por la sed: se le ofrece agua fresca y un premio para que beba. Así obras tú, Señor. Estamos abrasados por la sed del amor, y nos das un pre-mio Para que bebamos en él. Tu amor, ¡oh Señor!, es tan noble y dulce, que debiéramos arrostrar los más crueles tormetos por él, y, sin embargo, nos ofreces los mayores premios.


e) AMOR QUE HONRA

Otro motivo para apreciar el amor de Dios es la honra que nos da, no sólo al no desdeñarse de que le amemos, amo exigiéndolo de la manera más rigurosa. ¿.Es que soy acaso tan grande que debas preocuparte de mi amor? Pero ya lo se; no es tu interés el que te mueve, sino el mío. Tu me amas, y por eso quieres que yo te ame, porque sabes que toda mi vida y salvación se encierra en tu amor. Me pides amor para darme la vida, porque la vida eterna está en conocerte, y al conocerte, te amamos a ti y a Jesucristo, a quien has enviado (lo. 17,3). Y, para que nadie quede excluido de esta vida, quieres que todos sean arrastrados por tu amor... 

Dios creó los hombres para la vida eterna. Sin duda que los colocó en medio de una gran desigualdad respecto a los bienes viles y abyectos, que pasan con el tiempo; pero en cuanto a los bienes verdaderos y legítimos, en los que estriba la salud eterna, no ha querido que haya pobres. A todos les dió el poder de amar.


B) Motivos del amor de Dios

En el exordio de este segundo sermón inicia tres argumentos y expone los dos útimos en el sermón siguiente (cf. ibid.).


a) EXORDIO: POR QUÉ DEBEMOS AMAR A DIOS

Vamos a ver tres cosas: por qué debemos amar a Dios, cómo debemos amarle y cómo podemos obtener su amor. 

Hasta el infiel y bárbaro saben que debemos amar a Dios, puesto que la multitud de sus favores y los gritos de la creación nos convencen. Sin embargo, como la palabra humana es el argumento más eficaz entre los hombres, vamos a intentarlo de viva voz. 

ice la Sagrada Escritura: Amarás al Señor, tu Dios. Palabras en las que están contenidos los motivos del amor. Debes amarle porque es Dios, porque es el Señor y porque es tuyo. Le amarás por si mismo, por sus beneficios y por ti. Bajo los tres aspectos es infinitamente amable; a saber, porque es bueno, porque es deleitable y porque es bienhechor. Si eres hombre inteligente, ámale, porque es bueno; si eres sensible a los sufrimientos, ámale, porque es dulce; si estás apegado a tus intereses, ámale, porque te es útil. No tienes por dónde escapar a su amor. 


b) AMARLE PORQUE ES DIOS

1. Porque es digno de nuestro amor

Amale porque es Dios, esto es, por sí mismo, porque es el soberano bien, en el que se encuentran y de donde se derivan todos los demás bienes. Dios de la majestad, de la bondad, de la gloria, de la sabiduría... ¿Qué representa todo nuestro amor enfrente de ese soberano bien? Una gota en el océano, en ese océano de luz y de esplendor sin fin. 

Sólo Dios es digno de ser amado por si mismo, porque Dios es como el centro del amor, hacia el que se precipitan las criaturas con todo su peso. Es totalmente amable, que hasta los seres insensibles le aman a su modo... 

El amor es el peso del alma, según San Agustín (cf. Confes. 1.13 c.9), y Dios es el centro de las almas, como la tierra lo es de las piedras. Imita, pues, a la naturaleza insensible, imita la impetuosidad de la piedras cuando se precipita, barriendo los obstáculos, hacia el centro de gravedad. Imita a las rocas, que lo arrasan  todo con tal  de llegar  al fondo del precipicio. Acuérdate del amor del Apóstol que, como una inmensa roca, corría hacia Dios. 

2. Dios, centro del alma

No tienes más que abrir los ojos para entender que Dios es el centro de tu alma, porque fuera de El no encontrarás reposo. Consulta la experiencia, y verás que tu amor no puede descansar en ningún otro ser,  porque todos te empujan lejos de ellos y te impulsan hacia tu centro. ¿No has comprobado ya que, cuando amas por sí mismo a un ser creado, no encuentras en ese amor sino inquietud continua? ¡Oh y cómo es de cruel y amarga la criatura cuando se le ama por sí misma! Todas ellas nos apartan con ignominia y parece que nos dicen: Desgraciado, ¿por qué te apegas a mí, que no soy tu bien definitivo? Márchate y sigue por el camino verdadero. Y tú, sin embargo, alma ciega, te abrazas con ellas; pero ese abrazo dura poco y presto se cambia en amargura y disgusto. No hay un ser que te sacie, y con su falta de satisfacción te está diciendo que no es a él a quien tienes que buscar. 

Puedes ver claramente que, siendo Dios el bien del hombre, toda la fuerza del amor lleva al hombre hacia Dios como a su objeto propio, aunque sea un efecto tristísimo de la voluntad el que podamos caer en el desorden, ya que, por desgracia, no está arrastrada necesariamente hacia su propio bien como los seres materiales... 

3. El alma se inclina a amar a Dios 

Es, pues, evidente que el alma se inclina naturalmente a amar a Dios, y, si el pecado no la hubiese corrompido, no necesitaríamos de precepto alguno que nos impusiera el amor. El amor de Dios le es tan natural al hombre como el amor de sí mismo, y en el primer estado del paraíso no hizo falta ninguna fórmula que se lo imperase. Pero hoy, por desgracia, hemos falseado en tal forma las propiedades de nuestra naturaleza, nos hemos hecho tan extraños a la gracia, que ni mandamientos, ni promesas, ni amenazas nos bastan para que nos sintamos poseídos por el amor. 

Dime, alma mía, dime, desgraciada: ¿por qué yerras fácilmente fuera de ese camino y te pierdes entre las criaturas, que no apagan tu sed, mendigando una gota de agua, que la excita en vez de calmarla? Dime: ¿qué es lo que puedes desear que no encuentres en Dios? El es infinitamente sabio.  desear que no encuentres en Dios? ¿Amas la sabiduría? El es infinitamente sabio. ¿Amas la belleza? El es infinitamente bello. ¿Amas poder la fuerza? El es todopoderoso. ¿Amas las gloias y las riquezas? Las glorias y las riquezas habitan su casa. ¿Amas el placer y las delicias? Las eternas delicias, junto a tu diestra (Ps. 15 11). Y, sin embargo, desgraciada, abandonas un océano eterno de toda  clase de bienes para intentar saciarte con angustia en los escasos arroyos de las criaturas. Desdeñas la fuente que te ofrece ella misma a tu sed y cavas con fatiga pozos de agua turbia... 

4. Dios es el bien mismo

Pues ésa es la bondad que Dios promete y da a sus elegidos y amigos; no es un bien, sino el bien mismo. "No os imaginéis que Dios es bueno, sabio y poderoso como el hombre, el sol o los ángeles. Ángeles y hombres lo son accidentalmente; Dios lo es por esencia y por substancia, no lo es por una cualidad que haya sido dada a su ser, porque su ser consiste en ser bueno. La bondad y la belleza no están unidas a la divinidad para conseguir que Dios sea bueno o bello, no están encerradas en la naturaleza de Dios, sino que Dios es la misma bondad ilimitada e infinita, la belleza infinita, la sabiduría y poder infinitos, y lo mismo podemos decir de todos los atributos que se predican de Dios, no por cualificaciones, como en las criaturas, sino porque constituyen la esencia de la divinidad". Pero ¿dónde vamos con tantos discursos que el pueblo no puede entender? Nos hemos propuesto el amor y no las discusiones, la caridad y no la inteligencia. Volvamos, pues, a nuestro primer pensamiento, y no dejemos de llorar al ver a un Dios infinita. mente bueno caminando por en medio de las criaturas, obra de sus manos, buscando un corazón que le ame, y sin encontrarlo.

5. Nos pide que le amemos

Fijaos en ese Dios lleno de amor y cómo pide en el Cantar de los Cantares que sus criaturas le concedan su amistad... Ábreme... —dice--, hermana mía, amiga mía, paloma mía (Cant. 5,2), y el alma le contesta dejándolo para otro día con mil pretextos. ¿Así desprecias a tu Creador y amante? Pero el amante divino, en su infinita ternura, no se detiene ante obstáculos; pasa la mano a través de las rejas hasta que por fin logra conmover al alma; corre por las calles y las plazas, preguntando a las hijas de Jerusalén por el que ya es objeto de su amor; le busca, y no le encuentra; pregunta, y no le contestan. 

"He aquí, Señor, cómo soléis obrar; llamáis para que se os conozca, huís cuando se os busca; llamáis, y os escondéis; provocáis, y os alejáis; excitáis, y volvéis la espalda; y, sin embargo, vuestra ternura no es menor cuando os alejáis que cuando os acercáis. ¿No nos ha enseñado la experiencia mil veces esta verdad? ¡Oh Dios mío! Persigues durante mucho tiempo a un alma por medio de vuestras inspiraciones y presentes, por medio de los remordimientos, tribulaciones y tristezas. La excitáis a que os entregue su amor, a que desprecie el mundo y a que os busque a vos solo. Vencida, al fin, por vuestro  pretender, el alma abandona, dona el mundo, os sigue con todas sus fuerzas sin abandonar el camino de vuestros mandamientos, y entonces, cuando os busca con el mayor ardor, cuando os desea como objeto de sus afectos más encendidos, entonces os escondéis a sus ojos, permanecéis alejado de ese corazón que se consume en amor vuestro y no os dignáis escuchar su voz, que os llama  sin cesar”...


C) Motivos y modo de amar a Dios

Continuando en el asunto del sermón anterior, expone los dos últimos motivos del amor de Dios y cómo debemos amarle. 


a) Los CAMINOS DEL AMOR

1. La recompensa del amor es amar

Hemos hablado ya del motivo más alto del amor. Todo lo que sea amar a Dios por cualquier otra causa, bien sea por sus beneficios, bien por la recompensa que nos promete, es debilitar el amor. Es más: si amásemos a Dios sólo y exclusivamente por la recompensa, este amor sería mercenario y no atraería la complacencia del Señor, porque sería un amor sin caridad. Ni a los hombres les gusta ser amados de esa guisa. El amor que no sube más alto es imperfecto, es amarnos a nosotros mismos y no a Dios. 

Sin embargo, no obstante su imperfección, tiene una ventaja, y es la de ser ocasión de que sirvamos a Dios y acostumbrarnos a las buenas obras; de donde, con la gracia, comenzaremos a elevarnos hacia ese amor perfecto, del que dice San Bernardo (cf. Trat. del amor de Dios 1.7 c.1) que el amor es un afecto, no un contrato; obtiene la recompensa, pero no la busca. ¡Qué digo! El amor más digno de recompensa es el que no la pretende; la recompensa del amor es amar, y el amor es por sí mismo su propia recompensa. Yo amo porque amo y amo para amar; no busco ni otra causa ni otro fin a mi amor.  

