domingo, 27 de febrero de 2022

Sermón Domingo de Quicuagésima


Sermón

Monseñor Pío Espina Leupold

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Sermón

R.P. Julián Espina Leupold

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Lección

Hermanos: Aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tenga (don de) profecía, y sepa todos los misterios, y toda la ciencia, y tenga toda la fe en forma que traslade montañas, si no tengo amor, nada soy. Y si repartiese mi hacienda toda, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, mas no tengo caridad, nada me aprovecha. El amor es paciente; el amor es benigno, sin envidia; el amor no es jactancioso, no se engríe; no hace nada que no sea conveniente, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se regocija en la injusticia, antes se regocija con la verdad; todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca se acaba; en cambio, las profecías terminarán, las lenguas cesarán, la ciencia tendrá su fin. Porque (sólo) en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando llegue lo perfecto, entonces lo parcial se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; mas cuando llegué a ser hombre, me deshice de las cosas de niño. Porque ahora miramos en un enigma, a través de un espejo; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, entonces conoceré plenamente de la manera en que también fui conocido. Al presente permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; mas la mayor de ellas es la caridad.

I Corintios XIII, 1-13


Evangelio

En aquel tiempo: Tomando Jesús, consigo a los Doce, les dijo: “He aquí que subimos a Jerusalén, y todo lo que ha sido escrito por los profetas se va a cumplir para el Hijo del hombre. Él será entregado a los gentiles, se burlarán de Él, lo ultrajarán, escupirán sobre Él, y después de haberlo azotado, lo matarán, y al tercer día resucitará”. Pero ellos no entendieron ninguna de estas cosas; este asunto estaba escondido para ellos, y no conocieron de qué hablaba. Cuando iba aproximándose a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, y mendigaba. Oyendo que pasaba mucha gente, preguntó que era eso. Le dijeron: “Jesús, el Nazareno pasa”. Y clamó diciendo: “Jesús, Hijo de David, apiádate de mí!”. Los que iban delante, lo reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía mucho más: “¡Hijo de David, apiádate de mí!”. Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajesen; y cuando él se hubo acercado, le preguntó: “¿Qué deseas que te haga?” Dijo: “¡Señor, que reciba yo la vista!”. Y Jesús le dijo: “Recíbela, tu fe te ha salvado”. Y en seguida vio, y lo acompañó glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Lucas XVIII, 31-43


sábado, 26 de febrero de 2022

Santo Tomás de Villanueva: La Dulzura de la Cruz



COMENTARIO AL EVANGELIO

DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA

 

En aquel tiempo: Tomando Jesús, consigo a los Doce, les dijo: “He aquí que subimos a Jerusalén, y todo lo que ha sido escrito por los profetas se va a cumplir para el Hijo del hombre. Él será entregado a los gentiles, se burlarán de Él, lo ultrajarán, escupirán sobre Él, y después de haberlo azotado, lo matarán, y al tercer día resucitará”. Pero ellos no entendieron ninguna de estas cosas; este asunto estaba escondido para ellos, y no conocieron de qué hablaba. Cuando iba aproximándose a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, y mendigaba. Oyendo que pasaba mucha gente, preguntó que era eso. Le dijeron: “Jesús, el Nazareno pasa”. Y clamó diciendo: “Jesús, Hijo de David, apiádate de mí!”. Los que iban delante, lo reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía mucho más: “¡Hijo de David, apiádate de mí!”. Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajesen; y cuando él se hubo acercado, le preguntó: “¿Qué deseas que te haga?” Dijo: “¡Señor, que reciba yo la vista!”. Y Jesús le dijo: “Recíbela, tu fe te ha salvado”. Y en seguida vio, y lo acompañó glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Lucas XVIII, 31-43



SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA


La dulzura de la cruz


(Cf. segundo sermón para la festividad de un mártir, en Divi THOMAE A VILLANOVA, Opera omnia, Manilae 1883.) 


A) Una antítesis

El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz (Mt. 16,24). ¿Quién se atreve a leer tales palabras? ¿No es comprensible la reacción del mundo que vió unirse a los reyes con sus pueblos para clamar: Rompamos sus coyundas, arrojemos lejos de nosotros sus ataduras? (Ps. 2,3). Señor, ¿cómo entenderte? Nos dijiste: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo... y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera (Mt. 11,28-30), y ahora nos hablas de renuncias y de cruz. ¿Quién no temerá a la muerte? Ahora sí que entiendo aquello de que riges con cetro de hierro para romperlos como a vasija de alfarero (Ps. 2,8). Vara de hierro es tu ley. Pero dime, ¿cómo evitaré la contradicción que aparece entre tus dos modos de expresarte? Es una constante en la historia del Señor que, cuando habla, los unos comentan: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? (lo. 6,60), y otros apostillan: ¿A quién ¡riamos? Tú tienes palabras de vida eterna (ibid., 69). Las palabras de Jesús son para los unos palabras de vida, mientras que los otros las juzgan excesivamente duras y buscan su consuelo en otra parte. Por consiguiente, no debe de ser en el Señor en donde se encuentre la dureza, sino en el oído torpe de quienes las escuchan. Sus preceptos no son pesados (1 Io. 5,3). 



B) La ley no es dura, sino suave

No existe oposición real entre las distintas palabras del Señor, porque la ley no es en sí misma dura, sino en opinión de los que oyen. La doctrina de la cruz de Cristo es una necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan (1 Cor. 1,18). Los juicios de Yavé son verdad, del todo justos, más estimables que el oro acrisolado, más dulces que la miel, que el contenido del panal (Ps. 18,10-11). Si hay quien los puede llamar vara de hierro, débese ello al entendimiento del malo, que los estima duros, y a que son inflexibles ante la iniquidad. 

