sábado, 7 de septiembre de 2024

Dom Gueranger. La Natividad de la Santísima Virgen




LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger 


DÍA DE ALEGRÍA.

Con muchísima razón la Iglesia nos hace decir hoy en un arranque de alegría: “Tu nacimiento, oh Virgen Madre de Dios, ha sido para el mundo entero un mensaje de consuelo y de alegría, pues de ti ha nacido Jesucristo, Sol de Justicia, nuestro Dios, que nos libertó de la maldición para darnos la bendición: y El mismo, al quedar triunfador de la muerte, nos ha procurado la vida eterna”.

Si vemos que el nacimiento de un niño llena de regocijo el hogar paterno aunque ignoran éstos su porvenir; si la Iglesia nos dice el 24 de junio que ese día es un día de alegría porque el nacimiento de San Juan Bautista nos da la esperanza del nacimiento de Aquel cuyos caminos viene a preparar, ¿qué alegría traerá al corazón de todos los que esperan la salvación y la vida, el ver llegar a este mundo a la que será la Madre del Redentor?

Por el Evangelio sabemos que el nacimiento Juan Bautista fué un contento para sus palas aldeas vecinas. Del nacimiento de María nada sabemos, pero, si este nacimiento para muchísimos pasó inadvertido, si Jerusalén exteriormente permaneció indiferente, no ignoramos que este día es y continuará siendo no tan sólo para una ciudad o un pueblo, sino para el mundo entero y a lo largo de todos los siglos que se irán sucediendo, un día de incomparable alegría.

ALEGRÍA EN EL CIELO.

En el cielo hay alegría en la Santísima Trinidad: alegría en el Padre eterno, que se felicita del nacimiento de su Hija carísima, a la que va a hacer participante de su paternidad; alegría en el Hijo, que contempla la belleza sobrenatural de la que va a ser su Madre, de la cual tomará El su carne para rescatar al mundo; alegría en el Espíritu Santo, pues, como cooperadora en la obra de la concepción y encarnación del Verbo, María tenía que ser el Santuario inmaculado de aquella tercera persona.

Hay alegría en los ángeles: con admiración ven que esta niña es la maravilla de las maravillas del Omnipotente; en Ella desplegó Dios más sabiduría, más poder y más amor que en todas las demás criaturas: de María hizo el espejo clarísimo en que se reflejan todas sus perfecciones; comprenden que María, por sí sola, da a su Criador más honra y gloria que todas sus jerarquías juntas y la saludan ya como a su peina, como la gloria de los cielos, ornato del mundo celeste y del mundo terrestre.

ALEGRÍA EN EL LIMBO DE LOS JUSTOS.

Opina San Juan Damasceno que las almas detenidas en los limbos tuvieron conocimiento de este feliz nacimiento y que Adán y Eva con una alegría que no habían conocido desde su pecado en el paraíso terrenal, exclamaron: “Bendita sea la hija que Dios nos prometió después de nuestra caída: de nosotros has recibido un cuerpo mortal; tú nos devuelves la túnica de inmortalidad. Nos llamas a nuestra primitiva morada; cerramos las puertas del paraíso; y ahora dejas expedito el camino del árbol de la vida”.

Otros escritores antiguos nos señalan a los patriarcas y los profetas que de lejos anunciaron y alabaron la venida de María, saludando en ella el cumplimiento por fin realizado de sus divinos oráculos .

ALEGRÍA EN LA TIERRA.

Finalmente, hubo también alegría en la tierra. Con los Santos podemos pensar sin ser temerarios que Dios concedió a las almas “que esperaban entonces la redención de Israel”  un contento extraordinario, una alegría grave y religiosa que se insinuó en sus corazones y, sin podérselo explicar ellos, les dio como una convicción íntima de que la hora de la salvación del mundo estaba ya muy cerca.

Pero esta alegría fue sobre todo para los afortunados padres San Joaquín y Santa Ana. Como arrobados contemplaron a esta hijita esclarecida, que contra toda esperanza les concedía Dios al declinar de sus días. Y tal vez se preguntaron si acaso sería ella uno de los anillos de la línea, agraciada de donde tenía que salir el Rey que restableciese el trono de David y salvase a Israel. Su acción de gracias subió fervorosa hasta Dios, a quien sentían presente en su humilde morada. “Oh pareja felicísima, exclamaba San Juan Damasceno, toda la creación es deudora vuestra; pues, por vosotros, ofreció a Dios el don más preciado entre todos los dones, la Madre admirable, la única digna de El. ¡Dichoso tu seno, oh Ana, que llevó a la que llevará en el suyo al Verbo eterno, al que no puede ser encerrado en nada y traería la regeneración a todos los hombres! ¡Oh tierra, primero infecunda y estéril, de donde nació la tierra dotada de una maravillosa fecundidad: pues ella va a producir la espiga de vida que alimentará a todos los hombres! Felices tus pechos, porque amamantaron a la que daría el pecho al Verbo de Dios, a la nodriza de Aquel que sustenta al mundo…”.

