En el acto de la circuncisión, por decreto divino, intimado primero a la Virgen María (San Lucas 1, 31) y después a San José ( San Mateo 1, 21), el Niño Dios recibió el nombre de Jesús, nombre que significa el oficio de Salvador, que solamente Cristo, Dios y Hombre, podía y debía realizar. A este nombre “dóblese toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos” como dice el Introito. Únicamente en el nombre de Jesús encontramos nuestra salvación (Epístola). Tengamos siempre en el corazón y en los labios éste dulcísimo nombre, “prenda de eterna predestinación”, para que algún día “nos gocemos de que estén nuestros nombres escritos en el cielo” (Postcomunión).
I de Enero, Fiesta de la Circuncisión de Nuestro Señor Jesucristo
Dios nuestro Señor instituyó la circuncisión (Génesis 17, 4-11) como para sellar el pacto que celebraba con Abraham y todos sus descendientes. Con ésta ceremonia ritual se incorporaba el que la recibía al pueblo de Dios, y se obligaba al cumplimiento de la Ley. Al mismo tiempo, con esto, se hacía merecedor de las promesas divinas, y manifestando su fe en el Redentor, hijo de Abraham, obtenía la remisión del pecado original. Equivalí, pues, la circuncisión, entonces, al sacramento del bautismo, que luego instituyó N. S. Jesucristo, cuya figura era y por cuyos méritos futuros se remitía el pecado original.
Nuestro Señor quiso también someterse a ésta sangrienta ceremonia, mostrando que era hijo de Abraham, según la carne, y para darnos ejemplo de obediencia, y libertar de aquel pesado yugo a los que había de redimir. (Gálatas 4, 4-5).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario