domingo, 20 de diciembre de 2020

Sermón Domingo IV de Adviento


Sermón

R.P. Pío Espina Leupold


Lección

Hermanos: Así es preciso que los hombres nos miren: como a siervos de Cristo y distribuidores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se requiere en los distribuidores es hallar que uno sea fiel. En cuanto a mí, muy poco me importa ser juzgado por vosotros o por tribunal humano; pero tampoco me juzgo a mí mismo. Pues aunque de nada me acusa la conciencia, no por esto estoy justificado. El que me juzga es el Señor. Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor; el cual sacará a luz los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones, y entonces a cada uno le vendrá de Dios su alabanza.

I Corintios IV, 1-5


Evangelio

El año décimoquinto del reinado de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, Filipo su hermano tetrarca de Iturea y de la Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la región del Jordán, predicando el bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de los vaticinios del profeta Isaías: “Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo valle ha de rellenarse, y toda montaña y colina ha de rebajarse; los caminos tortuosos han de hacerse rectos, y los escabrosos, llanos; y toda carne verá la salvación de Dios”.

Lucas III, 1-6


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