sábado, 31 de octubre de 2020

Boletín Dominical 1 de Noviembre


Día 1 de Noviembre de 2020, fiesta de Todos los Santos.

Doble de I clase. Orn. Blancos. Conm. Domingo XXII de Pentecostés.

La Iglesia, gobernada por el Espíritu Santo, siempre celosa por la gloria de los Santos y atenta siempre a todo aquello que puede contribuir a nuestra salvación, nos invita hoy a mirar al cielo para honrar a todas las almas bienaventuradas y encender nuestro corazón en deseos de gozar pronto de esa dulce compañía y eterna felicidad: fin de nuestro peregrinar por la vida y patria verdadera de todos. Nuestra vista se esfuerza por contemplar ese mundo maravilloso de seres sumergidos en un océano de felicidad: ojos radiantes de alegría, frentes tersas y serenas, labios que sonríen, palabras llenas de dulzura y amor, gloria y bienaventuranza. Amaron a Dios con toda su alma, cultivaron en su corazón la buena semilla de las virtudes, sufrieron con paciencia las adversidades y desgracias, dejaron regueros de rosas en su camino, sembraron la alegría y la paz, fueron antorchas luminosas que disiparon las tinieblas de errores, aliviaron miserias y ensancharon las fronteras del reino de Cristo. Hoy canta la Iglesia el triunfo de todos sus hijos. No solo de los que han llegado al honor de los altares, sino también el de todos aquellos cuyos nombres desconocen los hombres, pero que están escritos en el libro de la vida, y cuyas almas salieron de este mundo en gracia de Dios. Entre ellos se hallan, sin duda, muchos de nuestros padres, parientes, amigos, a quienes hoy honramos con nuestro culto. Oremos para que un día también nosotros nos hallemos en su compañía, y para ello oigamos la palabra del Señor. “Bienaventurados los pobres de espíritu y los que padecen persecución por ser justos, porque de ellos es el reino de los cielos.” Digamos con el Salmista: “¡Oh Señor, qué consuelos, qué dulzuras tenéis reservadas para todos los que os temen! Olvídeme yo de mi misma mano derecha, si me olvidase jamás de ti, oh Jerusalén celestial.”


Domingo XXII de Pentecostés

Ya hacía más de medio siglo que los romanos dominaban en Palestina. De ellos había recibido Herodes la tetrarquía de Galilea. (Continua).



De aquí que el romano, como yugo extranjero y pesado, era odioso a los israelitas, los cuales esperaban un Mesías guerrero y triunfador que los librara de su dominación. Pero tal es la rabia de los fariseos contra Jesús, que no vacilan en buscar en su ayuda a los ministros de Herodes, para tenderle un lazo, y juntos van y le dicen: “Maestro, tu que eres veraz… dinos: ¿es justo pagar tributo al Cesar o no?” Si decía que sí, ofendía al pueblo, que odiaba al yugo romano; si decía que no se indisponía con los romanos y Herodes, que podían tomarlo como rebelde al poder constituido y acusarle de revolucionar al pueblo. Jesús destruye al instante la falacia y les da una lección importante.

Dos monedas circulaban en Palestina: una con la imagen del Cesar e inscripción romana y servía para pagar el tributo y negociar con los pueblos sometidos a Roma; otra con inscripción hebrea, para transacciones internas. Por eso le dice Jesús le muestre la moneda, y al ver la imagen del Cesar les responde den las Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.

Pero al mismo tiempo nos enseña con ello que es obligación de conciencia el obedecer a las autoridades legítimas y la de pagarles todos los tributos justos, pues toda autoridad legítima viene de Dios.

Así también hay estricta obligación de obedecer los preceptos religiosos, ya emanen directamente de Dios o procedan de la legítima autoridad eclesiástica.





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