domingo, 25 de septiembre de 2022

Sermón Domingo XVI después de Pentecostés


Sermón

R. P. Carlos Dos Santos


Sermón

Monseñor Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Lección

Hermanos: Os ruego que no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria. Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Así sea.

Ephesios III, 13-21

 


Evangelio

En aquel tiempo: Entró Jesús un sábado a comer en casa de uno de los príncipales fariseos, ellos le estaban acechando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?» Y no pudieron replicar a esto. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Lc. XIV, 1-14

sábado, 24 de septiembre de 2022

Dom Gueranger: Decimosexto Domingo después de Pentecostés



DECIMOSEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


MISA

La resurrección del hijo de la viuda de Naím reavivó el Domingo pasado la confianza de la Iglesia; su oración se alza cada vez más insistente hacia su Esposo desde esta tierra, donde El la deja ejercitar algún tiempo el amor en el sufrimiento y las lágrimas. Tomemos parte con ella en estos sentimientos, que la sugirieron elegir el siguiente Introito.


INTROITO

Ten piedad de mí, Señor, pues a ti clamo todo el día: porque tú, Señor, eres suave y manso, y copioso en misericordia para todos los que te invocan. — Salmo: Inclina, Señor, tu oído hacia mí, y óyeme: porque soy débil y pobre,


En el orden de la salvación es tal nuestra impotencia, que, si la gracia no se nos anticipase, no tendríamos siquiera el pensamiento de obrar, y si no continuase en nosotros sus inspiraciones para llevarlas a término, no sabríamos pasar nunca del simple pensamiento al acto mismo de una virtud cualquiera. Por el contrario, fieles a la gracia, nuestra vida ya no es más que una trama ininterrumpida de buenas obras.

En la Colecta pedimos para nosotros y para todos nuestros hermanos, la perseverante continuidad de ayuda tan preciosa.


COLECTA

Suplicárnoste, Señor, nos prevenga y siga siempre tu gracia: y haga nos apliquemos constantemente a las buenas obras. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef., III, 13-21).


Hermanos: Os ruego que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria. Por esto, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos y en la tierra, para que, según las riquezas de su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura, y la largura, y la sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. Y al que es poderoso para hacerlo todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y siglos. Amén.


NUESTRO CONSENTIMIENTO EN EL MISTERIO DE CRISTO

¿Cuál es el objeto de la oración del Apóstol, tan solemne en su actitud y en su acento? Ya que hemos sido testigos de todos los misterios de la Liturgia y que conocemos las riquezas de la bondad de Dios, ¿nos queda algo que pedirle? San Pablo nos lo dice: “Todo lo que hizo el Señor resultará estéril, si no es atendida esta oración, y es que, en efecto, el misterio de Cristo verdaderamente sólo en nosotros tiene cabal término: el nudo, el desenlace, el éxito de este gran drama divino que va de la eternidad a la eternidad, están por completo en el corazón del hombre. La Iglesia, los sacramentos, la eucaristía, todo el conjunto del esfuerzo divino no tiene otra finalidad que la santificación de cada una de nuestras almas individuales; esto es todo lo que Dios se propone. Si Dios lo consigue, el misterio de Cristo es un éxito; si fracasa, Dios trabajó inútilmente, al menos para el alma que se haya sustraído a su acción. En el corazón, pues, del hombre, se prepara la solución: se trata de saber si la intención eterna quedará burlada, si los dolores y la sangre del Calvario recogerán su fruto, si la eternidad futura será para cada uno lo que Dios quiso.”


NUESTRO CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Con el fin de que Dios no sea vencido y que su amor no sea traicionado, el Apóstol pide a Dios con instancias para las almas tres grados de gracia, en los que se resume todo lo que debe ser la vida cristiana para adaptarse al pensamiento y al amor de Dios, y todo cuanto debemos hacer.

En primer lugar, dice el Apóstol, fortificarnos por el Espíritu en el ser interior y nuevo que se nos dió por el bautismo, destruir hasta en sus últimos vestigios al hombre viejo, al adámico, y sobre estas ruinas hacer reinar al hombre nuevo, al cristiano, al hijo de Dios. Pide en segundo lugar a Dios, el evitar la inconstancia y la inestabilidad de nuestra naturaleza, el grabar en nuestros corazones a Cristo que habita en nosotros por la fe, y esto no se logra sin nuestra cooperación: habitar implica continuidad, adhesión constante y comunión real de vida que someta nuestra actividad al Señor, con algo de la docilidad y de la agilidad de la naturaleza humana de Cristo que tomó el Verbo. Finalmente, y es el tercer elemento de nuestro crecimiento espiritual, al quedar el egoísmo eliminado en nosotros y la caridad como señora, tendremos toda la talla y la fuerza necesaria para mirar cara a cara al misterio de Dios.

La Iglesia, que se levanta en medio de las naciones, lleva consigo la señal de su divino arquitecto: Dios se manifiesta en ella con toda la majestad; su respeto se impone por sí mismo a todos los reyes. En el Gradual y el Versículo, ensalzamos las maravillas del Señor.


GRADUAL

Temerán las gentes tu nombre, Señor, y todos los reyes de la tierra tu gloria. V. Porque el Señor ha edificado a Sión, y será visto en su majestad.

Aleluya, aleluya, V. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas el Señor. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Luc., XIV, 1-11).


En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en casa de un príncipe de los fariseos un sábado a comer pan, ellos le observaban. Y he aquí que se presentó ante El un hidrópico. Y, respondiendo Jesús, preguntó a los legisperitos y fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en sábado? Y ellos callaron. Entonces El, tomándole, le sanó y despidió. Y, respondiendo a ellos, dijo: ¿Qué asno o buey vuestro cae en un pozo, y no lo sacáis luego el día del sábado? Y no pudieron responderle a esto. Y propuso a los invitados una parábola, al ver cómo elegían los primeros asientos, diciéndoles: Cuando seas invitado a una boda,, no te sientes en el primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más noble que tú, y, viniendo el que te Invitó a ti y al otro, te diga: Da el puesto a éste: y entonces tengas que ocupar con rubor el último puesto. Sino que, cuando seas invitado, vete, siéntate en el último puesto: para que, cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gloria delante de los demás comensales: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, el que se humilla, será ensalzado.


LA INVITACIÓN A LAS BODAS

La Santa Madre Iglesia revela hoy el fin supremo que pretende en sus hijos desde el día de Pentecostés. Las bodas de que se trata en nuestro Evangelio, son las del cielo, que tienen por preludio aquí abajo la unión divina consumada en el banquete eucarístico. La llamada divina se dirige a todos; y esta invitación no se parece a las de la tierra, donde el Esposo y la Esposa convidan a sus parientes como simples testigos de una unión que es además para los invitados extraña. El Esposo aquí es Cristo, y la Iglesia la Esposa 1; como miembros de la Iglesia, estas bodas son por tanto también nuestras.


LA UNIÓN DIVINA

Pero, si se quiere que la unión sea tan fecunda cuanto debe serlo para honor del Esposo, es necesario que el alma en el santuario de la conciencia guarde para El una fidelidad duradera, un amor que vaya más lejos y dure más que la recepción sagrada de los misterios. La unión divina, si es verdadera, domina nuestro vivir; esa unión hace que persevere constantemente el alma en la contemplación del Amado, que promueva activamente sus intereses y suspire de continuo y de corazón por El aunque a veces la parezca que el Amado se oculta a sus miradas y se sustrae a su amor. Y, en efecto, ¿deberá la Esposa mística hacer menos por Dios que las del mundo por un esposo terrestre? Sólo con esta condición se puede creer que el alma está en los caminos de la vía unitiva y que lleva en sí los frutos propios de ella.


CONDICIONES PARA LA UNIÓN

Para llegar a este dominio de Cristo sobre el alma y sus movimientos que la convierta en suya de verdad, que la sujete a sí misma como la esposa al esposo es necesario no dar nunca lugar a ninguna competencia extraña. Demasiado lo sabemos: el nobilísimo Hijo del Padre”, el Verbo divino, ante cuya beldad se arroban los cielos, encuentra en este mundo pretensiones rivales que le disputan el corazón de las criaturas, por El rescatadas de la esclavitud e invitadas a participar del honor de su trono; aun en aquellas en que su amor acabó por triunfar plenamente, ¿cuántas veces estuvo a punto de perder? Mas El, sin impacientarse, sin abandonarlas por justo resentimiento, prosiguió durante muchos años invitándolas con llamamiento apremiante esperando misericordiosamente a que los toques secretos de su gracia y la acción de su Espíritu Santo saliesen triunfantes de tan increíbles resistencias.


