sábado, 31 de octubre de 2020

Boletín Dominical 1 de Noviembre


Día 1 de Noviembre de 2020, fiesta de Todos los Santos.

Doble de I clase. Orn. Blancos. Conm. Domingo XXII de Pentecostés.

La Iglesia, gobernada por el Espíritu Santo, siempre celosa por la gloria de los Santos y atenta siempre a todo aquello que puede contribuir a nuestra salvación, nos invita hoy a mirar al cielo para honrar a todas las almas bienaventuradas y encender nuestro corazón en deseos de gozar pronto de esa dulce compañía y eterna felicidad: fin de nuestro peregrinar por la vida y patria verdadera de todos. Nuestra vista se esfuerza por contemplar ese mundo maravilloso de seres sumergidos en un océano de felicidad: ojos radiantes de alegría, frentes tersas y serenas, labios que sonríen, palabras llenas de dulzura y amor, gloria y bienaventuranza. Amaron a Dios con toda su alma, cultivaron en su corazón la buena semilla de las virtudes, sufrieron con paciencia las adversidades y desgracias, dejaron regueros de rosas en su camino, sembraron la alegría y la paz, fueron antorchas luminosas que disiparon las tinieblas de errores, aliviaron miserias y ensancharon las fronteras del reino de Cristo. Hoy canta la Iglesia el triunfo de todos sus hijos. No solo de los que han llegado al honor de los altares, sino también el de todos aquellos cuyos nombres desconocen los hombres, pero que están escritos en el libro de la vida, y cuyas almas salieron de este mundo en gracia de Dios. Entre ellos se hallan, sin duda, muchos de nuestros padres, parientes, amigos, a quienes hoy honramos con nuestro culto. Oremos para que un día también nosotros nos hallemos en su compañía, y para ello oigamos la palabra del Señor. “Bienaventurados los pobres de espíritu y los que padecen persecución por ser justos, porque de ellos es el reino de los cielos.” Digamos con el Salmista: “¡Oh Señor, qué consuelos, qué dulzuras tenéis reservadas para todos los que os temen! Olvídeme yo de mi misma mano derecha, si me olvidase jamás de ti, oh Jerusalén celestial.”


Domingo XXII de Pentecostés

Ya hacía más de medio siglo que los romanos dominaban en Palestina. De ellos había recibido Herodes la tetrarquía de Galilea. (Continua).



De aquí que el romano, como yugo extranjero y pesado, era odioso a los israelitas, los cuales esperaban un Mesías guerrero y triunfador que los librara de su dominación. Pero tal es la rabia de los fariseos contra Jesús, que no vacilan en buscar en su ayuda a los ministros de Herodes, para tenderle un lazo, y juntos van y le dicen: “Maestro, tu que eres veraz… dinos: ¿es justo pagar tributo al Cesar o no?” Si decía que sí, ofendía al pueblo, que odiaba al yugo romano; si decía que no se indisponía con los romanos y Herodes, que podían tomarlo como rebelde al poder constituido y acusarle de revolucionar al pueblo. Jesús destruye al instante la falacia y les da una lección importante.

Dos monedas circulaban en Palestina: una con la imagen del Cesar e inscripción romana y servía para pagar el tributo y negociar con los pueblos sometidos a Roma; otra con inscripción hebrea, para transacciones internas. Por eso le dice Jesús le muestre la moneda, y al ver la imagen del Cesar les responde den las Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.

Pero al mismo tiempo nos enseña con ello que es obligación de conciencia el obedecer a las autoridades legítimas y la de pagarles todos los tributos justos, pues toda autoridad legítima viene de Dios.

Así también hay estricta obligación de obedecer los preceptos religiosos, ya emanen directamente de Dios o procedan de la legítima autoridad eclesiástica.





domingo, 25 de octubre de 2020

Sermón Fiesta de Cristo Rey

 

Sermón

R.P. Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Julíán Espina Leupold


Lección

Hermanos: Damos gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados. Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.
Colosenses I, 12-20


Evangelio
En aquel tiempo: Dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos. Mas ahora mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
Juan XVIII, 33-37

Fiesta de Cristo Rey






El último domingo de octubre 

FIESTA DE CRISTO REY


"Año Litúrgico"

Dom Prospero Gueranger



DOS FIESTAS DEL REINADO DE CRISTO. — Al principio del Año litúrgico encontramos ya una fiesta del reinado de Cristo: la Epifanía. Jesús acababa de nacer y se manifestaba a los reyes de Oriente y al pueblo de Israel como "el Señor que tiene en su mano el reino, el poder y el imperio". Acogimos a este "Salvador, que venía a reinar sobre nosotros", y con los Magos le ofrecimos nuestros presentes, nuestra fe y nuest ro amor.

