Como se juntase una gran multitud, y además los que venían a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: “El sembrador salió a sembrar su simiente. Y al sembrar, una semilla cayó a lo largo del camino; y fué pisada y la comieron las aves del cielo. Otra cayó en la piedra y, nacida, se secó por no tener humedad. Otra cayó en medio de abrojos, y los abrojos, que nacieron juntamente con ella, la sofocaron. Y otra cayó en buena tierra, y brotando dio fruto centuplicado”. Diciendo esto, clamó: “¡Quién tiene oídos para oír oiga!” Sus discípulos le preguntaron lo que significaba esta parábola. Les dijo: “A vosotros ha sido dado conocer los misterios del reino de Dios; en cuanto a los demás ( se les habla ) por parábolas, para que «mirando, no vean; y oyendo, no entiendan». La parábola es ésta: «La simiente es la palabra de Dios. Los de junto al camino, son los que han oído; mas luego viene el diablo, y saca afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra, son aquellos que al oír la palabra la reciben con gozo, pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora de la prueba, apostatan. Lo caído entre los abrojos, son los que oyen, mas siguiendo su camino son sofocados por los afanes de la riqueza y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. Y lo caído en la buena tierra, son aquellos que oyen con el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia».”
Lucas VIII, 4-15
SAN GREGORIO MAGNO
Doble efecto de las riquezas
La homilía que presentamos traducida y extractada aparece con el título de Homilía 15 en la colección de 4o, homilías de San Gregorio Magno agrupadas en PL 76,1131-1134. Finé pronunciada en la basílica del Apóstol San Pablo en Roma en la dominica de Sexagésima.
A) Las riquezas, obstáculo de la sementera divina
«La lectura del santo evangelio que acabáis de oír, carísimos hermanos, no necesita explicación. La misma Verdad se dignó exponerla, y la fragilidad humana no debe discutirla. Debéis pensar seriamente en esta exposición que hizo el Señor. Si yo os dijera que la semilla significa la palabra, el campo el mundo, las aves los demonios y las espinas las riquezas, tal vez vacilaríais en dar crédito a mis palabras... ¿Quién me había de creer si dijese que por espinas se entienden las riquezas, cuando precisamente las espinas punzan y las riquezas deleitan? Y, no obstante, las riquezas son espinas, porque lastiman nuestra alma al clavarnos con los pensamientos que sugieren, y al arrastrarnos al pecado, nos ensangrientan como si nos hiriesen... Por eso no las llamó el Señor riquezas a secas, según testimonio de otro evangelista, sino seductoras riquezas (Mt. 13,22). Son seductora& porque no pueden permanecer mucho tiempo con nosotros; son seductoras porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son solamente aquellas que nos hacen ricos con las virtudes. Por eso, carísimos hermanos, si deseáis ser ricos, amad las riquezas verdaderas. Si buscáis el «summum» del verdadero honor, dirigíos al reino celestial. Si amáis las glorias de las dignidades, daos prisa a inscribiros en el cortejo de los ángeles...»
B) La palabra y la perseverancia
«Retened en vuestro corazón las palabras del Señor que habéis escuchado con vuestros oídos; porque la palabra de Dios es el alimento del alma, y la palabra que se oye y no se conserva en la memoria os echada fuera, como el alimento cuando anda enfermo el estómago. Solemos desesperar de la vida de quien no retiene en el estómago lo que come; temed el peligro de la muerte eterna si recibís el alimento de los santos consejos, pero no retenéis en vuestra memoria las palabras de vida, esto es, los alimentos de la .justicia. ved que pasa todo cuanto hacéis, y cada día, queráis o no. os aproximáis más al juicio extremo sin intervalo alguno de tiempo. ¿ Por qué vamos a amar lo que hemos de abandonar? ¿Por qué no se hace caso del fin al que hemos de llegar? Acordaos de que se dice: El que tenga oídos, que oiga (Mt. 13,9). Todos los que escuchaban al Señor tenían oídos; pero el que dice a todos los que tienen oído: El que tenga oídos, que oiga, no hay duda alguna que se refería al oído del alma. Procurad, pues, retener en el oído de vuestro corazón la palabra que escucháis. Procurad que no caiga la semilla cerca del camino, no sea que venga el espíritu maligno y arrebate de vuestra memoria la palabra. Procurad que no caiga la semilla en tierra pedregosa y produzca el fruto de las buenas obras sin las raíces de la perseverancia. A muchos les agrada lo que escuchan, y se proponen obrar bien; pero tan pronto como empiezan a ser molestados por las adversidades, abandonan las buenas obras que habían comenzado. La tierra pedregosa no tiene suficiente jugo, porque lo que había germinado no lo supo conservar hasta el fruto de la perseverancia. Hay muchos que, cuando oyen hablar contra la avaricia, la detestan, y ensalzan el menosprecio de las cosas de este mundo; pero tan pronto como el alma ve una cosa deseable, se olvida de lo que ensalzaba. Hay también muchos que, cuando oyen hablar contra la impureza, no sólo no desean mancharse con las suciedades de la carne, sino que hasta se avergüenzan de las manchas con que se han mancillado; pero tan pronto como se presenta a su vista un cuerpo bello, de tal manera es arrastrado su corazón por la lujuria, como si nada hubiera hecho ni determinado contra estos deseos, y realiza así obras dignas de condenación que él mismo había condenado al recordar lo que había cometido...