LA HUMILDAD

La guarda de la humildad, más que otra cosa cualquiera, debe llamar la atención de quien aspira a conseguir un puesto eminente en el banquete de Dios. La ambición de la gloria futura es lo natural en los santos; pero saben que, para adquirirla, tienen que bajar tanto en su nada durante la vida presente, cuanto más altos quieran estar en la vida futura. Mientras llega el gran día en que cada cual recibirá según sus obras, nos debemos dar prisa a humillarnos ante todos; el puesto que en el reino de los cielos nos está reservado no depende, en efecto, de nuestra apreciación ni de la de otros, sino tan sólo de la voluntad del Señor, que exalta a los humildes. Cuanto más grande seas, más te debes humillar en todas las cosas, y de ese modo hallarás gracia ante Dios, dice el Eclesiástico; pues Dios sólo es grande.

Sigamos, pues, el consejo del Evangelio, aunque sólo sea por interés; creamos que debemos ocupar el último lugar entre todos. En las relaciones sociales no es verdadera la humildad del que, apreciando a los otros, no se desprecia un poco a sí mismo, adelantándose a cada uno en las señales de honor, cediendo con gusto a todos en lo que no toca a la conciencia, y esto por el sentimiento profundo de nuestra miseria, de nuestra inferioridad ante aquel que escudriña los riñones y los corazones. La humildad hacia Dios no tiene piedra de toque más segura que esta caridad efectiva para con el prójimo, la cual nos inclina sin afectación a hacerle pasar antes que a nosotros en las varias circunstancias de la vida cotidiana.

Conforme se van extendiendo las conquistas de la Iglesia, el infierno aviva su furia contra ella para arrebatarla el alma de sus hijos.

La antífona del Ofertorio nos proporciona la expresión de las inflamadas oraciones que semejante situación la sugiere.


OFERTORIO

Señor, ven en mi auxilio: sean confundidos y avergonzados los que buscan mi vida para quitármela: Señor, ven en mi auxilio.


La Secreta nos demuestra cómo el Sacrificio que muy pronto se va a consumar mediante las palabras de la consagración, es la preparación inmediata más directa y más eficaz para recibir en la Comunión el Cuerpo y la Sangre divinos que por El se hacen presentes en el altar.


SECRETA

Suplicárnoste, Señor, nos purifiques con la virtud de este Sacrificio y, compadecido de nosotros, hagas que merezcamos ser partícipes de su efecto. Por Nuestro Señor Jesucristo. 


La Iglesia, llena sustancialmente en la Comunión de la Sabiduría del Padre, promete a Dios en acción de gracias guardar sus justicias y hacer fructificar en ella las divinas enseñanzas.


COMUNIÓN

Señor, me acordaré sólo de tu justicia: oh Dios, tú me adoctrinaste desde mi juventud: y no me abandones, oh Dios, en mi vejez y mis canas.


En la Poscomunión, pedimos con la Iglesia la renovación que obra la pureza del divino Sacramento y cuyo efecto se deja sentir así en la vida actual como en el siglo futuro.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, Señor, purifiques benigno nuestras almas y las renueves con estos celestiales Sacramentos: para que, de ese modo, alcancemos también ayuda para nuestros cuerpos ahora y en lo futuro. Por Nuestro Señor Jesucristo.


viernes, 23 de septiembre de 2022

Boletín Dominical 25 de septiembre



Día 25 de Septiembre, Domingo XVI de Pentecostés.

Conm. Doble-Ornamentos Verdes.

Nos refiere el Evangelio que habiendo sido invitado Jesús por uno de los príncipes de los fariseos a comer en su casa, le presentaron un hombre hidrópico, no con buena intención de ofrecerle ocasión de hacer un acto de caridad y manifestar su poder divino, sino con la mala intención de ponerle en situación difícil, pues decían ellos: si no le cura se dirá que no puede hacerlo, y si le cura diremos que siendo hoy sábado ha quebrantado la ley que no permite hacer nada en este día.

Jesús les pregunta: “¿Es permitido curar a un enfermo en sábado?” Nadie se atreve a responder. Ya veían que si contestaban afirmativamente se contradecirían a sí mismos que tantas veces habían dicho que no; y si respondían negativamente, temían que el poder de Cristo les humillara haciendo en nombre de Dios un milagro.

En vista de que todos callan, Jesús tomando de la mano al enfermo lo sanó y despidió. No quiso ensañarse con los fariseos el Divino Maestro, antes bien intentó iluminar sus entenebrecidas inteligencias con los rayos de la verdad: “Decidme, les apostrofa, ¿Quién de vosotros, si se les cae un asno o un buey al fondo de un pozo, no va y le saca, aunque sea sábado?

Como los doctores de la ley y los fariseos, ¡cuántos hay que olvidan que la caridad es reina de todas las virtudes y que sin ella no se puede agradar a Dios; cuantos que cuidan más de sus bestias que de sus semejantes.





30 de Septiembre:
San Jerónimo. Patrono principal de la Archidiócesis de Córdoba

El gran penitente y doctor Máximo de la Iglesia latina San Jerónimo era natural de Estridón, en Dalmacia. Hombre aficionado al estudio y a la investigación desde su juventud, juntó a su gran piedad una erudición vastísima y una exquisita formación literaria, filosófica y teológica. En sus ansias de saber fue a las Galias, vivió en Roma, marchó a Constantinopla a estudiar con San Gregorio Nacianceno, fue a Antioquia, y se aposentó en Belén. Fue un polemista formidable, defendiendo con su acerada pluma la fe contra todas las herejías que aparecieron en su tiempo. El dominio que adquirió en las lenguas latina, griega, hebrea y caldea le facilitó el estudio y conocimiento de las Sagradas Escrituras, y a pedido del Papa San Dámaso, que le apreciaba mucho, vertió directamente del hebreo y del griego al latín la Sagrada Biblia, llamada Vulgata. Murió santamente en Belén, junto a la cuna del Señor, el año 420, este gigante del espirito, cuya obra de ciclópea grandeza admirará a todas las generaciones. Su cuerpo fue trasladado a Roma y descansa en la Iglesia de Santa María la Mayor, junto al Santo Pesebre.



domingo, 18 de septiembre de 2022

Sermón Domingo XV después de Pentecostés

Sermón

R.P. Julián Espina Leupold


Sermón

Monseñor Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Lección

Hermanos: Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente. Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Examine cada cual su propia conducta y entonces tendrá en sí solo, y no en otros, motivo para glorificarse, pues cada uno tiene que llevar su propia carga. Que el discípulo haga partícipe en toda suerte de bienes al que le instruye en la Palabra. No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe.

Gálatas V, 25-26, VI. 1-10



Evangelio

En aquél tiempo iba Jesús a una ciudad llamada Naim, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». 

Lc VII, 11-16


sábado, 17 de septiembre de 2022

Dom Gueranger: Decimonquinto Domingo después de Pentecostés




DECIMOQUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger 


MISA

El episodio conmovedor de la viuda de Naim da hoy nombre al décimoquinto Domingo después de Pentecostés. El Introito nos ofrece un modelo de las oraciones que debemos dirigir al Señor en todas nuestras necesidades. El Hombre- Dios prometió (Domingo anterior), socorrer sirvamos fielmente buscando antes que nada su reino. Al dirigirle nuestras súplicas, mostrémonos confiados en su palabra como es justo que lo seamos, y así oirá nuestros ruegos.


INTROITO

Inclina, Señor, tu oído hacia mí; y óyeme: salva, oh Dios mío, a tu siervo, que espera en ti: ten piedad de mí, Señor, pues clamo a ti todo el día. — Salmo: Alegra el alma de tu siervo: ya que a ti, Señor, elevo mi alma. V. Gloria al Padre.


La humildad de la Iglesia en las súplicas que dirige al Señor es un ejemplo para nosotros. Si la Esposa obra así con Dios, ¿qué disposiciones de humillación deben ser las nuestras al comparecer ante la soberana Majestad? Con razón podemos decir a esta tierna Madre, como los discípulos al Salvador: ¡Enséñanos a orar! En la Colecta, unámonos a ella.


COLECTA

Haz, Señor, que tu continua misericordia purifique y proteja a tu Iglesia: y, ya que sin ti no puede mantenerse salva, sea siempre gobernada por tu gracia. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Gálatas (Gal., V, 25-26; VI, 1-10).


Hermanos: Si vivimos del espíritu, caminemos también en el espíritu. No codiciemos la gloria vana, provocándonos mutuamente, envidiándonos unos a otros. Hermanos, si alguno cayere en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, instruid a ese tal con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, para que no seas tentado tú también. Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. Porque, si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Examine, pues, cada cual sus obras, y así sólo tendrá gloria en sí mismo y no en otro. Porque cada cual llevará su carga. Y, el que es catequizado de palabra, comunique todos sus bienes al que le catequiza. No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque, lo que sembrare el hombre, eso recogerá. Por tanto, el que sembrare en su carne, cosechará de la carne corrupción: mas, el que sembrare en el espíritu, cosechará del espíritu vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien: porque, si no nos cansáremos, segaremos a su tiempo. Así que, mientras tenemos tiempo, obremos el bien con todos, pero principalmente con los hermanos en la fe.


PERSEVERANCIA EN LA LUCHA

La Santa Madre Iglesia vuelve a tomar la lectura de San Pablo donde la dejó hace ocho días. Sigue siendo objeto de las instrucciones apostólicas la vida espiritual, la vida engendrada por el Espíritu Santo en nuestras almas para suceder a la de la carne. Aunque hayamos domado la carne, no debemos por eso creer que está terminado el edificio de nuestra perfección; y es que la lucha debe continuar después de la victoria si no queremos ver comprometidos los resultados; pero además se precisa vigilancia para que una u otra de las tres concupiscencias no aproveche el momento para retoñar ni causar heridas, tanto más peligrosas cuanto menos se pensaba en preservarse de ellas, mientras el alma dirige su esfuerzo a otra cosa.

La vanagloria, principalmente, exige al hombre que quiere servir a Dios un continuo vivir alerta, porque siempre está presta a infectar con su veneno sutil hasta los actos de la humildad y de la penitencia.


HUIR DE LA VANAGLORIA

¿Qué insensatez sería la de un condenado a quien la flagelación le ha salvado de la pena capital que había merecido, si se gloriase de los azotes con que se castiga a los esclavos y que él lleva impresos en su carne? ¡No tengamos jamás semejante locura! Y, sin embargo de ello, se diría que podíamos tenerla, ya que el Apóstol, a continuación de sus avisos sobre la mortificación de las pasiones, nos hace la recomendación de evitar la vanagloria. En efecto, nunca estaremos totalmente seguros en esta parte mientras la humillación física que inflijamos al cuerpo no tenga en nosotros como principio la humillación consciente del alma ante su miseria. También los antiguos filósofos tenían sus máximas acerca del dominio de los sentidos; y la práctica de estas célebres máximas era escalón de que se valía su orgullo para alzarse hasta los cielos. Es que, en esto, estaban muy lejos de los sentimientos de nuestros padres en la fe, los cuales, en cilicio y postrados en tierra clamaban en lo íntimo de su corazón: “Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia; porque fui concebido en la iniquidad y mi pecado está siempre ante mí”.


LAS OBRAS DE LA CARNE

Castigar por vanidad el cuerpo, ¿qué otra cosa es sino lo que San Pablo llama hoy “sembrar en la carne” para recoger en lo porvenir, es decir, en el día de la manifestación de los pensamientos de los corazones no la gloria y la vida, mas la confusión y la vergüenza eterna? Entre las obras de la carne enumeradas en la Epístola precedente se encuentra, en efecto, no sólo los actos impuros, sino también las disputas, las disensiones, las envidias4, pero ordinariamente nacen de esta vanagloria, en la que quiere el Apóstol que reparemos en este momento. La reproducción de estos actos detestables sería una señal bastante segura de que la savia de la gracia había cedido el lugar a la fermentación del pecado en nuestras almas, y en este caso, otra vez esclavos, caeríamos debajo de la ley y sus terribles sanciones. De Dios no se mofa nadie; la confianza que da justamente la fidelidad’ sobreabundante del amor a todo el que vive del Espíritu, no pasaría de ser, en estas condiciones, una falsificación hipócrita de la santa libertad de los hijos del Altísimo. Sólo son hijos suyos los que son guiados del Espíritu Santo en la caridad; los demás son hijos de la carne y no pueden agradar a Dios.


LA CARIDAD FRATERNA

Por el contrario, si queremos una señal cierta de que estamos unidos a Dios, seamos indulgentes con nuestros hermanos considerando nuestra propia miseria, en vez de tomar ocasión de sus defectos y faltas para envanecernos; si caen, tendámosles una mano caritativa y discreta; llevemos mutuamente nuestras cargas en el camino de la vida, y entonces, habiendo cumplido la ley de Cristo, sabremos que estamos en él y él en nosotros.

Estas inefables palabras, que usó Jesús para indicar su futura intimidad con todo el que comiese la carne del Hijo del Hombre y bebiese su sangre en el banquete divino, San Juan, que las refiere, las cita palabra por palabra en sus Epístolas para aplicarlas a los que observan en el Espíritu Santo el mandamiento del amor de los hermanos.

¡Ojalá resuene siempre en nuestros oídos esta palabra del Apóstol: Mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos! Porque llegará el día, y no está lejos, en que el ángel del libro misterioso dejará oír su voz en el espacio y, con la mano levantada al cielo, jurará por Aquel que vive en los siglos sin fln que el tiempo ha terminado \ Y entonces el hombre recogerá con alegría lo que había sembrado con lágrimas-; como no se cansó de obrar el bien en las regiones oscuras del destierro, menos se cansará todavía de cosechar sin fln en la clara luz del día de la eternidad.

Al cantar el Gradual, pensemos que, si la alabanza agrada al Señor, es a condición de que salga de un alma donde reine la armonía de las virtudes. La vida cristiana, ajustada a los diez mandamientos, es el salterio de diez cuerdas, de donde el Espíritu Santo, que es el dedo de Dios, hace subir hacia el Esposo acordes que arroban su corazón.


GRADUAL

Es bueno alabar al Señor: y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. v. Para aclamar por la mañana tu misericordia, y tu verdad por la noche.

Aleluya, aleluya. V. Porque el Señor es un Dios grande, es el Rey de toda la tierra. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Luc., VII, 11-16).


En aquel tiempo iba Jesús a una ciudad, que se llama Naím: e iban con El sus discípulos y mucho gentío. Y, al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a un difunto, hijo único de su madre: y ésta era viuda: y venía con ella mucha gente de la ciudad. Cuando la vió el Señor, movido de piedad hacia ella, la dijo: No llores. Y se acercó, y tocó el féretro. (Y se detuvieron los que lo llevaban.) Y dijo: Joven, yo te lo mando: levántate. Y se incorporó el que estaba muerto, y comenzó a hablar. Y se lo dió a su madre. Y se apoderó de todos el temor: y alabaron a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros: y Dios ha visitado a su pueblo.


LA MUERTE ESPIRITUAL

Comentando este Evangelio, nos dice San Agustín en la homilía que se lee esta misma noche en Maitines: “Si la resurrección de este joven colma de alegría a la viuda, su madre, nuestra Madre la Santa Iglesia se regocija también todos los días al ver resucitar espiritualmente a los hombres. El hijo de la viuda había muerto de muerte corporal; éstos habían muerto en el alma. Visiblemente, empero, se lloraba la muerte visible del primero, mientras que ni siquiera se advertía la muerte invisible de estos últimos.

“Nuestro Señor Jesucristo quería que los milagros que obraba en los cuerpos se interpretasen en un sentido espiritual. No hacía milagros por sólo hacer milagros, sino que deseaba que, al excitar la admiración de los que los veían, a la vez estuviesen llenos de verdad para los que comprendían el sentido. Los que fueron testigos oculares de los milagros de Jesucristo, sin comprender su significado, sin penetrar lo que ellos dicen a las almas ilustradas, estos tales sólo han admirado el hecho material del milagro; pero otros han admirado a la vez los hechos y han comprendido su significado. De éstos debemos ser nosotros en la escuela de Jesucristo…

“Escuchémosle, pues, y el fruto sea éste: en los que viven, conservar solícitamente la vida, y en los que están muertos, recobrarla lo más pronto posible” .