Y ¿por qué quiere la Iglesia que, al fin del año, celebremos una nueva fiesta del reinado de Cristo, de su reinado social y universal?

No padecimos engaño en tiempo de la Epifanía sobre la naturaleza de este reinado, como tampoco lo padecimos sobre la dignidad de Dios que poseía el Niño recién nacido. Pero tal vez nos dejamos fascinar por aquella estrella que, al brillar en el cielo de Belén, nos alumbraba con la luz de la fe y nos hacía esperar mayores claridades para la eternidad. Entonces cantamos el acercamiento de la gentilidad a la fe en la persona de los Magos que vinieron allá del Oriente a adorar al Rey de los Judíos.


EL LAICISMO. — La Iglesia quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la fe de Cristo. Las naciones, en conjunto, se han convertido al Señor, que las trajo, con los acontecimientos sobrenaturales, los beneficios de una civilización completamente desconocida del mundo antiguo. Pero, desgraciadamente, hace ya dos siglos que un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones, a Francia particularmente: el laicismo. Consiste éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política. Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de ios Judíos deicidas: No queremos que reine sobre nosotros. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas partes. Han declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han intentado imponer a la Iglesia, aunque inútilmente, una constitución cismática; han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes eternos; han introducido el desorden en la familia con la ley del divorcio, han suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas. Y, finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.


RAZÓN DE ESTA FIESTA. — Frente "a esta peste de nuestros días" los Papas no han cesado de levantar su voz. Pero, como la plaga iba en aumento, Pío XI quiso aprovechar el año jubilar para recordar solemnemente al mundo por la Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, el completo y absoluto poder de Cristo, Hijo de Dios", Rey inmortal de los siglos, sobre todos los hombres y sobre todos los pueblos de todos los tiempos. Además, para que esta doctrina tan necesaria no se olvidase demasiado pronto, instituyó en honor de su reinado universal una fiesta litúrgica que fuese a la vez memorial solemne y reparación de esa apostasía de las naciones y de los individuos, que se afanan por manifestarse en la doctrina y en los hechos en nombre del laicismo contemporáneo. Finalmente, el Sumo Pontífice prescribió para esta misma solemnidad la renovación de la consagración del género humano al Sagrado Corazón.

Los fieles encontrarán en el Breviario o simplemente en el Misal, la doctrina de la Iglesia sobre el reinado social de Cristo y fórmulas incomparables de oraciones de alabanza, de reparación y de petición que pueden dirigirle en esta fiesta. Pero esta enseñanza en toda su amplitud se halla expuesta en la Encíclica del Papa. Nos contentaremos con dar un resumen, invitando a los lectores que acudan al texto original para que, reconociendo los derechos del Señor, arrojen el veneno del laicismo y se lleguen con confianza al Corazón de Jesús, cuyo reinado es de amor y de misericordia.


TRIPLE REINADO. — En la Encíclica verán en qué sentido Cristo es Rey de las inteligencias, de los corazones y de las voluntades; quiénes son los subditos de este Rey, el triple poder incluido en su dignidad regia y la naturaleza espiritual de su reinado.

"Ya está en uso desde hace mucho tiempo el atribuir a Cristo en un sentido metafórico el título de Rey, por razón de la excelencia y eminencia singulares de sus perfecciones, por las cuales sobrepuja a toda criatura. Y nos expresamos de ese modo para afirmar que es el Rey üe las inteligencias humanas, no tanto por la penetración de su inteligencia humana y la extensión de su ciencia, cuanto porque es la misma Verdad y los mortales necesitan buscar en él la verdad y aceptarla con obediencia. Se le llama Rey de las voluntades, no sólo porque a la santidad absoluta de su voluntad divina corresponden la integridad y la sumisión perfecta de su voluntad humana, sino también porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, somete a Sí nuestra libre voluntad, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para acciones nobilísimas. A Cristo se le reconoce finalmente como Rey de los corazones, a causa de su caridad, que excede a todo conocimiento y de su mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano, ni tampoco se verá en lo porvenir.