2 Los tres grados primeros del amor

Pero este amor tan puro no es fácil de conseguir y es necesario subir a él por grados. Si nuestra naturaleza no estuviera herida por el pecado, sería más fácil; pero nos ocurre ahora lo que a una fuente, cuyas aguas límpidas no pueden encontrar su salida natural porque hemos puesto se obstáculos a su curso, y entonces procura buscarse otra, tir quizás mezclada con barro y cieno. Así, pues, comenzamos a amarnos a nosotros mismos, cuando debiéramos comenzar Por amar a Dios, como lo quiere el orden natural. En realidad, nos amamos a nosotros más que a todas las demás cosas, y a las cosas las amamos por nosotros, y de este punto de partida nos vamos remontando a Dios, a quien amamos menos por sí mismo que por los bienes que nos proporciona. Las necesidades de cada día nos obligan a pedir su ayuda, al comprobar que no podemos poseer sin El los objetos de nuestro amor, a saber la existencia y todo lo que es necesario y la fuerza de recurrir a El para pedirle, vamos entendiendo su liberalidad, ternura y bondad. Esta divina bondad logra conmovernos y complacernos por sí misma. 

Por lo tanto el primer grado del amor consiste en amarnos  a nosotros mismos: el segundo, en amar a Dios por nosotros, y el tercero, en amarle  a El  en sí mismo.

3. El cuarto y supremo grado de amor 

¿Quién podrá alcanzar el cuarto grado de amor, en el que se ama todo por Dios? Feliz el que llega a este estado, olvidándose de su propia pia persona. Una tal felicidad no suele pertenecer a esta vida, sino al cielo, porque el cuerpo corrompido agobia con su. peso al alma, y mientras la voluntad se esfuerza en subir a las alturas, el peso del cuerpo la arrastra hacia la tierra (Sap. 9, 15).


b) AMA A DIOS, PORQUE ES EL SEÑOR

No debemos amarle sólo porque sea Dios, esto es, por sí mismo y con un amor absoluto, sino además porque es nuestro Señor, a saber, por el cuidado que tiene de nosotros y porque se preocupa y socorre con largueza todas nuestras necesidades, siendo esta razón no ciertamente de las más débiles Amemos a Dios porque es bueno, pero amémosle también porque nuestro amor es una deuda, y, ¡ah, qué deuda y como la hemos contraído! ¿Qué podré yo dar a Yavé por todos los beneficios que me ha hecho? (Ps. 115,12). Me has dado a mí mismo, me has dado todos tus bienes, y, con una liberalidad mayor todavía, nos has colmado de maravillas hasta cumplir las palabras del Apóstol: Me amó y se entregó a mí (Gal. 2,20). 


c) AMA A DIOS, PORQUE ES TUYO

Ya que no ames a Dios porque es el Señor, ámale al menos porque es tuyo, porque es tu Dios. ¿Quién no ama las cosas de su propiedad? ¡Oh hombre!, amas a tus trajes, a tus casas y tus campos, pues ama también a tu Dios, porque es cosa tuya. No hay nada que sea tan tuyo como lo es Dios, que te pertenece a ti más de lo que te perteneces tú mismo. ¿Te parece cosa indigna que Dios te pertenezca? 

Pues escucha al profeta: Sus graneros están llenos y rebosan trigo, sus ovejas fecundas salen en muchedumbre de su establo..., y dicen: Feliz el pueblo que posee todos estos bienes (Ps. 143,13: Vulgata). Así piensa el mundo; sin embargo, el salmista contesta: Feliz el pueblo cuya herencia es el Señor, su Dios (ibid.). Pues si Dios es tu propiedad, ¿por qué la excluyes de ese amor con que amas a todo lo tuyo? Pierdes cualquier cosilla de las que posees, y te apenas; pierdes a Dios, y no te entristeces. Si le amases, lo sentirías, y no te entristeces, porque ni siquiera sabes los bienes aquellos que ni el ojo ha visto, ni el oído ha percibido, ni el corazón ha podido imaginar lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman (1 Cor. 2,9). 

Si los bienes de que Dios te ha colmado no te bastan para encender tu amor, piensa al menos en la recompensa que te prepara en aquel océano de felicidad en que todo será bueno para ti, y que no consiste sino en hacer que Dios, sea tuyo. En la vida presente, todo concurre al bien de los que te aman  (Rom. 8.28), incluso los pecados, que les hacen más humildes, mientras  que a los que no le aman, hasta las virtudes les precipitan al mal, llenándoles de orgullo. Pero, cuando llegue aquel día, entonces entenderás bien cómo todo contribuye  a nuestra felicidad, porque Dios te habrá vuelto  y se habrá hecho tuyo.

Y si aun estas ventajas no te animan, piensa que al que ama no se le paga más que con amor... 


d) CÓMO AMAR A DIOS

1. Sin peso ni medida

¿Quieres que te explique la regla del amor? Pues está compendiada en estas palabras Con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu, esto es, con todas tus fuerzas. La medida de amor a Dios es amarle sin medida. ¿Quieres saber cómo has de amarle? Pues ámale cuanto se merece; con eso basta. 

Pero me dirás: ¿Cómo puedo yo alcanzar ese amor? Me agradan tus palabras. Si no eres suficiente para alabar a Dios, por lo menos no dejes de alabarle; si no puedes amarle tanto como debes, ámale, al menos, tanto como puedas; no temas los excesos de un amor en el que todas tus fuerzas y poder quedarán siempre por bajo de la gloria y excelencia del Dios amado, cómo todas tus alabanzas serán siempre muy inferiores al mérito y perfecciones del Dios que alabas. 