EL BUEN CELO

Cristianos preservados de la defección por la misericordia del Señor, a nosotros nos toca tomar parte en las angustias de la Iglesia y ayudar en todo las diligencias de su celo para salvar a nuestros hermanos. No basta no ser de los hijos insensatos que son el dolor de su madre y deshonran el seno que los llevó. Aunque no supiésemos por el Espíritu Santo que honrar a su madre es atesorar el solo recuerdo de lo que la costó nuestro nacimiento, nos induciría a no perder ocasión de enjugar sus lágrimas. La Iglesia es la Esposa del Verbo, a cuyas bodas aspiran también nuestras almas; si es cierto que esa unión es la nuestra igualmente, lo debemos probar, como la Iglesia, manifestando en nuestras obras el único pensamiento, el único amor que comunica el Esposo en sus intimidades, porque no tiene otro en su corazón: el pensamiento de restaurar en el mundo la gloria de su Padre, el amor de salvar a los pecadores.

En el Ofertorio cantamos con la Iglesia sus esperanzas cumplidas; no quede nunca muda nuestra boca ante los beneficios del Señor.


OFERTORIO

Esperé con paciencia al Señor, y me miró: y oyó mi súplica: y puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.


En la Secreta nos ponemos al amparo omnipotente de los divinos misterios.


SECRETA

Guárdennos, Señor, tus misterios; y nos defiendan siempre contra las incursiones diabólicas. Por Nuestro Señor Jesucristo.


En Jesús todo es vida y fuente de vida. Su palabra hizo volver de la muerte al hijo de la viuda de Naím; su carne es la vida del mundo en el pan consagrado, como canta la Antífona de la Comunión.


COMUNIÓN

El pan que yo daré, es mi carne por la vida del mundo.


No será perfecta en nosotros la unión divina mientras el misterio de amor no domine de tal forma nuestras almas y nuestros cuerpos, que sean plena posesión suya y no encuentren ya su dirección más que en El y no en la naturaleza.

Esto lo explica y lo pide la Poscomunión.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, Señor, hagas que la virtud de este don celestial posea nuestras almas y nuestros cuerpos: para que no domine en nosotros nuestro sentido, sino que siempre nos prevenga su efecto. Por Nuestro Señor Jesucristo.

viernes, 16 de septiembre de 2022

Boletín Dominical 18 de septiembre


Día 18 de Septiembre, Domingo XV de Pentecostés.

Conm. de San José de Cupertino. Confesor.

Doble-Ornamentos Verdes.

Acercándose Jesús a la ciudad de Naím ve que llevan a enterrar  un joven hijo único de una viuda. Compadecido Jesús de esa pobre madre, hace detener el cortejo y vuelve la vida al joven con el imperio de su palabra divina.

En la resurrección de este joven la ostentación de la divina potencia de Jesús queda como eclipsada por la manifestación de la ternura de su Corazón. Solo Jesús puede alargar la vida; solo Él puede resucitar un muerto; Él solo también puede resucitar las almas de la muerte que es el pecado.

Al recordar este pasaje del evangelio de San Lucas no dejemos de meditar, de pensar un poco en la muerte, por que como dice San Juan Clímaco “la meditación de la muerte es la más útil para la salvación”.

Ante la consideración de la muerte, ¡que efímeros aparecen los goces transitorios de la tierra! ¿De qué le sirve entonces al rico su fortuna, ni su ciencia a los sabios, ni el poder a los gobernantes, ni el ingenio a los dotados de talento, ni la hermosura, ni la belleza? Todo es vanidad de vanidades y aflicción de espíritu, como dice el libro de la Sabiduría.

Entonces se comprende muy fácilmente que el servir a Dios es reinar.




Día 21 de Septiembre, San Mateo, Apóstol y Evangelista.

Los publicanos en Roma eran ricos propietarios que compraban a la Republica los impuestos de las provincias; pero los publicanos de que habla el Evangelio no tenían tan alta categoría. Eran simples subalternos que cobraban, vigilaban y exigían en nombre de las grandes compañías, que por medio de esos empleados extendían sus redes sutiles por todo el Imperio. Esto era Mateo, llamado también Leví,  publicano, arrendador de las rentas imperiales, que se recogían cobrando los tributos que debían pagar los judíos, que se veían esclavizados por el  fisco romano, por lo cual miraban a los publicanos como traidores y pecadores. Mateo había nacido en Caná de galilea. Estando en Cafarnaum sentado en el banco de la recaudación de contribuciones, pasó un día Jesús y le dijo: “Sígueme”. Y él, dejando todo, se fue tras Jesús. Era una adhesión espontánea y completa. Fue San Mateo el primero que escribió el Evangelio de Jesucristo, y lo hizo en lengua hebrea, pues lo destinaba especialmente para los judíos; por eso comienza con la genealogía de Cristo y demuestra que Jesús es el Mesías esperado. Predicó en Palestina y en Etiopía, donde, por confirmar el voto de virginidad a la princesa Ifigenia, fue martirizado. 





domingo, 11 de septiembre de 2022

Sermón Domingo XIV después de Pentecostés

Sermón

Monseñor Pío Espina Leupold


Sermón

R. P. Carlos Dos Santos



Lección

Hermanos: Vivíd según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. 

Gálatas V, 16.24



Evangelio

En aquél tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores; porque odiará al uno y amará al otro; o se adherirá al uno y despreciará al otro. Vosotros no podéis servir a Dios y a Mammón”. “Por esto os digo: no os preocupéis por vuestra vida: qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, con qué lo vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento? ¿y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni juntan en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros puede, por mucho que se afane, añadir un codo a su estatura? y por el vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo: cómo crecen; no trabajan, ni hilan, mas Yo os digo, que ni Salomón, en toda su magnificencia, se vistió como uno de ellos. Si, pues, la hierba del campo, que hoy aparece y mañana es echada al horno, Dios así la engalana ¿no (hará Él) mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, por consiguiente, diciendo: “¿Que tendremos para comer? ¿Qué tendremos para beber? ¿Qué tendremos para vestirnos?” Porque todas estas cosas las codician los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura.

Mateo VI, 24-33


viernes, 9 de septiembre de 2022

Dom Gueranger: Decimocuarto Domingo después de Pentecostés

 


DECIMOCUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


MISA

Mira, oh Dios, -protector nuestro, y contempla el rostro de tu Ungido. Asi comienza hoy la Iglesia al irse acercando al altar. La Iglesia es la Esposa del Hombre-Dios y su gloria; pero el Esposo, dice San Pablo, es a la vez la imagen y la gloria de Dios y la cabeza de la Esposas. Así que con toda verdad y como con plena seguridad de ser oída, la Iglesia, al dirigirse al Dios tres veces santo, le ruega que contemple al mirarla el rostro de su Ungido. 


INTROITO

Mira, oh Dios, protector nuestro, y contempla el rostro de tu Ungido: porque más que mil vale un día en tus atrios. — Salmo: ¡Cuán amables son tus tiendas, oh Señor de los ejércitos! Mi alma desfallece y suspira por los atrios del Señor. J. Gloria al Padre. 


Las glorias futuras a cuyo pensamiento la Iglesia salta de gozo, la dignidad de la unión divina que ya desde este mundo la hace verdaderamente Esposa, no son obstáculos para que deje de sentir la continua necesidad que tiene del socorro de lo alto. En un solo instante de desamparo por parte del cielo vería que la humana fragilidad, alejando a sus miembros de las virtudes que en la Epístola ensalza el Apóstol, los arrastraría al abismo del vicio descrito en el mismo lugar. Pidamos con nuestra Madre en la Colecta esa asistencia misericordiosa de cada momento que nos es tan necesaria. 


COLECTA 

Suplicárnoste, Señor, custodies a tu Iglesia con perpetua protección: y, pues sin ti desfallece la humana fragilidad, haz que, con tus auxilios, se abstenga siempre de lo dañino y tienda ^ lo saludable. Por Nuestro Señor Jesucristo. 


EPÍSTOLA 

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Gálatas (Gal., V, 16-24). 

Hermanos: Caminad en el Espíritu, y no satisfaréis los deseos de la carne. Porque la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne: porque ambas cosas se oponen mutuamente, para que no hagáis cuanto queráis. Si sois guiados por el Espíritu, no estáis debajo de la ley. Y manifiestas son las obras de la ley, que son: fornicación, inmundicia, impudicicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, riñas, disensiones, sectas, envidias, homicidios, embriagueces, comilonas, y otras parecidas a éstas, contra las cuales os prevengo, como ya os previne otra vez: porque, los que hacen tales cosas, no conseguirán el reino de Dios. Y los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad. Contra estas cosas no hay ley. Porque, los que son de Cristo, han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias. 


ESPÍRITU Y CARNE

En las líneas que acabamos de leer, el Apóstol nos habla de la relación íntima que en nuestra vida une a estos tres elementos: el Espíritu, la libertad, la caridad. San Pablo, como a los Judíos, nos dice también a nosotros: no hay más que una ley, la caridad. El que ama, cumple toda la ley. La ley no es más que la división de la caridad. La caridad arroja fuera todo egoísmo, y por tanto, toda disputa, toda rivalidad, toda división, todo lo que amenaza o arruina la alegría y la vida cristiana. 

Obedezcamos al Espíritu, insiste el Apóstol, al principio interior de nuestra vida sobrenatural y guardémonos de los instintos de la carne. Para él, la carne es el egoísmo, todo el conjunto de disposiciones y tendencias que no se someten a la acción de Dios. Es que llevamos en nosotros, aun después del bautismo y de nuestra regeneración espiritual, un foco de deseos y de codicias opuestas al Espíritu de Dios. Por eso, en nuestro interior existe un conflicto entre la carne, que tiende a recobrar su antiguo imperio, y el Espíritu, que sostiene el suyo…, conflicto que cesa tan sólo en el instante en que, rehechos en Nuestro Señor Jesucristo, nos dejamos guiar por el Espíritu y cuando todas las obras del egoísmo pierden su atractivo para nosotros. 

Las obras de la carne, dice, son las que proceden del amor egoísta: …en el reino de Dios no hay lugar para los que a ellas se entregan. Pero es cosa fácil reconocer los frutos del Espíritu. Estos frutos son obras santas, sanas, vivas, que el Apóstol designa con el nombre de “frutos”, no sólo porque son el producto final de nuestra actividad sobrenatural sino también porque se realizan con alegría, y porque Dios y nosotros gustamos su dulzura y percibimos su provecho. Son frutos que nos unen a Dios y nos hacen descansar en El; que nos ponen en regla con el prójimo, que nos ayudan a guardar el dominio de nosotros mismos en medio de los diversos acontecimientos. 

“Ahora bien, los que son de Cristo, los que forman parte de Cristo por el bautismo, dieron muerte a su carne y a su anterior vida adámica juntamente con sus deseos, sus tendencias y sus codicias. Fueron elevados a un orden nuevo, donde el principio de su vida es el Espíritu de Dios. No tienen que hacer otro esfuerzo que el de que continúe muerto lo que fué herido de muerte el día de su bautismo, y, viviendo del Espíritu, obrar en todo y dejarse guiar por el Espíritu”.

La Iglesia canta en el Gradual la alegre confianza que puso en el Señor, su Esposo. En el versículo aleluyático invita a sus hijos a regocijarse como ella en Dios su Salvador. 


GRADUAL 

Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre. V. Mejor es esperar en el Señor que esperar en los príncipes. 

Aleluya, aleluya. V. Venid, alabemos al Señor, cantemos jubilosos a Dios, nuestro Salvador. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (Mt., VI, 24-33). 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores: porque, o tendrá odio al uno y amará al otro, o se adherirá al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a mammón. Por tanto, os digo: No se angustie vuestra alma por lo que habéis de comer, ni vuestro cuerpo por lo que habéis de vestir. ¿No vale el alma mucho más que la comida, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros: y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros, preocupándose, podrá añadir a su estatura un codo? ¿Y por qué os preocupáis del vestido? Contemplad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió jamás como uno de ellos. Pues, si Dios viste así al heno del campo, que hoy es y mañana es arrojado al horno: ¿Cuánto más (lo hará) con vosotros, (hombres) de poca fe? No os angustiéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque todo eso lo buscan los gentiles. Pues vuestro Padre celestial sabe que necesitáis todas esas cosas. Así que buscad primero el reino de Dios, y su justicia: y todas esas cosas se os darán por añadidura. 

 

LAS TRES CONCUPISCENCIAS

La vida sobrenatural, para llegar a su pleno desarrollo en las almas, tiene que triunfar de tres enemigos que San Juan ha llamado concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de vida Acabamos de ver, en la Epístola del día, el obstáculo que opone el primero de estos enemigos al Espíritu Santo y la manera de vencerle; la humildad (y sobre ella la Iglesia ha llamado más de una vez la atención en los Domingos precedentes) es la destrucción del orgullo de la vida. El Evangelio que acabamos de leer tiene por objeto la concupiscencia de los ojos, o sea, el apego a los bienes de este mundo, que no tienen de bienes más que la falsa apariencia. 


EL BUEN USO DE LAS RIQUEZAS

“Nadie, dice el Hombre-Dios, puede servir a dos señores”; y estos dos señores de quien habla son Dios y Mammón, o sea, la riqueza. Y no es que la riqueza sea mala en sí misma. Adquirida legítimamente y empleada según la voluntad del supremo Señor, sirve para ganar los verdaderos bienes, y amontonar por adelantado en la patria eterna los tesoros que no temen a los ladrones ni a la polilla Aunque la pobreza sea la hidalguía de los cielos desde que el Verbo divino se desposó con ella, incumbe una gran función al rico, puesto en nombre del Altísimo para hacer útiles las diversas porciones de la creación material. Dios tiene a bien encomendar a sus cuidados el alimento y vestido de sus más amados hijos, de los miembros pobres y pacientes de su Ungido; le llama a ser apoyo de los intereses de su Iglesia y promotor de obras que le merezcan la salvación; le confía el esplendor de sus templos. ¡Dichoso y digno de toda alabanza es el que de ese modo ordena directamente a la gloria del Creador los frutos de la tierra y los metales que encierra en su seno! No tema: no se habrán pronunciado para él los anatemas que con tanta frecuencia salieron de la boca del Hombre-Dios contra los ricos y afortunados del mundo. No tiene más que un amo: el Padre Celestial, de quien se confiesa humilde mayordomo. Mammón no le domina; antes tiene él a Mammón por esclavo y sujeto al servicio de su celo. El cuidado que pone en administrar sus bienes según la justicia y caridad no lo condena el Evangelio, ya que aun entonces obedece a la palabra de Jesucristo de buscar primero el reino de Dios. Por sus manos pasan las riquezas en obras buenas sin distraer sus pensamientos del cielo, donde está su tesoro y su corazón. EL MAL 


USO DE LAS RIQUEZAS

Ocurre todo lo contrarío cuando a las riquezas no se las considera ya como un simple medio sino como fin de la existencia, hasta el punto de descuidar y a veces olvidar por ellas nuestro último fin. Los caminos del avaro roban su alma, dice el Espíritu Santo2. Y es que, en efecto, como explica el Apóstol a su discípulo Timoteo, el amor al dinero precipita al hombre en la tentación y en los lazos del diablo por el tumulto de deseos perniciosos y vanos que engendra; le hunde cada vez más en el abismo, hasta hacerle vender su fe si es necesario8. Y, con todo eso, el avaro, cuanto más amontona, menos gasta. Guardar su tesoro celosamente, contemplarle4, pensar sólo en él cuando le es preciso ausentarse, en eso tiene puesta toda su vida; su pasión se convierte en idolatría. Y Mammón, en efecto, ya no es sólo para él un señor; es un Dios ante , quien el avaro, inclinado día y noche, sacrifica amigos, parientes, patria y a sí mismo, consagrando su alma a su ídolo y arrojándole aún en vida, dice el Eclesiástico, sus propias entrañas 1. No nos admiremos de que el Evangelio represente a Dios y a Mammón como a rivales irreconciliables; ¿Quién sino Mammón ha visto a Dios en persona sacrificado por treinta monedas de plata sobre su altar? ¿Hay acaso algún ángel caído cuya gloria espantosa brille con más siniestro fulgor debajo de las bóvedas infernales, que el demonio del interés, autor de la venta que entregó al Verbo eterno a los verdugos? El deicidio está a cuenta de los avaros; su miserable pasión, que califica el Apóstol de raíz de todos los males2, reclama para sí legítimamente el crimen más grande que el mundo ha cometido. 