LA DIGNIDAD REGIA, UNA CONSECUENCIA DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA. — "Pero, avanzando un poco más en nuestro tema, cada cual puede echar de ver que el nombre y poder de Rey convienen a Cristo en el sentido propio de la palabra; se dice de Cristo que recibió de su Padre el poder, el honor y la dignidad regia en cuanto hombre, pues el Verbo de Dios, que con el Padre posee una misma sustancia, no puede menos de poseer todo en común con su Padre y, por consiguiente, el imperio supremo y absoluto sobre todo lo creado. La dignidad regia de Cristo se funda en la unión admirable que llamamos unión hipostática. Por consiguiente: los ángeles y los hombres tienen que adorar a Cristo en cuanto es Dios, pero tienen que obedecer y exteriorizar su sumisión también a sus mandatos en cuanto hombre, es decir que, por el solo título de la unión hipostática, a Jesucristo se le dió poder sobre todas las criaturas...


LA TRIPLE POTESTAD. — "La dignidad regia de Cristo lleva consigo un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo y sin él no se puede concebir aquélla. Los Evangelios no se contentan con afirmarnos que Cristo ratificó algunas leyes, nos le presentan también dictando otras nuevas... Jesús declara además que el Padre le otorgó el poder judicial... Este poder judicial implica el derecho de decretar para los hombres, penas y recompensas, aun en esta vida. Y, por fin, también tenemos que atribuir a Cristo el poder ejecutivo, dado que es de necesidad para todos la obligación de obedecer a sus órdenes, y que ha establecido algunas penas de las que no se librará ningún culpable.


CARÁCTER DEL REINADO DE CRISTO. — " Que el remado de Cristo ha de ser en cierto sentido principalmente espiritual y referirse a las cosas espirituales... Nuestro Señor Jesucristo lo confirmó con su modo de obrar... Ante Pilatos declara que su reino no es de este mundo. En el Evangelio se nos muestra su reino como reino en el que nos preparamos a entrar por la fe y el bautismo... El Salvador no opone su reino más que al reino de Satanás y al poder de las tinieblas. Exige a sus discípulos desasirse de las riquezas y de todos los bienes terrenos, practicar la mansedumbre, tener hambre y sed de la justicia, pero también renunciarse y llevar cada cual su cruz. Como Jesucristo en cuanto Redentor compró a la Iglesia con el precio de su sangre y, en cuanto Sacerdote, se ofrece a sí mismo perpetuamente en sacrificio por los pecados del mundo, ¿quién no echará de ver que su dignidad regia tiene que participar del carácter espiritual de estas dos funciones de Sacerdote y de Redentor?

"Con todo, no se podría negar, sin cometer un grave error, que el reinado de Cristo-hombre se extiende también a las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su imperio..."



CONSAGRACION AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

No debemos terminar el día sin hacer nuestra la fórmula de Consagración que compuso León XIII, cuya recitación pública está prescrita por Pío XI para todos los años en esta fiesta.

"Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar : vuestros somos y vuestros queremos ser; y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón. Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han deshechado. ¡Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo! ¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado, haced que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo de un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen aún envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerles a todos a la luz de vuestro reino. Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fué vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: "Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud; a El se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así sea."


sábado, 24 de octubre de 2020

Encíclica Quas Primas Sobre la Realeza de Cristo

 



CARTA ENCÍCLICA

QUAS PRIMAS

DE NUESTRO SANTÍSIMO SEÑOR

PÍO

POR LA DIVINA PROVIDENCIA

PAPA XI


A LOS VENERABLES HERMANOS

PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS

Y DEMÁS ORDINARIOS LOCALES

EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA


SOBRE LA FIESTA DE CRISTO REY

(11 de diciembre de 1925)


VENERABLES HERMANOS
SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA


En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.

Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

La «paz de Cristo en el reino de Cristo»

1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.

2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.

Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?

«Año Santo»

3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas —aun, de éstas, las de mares los más remotos—, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.

Además, cuantos —en tan grandes multitudes— durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?

4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe en el majestuoso templo de San Pedro!

Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.

5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consustancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.

Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a nuestro deber apostólico si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.


I. LA REALEZA DE CRISTO


6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

a) En el Antiguo Testamento

7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.

domingo, 18 de octubre de 2020

Sermón Fiesta de San Lucas, Evangelista

 

Sermón

R.P. Pío Espina Leupold


Lección

Hermanos: Gracias sean dadas a Dios que puso la misma solicitud ( mía ) por vosotros en el corazón de Tito. Pues no sólo acogió nuestra exhortación, sino que, muy solícito, por propia iniciativa partió hacia vosotros. Y enviamos con él al hermano cuyo elogio por la predicación del Evangelio se oye por todas las Iglesias. Y no sólo esto, sino que además fue votado por las Iglesias para compañero nuestro de viaje en esta gracia administrada por vosotros para gloria del mismo Señor y para satisfacer la prontitud de nuestro ánimo. Con esto queremos evitar que nadie nos vitupere con motivo de este caudal administrado por nuestras manos; porque procuramos hacer lo que es bueno, no sólo ante el Señor, sino también delante de los hombres. Con ellos enviamos al hermano nuestro a quien en muchas cosas y muchas veces hemos probado solícito, y ahora mucho más solícito por lo mucho que confía en vosotros. En cuanto a Tito, él es mi socio y colaborador entre vosotros; y nuestros hermanos son enviados de las Iglesias, gloria de Cristo. Dadles, pues, a la faz de las Iglesias, pruebas de vuestra caridad y de la razón con que nos hemos preciado de vosotros.

II Corintios VIII, 16-24



Evangelio

Después de esto, el Señor designó todavía otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad o lugar, adonde Él mismo quería ir. Y les dijo: “La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: os envío como corderos entre lobos. No llevéis ni bolsa, ni alforja, ni calzado, ni saludéis a nadie por el camino. En toda casa donde entréis, decid primero: «Paz a esta casa». Y si hay allí un hijo de paz, reposará sobre él la paz vuestra; si no, volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den, porque el obrero es acreedor a su salario. No paséis de casa en casa. Y en toda ciudad en donde entréis y os reciban, comed lo que os pusieren delante. Curad los enfermos que haya en ella, y decidles: «El reino de Dios está llegando a vosotros».

Lucas X, 1-9

Fiesta de San Lucas, Apóstol y Evangelista

  




SAN LUCAS, 
EVANGELISTA

Año Litúrgico
Dom Guerager


La Benignidad de Salvador

San Pablo, en la Epístola a Tito, recuerda más de una vez, que "Dios Nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor para con los hombres". se diría que estas palabras las había repetido el Apóstol con mucha frecuencia en el curso de sus conversaciones, de sus viajes y de su larga intimidad, a su discípulo predilecto San Lucas.

Es cierto que resulta difícil hacer diferencias y comparaciones entre los santos y con más razón aún entre los Evangelistas; con todo, se puede echar de ver que en el texto del Evangelio de San Lucas brillan con resplandor especial la bondad y la misericordia de nuestro dulcísimo Salvador. Tenía gran talento: sabía admirablemente el griego, se distinguía en describir escenas y personajes, y su alma, derramando bondad y mansedumbre, daba a su ingenio una gracia extraordinaria.


El Médico

San Lucas hizo sus estudios de medicina: San Pablo le llamaba "el médico muy querido". En los relatos de las curaciones que obró Jesús, se manifiesta San Lucas por su precisión; y sabe bien disimular lo que no honra a su gremio; como ocurre en el caso de la hemorroisa, en el cual, por lo contrario, otros evangelistas se extienden, diríase que con placer, aludiendo a la impotencia de la ciencia humana.


El Retratista

Por su talento para narrar y pintar, se le ha atribuido un retrato de la Virgen María. Nos ha dejado, en efecto, sobre la Madre del Redentor los más bellos retratos en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, y se ha llegado a pensar, y. no va fuera de razón, que oyó a María o a algunos confidentes inmediatos suyos muchas circunstancias de la infancia de Jesús.