En cambio, ¡qué dulzura la de la cruz! Secreto es muy escondido para el mundo. No conoce esto el hombre necio (Ps. 91,7), ni nadie lo creería, si la experiencia no lo hubiera demostrado, que puede existir un trabajo sin fatiga, una carga sin peso y un yugo sin opresión. 

¿Cómo puede ocurrir? No lo sé. Sólo sé que ocurre. Que el sufrir, el trabajar por Cristo, es agradable, que su pobreza es opulencia, que las ofensas padecidas por El son gloria. 

Sabed que el móvil que nos empuja a soportar una u otra cosa, la cambia de naturaleza, consiguiendo que nos traiga lo que de por sí nos repelía. La sola amistad humana ya procura algo de eso. ¿Qué no alcanzará el amor de Dios? ¿Cómo, si no fuera así, hubiera podido prometer Cristo como premio a quienes por El abandonaron a sus esposas, padres e hijos, darles el ciento por uno y, además, las persecuciones de este mundo? ¿La persecución como galardón del esfuerzo? 

Multitud de almas se alejan de Cristo por no haber entendido esta doctrina, cuando, si se hubieran decidido a ponerla en práctica, la experiencia les hubiera hecho conocer su verdad. 


C) Los frutos de la cruz y su dulzura.

En medio de las ondas alborotadas de la pasión, la cruz nos muestra el camino tranquilo para llegar a la patria: sumerge en el mar a los carros y ejércitos de los apetitos sublevados; es la verdadera llave de David, que abre, y nadie cierra; cierra, y nadie abre (Apoc. 3,7). 

Y aunque sea pesada, ¿ qué importa, si no la hemos de llevar nosotros? La cruz la lleva el amor, que todo lo sufre y tolera (1 Cor. 13,7). ¡Oh Señor, aumentad el peso de la cruz y aumentad mi amor! 

Eliseo tenía invitados a los profetas, cuando su criado inadvertidamente mezclé coloquintidas en la comida. Una vez que hubieron probado el guiso, asustados de su amargor, comenzaron a gritar: La muerte está en la olla (4 Reg. 4,40); pero el profeta depositó un poco de harina en el recipiente y desapareció el mal sabor (ibid., 41). 

Otro criado imprudente, Adán, amargó de tal manera nuestra vida con trabajos y sufrimientos, que hemos podido decir que la muerte estaba en ella. Hasta que Jesús acercó sus labios divinos, y desde entonces los apóstoles se gozan al sentir sus espaldas desgarradas por los azotes. Ejércitos de mártires se precipitan sobre aquel plato amargo como si fuera un manjar delicioso... Lo amargo se ha trocado en dulce por la gracia del Señor. Recordemos aquellos monjes de San Bernardo, que se esforzaban en rehusar incluso todo deleite espiritual que recibieran, hasta que fueron amonestados de que aquello era rechazar al Espíritu Santo. 


D) Variedad de. cruces

Una de ellas mortifica a la carne. Trabajos y miserias en prolongadas vigilias, en hambre y sed, en ayunos frecuentes (2 Cor. 11,27). Esta es la primera cruz. La segunda es el celo y compasión de las almas. Esto sin hablar de mis cuidados de cada día... ¿Quién desfallece que no desfallezca yo? (ibid., 28-29). Feliz el que ha crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias (Gal. 5,24), pero más feliz todavía el que puede decir con el profeta: ¿Cómo no odiar a los que te odian?... ¡Si los odio con el más completo odio y los tengo por enemigos míos! (Ps. 138,21-22). 

A esta segunda cruz no se llega sino a través de la primera, porque ¿quién es capaz de sentir celo por los demás si no lo siente por sí mismo? El celo nace de la pureza del alma, y el celo del que advierte una paja en el ojo ajeno y no ve una viga en el suyo es un celo insensato. 

Todavía existe otra cruz, y bien triste, porque es la del demonio, insoportable y cruel como la del mal ladrón. Y, sin embargo, ¡ cuántos mártires hay que podrían repetir: Por tu causa nos entregan a la muerte cada dial (Ps. 43,23). ¡Triste martirio el de quienes viven atormentados por SUR ganancias vergonzosas, sus honores de un die, sus placeres groseros! 

¡Con qué razón decía San Agustín (cf. Serm. 285, n.2, en La palabra de Cristo t.8 p.64) que no es el martirio, sino el motivo por el cual se padece, lo que engendra gloria y premio! ¡Cruz penosa y sin esperanza la de ellos, y sin más esperanza que la muerte y el infierno, cruel trabajo cuyo único salario es un trabajo eterno, el de los hijos del siglo! 

Si es inevitable llevar una u otra cruz, ¿por qué no elegir la de Cristo, suave y meritoria? 

No quisiera que, a pesar de lo dicho, entendierais que es necesario despojaros de todos los bienes y aun de vosotros mismos, porque esa renuncia, heroica y propia de los religiosos, es un consejo y no un precepto. Mas sí os exhorto a percataros de la necesidad de poseer como si no se poseyera, de llorar como si no se llorara, de usar de las cosas de este mundo como si no se usaran, porque nuestra vida es rápida y fugaz (1 Cor. 7,29). En este sentido, renunciar al mundo es usar de sus bienes por necesidad y no por placer. 


E) La renuncia perfecta

Gran cosa es renunciarse a sí mismo, y mucho más difícil renunciar a lo que poseemos. Abandonar el placer constituye más bien una renuncia de la carne que de uno mismo, porque todavía quedamos señores de nosotros y dueños de hacer nuestra voluntad. 

La renuncia de sí mismo consiste en despojarnos de lo que tenemos dentro de nosotros, a saber, los sentidos, el entendimiento y la voluntad. Se renuncia a los sentidos y a la carne, negándonos todo placer y superfluidad, practicando la continencia, la abstinencia y la castidad. Se renuncia a la inteligencia, abandonando nuestro propio juicio y sometiendo nuestro entendimiento al yugo de la fe (2 Cor. 10,5); renuncia sublime y extremadamente grata al Señor. 