2. El exceso en el amor

"Amemos al Señor sin regla y sin medida, porque así nos amó El. El que hizo todas las cosas con peso y medida, no tuvo ni peso ni medida para amar. Únicamente al amar cae Dios en el exceso, y en este exceso sobrepasa los límites de toda inteligencia y razón. El que desde el principio ha guardado tal mesura en todas sus obras, no quiso tener ninguna para amar, y cayó en los excesos más increíbles. Perdóname, Señor mío, te lo suplico; perdona a tu siervo, Porque es la audacia y la alegría lo que inspiran sus palabras. Si, nuestro Dios nos amó con una demasía extraordinaria.¿No es acaso excesivo el que un Dios esté pendiente de un patíbulo por un miserable y vil gusano? ¿No es un exceso que Dios muera para que el culpable viva, que el Creador se entregue por su criatura, que El que nos ha hecho sufra tan cruelmente por la obra de sus manos? Si hay en esto medida, ¡oh Dios mío! será vuestra sabiduría quien pueda verla, porque para la inteligencia creada es un exceso; un exceso verdadero, exceso inmenso. No temo decirlo, porque los hechos lo demuestran, y el Apóstol, inspirado, tampoco tuvo temor de confesarlo: la caridad con que Dios nos amó es excesiva, puesto que le llevó entregar por nosotros al Hijo eterno. ¡Oh caridad desbordante, verdaderamente increíble, extremadamente excesiva, que sobrepasa la extensión y límites de toda caridad! Cuando el profeta habla de la obra de la redención la llama abundante; pero, cuando el Apóstol lo hace, la llama “formalmente excesiva (Eph. 2,4)". 

3. Tres maneras de amar a Dios

"Hay tres maneras de amar a Dios con todo el corazón. La primera consiste en ofrecérselo todo entero, sin dividirlo de una manera culpable, como Caín… En efecto, algunos dividen sus corazones, y entregan una parte a Dios y otra al mundo y a los placeres. Quieren honrar a Dios sin desagradar al mundo, aspiran a los bienes del cielo sin rechazar los de la tierra. A éstos dirige Santiago las palabras siguientes: Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? Quién pretende ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios (Iac. 4,4). No ofrecen nada, porque no ofrecen su corazón entero, y Dios no acepta corazones partidos, ni su Espíritu habita corazones de vanidad. No aman a Dios de todo su corazón; por lo tanto quebrantan  este mandamiento. 

La segunda manera de amar a Dios con todo el corazón, es amarle a El solo y amar el resto de las cosas por El para El. 

En este caso, el corazón no se disipa con sus afectos a las demás criaturas, y éste es el amor del hombre perfecto. La tercera manera de amarle con todo el corazón consiste en absorberse en Dios de tal forma, que no haya un solo pensamiento, afecto y deseo que no verse sobre El. 

El primer modo de amar es perfecto; el segundo, de consejo; el tercero, está sobre los preceptos y consejos, porque sólo se consigue en el cielo".


e) CÓMO LLEGAR AL AMOR

1. Es una gracia sobre toda gracia

Adviértase en primer lugar que el hombre no puede conseguir el amor ni por su industria ni por su esfuerzo. Dios lo da gratuitamente y es una gracia sobre toda gracia. Se le obtiene por medio de lágrimas y de ruegos; pero no por nuestras propias fuerzas. El amor no se enseña, el amor es derramado en las almas; el amor no se aprende, es recibido gratuitamente. Sin embargo, los que lo buscan, lo encuentran, no como fruto natural de su búsqueda ni de sus investigaciones, sino como gracia que Dios les concede. 

2. La pureza de alma

Ahora bien, son muy numerosos los medios de que disponemos para ayudarnos, a conseguir ese amor. Sea, ante todo, la pureza de corazón, porque el licor dulce y precioso del amor no puede escanciarse en un vaso manchado. Por eso dice  Santiago: Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros. Lavad las manos, pecadores, y purificaos, hombres de doble corazón (Iac. 4,8). Purificaos no sólo de los lazos de la voluptuosidad, que deshonran, y del pecado, que  corrompe, sino de toda inquietud indigna. Vaciad vuestros corazones para que los llene el Espíritu Santo, que, en cuanto los vea vacíos, acudirá de prisa. Además es necesario que embellezcais el alma, con los ornamentos de la virtud. Apenas os vea así adornados, vendrá El mismo sin que le llaméis, se presentará sin que le invitéis; basta con que le mostréis su alcoba llena de flores para que acuda atraído por vuestros perfumes.

Pero el Espíritu de caridad es extraordinariamente a la más ligera ofensa se enfría o se va. Si, pues, lo habéis conseguido, conservadle solícitos como una con tetilla en medio del bosque húmedo, que se apaga al menor soplo. No apaguéis en vosotros el Espíritu (1 Thes. 5,19). 

3. Otros medios 

El desearlo vivamente y el pedírselo al Señor son medios de los más eficaces. Dios no da su Espíritu de amor a quienes lo menosprecian, ni arroja sus perlas a los pies de los cerdos; pero, en cambio, las reparte generoso a quienes las desean. 

Todavía existe otro medio, que es la mortificación de la carne, porque los apetitos groseros son un peso que aleja de Dios y una nube de vapores negros que impiden brillar a la luz serena. 

El amor al prójimo tiene asimismo una gran eficacia para conducirnos al amor de Dios. Es como el primer escalón que hay que empezar a subir. Hace que el alma entre dentro del amor de Dios como la aguja, que lleva el hilo detrás de ella. 