Muchas veces nos compungimos por nuestras culpas, y, sin embargo, volvemos a cometerlas después de haberlas
C) Doble efecto de las riquezas
Débese advertir que, explicando el Señor sus palabras, dice que los cuidados, los placeres y las riquezas sofocan la palabra divina. La sofocan, porque con sus continuas importunidades estrangulan la garganta de nuestra alma; y no permitiendo la entrada de los buenos deseos en el corazón, impiden la del soplo vital. Debemos advertir también que el Señor une dos cosas a las riquezas: loa cuidados temporales y los placeres, porque, en efecto, las riquezas oprimen nuestra mente con la solicitud y la destruyen con su abundancia. Porque, por un efecto contrario, hacen a sus poseedores desconsolados y lascivos; pero como el placer no puede ser compatible con la aflicción, unas horas angustian con la solicitud indispensable para retenerlas, y otras atraen a los placeres por medio de la abundancia.
D) La paciencia y el fruto de la sementera divina
«La tierra buena da buenos frutos por la paciencia, ya que ningún valor alcanzan nuestras buenas obras si no soportamos también las malas de nuestros prójimos. Cuanto más alto se llega, tanto más hay que sufrir en este mundo, porque, al debilitarse en nosotros el amor a las cosas del presente siglo, éstas aumentan su oposición. De ahí que vemos a muchos que obran el bien, y sudan bajo el grave peso de las tribulaciones. Huyen de los deseos terrenos, y se fatigan con más duras penas. Pero, según las palabras del Señor, dan fruto por la paciencia, porque, recibiendo los azotes con humildad, son admitidos después al descanso con gloria. De esta manera es pisoteada la uva, y al hacerse líquida adquiere el sabor de vino; así abandona la oliva sus heces, y su zumo se convierte en aceite puro después de molida y prensada; de este modo, por medio de la trilla, se separa en las eras el grano de la paja, y es llevado limpio a los graneros. Por consiguiente, todo el que desea vencer completamente los vicios debe procurar sufrir humildemente las penas de su purificación, para que se presente tanto más limpio ante el juez cuanto más le purifica ahora el fuego de la tribulación...»
E) El premio de la paciencia
El orador termina proponiendo como ejemplo la historia de su contemporáneo Sérvulo, paralítico de nacimiento, que pedía limosna en la iglesia de San Clemente. De todo aquello que le daban distribuía gran parte entre otros menesterosos y peregrinos. Aunque no sabía leer, compró las Sagradas Escrituras y se las hacía repetir. Llegada la muerte entre grandes dolores, reunió a los pobres socorridos por él y falleció cantando los salmos y asegurando que los oía resonar en el cielo. «Y entonces fué tal la fragancia que se esparció, que todos los que se hallaban presentes quedaron llenos de inestimable suavidad, de modo que por ella conocieron claramente que aquellos cánticos eran para recibir a aquella alma en el cielo. A este suceso estuvo presente un monje nuestro que vive todavía, y suele manifestar con gran llanto que, mientras el cuerpo permaneció insepulto, no desapareció la fragancia que despedía. Ved, pues, de qué manera terminó su vida el que toleró con paciencia las penalidades y trabajos. Por consiguiente, según las palabras del Señor, la tierra buena da frutos por medio de la paciencia, la cual, labrada con el arado de la disciplina, llega a la siega de la remuneración».
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