COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO
DOMINGO DE SEXAGÉSIMA
Como se juntase una gran multitud, y además los que venían a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: “El sembrador salió a sembrar su simiente. Y al sembrar, una semilla cayó a lo largo del camino; y fué pisada y la comieron las aves del cielo. Otra cayó en la piedra y, nacida, se secó por no tener humedad. Otra cayó en medio de abrojos, y los abrojos, que nacieron juntamente con ella, la sofocaron. Y otra cayó en buena tierra, y brotando dio fruto centuplicado”. Diciendo esto, clamó: “¡Quién tiene oídos para oír oiga!” Sus discípulos le preguntaron lo que significaba esta parábola. Les dijo: “A vosotros ha sido dado conocer los misterios del reino de Dios; en cuanto a los demás ( se les habla ) por parábolas, para que «mirando, no vean; y oyendo, no entiendan». La parábola es ésta: «La simiente es la palabra de Dios. Los de junto al camino, son los que han oído; mas luego viene el diablo, y saca afuera del corazón la palabra para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra, son aquellos que al oír la palabra la reciben con gozo, pero carecen de raíz: creen por un tiempo, y a la hora de la prueba, apostatan. Lo caído entre los abrojos, son los que oyen, mas siguiendo su camino son sofocados por los afanes de la riqueza y los placeres de la vida, y no llegan a madurar. Y lo caído en la buena tierra, son aquellos que oyen con el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia».”
Lucas VIII, 4-15
SAN BASILIO
La riqueza No intentamos agrupar ordenadamente los pensamientos de San Basilio. Seguimos su sermón tal y como fué pronunciado (Hom. 3, ad Lc. 12,16 ss. : PG 31,1744-1753).
A) Peligros de la pobreza y de la riqueza
«Existen dos clases de tentaciones harto peligrosas, a saber, las desgracias, que prueban los corazones como el oro en el crisol (Sap. 3,6)..., y, lo que es muy frecuente, la prosperidad, porque tan difícil resulta guardar el alma elevada y limpia en medio de la miseria como no dejarse arrastrar hacia el menosprecio del prójimo en la abundancia». Job fué un ejemplo del que sabe triunfar en la adversidad, y el rico del Evangelio (Le. 12,18) un ejemplo de cómo corrompen las riquezas.
B) Daños de la riqueza
a) INGRATITUD PARA CON DIOS
Había un hombre rico cuyas tierras le dieron una gran cosecha (Le. 12,16). «De Dios es de quien se reciben estos bienes... El manda llover sobre la tierra cultivada... Y ¿qué es lo que se encuentra después en el corazón del hombre? Dureza, odio y mezquindad para dar. Ni se le ocurre que es de la misma naturaleza que los demás, ni piensa en dis tribuir lo que le sobra entre los necesitados, ni escucha el clamor de los profetas y doctores que le dicen: No niegues un beneficio al que lo necesita (Prov. 3,27)».
b) ANSIEDADES DE LAS RIQUEZAS
A medida que aumentan las riquezas del avaro van creándole nuevas preocupaciones. Oídle en el Evangelio. Sus palabras parecen las de un pobre: ¿Qué haré? (Le. 12,17). «Miserable por la fertilidad, más miserable por los bienes que recoge y más todavía por los que espera...; su avaricia no le permite sacar los que reunió, y la abundancia no le deja lugar para encerrar los nuevos». El rico se asemeja a un glotón, «que más quisiera reventar que dar lo que le sobra a los necesitados».
c) ADMINISTRACIÓN INFIEL DE LOS BIENES DE DIOS
«Conoce, hombre, a tu bienhechor. Preocúpate de saber quién eres, qué bienes se te han entregado para que los administres, de quién los has recibido y por qué has sido tú preferido a otros muchos. Fuiste nombrado ministro de, Dios y administrador de tus consiervos. No creas nunca que todas las cosas fueron preparadas solamente para tu regalo, sino que has de disponer de tus bienes como si pertenecieran a otro. Te servirán de deleite durante algún tiempo; después desaparecerán, y a la postre te será exigida una cuenta detallada de todos ellos. Tú, en cambio, los vigilas con puertas y cerrojos.., y tomas consejo contra ti mismo, preguntándote: ¿Qué haré? Parece natural que te respondieras: Abriré mis graneros y calmaré el hambre de los pobres... Imitaré a José cuando daba voces: Todos los que necesitáis pan, venid a mí (Gen. 47,11)... Pero no. No eres así. ¿Por qué? Porque envidias a los hombres el uso de los bienes y, después de pensarlo, andas todavía preocupado, no en ver cómo dar a cada uno lo que necesita, sino en estudiar cómo acapararlo todo y privar a los hombres de sus frutos y utilidad».