Aunque podemos citar diversas maneras de conseguir este divino amor, como la lectura de las santas Escrituras, la meditación frecuente sobre la encarnación y pasión del Señor, el recuerdo continuo de sus beneficios. 

Todos estos medios y otros semejantes son como un bosque místico, que encendido alimenta el fuego sagrado y lo entretiene sin cesar para que no se apague y arda continuamente en la presencia de Dios, cumpliendo el precepto de la Ley: El holocausto arderá sobre el hogar del altar de la noche a la mañana y el fuego del altar se tendrá siempre  encendido (Lev. 6,2). Preocupémonos cada uno de nosotros de poner nuestro cuidado principal en que no se apague jamás este fuego divino en el altar de nuestro corazón. 

Boletín Dominical 27 de septiembre


Día 27 de Septiembre, Domingo XVII de Pentecostés.

Doble- Orn. Verdes. Conm. Stos Cosme y Damián.

Solamente el Evangelio, creído y puesto por obra, puede realizar en la tierra la unidad del espíritu con el vínculo de la paz entre todos los pueblos y naciones.

Al fariseo que con refinada malicia pregunta a Jesús cual es el mayor mandamiento, para ver si obtiene una respuesta que dé fundamento para acusarle ante el Sanedrín, le contesta categóricamente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

El amor es una pasión muy noble que nos lleva a la unión más perfecta de voluntades, afectos y pensamientos con la persona amada. Y será tanto más noble y santo cuanto lo sea su objeto. Si pues el objeto es Dios, y el prójimo por amor de Dios, ya se ve cuan santo, noble y fecundo es el amor de Dios. Él ha inspirado tantos heroísmos en las almas.

Por lo tanto, el amor a Dios, si es verdadero y puro, debe llenar e informar toda nuestra vida, todas nuestras obras, afectos y pensamientos, de modo que sean dignos de Dios: “Con todo tu corazón, con toda tu alma…”

Toda la intimidad y delicadeza de nuestro corazón, toda la ternura de nuestra alma, toda elevación de nuestro pensamiento, todo el empuje de nuestras fuerzas, todo cuanto valemos, hemos de emplearlo en el amor de Dios.



Día 29 de Septiembre, la Dedicación del Arcángel San Miguel

Doble de I clase- Orn- Blancos

Miguel o Mi-ka-el significa en hebreo ¿Quién cómo Dios? Con ésta magnífica proclamación de los derechos de Dios sobre todas las criaturas, como con espada de fuego, y llamando a sí a todos los ángeles fieles, entabla San Miguel la lucha victoriosa contra Lucifer, el cual, ensoberbecido con la alteza de su naturaleza angélica y con los grandes dones y gracias de que estaba adornado, se negó a obedecer a Dios y adorar el misterio que les reveló de la naturaleza humana hipostáticamente unida a la Persona Divina en Cristo, pues aspiraba a que la Persona Divina se uniera hipostáticamente a la naturaleza angélica y así elevarse el hasta la divinidad. San Miguel arrojó del cielo al soberbio Lucifer y a todos los ángeles rebeldes que había arrastrado consigo, hundiéndolos en el infierno, para ser infelices por toda la eternidad. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de San Miguel y de todos los ángeles que lucharon con él por la honra y el honor de Dios. 





domingo, 20 de septiembre de 2020

Sermón Domingo XVI después de Pentecostés

 

Sermón

R.P. Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold


Lección

Hermanos: Os ruego que no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria. Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Así sea.

Ephesios III, 13-21


Evangelio

En aquel tiempo: Entró Jesús un sábado a comer en casa de uno de los príncipales fariseos, ellos le estaban acechando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?» Y no pudieron replicar a esto. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Lc. XIV, 1-14


Fray Luis de León: Jesús Médico Divino


COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO 

DEL DOMINGO XVI DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

En aquel tiempo: Entró Jesús un sábado a comer en casa de uno de los príncipales fariseos, ellos le estaban acechando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?» Y no pudieron replicar a esto. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Lc. XIV, 1-14


FRAY LUIS DE LEÓN 


Jesús Médico Divino

En el evangelio de hoy vemos al Señor curando a un enfermo. Cristo, Jesús". esto es. "Salud". Casi todo el capítulo figura extractado en el tomo primero, domínica de infraoctava de Navidad. Hoy copiamos unos párrafos que no figuran  allá (BAC. Obras p.759ss)

A) Jesús, médico en cuanto hombre

"Para hacer a las criaturas, no hizo hombre a su Hijo, mas hízole para sanarlas y rehacerlas. Para que el Verbo fuese el artífice bastó sólo ser Dios, mas para que fuese el Jesús y la salud convino que también fuese hombre. Porque para hacerlas, como no las hacía de alguna materia o de algún sujeto, no se requería que el artífice se midiese y se proporcionase al sujeto, pues no le había.

Mas para separar lo ya criado y que se desataba de suyo, porque el reparo y la medicina se hacía en sujeto que era, fué muy conveniente y, conforme a la suave orden de Dios, necesario que el reparador se avecinase a lo que reparaba y que se proporcionase con ello; y que la medicina que se ordenaba fuese tal, que la pudiese actuar el enfermo, y que la salud y el Jesús, para que lo fuese a las cosas criadas, se pusiese en una naturaleza criada que con la persona del Verbo junta hiciese un Jesús. De arte que una misma persona en dos naturalezas distintas, humana y divina, fuese criador en la una y médico, y redentor, y salud en la otra: y el mundo todo, como tiene un Hacedor general, tuviese una Salud general de sus daños, y concurriesen en una mis-ma persona este formador y reformador, esta vida y esta salud de vida, Jesús". 

