COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO
DEL DOMINGO IV DE ADVIENTO
El año décimoquinto del reinado de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, Filipo su hermano tetrarca de Iturea y de la Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la región del Jordán, predicando el bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro de los vaticinios del profeta Isaías: “Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo valle ha de rellenarse, y toda montaña y colina ha de rebajarse; los caminos tortuosos han de hacerse rectos, y los escabrosos, llanos; y toda carne verá la salvación de Dios”.
Lucas III, 1-6
SAN ROBERTO BELARMINO
Caminos hacia Dios Como en las dominicas anteriores, extractamos de la obra citada el sermón correspondiente al evangelio del dia (Opero oratoria postuma edición Tromp, Universidad Gregoriana, Roma 1942).
A) Los caminos que conducen a Dios
Juan, anunciado por Isaías, nos ordena que preparemos al Señor un camino recto, llano, estrecho y solitario.
Enderezad sus sendas (Lc. 3,4). El camino recto es más breve, más hermoso y anima con la visión directa de la meta final. Por eso dice el Sabio (Sap. 10,10): Le condujo por caminos rectos y le dió a conocer las cosas santas.
Todo barranco será rellenado (Lc. 3,5). La llanura aprovecha a la comodidad, a la belleza y a la visión de la meta o fin.
Sendas. Las sendas son más estrechas, pero más rápidas y hasta más seguras, pues no transitan por ellas más que los peatones.
En soledad. Camino recorrido sólo por los que quieren encontrar a Cristo.
B) Camino recto: el fin del hombre
a) LA RECTITUD DE INTENCIÓN
Enderezad el camino del Señor (Io. 1,23). La recta intención es el fundamento de toda la vida espiritual, porque en realidad el camino recto equivale a seguir la ley de Dios. Mas para andar por él se necesita la rectitud de intención, esto es, conocer y desear nuestro verdadero fin.
El que ama el fin elige los medios convenientes. Por eso dice San Pablo que quien ama al prójimo ha cumplido la Ley (Rom. 13,8). y éste es el sentido de las palabras del Señor: Si tu ojo estuviese sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviese enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas (Mt. 6,22-23). De lo que amemos y busquemos dependerá toda nuestra vida.
b) NUESTRO FIN
Ahora bien, ¿qué buscan los hombres como si fuera su fin? Unos las riquezas, aun a costa de prevaricar; otros cierta mujer, otros tal dignidad. Nada de eso constituye el fin del hombre. Mejor que nadie conoció cuál era nuestro fin el mismo que nos creó y al crearnos dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza (Gen. 1,26).
El fin de una imagen es parecerse a su modelo. Por lo tanto, nuestro fin consiste en ir creciendo en semejanza con Dios, hasta que llegue el día en que seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es (I Io. 3,2). Fin altísimo.
c) NUESTRA INTENCIÓN DEBE DIRIGIR TODAS NUESTRAS OBRAS A ESTE FIN
Todas las obras, no alguna que otra (semitas, no semitam). Los que se separan de este fin, cuanto más corren más se desvían, como la flecha que no se dirige bien al blanco. ¡Cómo se esfuevrir los hombres en cosas transitorias! Merecen, en verdad, que les diga el profeta: ¿A qué gastar vuestro dinero no en pan, y vuestro trabajo no en hartura? (Is. 55,2).
Los que piensan en el cielo como fin, viajan alegres, porque brilla siempre ante sus ojos la meta feliz. Además llegan antes, porque los otros, o no llegan nunca, porque se condenan, o alargan su cansino en el purgatorio, en donde un minuto de dolor equivale a largos años de sufrir en este mundo.
Ven siempre la meta, porque su deseo se les presenta siempre y su conciencia tranquila les infunde la confianza en la llegada. Donde está tu tesoro, allí está tu corazón (Mt. 6 , 21).
Van alegres, porque los preceptos de Yavé son rectos y alegran el corazón (Ps. 18,9). Nada más alegre que el bien obrar.
C) Camino llano: sin presunción ni desesperación o pusilaniminidad
He aquí camino sin valles ni montañas, porque los dos obstáculos principales para salvarse son la presunción y la desesperación; la soberbia y la pusilanimidad.
Hay quienes presuntuosamente se forman su conciencia y su forma de vida, justificando todos sus actos. Malgasto mucho, pero todo es mío. Soy iracundo, pero ellos se lo merecen. Cometo fraudes en las ventas, pero también me engañaron a mí cuando compraba. Se parecen al fariseo, que no veía más que los pecados ajenos.
A todos éstos hay que aplicarles las frases del Señor y de la Escritura: Yo he venido al mundo a un juicio, para que los que no ven, vean (Io. 9,39); esto es, para castigar a los que se creen suficientemente sabios. Si fuerais ciegos no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado es permanente (Io. 9,41), porque si reconocierais vuestra ceguera... Dices: Yo soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indigente, un ciego y un desnudo (Apoc. 3,17).
Otros conocen su pecado, pero continúan en él, confiando en la bondad de Dios y en los medios de perdón que nos concede. El extremo contrario es la cobardía de quienes quisieran ser buenos, pero estiman demasiado difícil la virtud. Sin la gracia de Dios nada podemos, pero con ella todo es fácil.
Allánanse los montes con el temor de Dios, rellénanse los valles con la confianza en su gracia.
D) Camino estrecho: la cruz de cada
Hay también un cansino estrecho, una senda, porque nadie puede entrar en el cielo si no es derramando su sangre en el martirio o macerando su carne como los santos. La vida es una cruz que se lleva, una corona que hay que alcanzar en la lucha, una pelea con los enemigos de Dios. San Pablo dice: Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones (2 Tim. 3,12). Necesario es este camino a los pobres en su pobreza. Sufrirla es la senda angosta; desesperarse, robar, es salirse de ella. Necesario a los ricos, a quienes dar limosna les cuesta mucho más que al pobre sufrir su escasez, pues han de superar su avaricia, su soberbia y su prodigalidad. Oigamos al Apóstol: Sé pasar necesidad y sé vivir en la abundancia; a todo y por todo bien estoy enseñado: a la tortura y al hambre, a abundar v a carecer (Phil. 4, r 2). Penosa aparece la obediencia, difícil el mando, tentada la juventud, enferma la vejez... ¿Y nos dijiste que el camino era alegre? La gracia de Dios lo transforma todo: Reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones (2 Cor. 7,4).
E) El camino solitario
Al ser estrecho el camino ha de ser apenas transitado. Pocos siguen al Señor. Cosas hay en las que debemos acomodarnos al común de las gentes, como son las relativas al modo de vestir u otras semejantes, en las que se puede mostrar indiferencia, pero nunca en dejar el bien y aceptar el mal.
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