LECCIÓN DE CONFIANZA

Pero, sin llegar a los excesos que hicieron decir a los autores inspirados de los libros de la antigua alianza: “No hay nada más criminal que el avaro, nada más malvado que amar el dinero”8, es fácil dejarse arrastrar, respecto a los bienes de este mundo, por un celo exagerado que sobrepase al que la prudencia permite. El Creador, que cuida de los pájaros del cielo y de los lirios del campo, ¿se olvidará de alimentar y de vestir al hombre, para quien fueron criados los lirios y los pájaros? Y, sobre todo, desde que el hombre puede decir a Dios: Padre, la inquietud que condena la sola razón, sería en los cristianos una injuria para aquel de quien son hijos. Su ruindad de alma merecería el desamparo del Señor de todas las cosas. Por el contrario, si, correspondiendo a su nobleza de raza, buscan ante todo el reino de Dios, cuya corona poseerán en la verdadera patria, los bienes del valle del destierro, en la medida útil al viaje que los conduce al cielo, les están asegurados en la palabra expresa del Señor. 

El Ofertorio, como las otras partes de esta Misa, expresa todo él confianza. El jefe de las milicias de Dios, el arcángel San Miguel, cuya fiesta está ya cerca y a quien la Iglesia invoca todos los días en la bendición del incienso en este momento del sacrificio, ¿no está pronto a defender a los que temen al Señor? 


OFERTORIO

El Ángel del Señor acampa en torno de los que le temen, y los librará: gustad y ved cuán bueno es el Señor. En la Secreta pedimos que la hostia ofrecida sobre el altar purifique nuestra alma por su virtud y haga que el poder divino se nos muestre favorable. 


SECRETA

Suplicárnoste, Señor,-hagas que esta hostia saludable nos alcance la purificación de nuestros pecados y la propiciación dé tu potestad. Por Nuestro Señor Jesucristo. 


COMUNIÓN

Buscad primero el reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura, dice el Señor. 


Pureza cada vez mayor, protección del cielo y perseverancia final, tales son los preciosos frutos de la frecuentación de los misterios. Consigámoslos, rogando con la Iglesia en la Poscomunión. 


POSCOMUNIÓN 

Purifíquennos siempre, oh Dios, y nos defiendan tus Sacramentos: y lleven a efecto en nosotros la obra de la salvación eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo.

Boletín Dominical 11 de septiembre


Día 11 Septiembre, Domingo XIV de Pentecostés.

Conm. Santos Mártires Proto y Jacinto. 

Doble. Orn. Verdes.

La vida del hombre sobre la tierra es un peregrinar continuo mientras dura ella; somos peregrinos, somos aves de paso, vamos en busca de la patria; y en este camino hemos de aligerar la carga de cuidados embarazosos que puedan entorpecer el viaje, hacerle pesado o hacernos cambiar de ruta con pérdida irremediable para nosotros. Debemos pues, vivir desprendidos de las cosas terrenas y practicar ese desprendimiento con la perfección posible. Esto no quita el cuidado necesario y conveniente que debemos tener con nuestras cosas y de nuestros bienes, ni aún el deseo honesto de mejorar; pero…ha de ser sin demasiadas ansias, sin inquietudes, sin envidias, sin congojas, sin que embarace tanto nuestro espíritu que perdamos de vista las espirituales y eternas hacia las que se dirige nuestra vida. Esto es lo que nos enseña el Señor en el Evangelio de hoy. “Nadie puede servir a dos señores”, y menos dos señores rivales. No podéis servir a Dios y al dinero


Día 12 de Septiembre, Dulce Nombre de María

“Y el nombre de la Virgen era María. Digamos también algo de este nombre, que significa estrella del mar. Conviene perfectamente a la Madre de Dios. Como el astro emite su rayo de luz, así la Virgen dio a luz a su Hijo; ni el rayo disminuyó la claridad de la estrella, ni el Hijo la virginidad de la Madre. ¡Noble estrella la que ha salido de Jacob, cuyos rayos iluminan al mundo, la cual resplandece en los cielos, penetra en los abismos, recorre toda la tierra! Más que a los cuerpos, calienta a las almas, consume el vicio y fecunda la virtud. Así es realmente: María es el astro deslumbrante y sin igual, necesario a este mar inmenso; es la estrella que brilla por sus méritos y nos alumbra con sus ejemplos. (Continua)



(Sigue) “Oh tú, quienquiera que seas, que en el flujo y reflujo de este mundo te das cuenta que caminas no tanto en tierra firme como en medio de tempestades y torbellinos, no apartes la vista del astro espléndido si no quieres desaparecer entre el huracán. Si se levanta la borrasca de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, Invoca a María. Si eres juguete de las olas de la soberbia o de la ambición, de la calumnia o de la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la avaricia, o la cólera, o los halagos de la carne azotan la nave de tu alma, vuelve tus ojos a María. Si asustado por la enormidad de; tus pecados, o avergonzado de ti mismo, o tembloroso ante el juicio terrible ya cercano, sientes que se ahonda debajo de tus pies el abismo de la tristeza o de la desesperación, piensa entonces en María. En los peligros, en las angustias, en la duda, piensa en María, invoca a María.

“Esté continuamente en tus labios, esté en tu corazón; imítala y así tendrás su ayuda de un modo seguro. Siguiéndola, no yerras; rogándola, no te desesperas; pensando en ella, no te extravías. Apoyado en ella, no caes; amparado por ella, no temes; guiado por ella, no te fatigas, al que ella favorece, llega a puerto seguro. Y de este modo sentirás en ti mismo la verdad de esta palabra: el nombre de la Virgen era María.”  San Bernardo.





domingo, 4 de septiembre de 2022

Sermón Domingo XIII después de Pentecostés

Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Sermón

Monseñor Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold



Lección

Hermanos: Ahora bien, las promesas fueron dadas a Abrahán y a su descendiente. No dice: “y a los descendientes” como si se tratase de muchos, sino como de uno: “y a tu Descendiente”, el cual es Cristo. Digo, pues, esto: “Un testamento ratificado antes por Dios, no puede ser anulado por la Ley dada cuatrocientos treinta años después, de manera que deje sin efecto la promesa. Porque si la herencia es por Ley, ya no es por promesa. Y sin embargo, Dios se la dio gratuitamente por promesa”. Entonces ¿para qué la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese el Descendiente a quien fue hecha la promesa; y fue promulgada por ángeles por mano de un mediador. Ahora bien, no hay mediador de uno solo, y Dios es uno solo. Entonces ¿la Ley está en contra de las promesas de Dios? De ninguna manera. Porque si se hubiera dado una Ley capaz de vivificar, realmente la justicia procedería de la Ley. Pero la Escritura lo ha encerrado todo bajo el pecado, a fin de que la promesa, que es por la fe en Jesucristo, fuese dada a los que creyesen.

Gálatas III, 16-22


Evangelio

En aquel tiempo: Sucedió que, Jesús, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿Dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.» 

Lucas XVII, 11-19

sábado, 3 de septiembre de 2022

Dom Gueranger: Decimotercer Domingo después de Pentecostés




DECIMOTERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger


La serie de domingos que en otro tiempo arrancaba de la solemnidad de San Pedro o de los Apóstoles, nunca propasaba a este domingo. La fiesta de San Lorenzo daba su nombre a los que siguen, como ocurría desde el Domingo nono después de Pentecostés, en los años en que la Pascua se distanciaba más del equinoccio de primavera. Cuando la fecha de Pascua caía muy próxima a su punto extremo se empezaban a contar desde este Domingo las semanas del séptivio mes (septiembre).

Las Témporas de otoño pueden caer ya en esta semana, pero también puede ocurrir que no lleguen hasta el décimoctavo Domingo. En nuestra explicación seguiremos el orden adoptado en el misal, que las pone a continuación del décimoséptimo Domingo después de Pentecostés.