Iba a morir aquella noche y todavía se recreaba en sus riquezas. Dios «le permitió expresar con toda claridad sus pensamientos para que recibiera una sentencia digna de sus propósitos y deseos».
d) LAS RIQUEZAS ACARREAN EL MAL A QUIEN LAS TIENE
Si el rico imitara a la tierra y diera fruto como ella, sería, para su propio bien, agricultura celestial; pero, en vez de ello, «se da la muerte a sí mismo enterrando sus riquezas,. Podría presentarse ante Dios rodeado de un pueblo que aclamara sus buenas obras, y por aspirar al necio honor que puede granjearle el dinero en este mundo, lo pierde todo, y prefiere contar las monedas de su bolsa a ser llamado padre de innumerables hijos ante Dios. «Dios te aprobaría, te alabarían los ángeles, todos los santos que han existido desde el principio te llamarían bienaventurado, recibirías la gloria eterna, la corona de justicia y el reino de los cielos como premio a la administración de los bienes corruptibles, y, por no cuidarte de ello, desprecias la gran esperanza, apegado a lo presente».
e) DUREZA DE CORAZÓN EN TIEMPO DE CARESTÍA Y POBREZA
«No aumentes el precio de las cosas ni te aproveches de la necesidad para que valgan más de lo justo. Guárdate de esperar a abrir tus graneros para cuando se encarezcan las provisiones, porque al que acapara el trigo, le maldice el pueblo; sobre la cabeza del que lo vende caen bendiciones (Prov. 11,26). No provoques el hambre por amor al dinero: no produzcas la carestía por aumentar tus riquezas particulares. No intentes explotar las calamidades públicas y conviertas los castigos de Dios en granjería propia. Guárdate de enconar las heridas de los azotados. Pero no. Tú fijas tus ojos en el dinero y ya no miras a tus hermanos». San Basilio describe extensa y patéticamente las angustias del pobre, que, por no ver morir a todos sus hijos, se decide a vender alguno, y continúa: Por fin se acerca el padre llorando para venderte su hijo, y, «sin embargo, su aflicción no te conmueve..., y mientras el hambre agobia a aquel desgraciado, tú le regateas el precio... El te da sus entrañas como prenda de su comida... y tú todavía disputas el valor de la cosa, como si ofrecieras más de lo justo, y pones todo tu esfuerzo en conseguir más y dar menos; sacas provecho de las calamidades del tiempo y acumulas desgracias sobre el que las padece... En todo ves oro, y el oro es la medida por la que todo lo justiprecias».
C) Las riquezas, fuente de bienestar común
No seáis, pues, como ese avaro. «Dad amplia salida a las riquezas. Como se da paso al río caudaloso dividiéndolo en pequeños cauces para que riegue, la campiña, haced que vuestras riquezas discurran también por distintos caminos y lleguen a la casa de los pobres. El pozo del que se saca continuamente el agua, la mana siempre cristalina; si se la deja en reposo constante, se corrompe. Esa es la imagen de las riquezas, que atesoradas son inútiles, pero cuando se las mueve y pasan de unos a otros producen la comodidad y el bienestar común. Los hombres te alabarán, y sus alabanzas no serán sino un prólogo de las que ha de tributarte Dios».
«Pero a quién falto—dice el avaro—cuando conservo lo mío? Dime, y ¿ qué es lo tuyo? ¿ De dónde lo has cogido? Los ricos son como aquel espectador que, después de haber ocupado su sitio en el teatro, quiere arrojar a todos los demás, cual si fuese suyo propio lo que es de todos. Ocupando lo que es común, se apropian de lo que a todos pertenece. Si cada uno tomase sólo lo que necesita y dejase lo demás a los pobres, nadie sería rico ni nadie viviría en la miseria».
Naciste desnudo. Tus bienes son de Dios, y no creo puedas acusarle «de no haber distribuído con equidad los bienes necesarios para la vida». Si a ti te di más que a otros, fué para que «pudieras recibir el premio reservado al administrador fiel de sus bienes...»
«Y ¿crees que no injurias a nadie?... ¿Quién es avaro? El que no está contento con lo que le basta. ¿Quién es el ladrón? El que quita a otro lo que le pertenece. Y ¿podrás negar que eres un ladrón, cuando te apropias lo que te dieron para que lo distribuyeras ? De manera que damos ese nombre al que despoja a otro de su vestido, y ¿no vamos a dárselo al que, pudiendo, no viste al desnudo, El pan que retienes es del hambriento. El vestido que guardas en el arca es del desnudo; el calzado que se apolilla en tu casa es del descalzo, y el dinero que entierras, del necesitado. Obras contra derecho, en perjuicio de todos aquellos a quienes puedes socorrer y no socorres».
D) Exhortación final
«Hermosas palabras, pero es más hermoso el oro. Cuando hablamos a los ricos, nos acontece lo mismo que al dirigirnos a los lujuriosos, predicándoles la castidad. Recuerdan a su amada y vuelven a sentirse inflamados de lascivia».
Para moverte no puedo sino hablarte del juicio: del premio que se otorgará a los limosneros y del castigo que se infligirá, no a los ladrones, sino a quienes negaron la limosna. No lo dejes para mañana, que la necesidad acucia y es presente, y tú no sabes cuándo morirás.