Y no es menos verdad que fué u n excelente pintor de Jesucristo Salvador. No sólo descartó de sus relatos todo lo que podía tener visos de severidad para las personas, sino que se contentó con notar al vuelo las crueldades de que fué víctima el Salvador durante su Pasión. Al contrario, se detuvo con placer en describir largamente los primeros tiempos de la vida de Jesús, a quien presenta siempre con su Madre; habla muchas veces de la oración de Jesús, de su misericordia con los pecadores, de su paciencia con sus enemigos. A él debemos los relatos de la mujer adúltera, del buen samaritano, del hijjo pródigo, del buen ladrón, de los discípulos de Emaús. A través de su relato se le siente cuidadoso de infundirnos confianza en "la bondad y amor de nuestro Salvador", que vino a salvar "a todos los hombres". Nos quiere convencer de que todos los hombres, por miserables que sean, así en el orden físico como en el moral, pueden llegarse para ser curados a este Salvador, de quien había oído hablar al Apóstol, a los primeros discípulos, y también probablemente a la Santísima Virgen. Quiere que tomemos como nuestras y como dirigidas a nosotros las palabras cariñosas .de Jesús: "A vosotros, amigos míos, lo digo... No temas, rebañito mío...", .y parece que se siente, al leerlo, que la mirada de Jesús se posa sobre todos nosotros durante su Pasión y no sólo sobre San Pedro.


La Mortificación de la Cruz

Pero tenemos que decir que San Lucas no peca por omisión Nos lleva, sí, dulce e irresistiblemente hacia el Maestro, mas no vacila para decirnos que, si queremos seguirle y hacernos dignos de él, nos es necesario cargar con la cruz, renunciarnos del todo a nosotros mismos y renunciar también a los bienes de este mundo; y que, a no hacerlo así, no seremos nunca dignos de él, del Señor. Y, porque a esto no se llega sin trabajos, nos lo dice dulcemente, como la melodía gregoriana de la antífona de la Comunión en el primer formulario del Común de un Mártir no Pontífice :a tiene esta antífona un aire cautivador y atrayente que nos anima a tomar con Jesús la cruz de cada día.

sábado, 17 de octubre de 2020

Boletín Dominical 18 de Octubre


Día 18 de Octubre, San Lucas Evangelista

Doble de II clase, Conm. de Domingo XX de Pentecostés. 

Orn. Rojos

San Lucas era hijo de padres gentiles y nacido en Antioquia, capital de Siria. De cultura nada común, era versado en letras griegas y la elocuencia, conocía el arte de la pintura, y el mismo Apóstol San Pablo nos dice que era médico. Convertido a la fe por este Apóstol, fue en adelante su amigo y compañero inseparable en todos sus viajes apostólicos. Escribió el tercer Evangelio, que algunos Santos Padres llaman Evangelio de San Pablo, y también el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que nos narra los triunfos maravillosos de la fe. Su Evangelio, escrito alrededor del año 63, en un griego escogido y elegante, sigue un orden lógico y cronológico. Como no estuvo presente a los hechos de la vida de Jesucristo, “ha examinado cuidadosamente las cosas desde su origen” y consultado “a los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra”. Él visita a la Virgen Maria para saber de Ella y narrarnos el Misterio de la Anunciación, de la Encarnación, del Nacimiento y tantas otras cosas que solo él nos dice y solo Ella podía saber. Afirma San Jerónimo que San Lucas murió a la edad de 84 años y que fue virgen durante toda su vida.


Domingo XX de Pentecostés.

Breve es nuestra peregrinación por la tierra, breve el tiempo que se nos ha dado para negociar nuestra salvación y la riqueza de bienes para la gloria. Los hombres necios pierden este tiempo en sucios deleites; los prudentes, en cambio, se aplican con buenas obras y santas conversaciones a negociar muchos méritos (Epístola). Continúa…



(Sigue) Jesús se compadece de la pena del pobre régulo, y aunque su fe era imperfecta, pues creía que el Salvador necesitaba ir al paraje donde estaba el enfermo para curarle, fue recompensada con el milagro, concediéndole la salud que le pide para su hijo. En medio de sus imperfecciones, de lo que nunca dudó el buen ministro fue de la bondad de Jesús. Esta fe en su dulcísima bondad fue la que le animó a pedirle que bajase para curar a su hijo. Si la oración nuestra es perseverante y está llena de confianza y de fe viva y perfecta, ¿qué no podrá alcanzar del Señor? (Evangelio).


Epístola de la Misa del 24 de octubre: San Rafael Arcángel

“Dijo el ángel Rafael a Tobías: bueno es guardar el secreto del rey, pero también es laudable publicar y celebrar las obras de Dios. Buena es la oración con el ayuno; y el dar limosna es mejor que guardar tesoros de oro, porque la limosna libra de la muerte y limpia la multitud de pecados, y hace hallar misericordia y vida eterna. Mas los que comenten pecado e iniquidad son enemigos de su propia alma. Por tanto, voy a manifestaros la verdad y descubrir lo que ha estado oculto. Cuando orabas con lágrimas, y enterrabas los muertos, y te levantabas de la mesa a media comida, y escondiendo de día los cadáveres en tu casa los enterrabas de noche, yo presentaba tu oración al Señor. Y porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase. Y ahora el Señor me envió para curarte y librar del demonio a Sara, esposa de tu hijo. Porque yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que asistimos ante el Señor.” (Tob. XII, 7-15).





domingo, 11 de octubre de 2020

Sermón Fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen

 


Sermón

R.P. Pío Espina Leupold



Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Lección

Desde el principio, y antes de los siglos, recibí yo el ser, y no dejaré de existir en el siglo venidero. En el tabernáculo santo ejercité el ministerio mío, ante su acatamiento. Y así fijé mi estancia en Sión, y fue el lugar de mi reposo la Ciudad Santa; en Jerusalén está el trono mío. Me arraigué en un pueblo glorioso, y en la porción de mi Dios, la cual es su herencia; y mi habitación fue en la multitud de los santos. 

Eclesiástico XXIV, 14-16


Evangelio

En aquél tiempo: Cuando ellos regresaron, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen. Pensando que Él estaba en la caravana, hicieron una jornada de camino, y lo buscaron entre los parientes y conocidos. Como no lo hallaron, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y, al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos e interrogándolos; y todos los que lo oían, estaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo ( sus padres ) quedaron admirados y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo, te estábamos buscando con angustia”. Les respondió: “¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que conviene que Yo esté en lo de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron las palabras que les habló. Y bajó con ellos y volvió a Nazaret, y estaba sometido a ellos, su madre conservaba todas estas palabras (repasándolas) en su corazón.

Lucas II, 42-51

Fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen







LA MATERNIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

"Año Litúrgico" 
Dom Prospero Gueranger


El Título de Madre de Dios 

Entre todos los títulos de alabanza tributados a Nuestra Señora no hay ninguno más glorioso que el de Madre de Dios. Ser Madre de Dios es el porqué de María, el secreto de sus gracias y de sus privilegios. Para nosotros este título encierra en sustancia todo el misterio de la Encarnación; y no hay otro por el que podamos con más razón felicitarla a ella y regocijarnos nosotros. San Efrén justamente pensaba que, para dar uno prueba cierta de su fe, le bastaba confesar y creer que la Santísima Virgen María es Madre de Dios.

Y por eso la Iglesia ño puede celebrar ninguna fiesta de la Virgen María sin alabarla por este augusto privilegio. En su Inmaculada Concepción, en su Natividad, e igualmente en su Asunción, siempre saludamos en ella .a la Santa Madre de Dios. Y eso es precisamente lo que hacemos nosotros también al repetir tantas veces a diario el Ave María.


La Herejía Nestoriana

"Teotokos, Madre de Dios": así se la llamó a María en todo tiempo. Hacer la historia del dogma de la maternidad divina sería hacer toda la historia del cristianismo. El nombre Teotokos de tal forma había penetrado en el espíritu y en el corazón de los fieles, que se armó un escándolo enorme el día el que ante Nestorio, obispo de Constantinopla, un sacerdote, portavoz suyo, tuvo la osadía de pretender que María no era Madre más que de un hombre, porque era imposible que un Dios naciese de una mujer. 

Pero entonces ocupaba la silla de Alejandría un obispo, San Cirilo, a quien Dios suscitó para defender el honor de la Madre de su Hijo. Al punto hizo pública su extrañeza: "Estoy admirado de que haya hombres que pongan en duda que a la Santísima Virgen se la pueda llamar Madre de Dios. Si Nuestro Señor es Dios, ¿cómo podrá ser que María, que le dió al mundo, no sea Madre de Dios? Esta es la fe "que nos transmitieron los discípulos, aunque no se sirviesen de este término; es también la doctrina que nos enseñaron los Santos Padres."


El  Concilio de Efeso

Nestorio no admitió cambio alguno en sus ideas. El emperador convocó un Concilio, que inauguró sus sesiones en Efeso el 22 de junio del 431; en él presidió San Cirilo, como legado del Papa Celestino. Se juntaron 200 obispos; proclamaron que "la persona de Cristo es una y divina y que la Santísima Virgen tiene que ser reconocida y venerada por todos como realmente Madre de Dios". Al saberse esta noticia, los cristianos de Efeso entonaron cantos de triunfo, iluminaron la ciudad y acompañaron a sus domicilios con antorchas a los obispos "que habían venido, gritaban, a devolvernos la Madre de Dios y a ratificar con su autoridad santa lo que estaba escrito en todos los corazones".

Y, como ocurre siempre, los esfuerzos del diablo sólo sirvieron para preparar y suscitar un triunfo magnifico a Nuestra Señora; los Padres del Concilio, así cuenta la tradición, para perpetua memoria añadieron al Ave María esta cláusula: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte": oración que desde entonces recitan todos los días millones de almas para reconocer en María la gloria de Madre de Dios que un hereje la quiso arrebatar.


La Fiesta del 11 de Octubre

El año 1931, al celebrarse el centenario XV del Concilio, pensó Pío XI que sería "útil y grato a los fieles el meditar y reflexionar sobre un dogma tan importante" como es el de la maternidad divina. Para que quedase perpetuo testimonio de su piedad a María, escribió la Encíclica Lux Veritatis, restauró la basílica de Santa María la Mayor de Roma y además instituyó una fiesta litúrgica, que "contribuiría al aumento de la devoción hacia la Soberana Madre de Dios entre el clero y los fieles, y presentaría a la Santísima Virgen y a la Sagrada Familia de Nazaret como un modelo para las familias", para que así se respeten cada vez más la dignidad y la santidad del matrimonio y la educación de la juventud. 

En las fiestas del 1° de enero y en las del 25 de marzo tuvimos ocasión de considerar lo que para María lleva consigo su dignidad de Madre de Dios. El tema, por decirlo así, es inagotable: podemos detenernos hoy todavía unos momentos más.


María Exterminadora de las Herejías

"Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido en todo el mundo todas las herejías". Esta antífona de la Liturgia demuestra claramente que el dogma de la maternidad divina es el sostén y la defensa de todo el cristianismo Confesar la maternidad divina, vale tanto como confesar, en el Verbo Encarnado, la natura leza humana y la naturaleza divina, y también la unidad de persona; es afirmar la distinción de personas en Dios y la unidad de su naturaleza; es reconocer todo el orden sobrenatural de la gracia y de la gloria.

sábado, 10 de octubre de 2020

Boletín Dominical 11 de Octubre


 Día 11 de Octubre, 

La Divina Maternidad De la Virgen María

Doble de II clase-Orn. Blancos. Conm. del Domingo XIX de Pentecostés


El titulo más glorioso y la razón de ser de todas sus grandezas y privilegios es ser Madre de Dios. Pio XI instituyó ésta fiesta como monumento perenne del XV centenario del Concilio de Éfeso, en el que se anatematizó al heresiarca Nestorio y se proclamó solemnemente, como dogma de fe, la divina Maternidad de Maria: la Teotocos, como le decían los griegos; la Deípara, como le decían los latinos, por Madre de Cristo, que es Dios al mismo tiempo que Hombre verdadero. Más al ser la Virgen Maria Madre del Hijo de Dios por naturaleza, es también Madre de los hijos de Dios por adopción y por gracia.