B) En el Verbo, el misterio; en Cristo, la salud 

"Y como en el estado del paraíso, en que puso Dios a nuestros primeros padres (Gen. 2,9-17), tuvo señalados dos árboles, uno que llamó del saber y otro que servía al vivir, de los cuales, en el primero, había virtud de conocimiento Y de ciencia, y en el segundo, fruta que comida reparaba todo lo que el calor natural gasta continuamente de la vida; Y como quiso que comiesen los hombres de éste, y del otro del saber no comiesen, así, en este segundo estado, en un supuesto mismo, tiene puestas Dios aquestas dos maravillosísimas plantas; una del saber, que el , cuyas profundidades nos es vedado entenderlas,es según Verbo que se escribe: Al que escudriñare la majestad hundirálo la gloria (Prov. 95 27); y otra, del reparar y del sanar, que es Jesús de la cual comeremos, porque la comida de su fruta y el incorporal en nosotros su santísima carne se nos manda, no sólo no se nos veda. Que El mismo lo dice: Si no comiéredes la carne del Hijo del hombre y no bebiéredes su sangre, no tendréis vida (Io. 25,27). Que como sin la luz del sol no se ve, porque es fuente general de la luz, así, sin la comunicación de este grande Jesús, de este que es Salud general, ninguno tiene salud. El es Jesús nuestro en el alma, El lo es en el cuerpo: en los ojos. en las palabras, en los sentidos; y sin éste Jesús no puede haber en ninguna cosa nuestra Jesús; digo no puede haber salud que sea verdadera salud en nosotros. En los casos prósperos, tenemos Je-en Jesús; en lo miserable y adverso, tenemos Jesús en Jesús; en el vivir, en el morir, tenemos Jesús en Jesús. Que, como diversas veces se ha dicho, cuando nacimos en Dios por Jesús, nacemos sanos de culpas; cuando, después de nacidos, andamos y vivimos en El, El mismo nos es Jesús para los rastros que el pecado deja en el alma; cuando perseveramos viviendo, El también extiende su mano saludable y la pone en nuestro cuerpo malsano, y templa sus infernales ardores, y lo mitiga y desencarna de sí, y casi lo transforma en espíritu; y, finalmente, cuando nos deshace la muerte, El no desampara nuestras cenizas, sino, junto apegado con ellas, al fin les es tan Jesús, que las levanta y resucita, y las viste de vida que ya no muere, y de gloria que no fallece jamás". 

C) Canto de agradecimiento 

"Y tengo por cierto que el profeta David, cuando compuso el salmo 102, tenía presente a esta Salud universal en su alma. Porque, llena de la grandeza de esta imagen de bien..., reventándole el alma en loores, habla con ella misma Y convídala a lo que es su deseo, a que alabe al Señor y le engrandezca, y le dice: Bendice, ¡oh alma mía!, al Señor (Ps. 1021). Di bienes de El, pues El es tan bueno. Dale palabras buenas siquiera en retorno de tantas obras suyas tan buenas. Y no te contentes con mover en la boca la lengua Y con enviarle palabras que diga, sino tómate en lenguas tú Y haz que tus entrañas sean lenguas y no quede en ti Parte que no derrame loor. Lo público, lo secreto, lo que descubre y lo íntimo; que por mucho que hablen, hablarán mucho menos de lo que se debe hablar. Salga de lo hondo de tus enseñanzas la voz, para que quede asentada allí corno o esculpida perpetuamente su causa; hablen los secretos de tu corazón loores de Dios, para que quede en él la memoria de las mercedes que debe a Dios, a quien loa; Para que jamás se olvide de los retornos de Dios (Ps. 102), de las formas diferentes con que responde a tus hechos. Tú te convertirás en nada, y El hizo nueva orden para darte su ser. Tú eres pestilencia de ti y ponzoña para tu misma salud y El ordenó una salud, un Jesús, que dió a todos tus pecados perdón; Jesús, que medicinó todos los ayes y dolencías que en ti de ellos quedaron; Jesús, que, hecho deudo tuyo, por el tanto de su vida sacó la tuya de la sepultura ; Jesús, que, tomando en sí carne de su linaje, en ella libra a la tuya de lo que corrompe la vida Jesús, que te rodea toda apiadándose de tu vida; Jesús, que en cada ,parte tuya halla mucho que sanar y que todo lo sana Jesús y salud que no solamente da la salud, sino salud blanda, salud que de tu mal se enternece, salud que te saca de la corrupción de la huesa, salud que de lo que es grande piedad y misericordia, te compone premio y corona; salud, finalmente, que hinche de sus bienes tu arreo, que enjoya con ricos dones de gloria tu vestidura, que glorifica vuelto a vida tu cuerpo, que le remoza, y le renueva, y le resplandece, y le despoja de toda su flaqueza y miseria vieja, como el águila se despoja y remoza". 