En Occidente el décimotercer Domingo toma hoy su nombre del Evangelio de los diez leprosos que se lee en la misa; por el contrario, los griegos, para quienes es el Domingo trece de San Mateo, leen en él la parábola de la viña, cuyos obreros llamados a diversas horas del día, reciben todos idéntica recompensa.


MISA

EL RECUERDO DE LOS TIEMPOS PASADOS

La Iglesia, en posesión de las promesas que el mundo esperó tanto tiempo, gusta mucho de recordar una y otra vez los sentimientos que llenaron el alma de los justos durante los siglos angustiosos en que el género humano vegetaba en las sombras de la muerte. Tiembla a vista del peligro en que sus hijos se encuentran de olvidar en la prosperidad la situación desastrosa que la Sabiduría eterna les ha evitado, llamándolos a vivir en los tiempos que han sucedido al cumplimiento de los misterios de la Redención. De un olvido así tendría que nacer naturalmente la. ingratitud que el Evangelio del día justamente condena. Por eso la Epístola y, antes que ella el Introito, nos transportan al tiempo en que el hombre vivía sólo de esperanza bien que se le hubiese hecho promesa de una alianza sublime. Esta debía consumarse en los siglos posteriores; mas entretanto el hombre en espera de volver a encontrar el amor se hallaba en una gran miseria, a merced de la perfidia de Satanás y expuesto a las represalias de la justicia divina.


INTROITO

Mira a tu alianza, Señor, no desampares por siempre las almas de tus pobres: levántate, Señor, y defiende tu causa y no olvides las voces de los que te buscan. — Salmo: ¿Por qué, oh Dios, nos has rechazado para siempre? ¿Por qué se ha encendido tu furor contra las ovejas de tus pastos? V. Gloria al Padre.


LAS VIRTUDES TEOLOGALES

Hace ocho días vimos el papel que desempeña la fe y la importancia de la caridad en el cristiano que vive en la ley de la gracia. La esperanza le es necesaria también porque, aunque sustancialmente posea los bienes que le harán feliz por toda la eternidad, la oscuridad de este mundo de destierro se los oculta a la vista; además, la vida presente, como tiempo de prueba en que debe cada uno merecer su corona hace que hasta el final de la misma sientan aun los mejores la incertidumbre y las amarguras de la lucha. Por eso debemos implorar con la Iglesia en la Colecta el aumento en nosotros de las tres virtudes fundamentales de fe, esperanza y cardad; mas, para llegar a gozar en el cielo del pleno cumplimiento de todos los bienes que Dios nos ha prometido, nos es necesaria desde ahora la gracia de amar de todo corazón sus mandamientos, que son el camino que lleva allá y se resumen, según el Evangelio del Domingo pasado, en el amor.


COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, danos aumento de fe, esperanza y caridad: y, para que merezcamos alcanzar lo que prometes, haznos amar lo que mandas. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Gálatas (Gal., III, 16-22).


Hermanos: Las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendiente. No dice: Y a sus descendientes, como si fuesen muchos; sino, como si fuese uno sólo: Y a tu descendiente, que es Cristo. Y yo digo esto: Que el pacto confirmado por Dios no fué abrogado por la Ley, publicada cuatrocientos treinta años después, ni la promesa fué anulada. Porqué, si la herencia viniese por la Ley, ya no vendría por la promesa. Pero Dios hizo la donación a Abraham por promesa. ¿Para qué sirve, pues, la Ley? Fué puesta por causa de las transgresiones, hasta que viniese el descendiente a quien había sido hecha la promesa, y fué promulgada por ángeles y por mano de un mediador. Pero el mediador no es de uno solo; Dios, en cambio, es Uno solo. ¿Luego la Ley va contra las promesas de Dios? De ningún modo. Porque, si se hubiese dado una ley que pudiese vivificar, entonces la justicia vendría verdaderamente de la Ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo del pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo.


LA LIBERTAD DEL CRISTIANO

A lo largo de este dilatado período del Tiempo que sigue a Pentecostés, dedicado a gloriñcar la acción del Espíritu Santo como santiñcador del mundo, la Iglesia se complace en recordar con frecuencia en la Liturgia los acontecimientos memorables que libertaron al hombre del yugo de la ley del temor para someterle al suave y ligero de la ley del. amor. La Epístola de este Domingo décimo - tercero nos recuerda que la obra divina de nuestra liberación se fué preparando muy lentamente. Como los judíos continuaban teniéndose por un pueblo privilegiado y sostenían por eso que la salvación sólo se podía conseguir por la observancia de la Ley mosaica, ley de esclavitud, San Pablo les recuerda al instante que la salvación se prometió mucho antes de Moisés y que la promesa va vinculada no a la Ley mosaica, sino a la fe en el que algún día había de venir al mundo para redimir a los hombres. Al cumplirse esta promesa, la Ley antigua quedó para siempre anulada.


LA PROMESA MESIÁNICA

Ahora bien, los judíos conocen mejor que nadie esta promesa y sus particulares condiciones. La hizo Dios en la antigüedad a Abraham, la renovó a los Patriarcas y la confirmó con juramento. Esa promesa, en la posteridad de Abraham, siempre tiene en vista al que es la fuente y origen de la bendición. Por eso no dice el texto sagrado que las promesas vayan dirigidas a Abraham y a sus hijos, sino a su hijo, a su vástago, al único de quien históricamente se puede afirmar que es la bendición del mundo.

Cuando un hombre promete, su promesa puede cambiar, y sólo es definitiva después de su muerte; pero, como Dios no puede morir, la firmeza de la promesa divina queda asegurada de otra manera: por su solemnidad, por su reiteración, con un juramento. Siendo así de firmes los designios de Dios, no se puede admitir que la Ley mosaica, que llegó cuatrocientos treinta años más tarde que la promesa, la pudiese anular, como no pudo tampoco romper el pacto hecho por Dios. Por tanto, una de dos: la justificación, filiación divina, herencia del cielo y todo cuanto nos une con el orden sobrenatural, o lo debemos a la ley dada a Moisés o a la promesa que hizo el Señor a Abraham. Mas no cabe duda: todo ha venido a nosotros en atención a la promesa hecha a Abraham y no en atención a la ley que dió Dios a Moisés.


LA LEY Y LA PROMESA

Pero entonces, ¿Cuál fué el objeto, la función de la Ley? ¿Es una institución divina sin por qué? De ninguna manera, pero la distancia entre la promesa y la Ley es inmensa. Así como la promesa proviene de la bondad de Dios, la Ley fué ocasionada por el pecado: es una medida higiénica y provisional. El mundo, cada vez más depravado, olvidaba los preceptos de la ley natural. Dios los promulgó nuevamente y, queriendo venir al mundo, se escogió un pueblo que separó de los otros pueblos y constituyó guardián de la promesa hasta el día en que se cumpliese, es decir, hasta que viniese el retoño en quien debían ser bendecidas todas las naciones. 

Y este carácter de la ley, en cuanto es distinta de la promesa, se echa de ver hasta en el modo de su promulgación. La Ley es una institución motivada por las circunstancias, en vez de ser, como la promesa, una disposición espontánea y derivada totalmente del Corazón de Dios. Además se sirvió de los ángeles como intermediarios para instituirla, porque Dios reservaba para sí una intervención personal para más tarde. Finalmente, dicha ley se confió a manos de un mediador, Moisés. Al nacer la Ley, hay un mediador porque hay dualidad, porque hay dos partes qué contratan, pues se trata, dé un pacto entre Dios y su pueblo. Por esto, precisamente la Ley es caduca: por ser un pacto, la Ley está subordinada a la fidelidad de las partes. Si la una se retira, la otra queda libre. Al contrario, en el día de la promesa, frente a Abraham sólo vemos a Dios; de parte de Dios es un compromiso totalmente gracioso; no ha habido intermediario ni condición; la promesa es absoluta y eterna.


