sábado, 1 de agosto de 2020

Boletín Dominical 2 de Agosto


Día 2 de Agosto, Domingo IX después de Pentecostés


Doble. Orn. Verdes. Conm. Santo Alfonso María de Ligório, confesor.
 
La liturgia del Domingo de hoy anuncia los castigos terribles reservados a los que hayan renegado de Cristo. Todos ellos perecerán y serán excluidos del reino celestial.

Jerusalén rechazó a Jesús y lo clavó e la cruz; y aquel mismo pueblo testigo de su vida, de su doctrina, de sus milagros y. aún hacía poco de la estupenda resurrección de Lázaro después de estar enterrado hacía tres días, y que el Domingo aclama triunfalmente a Jesús, ese mismo pueblo seis días después grita y pide que le crucifiquen, sabiéndole Santo, Justo y bienhechor del pueblo, enviado de Dios. 

Por eso Cristo no tuvo reparos en derramar lágrimas tan amargas a la vista de la desventurada Jerusalén, aunque en vano, porque no se convirtió; por eso predice para ella terribles castigos, pues veía en espíritu donde la llevaban sus conductores. Más de un millón de judíos pereció el año 70 en el asedio y saqueo de Jerusalén por Tito, y todo por no haber admitido a Cristo.

Habla también el Evangelio de hoy de la indignación de Jesús contra los que profanaban el Templo con sus mercancías y sus robos; como se indignaría hoy ante la falta de respeto y decoro con que algunas personas concurren a él.

“23.000 hebreos perecieron en un mismo día a causa de su impureza, y muchos por murmurar fueron muertos por el Ángel exterminador” (Epístola). Todo esto, dice S. Pablo, estaba escrito para nuestro escarmiento. 


2 de Agosto, Santo Alfonso María de Ligorio

El ilustre Obispo y doctor de la Iglesia San Alfonso María de Ligorio nació en el año 1696, en Nápoles, de familia patricia y de virtudes cristianas. Presentando un día su madre al jesuita misionero San Francisco de Jerónimo, para que le diese su bendición, dijo el santo con espíritu profético: “Este niño llegará a una edad muy avanzada: no morirá antes de los noventa años; será obispo y obrará cosas grandes y utilísimas a la Iglesia de Dios.” Y así fue. De talento nada común, aprendió las lenguas clásicas y modernas, (Sigue)



                                      
(Continúa) las ciencias exactas, ciencias naturales, retórica, historia y geografía. Estudió arquitectura, música y pintura, y por fin se dio a la abogacía, doctorándose en derecho civil y derecho canónico antes de los 18 años, después de estudiar el bosque enmarañado de las leyes napolitanas, derecho romano, derecho canónico, derecho feudal, constituciones normandas, capitulares angevinas, pragmáticas aragonesas, decretos de los virreyes españoles, usos, gracias y privilegios particulares. De natural elocuencia y muy prudente, pronto se hizo de numerosa y selecta clientela, dando un mentís con su conducta al refrán que corría por entonces y que decía: Advocatus non es latro, res miranda populo, o sea: abogado y no ladrón, cosa digna de admiración. Unos diez años ejerció la abogacía con gran éxito, hasta que en 1723, con ocasión de un famoso pleito, decidió dejar su carrera y seguir el sacerdocio. Se despidió del foro, colgó su espada en el altar de Nuestra Señora de la Merced y se entregó al servicio de Jesucristo. Un fuego sagrado le consumía; el hombre del foro se convirtió en el hombre de la cátedra y el confesionario. Pronto, con diez compañeros, fundó la congregación de los misioneros del Santísimo Redentor, a la que comunicó su celo y su espíritu. Contra el torrente de impiedad opone sus escritos llenos de doctrina y santa unción, siendo el primero Las Glorias de María, en honor y defensa de la Virgen.  Su más encarnizada lucha será contra el espíritu de los jansenistas, la que le movió a escribir su famosa Teología Moral, que le merecerá figurar entre los príncipes de los moralistas. Así, hasta los 91 años, se fue consumiendo su vida. Caballero de Cristo, había predicado elocuentemente y escrito prodigiosa y abundantemente. Su Santidad Pio XII le nombró celestial patrono de los moralistas y confesores.




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