D) El mayor motivo 

"Porque dice Dios: Dios, al fin, es deshacedor de agravios y gran hacedor de justicias. Siempre se compadece de los que son saqueados y les da su derecho; que si tú no me-recias merced, el engaño con que tu ponzoñoso enemigo te robó tus riquezas voceaba delante de él por remedio. Desde que lo vió se determinó remediarlo, y les manifestó a Moisés y a los hijos de su amado Israel su consejo, el ingenio de su condición, su voluntad y su pecho, y les dijo: Soy compasivo y clemente, de entrañas amorosas y pías, largo en sufrir, copioso en perdonar; no me acelera el enojo, antes el hacer bienes y misericordias me acucia ; paso con an-cho corazón mis ofensas y no me doy a manos en el derramar mis perdones; que no es de mí el enojarme contigo, ni el barajar siempre con vosotros no me puede aplacar. Así lo dijiste, Señor, y así se ve por el hecho, que no has usado con nosotros conforme a nuestras maldades. Cuan lejos de la tierra está el cielo, tan alto se encumbra la piedad de que usas con los que por suyo te tienen. Ellos son tierra baja, mas tu misericordia es el cielo. Ellos esperan, como tierra seca, su bien, y ella llueve sobre ellos sus bienes. Ellos, como tierra, son viles; ella, como cosa del cielo, es divina. Ellos perecen como hechos de polvo; ella, como el cielo, es eterna. A ellos, que están en la tierra, los suben y los oscurecen las nieblas; ella, que es rayo celestial, luce y resplandece por todo. En nosotros se inclina lo pesado como en el centro, mas su virtud celestial nos libra de mil pesadumbres. Cuanto se extiende la tierra y se aparta el na-cimiento del sol de su poniente, tanto alejaste de los hombres sus culpas. Habíamos nacido en el poniente de Adán; traspusístenos, Señor, en tu Oriente, Sol de justicia. Como padre que ha piedad de sus hijos, así tú, deseoso de dar-nos largo perdón, en tu Hijo te vestiste para con nosotros de entrañas de padre. Porque, Señor, como quien nos forjaste, sabes muy bien nuestra hechura lo puedes olvidar; muy acordado estás que soy polvo. Como yerba de heno son los días del hombre. Nace, y sube, Y florece, y se marchita corriendo. Como las flores ligeras, parece algo, es nada ; promete de sí mucho, y para en, un flueco que vuela ; tócale a malas penas el aire, y perece, sin dejar rastro de si. Mas cuanto son más deleznables los hombres, tanto tu misericordia, Señor, persevera más firme".






sábado, 19 de septiembre de 2020

Boletín Dominical 20 de septiembre


Día 20 de Septiembre, Domingo XVI de Pentecostés

Doble-Ornamentos Verdes

Conm. de San Eustaquio y Compañeros. Mártires.

Nos refiere el Evangelio que habiendo sido invitado Jesús por uno de los príncipes de los fariseos a comer en su casa, le presentaron un hombre hidrópico, no con buena intención de ofrecerle ocasión de hacer un acto de caridad y manifestar su poder divino, sino con la mala intención de ponerle en situación difícil, pues decían ellos: si no le cura se dirá que no puede hacerlo, y si le cura diremos que siendo hoy sábado ha quebrantado la ley que no permite hacer nada en este día.

Jesús les pregunta: “¿Es permitido curar a un enfermo en sábado?” Nadie se atreve a responder. Ya veían que si contestaban afirmativamente se contradecirían a sí mismos que tantas veces habían dicho que no; y si respondían negativamente, temían que el poder de Cristo les humillara haciendo en nombre de Dios un milagro.

En vista de que todos callan, Jesús tomando de la mano al enfermo lo sanó y despidió. No quiso ensañarse con los fariseos el Divino Maestro, antes bien intentó iluminar sus entenebrecidas inteligencias con los rayos de la verdad: “Decidme, les apostrofa, ¿Quién de vosotros, si se les cae un asno o un buey al fondo de un pozo, no va y le saca, aunque sea sábado?

Como los doctores de la ley y los fariseos, ¡cuántos hay que olvidan que la caridad es reina de todas las virtudes y que sin ella no se puede agradar a Dios; cuantos que cuidan más de sus bestias que de sus semejantes.



Día 21 de Septiembre,

San Mateo, Apóstol y Evangelista.

Los publicanos en Roma eran ricos propietarios que compraban a la Republica los impuestos de las provincias; pero los publicanos de que habla el Evangelio no tenían tan alta categoría. Eran simples subalternos que cobraban, vigilaban y exigían en nombre de las grandes compañías, que por medio de esos empleados extendían sus redes sutiles por todo el Imperio. Esto era Mateo, llamado también Leví, publicano, arrendador de las rentas imperiales, que se recogían cobrando los tributos que debían pagar los judíos, que se veían esclavizados por el  fisco romano, por lo cual miraban a los publicanos como traidores y pecadores. Mateo había nacido en Caná de galilea. Estando en Cafarnaum sentado en el banco de la recaudación de contribuciones, pasó un día Jesús y le dijo: “Sígueme”. Y él, dejando todo, se fue tras Jesús. Era una adhesión espontánea y completa. Fue San Mateo el primero que escribió el Evangelio de Jesucristo, y lo hizo en lengua hebrea, pues lo destinaba especialmente para los judíos; por eso comienza con la genealogía de Cristo y demuestra que Jesús es el Mesías esperado. Predicó en Palestina y en Etiopía, donde, por confirmar el voto de virginidad a la princesa Ifigenia, fue martirizado. 

domingo, 13 de septiembre de 2020

Sermón Domingo XV después de Pentecostés




Sermón

R.P. Pío Espina Leupold





Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Lección
Hermanos: Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente. Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Examine cada cual su propia conducta y entonces tendrá en sí solo, y no en otros, motivo para glorificarse, pues cada uno tiene que llevar su propia carga. Que el discípulo haga partícipe en toda suerte de bienes al que le instruye en la Palabra. No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe. 
Gálatas V, 25-26, VI. 1-10


Evangelio
En aquél tiempo iba Jesús a una ciudad llamada Naim, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».  
Lc VII, 11-16

Boletín Dominical 13 de septiembre





Día 13 de Septiembre, Domingo XV de Pentecostés
Doble-Ornamentos Verdes

Acercándose Jesús a la ciudad de Naím ve que llevan a enterrar  un joven hijo único de una viuda. Compadecido Jesús de esa pobre madre, hace detener el cortejo y vuelve la vida al joven con el imperio de su palabra divina.

En la resurrección de este joven la ostentación de la divina potencia de Jesús queda como eclipsada por la manifestación de la ternura de su Corazón. Solo Jesús puede alargar la vida; solo Él puede resucitar un muerto; Él solo también puede resucitar las almas de la muerte que es el pecado.

Al recordar este pasaje del evangelio de San Lucas no dejemos de meditar, de pensar un poco en la muerte, por que como dice San Juan Clímaco “la meditación de la muerte es la más útil para la salvación”.

Ante la consideración de la muerte, ¡que efímeros aparecen los goces transitorios de la tierra! ¿De qué le sirve entonces al rico su fortuna, ni su ciencia a los sabios, ni el poder a los gobernantes, ni el ingenio a los dotados de talento, ni la hermosura, ni la belleza? Todo es vanidad de vanidades y aflicción de espíritu, como dice el libro de la Sabiduría.

Entonces se comprende muy fácilmente que el servir a Dios es reinar.





Día 15 de Septiembre
Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María

María, llena de fortaleza y de dolor, estaba el pie de la cruz en que ve clavado a su Hijo Divino. Ningún mortal podrá comprender nunca la intensidad del dolor de la más buena de las madres al ver, con tanta ingratitud e injusticia, ultrajar, atormentar y ajusticiar al más santo y amable de los hijos. La piedad del pueblo cristiano ha querido recordar y meditar las acerbísimas penas y los principales dolores de la Santísima Virgen Maria, que como espadas se clavaron en su dulce corazón, desde que la profecía del anciano Simeón le anuncio su martirio incruento. Digamos con la liturgia: “¡Oh Madre, fuente de amor! Hazme sentir tu dolor, para que llore contigo; y que por mi Cristo amado, mi corazón abrazado más viva en el que conmigo.”

domingo, 6 de septiembre de 2020

Sermón Domingo XIV después de Pentecostés


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold



Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Lección

Hermanos: Vivíd según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. 

Gálatas V, 16.24


Evangelio

En aquél tiempo: Nadie puede servir a dos señores; porque odiará al uno y amará al otro; o se adherirá al uno y despreciará al otro. Vosotros no podéis servir a Dios y a Mammón”. “Por esto os digo: no os preocupéis por vuestra vida: qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, con qué lo vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento? ¿y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni juntan en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros puede, por mucho que se afane, añadir un codo a su estatura? y por el vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo: cómo crecen; no trabajan, ni hilan, mas Yo os digo, que ni Salomón, en toda su magnificencia, se vistió como uno de ellos. Si, pues, la hierba del campo, que hoy aparece y mañana es echada al horno, Dios así la engalana ¿no (hará Él) mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, por consiguiente, diciendo: “¿Que tendremos para comer? ¿Qué tendremos para beber? ¿Qué tendremos para vestirnos?” Porque todas estas cosas las codician los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura.

Mateo VI, 24-33

Boletín Dominical 6 de agosto


Día 6 de Septiembre, Domingo XIV de Pentecostés.

Doble-Ornamentos Verdes.

La vida del hombre sobre la tierra es un peregrinar continuo mientras dura ella; somos peregrinos, somos aves de paso, vamos en busca de la patria; y en este camino hemos de aligerar la carga de cuidados embarazosos que puedan entorpecer el viaje, hacerle pesado o hacernos cambiar de ruta con pérdida irremediable para nosotros. Debemos pues, vivir desprendidos de las cosas terrenas y practicar ese desprendimiento con la perfección posible. Esto no quita el cuidado necesario y conveniente que debemos tener con nuestras cosas y de nuestros bienes, ni aún el deseo honesto de mejorar; pero…ha de ser sin demasiadas ansias, sin inquietudes, sin envidias, sin congojas, sin que embarace tanto nuestro espíritu que perdamos de vista las espirituales y eternas hacia las que se dirige nuestra vida. Esto es lo que nos enseña el Señor en el Evangelio de hoy. “Nadie puede servir a dos señores”, y menos dos señores rivales. No podéis servir a Dios y al dinero


Día 8 de Septiembre, Natividad de Nuestra Señora.

Celebra hoy la Iglesia el nacimiento de la Santísima Virgen Maria, Nuestra Señora y Madre. Su padre fue San Joaquín, de Nazareth, y su madre, Santa Ana de Belén. El día 12 se celebra el Dulcísimo Nombre de Maria. Maria, estrella del mar, Maria, estrella del amanecer, Maria estrella y derrotero de la humanidad, a la que inunda de gozo y de luz, luz que brilla dulce, clara y amable para volver los extraviados a la casa del Padre, para alegrar los corazones que gimen, para poner calor de caridad entre el odio y la indiferencia. (Continua) 




(Sigue) “OH vosotros, dice San Bernardo, que flotáis sobre la corriente de este mundo, entre las tormentas y los vendavales, tened los ojos fijos en la Estrella si no queréis perecer entre las olas. Si te sientes asaltado por el huracán de la tentación, arrojado contra los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, invoca a Maria. Si tiemblas agitado por el oleaje del orgullo, de la ambición, de la envidia, de la concupiscencia, mira a la Estrella, invoca a Maria. Si te turba el horror del juicio, si te aterra la enormidad de tus crímenes, si te ves arrastrado por el abismo de la tristeza y la desesperación, piensa en Maria. En los peligros, en las angustias, en las vacilaciones, piensa en María, invoca a Maria. Tenla perpetuamente en los labios, siempre en el corazón”.