Pero todavía queda intacta la voluntad, a la cual renunciamos sometiéndola toda a la de Dios, sin querer otra cosa que lo que El quiera. Llegados a este punto, nos alegramos lo mismo en la adversidad que en la prosperidad, en la humillación que en la exaltación, y se siente uno como arcilla en la mano del alfarero. Es el modo de no vivir uno, sino de que viva Cristo en nosotros (Gal. 2,20). 

Estrecho lugar es nuestro corazón. Salgamos de él y entrará Cristo, porque Dios y el hombre no caben a la ves. Cristo nos sabrá conducir por caminos seguros al monte del Señor, 


Boletín Dominical 27 de febrero



Día 27 de Febrero de 2021, Domingo de Quincuagésima

Doble de II clase. Conm. S. Valentín, Mártir. Orn. Morados.

¡Señor, que vea! Pide el ciego de Jericó al ir que pasa Jesús, Domine, ut videam! (Evangelio). ¡Señor, que vea! Pide la humanidad, doliente y ciega, de este mundo en ruinas que no sabe adonde va.

Solo Jesús con su doctrina es luz del mundo que ilumina las conciencias y los derroteros de los pueblos. Solo Jesús es amor, caridad y unión.

Digamos también nosotros como el ciego de Jericó, ¡Señor! Que vea bien en el camino de mi vida y no me aparte de la senda que lleva al cielo.

Hoy todo cristiano fervoroso acompaña a Jesús Sacramentado, expuesto en el templo, para desagraviarle de las injurias que se le infieren con los escándalos del Carnaval.






MIÉRCOLES DE CENIZA 

Privilegiado de I clase. Orn. Morados.

Ayuno y Abstinencia

Para humillar nuestra soberbia y orgullo, y traernos a la memoria la muerte, que es pena del pecado, la Iglesia, siguiendo el ejemplo de los ninivitas, los cuales hicieron penitencia cubriéndose de ceniza y cilicio, pone hoy cenizas, hechas de los Ramos benditos del año anterior, sobre nuestras cabezas diciendo: “Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te convertirás”.

El Papa Urbano VI, en el Concilio de Benevento, el año 1091, mandó que se pusiese la ceniza a todos los fieles, porque “Dios perdona los pecados a los que de ellos se duelen” (Introito).

Es rico en misericordia para los que se vuelven a Dios de todo corazón por el ayuno, las lágrimas y los gemidos (Epístola). Y no hemos de desgarrar, como los fariseos, nuestros vestidos, sino nuestros corazones (Epístola).





martes, 22 de febrero de 2022

Dom Gueranger: La Cátedra de San Pedro en Antioquía

 




LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO EN ANTIOQUÍA


"Año Litúrgico"
Dom Próspero Gueranger



FIESTA DE LA CÁTEDRA EN ANTIOQUÍA 

Por segunda vez la Iglesia festeja la cátedra de San Pedro; hoy no se celebra su pontificado en Roma, sino su episcopado en Antioquía. La estancia que el Príncipe de los Apóstoles hizo en esta última ciudad, fué para ella la mayor gloria que tuvo desde su fundación; este período ocupa gran parte de la vida de San Pedro, por eso merece que los cristianos la celebren.


EL CRISTIANISMO EN ANTIOQUÍA

Cornelio había recibido el bautismo en Cesárea de manos de San Pedro; y la entrada de este romano en la Iglesia anunciaba que había llegado el momento en que el cristianismo iba a extenderse fuera del pueblo judío. Algunos discípulos de los que San Lucas nos ha conservado los nombres, intentaron un ensayo de predicación en Antioquía y el éxito que obtuvieron inclinó a los Apóstoles a enviar a Bernabé de Jerusalén a esta ciudad. Al llegar, éste no tardó en unírsele un judío convertido hacía pocos años y conocido aún con el nombre de Saulo, que más tarde cambió por el de Pablo y le hizo tan famoso en toda la Iglesia. La palabra de estos dos hombres apostólicos suscitó en el seno de los gentiles nuevas conversiones y se pudo prever que pronto el centro de la religión no sería Jerusalén sino Antioquía. El Evangelio se propagaba entre los Gentiles e iba avanzando la ciudad ingrata que no había conocido el tiempo de su visita (1).


SAN PEDRO EN ANTIOQUÍA

Toda la tradición concorde nos transmitió como cierto, que San Pedro tuvo su residencia en esta tercera ciudad del Imperio Romano, cuando la fe de Cristo tomó gran incremento en ella como hemos dicho al principio. Este cambio de lugar, este desplazamiento de la cátedra primada mostraron, que la Iglesia avanzaba en sus destinos y abandonando el estrecho recinto de Sión, se dirigía hacia la humanidad entera.

Sabemos por el Papa Inocencio I que en Antioquía tuvo lugar una reunión de Apóstoles. En adelante sería hacia la gentilidad hacia donde el espíritu Santo dirigiría su soplo divino empujando aquellas nubes simbólicas en las cuales Isaías vió la figura de los Santos Apóstoles (2). San Inocencio, a cuyo testimonio se une el de Vigila, Obispo de Thapso, nos dice que hay que aplicar al testimonio de la reunión de San Pedro y de los Apóstoles en Antioquía, lo que dice San Lucas en los Hechos: que después de estas conversiones en masa de los gentiles, los discípulos de Cristo comenzaron a llamarse cristianos.


LAS TRES CÁTEDRAS DE SAN PEDRO

Antioquía llegó a ser la sede de San Pedro. Allí residerá en adelante, desde allí irá a evangelizar diversas provincias de Asia; y allí volverá para acabar la fundación de esta noble Iglesia. 

Alejandría la segunda ciudad del Imperio, también reclama a su vez el honor de poseer la sede primada, cuando humilló su cerviz al yugo de Cristo; pero Roma, preparada, por Dios, para ser la emperatriz del mundo, tiene más derechos todavía. Pedro se puso en camino, llevando consigo los destinos de la Iglesia; donde se detenga, donde muera, allí dejará su sucesión. En un momento dado se marchó de Antioquía y dejó como Obispo a Evodio. Evodio será el sucesor de San Pedro y a la vez Obispo de Antioquía; pero su Iglesia no heredará la primacía que Pedro lleva consigo. El príncipe de los Apóstoles designa a Marcos, su discípulo, para que tome posesión de Alejandría en su nombre; y esta Iglesia será la segunda del universo, elevada un grado más que la de Antioquía, por la voluntad de Pedro, que, con todo eso, no dará su sede a nadie. Irá a Roma, fijará allí su cátedra, y vivirá, enseñará y regirá perpetuamente a sus sucesores. Tal es el origen de las tres grandes cátedras patriarcales, tan veneradas en la antigüedad; la primera, Roma, investida de la plenitud de los derechos del príncipe de los apóstoles, que les ha transmitido al morir. La segunda, Alejandría, que debe su preeminencia a la distinción que Pedro, se ha dignado hacer de ella adoptándola por la segunda; la tercera, Antioquía, él mismo se sentó en persona, cuando al renunciar a Jerusalén, concedió a la gentilidad la gracia de la adopción. Si pues Antioquía cede en rango a Alejandría, esta última la es inferior, en cuanto que tuvo el honor de haber poseído la persona a quien Cristo había investido con el cargo del pastor supremo. Era, pues, justo que la Iglesia honrase a Antioquía por la gloria que tuvo de ser temporalmente el centro de la sociedad; y tal es la intención de la fiesta que celebramos hoy (3).


NUESTRAS OBLIGACIONES CON LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO

Las solemnidades dedicadas a San Pedro deben interesar de modo particular a los hijos de la Iglesia; la fiesta del padre es siempre también de la familia; pues de él depende su vida y su existencia. Si no hay más que un rebaño, es porque no hay más que un pastor; honremos pues, las prerrogativas divinas de San Pedro, a las cuales debe el cristianismo su conversión, y amemos y recibamos con interés las obligaciones que tenemos con la sede apostólica. Cuando celebramos la cátedra romana, reconocemos cómo se enseña la fe, se conserva y se propaga por la Iglesia-Madre en la cual residen las promesas hechas a Pedro. Honremos hoy a la Sede Apostólica, como fuente única del poder legítimo por el que los pueblos son regidos y gobernados para su salvación eterna.


PODERES DE PEDRO

El Salvador dijo a Pedro: "Te daré las llaves del reino de los cielos (4) es decir, de la Iglesia." También le dijo: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (5) . Pedro es pues, el príncipe; porque las llaves, en la escritura significan primacía; es pues, el pastor, y pastor universal: porque en el rebaño no hay más que ovejas y corderos. Pero, por voluntad de Dios, encontramos otros pastores en todas partes: Son los Obispos, "sobre quienes se ha posado el Espíritu Santo para que gobierne la Iglesia de Dios" (6), gobiernan en nombre del pastor común a la cristiandad y son también Pastores. Pero ¿Cómo las llaves, que son patrimonio de Pedro, pueden encontrarse en manos distintas de las suyas? La Iglesia Católica nos explica este misterio en los monumentos de su Tradición. Nos dice por Tertuliano que "que el Señor ha dado las Llave a Pedro, y por él a la Iglesia" (7); por S. Optato de Mileve que, "por el bien de la unidad, Pedro ha sido preferido a los demás Apóstoles, y ha recibido solo las Llaves del Reino de los cielos, para comunicárselas a los otros" (8); por S. Gregorio de Niza, "que Cristo ha dado por Pedro a los Obispos las Llaves de su celeste prerrogativa" (9); por S. León Magno que, "el Salvador ha dado por Pedro a los demás príncipes de la Iglesia todo lo que le ha parecido conveniente" (10).


PODERES DE LOS OBISPOS

El Episcopado es siempre sagrado; se remonta a Cristo por Pedro y sus sucesores; por eso la tradición católica nos lo atestigua de una manera sorprendente, al aplaudir el lenguaje de los Pontífices Romanos que no han cesado de declarar, desde los primeros siglos que la dignidad de los Obispos estaba llamada a compartir su propia solicitud, in partern sollicitudinis vocatos. Por eso S. Cipriano no duda en decir "que el Señor, queriendo establecer la dignidad episcopal y constituir la Iglesia, dice a Pedro: Te daré las Llaves del Reino de los cielos; de aquí nace la institución de los Obispos y la disposición de la Iglesia" (11). Esto es lo que repite, a coro con el Obispo de Cartago, S. Cesáreo de Arlés en las Gaules, en el siglo v, cuando escribe al santo papa Símaco: "Fíjate que el episcopado tiene su fuente en la persona del bienaventurado Apóstol Pedro, y nace de allí, por una consecuencia necesaria, que toca a su Santidad, señalar a las diversas iglesias las reglas a las cuales deben conformarse" (12). Esa doctrina fundamental, que S. León Magno ha formulado con tanta autoridad y elocuencia y que es en otros términos la misma que venimos mostrando continuamente por la tradición, se encuentra mandada a las iglesias antes de S. León en las magníficas Cartas de S. Inocencio I, que ha llegado hasta nosotros. Por eso escribe en el Concilio de Cartago que, "el Episcopado y toda su autoridad emanan del Colegio Apostólico" (13); en el Concilio de Mileve "que los Obispos deben considerar a Pedro como fuente de su nombre y de Su dignidad" (14); a S. Victricio, Obispo de Rouen, que "el Apostolado y el Episcopado tienen su origen en Pedro" (15). 

