Sermón
Monseñor Pío Espina Leupold
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Sermón
R.P. Gabriel M. G. Rodrigues
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Lección
Hermanos: Porque los tales son falsos apóstoles, obreros engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. No es, pues, gran cosa que sus ministros se disfracen de ministros de justicia. Su fin será correspondiente a sus obras. Digo otra vez: Nadie crea que soy fatuo; y si no, aunque sea como fatuo, admitidme todavía que yo también me gloríe un poco. Lo que hablo en este asunto de la jactancia no lo hablo según el Señor, sino como en fatuidad. Ya que muchos se glorían según la carne, también (así) me gloriaré yo; pues toleráis con gusto a los fatuos, siendo vosotros sensatos. Vosotros, en efecto, soportáis si alguno os reduce a servidumbre, si os devora, si os defrauda, si se engríe, si os hiere en el rostro. Para deshonra mía digo esto como si nosotros hubiéramos sido débiles. Sin embargo, en cualquier cosa en que alguien alardee –hablo con fatuidad– alardeo también yo. ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son linaje de Abrahán? También yo. ¿Son ministros de Cristo? –¡hablo como un loco!– yo más; en trabajos mas que ellos, en prisiones más que ellos, en heridas muchísimo más, en peligros de muerte muchas veces más: Recibí de los judíos cinco veces cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, tres veces naufragué, una noche y un día pasé en el mar; en viajes muchas veces (más que ellos); con peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los gentiles, peligros en poblado, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajos y fatigas, en vigilias muchas veces (más que ellos), en hambre y sed, en ayunos muchas veces, en frío y desnudez. Y aparte de esas (pruebas) exteriores, lo que cada día me persigue: la solicitud por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién padece escándalo, sin que yo arda? Si es menester gloriarse, me gloriaré de lo que es propio de mi flaqueza. El Dios y Padre del Señor Jesús, el eternamente Bendito, sabe que no miento. En Damasco, el etnarca del rey Aretas tenía custodiada la ciudad de los damascenos para prenderme; y por una ventana fui descolgado del muro en un canasto, y escapé a sus manos. Teniendo que gloriarme, aunque no sea cosa conveniente, vendré ahora a las visiones y revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que catorce años ha –si en cuerpo, no lo sé, si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que el tal hombre –si en cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que no es dado al hombre expresar. De ese tal me gloriaré, pero de mí no me gloriaré sino en mis flaquezas. Si yo quisiera gloriarme, no sería fatuo, pues diría la verdad; mas me abstengo, para que nadie me considere superior a lo que ve en mí u oye de mi boca. Y a fin de que por la grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás que me abofetee, para que no me engría. Tres veces rogué sobre esto al Señor para que se apartase de mí. Mas Él me dijo: “Mi gracia te basta, pues en la flaqueza se perfecciona la fuerza”. Por tanto con sumo gusto me gloriaré de preferencia en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí.
II Corintios XI, 19-33/XII, 1-9
Evangelio
Como se juntase una gran multitud, y además los que venían a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: “El sembrador salió a sembrar su simiente. Y al sembrar, una semilla cayó a lo largo del camino; y fué pisada y la comieron las aves del cielo. Otra cayó en la piedra y, nacida, se secó por no tener humedad. Otra cayó en medio de abrojos, y los abrojos, que nacieron juntamente con ella, la sofocaron. Y otra cayó en buena tierra, y brotando dio fruto centuplicado”. Diciendo esto, clamó: “¡Quién tiene oídos para oír oiga!” Sus discípulos le preguntaron lo que significaba esta parábola. Les dijo: “A vosotros ha sido dado conocer los misterios del reino de Dios; en cuanto a los demás ( se les habla ) por parábolas, para que «mirando, no vean; y oyendo, no entiendan». La parábola es ésta: «La simiente es la palabra de Dios. Los de junto al camino, son los que han oído; mas luego viene el diablo, y saca afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra, son aquellos que al oír la palabra la reciben con gozo, pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora de la prueba, apostatan. Lo caído entre los abrojos, son los que oyen, mas siguiendo su camino son sofocados por los afanes de la riqueza y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. Y lo caído en la buena tierra, son aquellos que oyen con el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia».”
Lucas VIII, 4-15
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