sábado, 19 de febrero de 2022

Boletín Dominical 20 de febrero


Día 20 de Febrero, Domingo de Sexagésima 

Doble de II clase- Orn. Morados

Los judaizantes, en Corinto como en las demás ciudades, hacían continuamente obstrucción del apostolado de San Pablo, a quien ellos despreciaban. Por eso el gran Apóstol creyó necesario hacer un relato de sus trabajos, de los dones recibidos de Dios y de sus méritos como Apóstol. Y hace esto con tal delicadeza, con tanta verdad y tal fuerza, que confunde a sus enemigos (epístola). De muchos de estos trabajos y tribulaciones no nos queda más noticia que la que aquí, en esos párrafos, nos da el Apóstol: prueba manifiesta de que son muchas las cosas que ignoramos de la vida de San Pablo, a pesar de ser contado por extenso en los Hechos de los Apóstoles. En el introito pide la Iglesia Romana auxilio contra los bárbaros, y en la Oración invoca la protección de San Pablo, titular de la basílica estacional.





Día 24 de Febrero, San Matías, Apóstol.

Fue elegido después de la Ascensión de Nuestro Señor, para ocupar en el colegio apostólico el lugar que perdió Judas Iscariote, el traidor. ¡Grande honor! Ser uno de los doce patriarcas de las tribus del pueblo de Dios, una de las doce piedras preciosas del racional del gran sacerdote, uno de los doce leones del trono de Salomón, uno de los doce príncipes que llevan el Arca del Testamento, uno de los doce torreones de la ciudad del gran Rey, y una de sus doce puertas. ¡Grande honor, pero también, que terrible grandeza! En aquel mismo puesto donde Matías estaba, se había sentado antes el que vendió al Maestro. Había que ser espejo de lealtad, reflejo perfecto de la santidad evangélica, discípulo fiel de un Maestro que acababan de crucificar los hombres. Había que ir por el mundo pregonando una divina locura sin temor al ridículo, ni a las fatigas ni a la muerte. Y eso es lo que hizo San Matías: con temor y temblor, con profundo respeto, con amor infinito, recogió aquella filosofía de la cruz, y después de predicarla en Jerusalén, en Judea, en las orillas del Nilo y entre los negros de Etiopía, selló sus palabras con su sangre generosa, dando buen testimonio de su apostolado. Murió mártir en tiempos de Nerón.





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