LA LEY Y LA FE

¿Hay aquí por ventura antagonismo entre la Ley y la promesa, y acaso la Ley, después de muchos siglos, pudo desmentir y anular las promesas de Dios? Nunca jamás. Ciertamente, el Señor es Soberano: podría haber dado a la Ley el poder de conferir la gracia y la justicia. Pero, mientras la Ley sea exterior a nosotros, es impotente y sólo descubre el pecado que nos prohibe. Para ser eficaz y justificante, se precisaría meterla en nuestra vida y grabarla en nuestro corazón, y no cabe duda que Dios podría haber otorgado a la Ley este privilegio de justificar. Pero la Escritura, que nos revela el pensamiento de Dios, nos enseña que hubo una promesa y que, hasta el día de su cumplimiento, Dios quiso que toda la humanidad permaneciese cautiva bajo el yugo del pecado, para que tuviese ocasión y tiempo de reconocer, en medio de su impotencia, que la justicia es manifiestamente el fruto de la promesa y no de la Ley, fruto obtenido por la fe en Jesucristo.


GRADUAL

Mira a tu alianza, Señor, y no olvides para siempre las almas de tus pobres. V. Levántate, Señor, y defiende tu causa: acuérdate del oprobio de tus siervos.

Aleluya, aleluya. V. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Le., XVII, 11-19).


En aquel tiempo, yendo Jesús a Jerusalén, pasaba por medio de Samaría y de Galilea. Y, al entrar en cierta aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon de lejos; y alzaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. Cuando los vió, dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y ¡sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Y uno de ellos, cuando se vió limpio, se volvió, glorificando a Dios a grandes voces, y se prosternó ante su pies, dando gracias: y éste era un samaritano. Y, respondiendo Jesús, dijo: ¿No.han sido diez los curados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quién volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete: que tu fe te ha salvado.


LOS DOS PUEBLOS

El leproso samaritano, curado de su horrible enfermedad, figura del pecado, representa, en compañía de nueve leprosos de nacionalidad judía, la raza desacreditada de los gentiles, admitida al principio por misericordia a participar de las gracias destinadas a las ovejas perdidas de la casa de Israel. La diferente conducta de estos diez hombres con ocasión del milagro obrado en ellos, corresponde a la actitud de los dos pueblos de que son figura, ante la salvación que el Hijo de Dios trajo al mundo. Esa conducta demuestra una vez más el principio establecido por el Apóstol: "No todos los que han nacido en Israel son israelitas, ni todos los descendientes de Abraham son hijos suyos; sino que por Isaac, dijo Dios a Abraham se contará tu descendencia. Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son tenidos por descendencia".

La Santa Iglesia no se cansa de recordar una y muchas veces esta comparación de los dos Testamentos y el contraste que los dos pueblos ofrecen. Por tanto, antes de continuar, debemos responder a la extrañeza que tal insistencia tiene que despertar en ciertas almas no habituadas a la sagrada Liturgia. La clase de espiritualidad que hoy reemplaza en muchos a la antigua vida litúrgica de nuestros padres, no los dispone más que a medias para entrar en este orden de ideas. Están únicamente acostumbrados a vivir frente a sí mismos, y frente a la verdad tal como ellos se la imaginan, ponen la perfección en el olvido de todo lo demás; y de esta manera no es de admirar que a tales cristianos les resulte totalmente incomprensible el continuo recordar un pasado que, según ellos, terminó hace ya siglos. Pero la vida interior verdaderamente digna de este nombre no es lo que esos cristianos se imaginan; nunca hubo escuela de espiritualidad, ni ahora ni antes, que colocase el ideal de la virtud en el olvido de los grandes hechos de la hlstoria, de tanto interés para Ja Iglesia y para Dios mismo. Además, ¿qué es lo que sucede con demasiada frecuencia a los hijos que en esto se apartan de la Madre común? Sencillamente, que en el aislamiento voluntario de sus oraciones privadas, pierden de vista, por justo castigo de Dios, el fin supremo de la oración, que es la unión y el amor. A la meditación la despojan del carácter de conversación íntima con Dios que la reconocen todos los maestros de la vida espiritual; por lo que pronto no será más que un ejercicio estéril de análisis y razonamientos en que predomine la abstracción.

Después de la gran obra de la Encarnación del Verbo, que vino a la tierra para manifestar a través de los siglos en Cristo y sus miembros a Dios, no hay hecho más importante ni en el que Dios haya mostrado ni muestre tanto interés como el de la elección de los dos pueblos llamados por El sucesivamente al beneficio de su alianza. "Son sin arrepentimiento los dones y la vocación de Dios", nos dice el Apóstol; los judíos, enemigos hoy porque rechazan el Evangelio, no dejan de ser amados y-aun muy amados, carissimi, en atención a sus padres. Por eso, llegará un tiempo, esperado por el mundo, en que la negación de Judá se retractará, sus iniquidades se borrarán, y las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob tendrán cumplimiento literal. Entonces se verá la divina unidad de ambos Testamentos; los dos pueblos sólo harán uno con Cristo su Cabeza. Entonces, plenamente consumada la alianza de Dios con el hombre, tal como Dios mismo la quiso en sus designios eternos, una vez que la tierra habrá dado su fruto y el mundo cumplido su fin, las tumbas devolverán a sus muertos y la historia terminará en la tierra para dejar a la humanidad glorificada explayarse en la plenitud de la vida a los ojos de Dios.


LECCIÓN DEL MILAGRO

Volvamos brevemente a la explicación literal del Evangelio. El Señor, más bien que mostrarnos su poder, lo que pretende es instruirnos simbólicamente. Por eso no les otorga a los enfermos la salud con una sola palabra como lo hizo en otro caso parecido: "Lo quiero, queda curado", había dicho un día a un pobrecito leproso que imploraba su socorro en los comienzos de su vida pública, y la lepra desapareció al instante. Los leprosos del Evangelio de hoy quedan sanos tan sólo al ir a presentarse a los sacerdotes. Jesús los envía a ellos, como lo hizo con el primero, dando de ese modo ejemplo a todos, desde el principio hasta el último día de su vida mortal, del respeto que se debe a la antigua ley mientras no sea abrogada; en efecto, esta ley concedía a los hijos de Aarón el poder, no de curar la lepra, sino de distinguirla y fallar sobre su curación.

Pero ha llegado el tiempo de una ley más augusta que la del Sinaí, de un sacerdocio cuyos juicios no tendrán ya por objeto el averiguar el estado del cuerpo, sino el raer eficazmente, mediante la pronunciación de su sentencia de absolución, la lepra de las almas. La curación que en los diez leprosos se obró antes de llegar a presentarse a los sacerdotes que buscaban, debería bastar para hacerlos ver en el Hombre-Dios el poder del nuevo sacerdocio anunciado por los profetas.

Hagamos nosotros con vivas ansias se acelere el momento, tan glorioso para el cielo, en el que reunidos ambos pueblos en idéntica fe mediante el conocimiento de las mismas esperanzas realizadas, clamarán, como en el Ofertorio, diciendo a Jesús: ¡En ti he esperado, Señor; Tú eres mi Dios!


OFERTORIO

En ti he esperado, Señor; dije: Tú eres mi Dios, en tus manos están mis días.


La oblación, colocada en el altar, nos debe alcanzar de Dios el perdón de la vida pasada y las gracias para la que está por venir. En la Secreta le rogamos que acepte para el Sacrificio los dones que la Iglesia le ofrece en nombre de todos nosotros.


SECRETA

Mira, Señor, propicio a tu pueblo, mira propicio estos dones: para que, aplacado con esta oblación, nos otorgues el perdón, y nos concedas lo pedido. Por Nuestro Señor Jesucristo.


¿Cuándo querrán venir los Judíos a probar por fin la superioridad del pan de la nueva alianza sobre el maná del Antiguo Testamento? Nosotros, los gentiles, cantamos en la Comunión las divinas suavidades del verdadero pan del cielo con tanto júbilo cuanto pide el hecho de que, a pesar de haber venido después que ellos, hayamos sido preferidos a nuestros antepasados en el banquete del amor.


COMUNIÓN

Nos has dado, Señor, pan del cielo, que encierra en sí todo deleite, y todo sabor de suavidad.


La obra de nuestro rescate por Jesucristo, como lo expresa la Poscomunión, se consolida y crece en nosotros tantas veces cuantas recurrimos a. los sagrados misterios. La Iglesia pide para sus hijos la gracia de frecuentar provechosamente estos misterios de salvación.


POSCOMUNIÓN

Recibidos, Señor, estos celestiales misterios, te suplicamos hagas que adelantemos en el camino de la redención eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo.