Sermón
S.E.R. Pío Espina Leupold
Lección
Hermanos: No os tengáis vosotros mismos por sabios, no devolváis a nadie mal por mal; haced el bien, no sólo ante Dios, sino también ante todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, tened paz con todos los hombres; no os venguéis, carísimos, sino dad lugar a que se pase la ira: porque escrito está: Mía es la venganza; Yo pagaré, dice el Señor. Así que si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Porque obrando así, amontonarás sobre su cabeza carbones de fuego. No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien.
Romanos, XII, 16-21
Evangelio
En aquel tiempo, habiendo bajado Jesús del monte, lo siguieron grandes multitudes; y he aquí que un leproso, acercándose, lo adoró, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, alargando su mano, lo tocó, diciendo: Quiero, sé limpio. Y al instante quedó curado de su lepra. Y Jesús le dijo: Mira que no lo digas a nadie; pero ve a presentarte al Sacerdote y ofrece el don que Moisés ordenó para que les sirva de testimonio. Y al entrar en Cafarnaum le salió al encuentro un centurión, y le rogaba diciendo: Señor, un criado mío está postrado en mi casa, paralítico, y padece muchísimo. Le dice Jesús: Yo iré, y le curaré. Y replicó el centurión: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y quedará curado mi criado. Pues aún yo, que no soy más que un hombre sujeto a otros, como tengo soldados a mi mando, digo al uno: marcha, y él marcha; y al otro: ven, y viene; y a mi criado: haz esto, y lo hace. Al oír esto Jesús, mostró gran admiración, y dijo a los que lo seguían: En verdad os digo, que ni aún en medio de Israel he hallado fe tan grande. Así yo os declaro que vendrán muchos del Oriente y del Occidente, y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas; allí será el llanto y el crujir de dientes. Y dijo al centurión: Vete, y te suceda conforme has creído; y en aquella hora sanó el criado.
San Mateo, VIII, 1-13
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