Domingo XIX de Pentecostés

Semejante es el reino de los Cielos…” Expone Jesucristo en la parábola del Domingo XIX después de Pentecostés el llamamiento general de los hombres a la fe y a entrar en la Iglesia que venía a fundar.

La invitación y llamado se dirigió primeramente a los judíos, pero estos rechazaron la invitación. (Continúa)




(Sigue) Les detenía su espíritu carnal y materialista, su amor a las riquezas, a los deleites y goces del mundo. Y mientras unos se excusan o se niegan a asistir al banquete, al desposorio del Verbo de Dios con la humanidad, otros matan a los enviados o siervos como mataran anteriormente a los profetas.


En vista de la negación de los judíos, son invitados a ocupar su lugar los gentiles, los cuales acuden presurosos; pero no todos se presentan con el vestido nupcial, es decir, con las disposiciones requeridas de voluntad recta, corazón sano, alma buena, por lo que tienen que ser muchos rechazados. “Muchos son los llamados; pocos, en verdad, los elegidos.” ¿Por qué? Porque no quieren oír a Jesús, ni quieren seguirle, porque no se presentan con la vestidura de la gracia: “Porque los que habían sido invitados no fueron dignos.”






domingo, 4 de octubre de 2020

Sermón Domingo XVIII después de Pentecostés



Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Sermón

R.P. Pío Espina Leupold


Lección

Hermanos: Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él os fortalecerá hasta el fin para que seáis irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo.

I Corintios I, 4-8


Evangelio

En aquel  tiempo: Subiendo Jesús a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡ Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados.» Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando.» Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.» Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres. Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se levantó y le siguió.

San Mateo IX, 1-8

sábado, 3 de octubre de 2020

Boletín Dominical 4 de octubre


Día 4 de Octubre, Domingo XIX de Pentecostés

Doble- Conm. de S. Francisco de Asís. Orn. Verdes

Quiere Jesús hacer comprender a los judíos que no solamente es un profeta o un envido de Dios, sino que es, Él mismo, Dios. Por eso primeramente perdona al paralítico, de que nos habla el Evangelio, sus pecados, cosa que, por ser ofensa de Dios, sólo Él podía perdonar. Y tan bien entendieron los judíos que se hacía Dios que se escandalizaron y dijeron: “Este blasfema”. Y entonces Jesús apela al milagro como demostración y testimonio de su poder para perdonar los pecados.

Demos gracias a Jesús, de quien, por boca de sus sacerdotes, oímos también nosotros la sentencia de nuestro perdón: “Confía hijo; tus pecados te son perdonados”. Y, en efecto, por esa palabra quedamos libres de su peso, y curados además de nuestra parálisis espiritual.

Dice el Evangelista que el paralítico se volvió a su casa glorificando a Dios. Los testigos decían: “Jamás hemos visto maravilla semejante”. Y era verdad, pues tampoco habían visto jamás otro hombre semejante a Jesús.

Día 7 de Octubre, Nuestra Señora del Rosario

El 7 de Octubre de 1571, España, con la ayuda del Papa y de Venecia, derrotaba en Lepanto el poderío de los turcos, que orgullosos con las grandes conquistas que hacían cada día sobre los cristianos, prometían apoderarse de toda Europa y enarbolar su media luna sobre la Cúpula de San Pedro. (Continúa).



(Sigue) Mandaba la escuadra cristiana un virtuosísimo joven de 21 años, don Juan de Austria, hermano de Felipe II. Para todo el mundo cristiano fue de gran importancia esta victoria, por eso el Papa San Pio V instituyó este día la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria reconociendo deber a la Virgen este favor, y más tarde Gregorio XIII puso en este día la fiesta del Santísimo Rosario, en lugar de la anterior, por creer ser aquella victoria un favor debido a la recitación del Santo Rosario, devoción esta la más popular  y agradable a la Madre de Dios, pues le recuerda la embajada del Ángel anunciándole tal dignidad, y que desea recen todos cada día y a ser posible, en familia, donde están reproducidos los sucesos gozosos, dolorosos y gloriosos de Jesús y Maria que se han venido sucediendo en todo el año. Esta gran fiesta mariana fue elevada de rito por Su Santidad León XIII, el Pontífice del Santo Rosario, y él mismo la dotó de la actual Misa y Oficio.