No vamos a componer aquí un tratado polémico; nuestro objeto, alegando estos títulos magníficos de la Cátedra de S. Pedro, no es otro que avivar en el corazón de los fieles la veneración y acatamiento de que deben estar animados hacia ella. Pero es necesario que conozcan la fuente de la autoridad espiritual que, en sus diversos grados, les rige y les santifica. Todo dimana de Pedro, todo procede del Pontífice Romano en el cual Pedro se continuará hasta el fin de los siglos. Jesucristo es el príncipe del Episcopado, el Espíritu Santo establece los Obispos; pero la misión, la institución que señala al Pastor su rebaño y al rebaño su Pastor, la dan Jesucristo y el Espíritu Santo por el ministerio de Pedro y de sus sucesores.


TRASMISIÓN DEL PODER DE LAS LLAVES 

¡Qué divina y sagrada es la autoridad de las Llaves, pues descendiendo del cielo al Pontífice Romano, se deriva de él por los Prelados de las Iglesias sobre toda la sociedad cristiana que ella debe regir y santificar! El modo de transmitirse por el Colegio Apostólico ha podido variar según los siglos; pero todo poder emana de la Cátedra de Pedro. Al principio había tres Cátedras: Roma, Alejandría y Antioquía; las tres, fuentes de la institución canónica para los Obispos de su dependencia; mas las tres tenidas como otras tantas Cátedras de Pedro fundadas por él para presidir como dice S. León (16), S. Gelasio (17), y S. Gregorio (18). Pero entre estas tres Cátedras, el Pontífice que se sentaba en la primera era quien recibía del cielo su institución, mientras que los otros dos Patriarcas ejercían sus derechos después de haber sido reconocidos y confirmados por el que ocupaba en Roma el lugar de Pedro. Más tarde se quiso añadir dos nuevas cátedras a las tres primeras pero Constantinopla y Jerusalén no llegaron a tal honor sino con el asentimiento del Pontífice Romano. Con el fin de que los hombres no confundiesen las distinciones accidentales con las cuales habían sido decoradas estas diversas iglesias con la prerrogativa de la Iglesia Romana, Dios permitió que las Sedes de Alejandría, de Antioquía, de Constantinopla, de Jerusalén fuesen mancilladas con la herejía; y que llegando a ser cátedras de error, dejasen de trasmitir la misión legítima desde el momento en que alteraron la fe que Roma las había trasmitido con la vida. Nuestros Padres han visto caer sucesivamente estas columnas antiguas que la mano paternal de Pedro había erigido; pero sus ruinas atestiguan más claramente, cuán sólido es el edificio que la mano de Cristo ha levantado sobre Pedro. El misterio de la unidad es revelado con mayor claridad y Roma reservándose para sí los favores que ella había concedido a las iglesias que la habían tenido por madre común, no ha hecho sino darnos con más claridad el principio único del poder pastoral.


DEBERES DE RESPETO Y DE SUMISIÓN.

A nosotros, sacerdotes y fieles, nos toca informarnos de la fuente en que nuestros pastores han tomado su poder, de la mano que les ha trasmitido las Llaves. Su misión ¿emana de la Sede Apostólica? Si fuere así, vienen de parte de Cristo que les ha confiado por Pedro su autoridad; honrémosles, estémosles sumisos. Si se presentan sin ser enviados por el Pontífice Romano no nos juntemos a ellos; porque Cristo no los conoce. Aunque estén revestidos del carácter sagrado que confiere la unción episcopal, no son nada en el orden pastoral; las ovejas fieles deben alejarse de ellos.

Por eso el divino fundador de la Iglesia no se contentó con determinar la visibilidad como carácter esencial, a fin de que ella fuese la Ciudad edificada sobre la montaña (19), y que atrae todas las miradas; quiso también que el poder celestial que ejercen los pastores se derivase de una fuente visible; para que cada fiel pudiese comprobar los títulos de los que se presentan a él para reclamar su alma en nombre de Cristo. El Señor no podía hacer menos por nosotros puesto que por otra parte exigirá de nosotros en el último día que seamos miembros de su Iglesia y que hayamos vivido en unión con El por el ministerio de Pastores legítimos. ¡Honor, pues, y sumisión a Cristo en su Vicario!; ¡honor y sumisión al Vicario de Cristo en los pastores que envía!


ALABANZA

Gloria a ti príncipe de los Apóstoles y a tu Cátedra de Antioquía desde la cual presidiste los destinos de la Iglesia universal. ¡Qué magníficas son las estaciones de tu Apostolado! ¡Jerusalén, Antioquía, Alejandría, por tu discípulo Marcos y Roma en fin, por ti mismo; he aquí las ciudades que honras con tu Sede augusta. Después de Roma, ninguna te poseyó tan largo tiempo como Antioquía; es, pues, justo que honremos a esta Iglesia que fué un tiempo para ti la madre de las otras. ¡Ay! hoy ha perdido su hermosura, la fe ha desaparecido de su seno y el yugo del musulmán pesa sobre ella. Sálvala, Pedro, sométela a la Silla Romana, sobre la que te has sentado, no por un número limitado de años sino hasta la consumación de los siglos. Inmutable roca de la Iglesia, las tempestades se han desencadenado contra ti y nuestros ojos han visto más de una vez la Cátedra inmortal trasladada lejos de Roma. Entonces nos hemos acordado de las hermosas palabras de S. Ambrosio: "Donde está Pedro, allí está tu Iglesia", y nuestros corazones no se han turbado, pues sabemos que Pedro ha escogido a Roma por divina inspiración, por el suelo donde repose su Silla para siempre. Ninguna voluntad humana podrá separar lo que Dios ha unido; el Obispo de Roma será siempre el Vicario de Jesucristo, y el Vicario de Cristo aunque le desterrase la violencia sacrilega de los perseguidores, será siempre el Obispo de Roma.


SÚPLICA 

Calma las tempestades, ¡oh Pedro! para que los débiles no vacilen; ruega al Señor que la residencia de tu sucesor no salga de esta ciudad que tú escogiste y elevaste a tantos honores. Si los habitantes de esta ciudad reina han merecido ser castigados por olvidar sus deberes, perdónalos en consideración al universo católico, que su fe, como en los días en que Pablo tu hermano, les enviaba su Epístola, llegue a ser célebre en el mundo entero (20).




Notas

1. San Lucas., XIX, 44.
2. Isaías, LX, 8.
3. Hemos hecho notar que el 18 de enero, según una antigua tradición, mantenida sin intermitencia hasta el siglo xvi, se celebraba hoy la fiesta de la cátedra romana de San Pedro sin ninguna conmemoración de la de Antioquía. No se pensaba más que en tributar honores a la cátedra del Vaticano, símbolo de la primacía universal de San Pedro y de sus sucesores. Las Iglesias de las Gallas, que no admitían fiestas en Cuaresma, trasladaron esta fiesta al 18 de enero. Desde hace tres siglos el amor al Príncipe de los Apóstoles ha procurado extender el homenaje a su palabra hasta en la cátedra de Antioquía.
4. S. Mat., XVI, 19.
5. S. Juan, XXI, 15, 17.
6. Acts., XX, 28.
7. Scorpiace, c., X.
8. Contra Parmenio, 1. VII.
9. Opp., T. III.
10. En el año de su elevación al Pontificado, sermón IV, P. LIV., C. 150.
11. Carta, XXXIII.
12. Carta, X.
13. lbid., XXIX.
14. Ibid., XXX.
15. Ibid., II.
16. Carta, CIV, Anatolio.
17. Concilio romano. Labbe, t. IV.
18. Carta a Eulogius.
19. Mat., 5, 14.
20. Rom., I, 8.

domingo, 20 de febrero de 2022

Sermón Domingo de Sexagésima


Sermón

Monseñor Pío Espina Leupold

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Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues

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Lección

Hermanos: Porque los tales son falsos apóstoles, obreros engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. No es, pues, gran cosa que sus ministros se disfracen de ministros de justicia. Su fin será correspondiente a sus obras. Digo otra vez: Nadie crea que soy fatuo; y si no, aunque sea como fatuo, admitidme todavía que yo también me gloríe un poco. Lo que hablo en este asunto de la jactancia no lo hablo según el Señor, sino como en fatuidad. Ya que muchos se glorían según la carne, también (así) me gloriaré yo; pues toleráis con gusto a los fatuos, siendo vosotros sensatos. Vosotros, en efecto, soportáis si alguno os reduce a servidumbre, si os devora, si os defrauda, si se engríe, si os hiere en el rostro. Para deshonra mía digo esto como si nosotros hubiéramos sido débiles. Sin embargo, en cualquier cosa en que alguien alardee –hablo con fatuidad– alardeo también yo. ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son linaje de Abrahán? También yo. ¿Son ministros de Cristo? –¡hablo como un loco!– yo más; en trabajos mas que ellos, en prisiones más que ellos, en heridas muchísimo más, en peligros de muerte muchas veces más: Recibí de los judíos cinco veces cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, tres veces naufragué, una noche y un día pasé en el mar; en viajes muchas veces (más que ellos); con peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los gentiles, peligros en poblado, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajos y fatigas, en vigilias muchas veces (más que ellos), en hambre y sed, en ayunos muchas veces, en frío y desnudez. Y aparte de esas (pruebas) exteriores, lo que cada día me persigue: la solicitud por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién padece escándalo, sin que yo arda? Si es menester gloriarse, me gloriaré de lo que es propio de mi flaqueza. El Dios y Padre del Señor Jesús, el eternamente Bendito, sabe que no miento. En Damasco, el etnarca del rey Aretas tenía custodiada la ciudad de los damascenos para prenderme; y por una ventana fui descolgado del muro en un canasto, y escapé a sus manos. Teniendo que gloriarme, aunque no sea cosa conveniente, vendré ahora a las visiones y revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que catorce años ha –si en cuerpo, no lo sé, si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que el tal hombre –si en cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que no es dado al hombre expresar. De ese tal me gloriaré, pero de mí no me gloriaré sino en mis flaquezas. Si yo quisiera gloriarme, no sería fatuo, pues diría la verdad; mas me abstengo, para que nadie me considere superior a lo que ve en mí u oye de mi boca. Y a fin de que por la grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás que me abofetee, para que no me engría. Tres veces rogué sobre esto al Señor para que se apartase de mí. Mas Él me dijo: “Mi gracia te basta, pues en la flaqueza se perfecciona la fuerza”. Por tanto con sumo gusto me gloriaré de preferencia en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí.

II Corintios XI, 19-33/XII, 1-9



Evangelio

Como se juntase una gran multitud, y además los que venían a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: “El sembrador salió a sembrar su simiente. Y al sembrar, una semilla cayó a lo largo del camino; y fué pisada y la comieron las aves del cielo. Otra cayó en la piedra y, nacida, se secó por no tener humedad. Otra cayó en medio de abrojos, y los abrojos, que nacieron juntamente con ella, la sofocaron. Y otra cayó en buena tierra, y brotando dio fruto centuplicado”. Diciendo esto, clamó: “¡Quién tiene oídos para oír oiga!” Sus discípulos le preguntaron lo que significaba esta parábola. Les dijo: “A vosotros ha sido dado conocer los misterios del reino de Dios; en cuanto a los demás ( se les habla ) por parábolas, para que «mirando, no vean; y oyendo, no entiendan». La parábola es ésta: «La simiente es la palabra de Dios. Los de junto al camino, son los que han oído; mas luego viene el diablo, y saca afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra, son aquellos que al oír la palabra la reciben con gozo, pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora de la prueba, apostatan. Lo caído entre los abrojos, son los que oyen, mas siguiendo su camino son sofocados por los afanes de la riqueza y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. Y lo caído en la buena tierra, son aquellos que oyen con el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia».” 

Lucas VIII, 4-15

sábado, 19 de febrero de 2022

San Gregorio Magno: El Doble Efecto de las Riquezas





COMENTARIO AL EVANGELIO

DOMINGO DE SEXAGÉSIMA


Como se juntase una gran multitud, y además los que venían a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: “El sembrador salió a sembrar su simiente. Y al sembrar, una semilla cayó a lo largo del camino; y fué pisada y la comieron las aves del cielo. Otra cayó en la piedra y, nacida, se secó por no tener humedad. Otra cayó en medio de abrojos, y los abrojos, que nacieron juntamente con ella, la sofocaron. Y otra cayó en buena tierra, y brotando dio fruto centuplicado”. Diciendo esto, clamó: “¡Quién tiene oídos para oír oiga!” Sus discípulos le preguntaron lo que significaba esta parábola. Les dijo: “A vosotros ha sido dado conocer los misterios del reino de Dios; en cuanto a los demás ( se les habla ) por parábolas, para que «mirando, no vean; y oyendo, no entiendan». La parábola es ésta: «La simiente es la palabra de Dios. Los de junto al camino, son los que han oído; mas luego viene el diablo, y saca afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra, son aquellos que al oír la palabra la reciben con gozo, pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora de la prueba, apostatan. Lo caído entre los abrojos, son los que oyen, mas siguiendo su camino son sofocados por los afanes de la riqueza y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. Y lo caído en la buena tierra, son aquellos que oyen con el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia».”  
Lucas VIII, 4-15


SAN GREGORIO MAGNO


Doble efecto de las riquezas


La homilía que presentamos traducida y extractada aparece con el título de Homilía 15 en la colección de 4o, homilías de San Gregorio Magno agrupadas en PL 76,1131-1134. Finé pronunciada en la basílica del Apóstol San Pablo en Roma en la dominica de Sexagésima. 


A) Las riquezas, obstáculo de la sementera divina

«La lectura del santo evangelio que acabáis de oír, carísimos hermanos, no necesita explicación. La misma Verdad se dignó exponerla, y la fragilidad humana no debe discutirla. Debéis pensar seriamente en esta exposición que hizo el Señor. Si yo os dijera que la semilla significa la palabra, el campo el mundo, las aves los demonios y las espinas las riquezas, tal vez vacilaríais en dar crédito a mis palabras... ¿Quién me había de creer si dijese que por espinas se entienden las riquezas, cuando precisamente las espinas punzan y las riquezas deleitan? Y, no obstante, las riquezas son espinas, porque lastiman nuestra alma al clavarnos con los pensamientos que sugieren, y al arrastrarnos al pecado, nos ensangrientan como si nos hiriesen... Por eso no las llamó el Señor riquezas a secas, según testimonio de otro evangelista, sino seductoras riquezas (Mt. 13,22). Son seductora& porque no pueden permanecer mucho tiempo con nosotros; son seductoras porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son solamente aquellas que nos hacen ricos con las virtudes. Por eso, carísimos hermanos, si deseáis ser ricos, amad las riquezas verdaderas. Si buscáis el «summum» del verdadero honor, dirigíos al reino celestial. Si amáis las glorias de las dignidades, daos prisa a inscribiros en el cortejo de los ángeles...»


B) La palabra y la perseverancia

«Retened en vuestro corazón las palabras del Señor que habéis escuchado con vuestros oídos; porque la palabra de Dios es el alimento del alma, y la palabra que se oye y no se conserva en la memoria os echada fuera, como el alimento cuando anda enfermo el estómago. Solemos desesperar de la vida de quien no retiene en el estómago lo que come; temed el peligro de la muerte eterna si recibís el alimento de los santos consejos, pero no retenéis en vuestra memoria las palabras de vida, esto es, los alimentos de la .justicia. ved que pasa todo cuanto hacéis, y cada día, queráis o no. os aproximáis más al juicio extremo sin intervalo alguno de tiempo. ¿ Por qué vamos a amar lo que hemos de abandonar? ¿Por qué no se hace caso del fin al que hemos de llegar? Acordaos de que se dice: El que tenga oídos, que oiga (Mt. 13,9). Todos los que escuchaban al Señor tenían oídos; pero el que dice a todos los que tienen oído: El que tenga oídos, que oiga, no hay duda alguna que se refería al oído del alma. Procurad, pues, retener en el oído de vuestro corazón la palabra que escucháis. Procurad que no caiga la semilla cerca del camino, no sea que venga el espíritu maligno y arrebate de vuestra memoria la palabra. Procurad que no caiga la semilla en tierra pedregosa y produzca el fruto de las buenas obras sin las raíces de la perseverancia. A muchos les agrada lo que escuchan, y se proponen obrar bien; pero tan pronto como empiezan a ser molestados por las adversidades, abandonan las buenas obras que habían comenzado. La tierra pedregosa no tiene suficiente jugo, porque lo que había germinado no lo supo conservar hasta el fruto de la perseverancia. Hay muchos que, cuando oyen hablar contra la avaricia, la detestan, y ensalzan el menosprecio de las cosas de este mundo; pero tan pronto como el alma ve una cosa deseable, se olvida de lo que ensalzaba. Hay también muchos que, cuando oyen hablar contra la impureza, no sólo no desean mancharse con las suciedades de la carne, sino que hasta se avergüenzan de las manchas con que se han mancillado; pero tan pronto como se presenta a su vista un cuerpo bello, de tal manera es arrastrado su corazón por la lujuria, como si nada hubiera hecho ni determinado contra estos deseos, y realiza así obras dignas de condenación que él mismo había condenado al recordar lo que había cometido... 

Muchas veces nos compungimos por nuestras culpas, y, sin embargo, volvemos a cometerlas después de haberlas 


C) Doble efecto de las riquezas

Débese advertir que, explicando el Señor sus palabras, dice que los cuidados, los placeres y las riquezas sofocan la palabra divina. La sofocan, porque con sus continuas importunidades estrangulan la garganta de nuestra alma; y no permitiendo la entrada de los buenos deseos en el corazón, impiden la del soplo vital. Debemos advertir también que el Señor une dos cosas a las riquezas: loa cuidados temporales y los placeres, porque, en efecto, las riquezas oprimen nuestra mente con la solicitud y la destruyen con su abundancia. Porque, por un efecto contrario, hacen a sus poseedores desconsolados y lascivos; pero como el placer no puede ser compatible con la aflicción, unas horas angustian con la solicitud indispensable para retenerlas, y otras atraen a los placeres por medio de la abundancia. 


D) La paciencia y el fruto de la sementera divina

«La tierra buena da buenos frutos por la paciencia, ya que ningún valor alcanzan nuestras buenas obras si no soportamos también las malas de nuestros prójimos. Cuanto más alto se llega, tanto más hay que sufrir en este mundo, porque, al debilitarse en nosotros el amor a las cosas del presente siglo, éstas aumentan su oposición. De ahí que vemos a muchos que obran el bien, y sudan bajo el grave peso de las tribulaciones. Huyen de los deseos terrenos, y se fatigan con más duras penas. Pero, según las palabras del Señor, dan fruto por la paciencia, porque, recibiendo los azotes con humildad, son admitidos después al descanso con gloria. De esta manera es pisoteada la uva, y al hacerse líquida adquiere el sabor de vino; así abandona la oliva sus heces, y su zumo se convierte en aceite puro después de molida y prensada; de este modo, por medio de la trilla, se separa en las eras el grano de la paja, y es llevado limpio a los graneros. Por consiguiente, todo el que desea vencer completamente los vicios debe procurar sufrir humildemente las penas de su purificación, para que se presente tanto más limpio ante el juez cuanto más le purifica ahora el fuego de la tribulación...» 


E) El premio de la paciencia

El orador termina proponiendo como ejemplo la historia de su contemporáneo Sérvulo, paralítico de nacimiento, que pedía limosna en la iglesia de San Clemente. De todo aquello que le daban distribuía gran parte entre otros menesterosos y peregrinos. Aunque no sabía leer, compró las Sagradas Escrituras y se las hacía repetir. Llegada la muerte entre grandes dolores, reunió a los pobres socorridos por él y falleció cantando los salmos y asegurando que los oía resonar en el cielo. «Y entonces fué tal la fragancia que se esparció, que todos los que se hallaban presentes quedaron llenos de inestimable suavidad, de modo que por ella conocieron claramente que aquellos cánticos eran para recibir a aquella alma en el cielo. A este suceso estuvo presente un monje nuestro que vive todavía, y suele manifestar con gran llanto que, mientras el cuerpo permaneció insepulto, no desapareció la fragancia que despedía. Ved, pues, de qué manera terminó su vida el que toleró con paciencia las penalidades y trabajos. Por consiguiente, según las palabras del Señor, la tierra buena da frutos por medio de la paciencia, la cual, labrada con el arado de la disciplina, llega a la siega de la remuneración». 

Boletín Dominical 20 de febrero


Día 20 de Febrero, Domingo de Sexagésima 

Doble de II clase- Orn. Morados

Los judaizantes, en Corinto como en las demás ciudades, hacían continuamente obstrucción del apostolado de San Pablo, a quien ellos despreciaban. Por eso el gran Apóstol creyó necesario hacer un relato de sus trabajos, de los dones recibidos de Dios y de sus méritos como Apóstol. Y hace esto con tal delicadeza, con tanta verdad y tal fuerza, que confunde a sus enemigos (epístola). De muchos de estos trabajos y tribulaciones no nos queda más noticia que la que aquí, en esos párrafos, nos da el Apóstol: prueba manifiesta de que son muchas las cosas que ignoramos de la vida de San Pablo, a pesar de ser contado por extenso en los Hechos de los Apóstoles. En el introito pide la Iglesia Romana auxilio contra los bárbaros, y en la Oración invoca la protección de San Pablo, titular de la basílica estacional.





Día 24 de Febrero, San Matías, Apóstol.

Fue elegido después de la Ascensión de Nuestro Señor, para ocupar en el colegio apostólico el lugar que perdió Judas Iscariote, el traidor. ¡Grande honor! Ser uno de los doce patriarcas de las tribus del pueblo de Dios, una de las doce piedras preciosas del racional del gran sacerdote, uno de los doce leones del trono de Salomón, uno de los doce príncipes que llevan el Arca del Testamento, uno de los doce torreones de la ciudad del gran Rey, y una de sus doce puertas. ¡Grande honor, pero también, que terrible grandeza! En aquel mismo puesto donde Matías estaba, se había sentado antes el que vendió al Maestro. Había que ser espejo de lealtad, reflejo perfecto de la santidad evangélica, discípulo fiel de un Maestro que acababan de crucificar los hombres. Había que ir por el mundo pregonando una divina locura sin temor al ridículo, ni a las fatigas ni a la muerte. Y eso es lo que hizo San Matías: con temor y temblor, con profundo respeto, con amor infinito, recogió aquella filosofía de la cruz, y después de predicarla en Jerusalén, en Judea, en las orillas del Nilo y entre los negros de Etiopía, selló sus palabras con su sangre generosa, dando buen testimonio de su apostolado. Murió mártir en tiempos de Nerón.