MARÍA, CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA.

Así, pues, el nacimiento de la Santísima Virgen es causa de alegría, y la alegría es el sentimiento que todo lo absorbe y penetra en esta festividad. La Iglesia quiere que nos penetremos de esta alegría desbordante y triunfal. Y a ella nos invita en todo el oficio: “Celebremos el nacimiento de María, nos hace cantar desde el Invitatorio de Maitines, adoremos a Cristo, Hijo suyo y Señor nuestro”; y un poco después: “Celebremos con tierna devoción el nacimiento de la Santísima Virgen María para que interceda por nosotros cerca de Jesucristo. Con júbilo y tierna devoción celebremos el nacimiento de María”.

Si la Iglesia nos invita a la alegría, es debido a que la Virgen es Madre de la divina gracia y ya, en el pensamiento divino, la Madre del Verbo encarnado. Las palabras gracia y alegría tienen en griego la misma raíz; gracia y alegría van siempre a la par; se mide la una por la otra; María, por estar llena de gracia, lo está también de alegría para sí y para nosotros. En esta agraciada niña, aunque acaba de nacer, nos muestra la Liturgia a la Madre de Jesús; María es inseparable de su Hijo y sólo nace para El, para ser su Madre y para ser también nuestra Madre dándonos la verdadera vida, que es la vida de la gracia. Y, por eso, todas las oraciones de la Misa proclaman la maternidad la Virgen María, como si no pudiese separar la Iglesia su nacimiento del nacimiento del Emmanuel.

EL LUGAR DEL NACIMIENTO DE MARÍA.

Pero ¿en qué lugar nació la Santísima Virgen? Una’ tradición antigua e ininterrumpida señala a Jerusalén, cerca de la piscina Probática, lugar donde hoy se levanta la Iglesia de Santa Ana. Allí precisamente, nos dice San Juan Damas-‘ ceno, “en el aprisco paterno nació aquella de quien quiso nacer el Cordero de Dios”. Allí también fueron más tarde enterrados San Joaquín y Santa Ana; los Padres Blancos descubrieron el 18 de marzo de 1889 sus sepulcros al lado de la gruta de la Natividad. Por el siglo IX se construyó allí una iglesia; monjas benedictinas se establecieron en ella después de llegar los Cruzados a Palestina y continuaron hasta el siglo XV. Por esa fecha, una escuela musulmana reemplazó al monasterio, pero a continuación de la guerra de Crimea, el sultán Abdul-Madjid entregó la iglesia y la piscina probática a Francia, que había entrado victoriosa en Sebastopol el 8 de septiembre de 1855.

ORIGEN DE LA FIESTA.

La fiesta de la Natividad tuvo su origen en Oriente. La Vida del Papa Sergio (687-701) la cuenta ya entre las cuatro fiestas de la Santísima Virgen que existían entonces; y, por otra parte, sabemos que el emperador Mauricio (582-602) había prescrito su celebración juntamente con la Anunciación, la purificación y la Asunción. En Alemania introdujo esta fiesta San Bonifacio. Una bonita leyenda atribuía al santo obispo de Angers, Maurilio, la institución de esta fiesta: y, en efecto, tal vez introdujo una fiesta en su diócesis para cumplir el deseo de la Virgen, que hacia el año 430 se le apareció en las praderas de Marillais.

Chartres, por su parte, reclama para su obispo Fulberto (f 1028) una parte importante en la difusión de esta fiesta por toda Francia. El rey Roberto el Piadoso (o sus consejeros), quiso poner en música los tres bellos Responsorios Solem justitiae, Stirps Jesse, Ad Nutum Domini, en que Fulberto celebra la aparición de la estrella misteriosa de la que tiene que nacer el sol; la rama que brota del tronco de Jessé para producir la flor divina en que reposará el Espíritu Santo; la omnipotencia, en fin, que hace que nazca de Judea María, como del espino la rosa.

En la tercera sesión del primer concilio de Lyon, en 1245, Inocencio IV estableció para toda la Iglesia la Octava de la Natividad de la Santísima Virgen; así se daba cumplimiento al voto que él y los demás cardenales hicieron durante la vacante de diecinueve meses, que, resultado de las intrigas del emperador Federico II, acareó a la Iglesia la muerte de Celestino IV, y a Ala cual se puso fin con la elección de Sinibaldo Fieschi, después Inocencio.

En 1377, Gregorio XI, el gran Papa que acababa de romper las cadenas de la cautividad de Avignon, quiso completar las honras tributadas a María en el misterio de su nacimiento añadiendo una vigilia a la solemnidad; pero, sea porque sólo expresó un deseo sobre este particular, sea por otra causa cualquiera,, lo cierto es que de las intenciones del Papa se hizo caso poco tiempo en aquellos años agitados que siguieron a su muerte.

LA PAZ.

Como fruto de esta fiesta tan alegre, imploremos, con la Iglesia la paz, ya que parece huir cada vez más de estos desdichados tiempos. Precisamente Nuestra Señora vino al mundo en el segundo de los tres períodos famosos de paz universal en tiempo de Augusto; en el último de ellos acaeció el advenimiento del mismo Príncipe de la paz.

Al cerrarse el templo de Jano, del suelo en que se tenía que construir el primer santuario de la Madre de Dios en la Ciudad eterna, brotaba el aceite misterioso; los presagios se multiplicaban; el mundo vivía a la expectativa; el poeta cantaba: “¡He aquí que al fin llega la última edad anunciada por la Sibila, he aquí que comienza a abrirse la gran serie de los siglos nuevos, he aquí a la Virgen!”

En Judea se ha quitado el cetro a Judá; pero aquel mismo que se ha hecho dueño del poder, Herodes el Idumeo, continúa de prisa la restauración espléndida que permitirá al segundo Templo recibir de un modo digno dentro de sus muros al Arca Santa del Nuevo Testamento.

Es el mes sabático, el primero del año civil y séptimo del ciclo sagrado: el Tisri, en el que empieza el descanso de cada siete años y se anuncia el Año Santo del Jubileo; el mes más alegre, con su Neomenia solemne que hacen famosa las trompetas y los cantos, su fiesta de los Tabernáculos y la conmemoración de la terminación del primer Templo en tiempo de Salomón.

Finalmente, en el cielo, el astro del día acaba de dejar el signo del León (Leo) para entrar en el de la Virgen (Virgo). En la tierra, dos descendientes oscuros de David, Joaquín y Ana, dan gracias a Dios por haber bendecido su unión tanto tiempo infecunda.



MISA

Entona la Iglesia el hermoso canto de Sedulio a la Madre de Dios; en efecto, la mira ya, y también el Altísimo, como a Madre, pues lo es por la predestinación antes de todos los siglos. 

María corresponde también al saludo de la Iglesia con el canto de la Esposa, el salmo del epitalamio, que nunca resonó con tan perfecto sentido para ninguna otra alma como para la suya desde este primer día.



INTROITO
Salve, Santa Madre, que diste a luz al Rey que rige el cielo y la tierra por los siglos de los siglos. — Salmo: Brota de mi corazón una palabra buena: dedico mis obras al Rey. R. Gloria al Padre.

Se pide en la Colecta que el presente misterio desarrolle en nosotros la obra de la santificación y de la paz.


COLECTA
Suplicámoste, Señor, concedas a tus siervos el don de la gracia celestial: a fin de que aquellos para quienes el parto de la Santa Virgen fué el origen de la salud, la votiva solemnidad de su Natividad les dé aumento de la paz. Por Nuestro Señor Jesucristo.

En las misas privadas, a continuación de la Colecta, Secreta y Poscomunión de la fiesta, se hace conmemoración de San Adrián.


ORACIÓN
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que celebramos el natalicio de tu santo mártir Adrián, seamos fortalecidos por su intercesión en el amor de tu nombre. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección del Libro de la Sabiduría (Prov., VIII, 22-35).

El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, antes que al principio hiciese él cosa alguna. Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes que fuese hecha la tierra. No existían aún los abismos y yo estaba ya concebida: no habían brotado aún las fuentes de las aguas: no estaban asentados aún en su grandiosa mole los montes: antes que los collados, fui dada a luz: aun no había criado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del orbe de la tierra. Cuando él preparaba los cielos, yo estaba presente: cuando con ley fija encerraba él los mares dentro de su ámbito: cuando sujeta ba en lo alto las nubes y equilibraba las fuentes de las aguas: cuando circunscribía al mar en sus términos e imponía ley a las aguas para que no traspasasen sus límites: cuando asentaba los cimientos de la tierra. Con él estaba yo disponiendo todas las cosas: y me deleitaba todos los días jugueteando ante él todo el tiempo: jugueteando en el orbe de la tierra: siendo mis delicias estar con los hijos de los hombres. Ahora pues, hijos míos, oídme: Bienaventurados quienes siguen mis caminos. Atended al consejo y sed sabios", y no lo menospreciéis. Bienaventurado el hombre que me escucha y vela a mis puertas cada día y guarda las jambas de mis entradas. Quien me hallare, hallará la vida y alcanzará del Señor la salvación.


LA PREDESTINACIÓN DE MARÍA

Junto a la cuna de los príncipes se suele pronosticar su futura grandeza, tejiendo a los recién nacidos una aureola de la gloria de los abuelos. Eso mismo hace hoy la. Iglesia y mucho mejor. El Evangelio tiene que recordarnos la genealogía temporal del Mesías y la de aquella que hoy nace tan sólo para darle existencia a El; pero el origen en Dios del Hijo y de la Madre, nos lo acaba de comunicar antes el pasaje de los Proverbios que ha servido de Epístola. Antes que los collados y que la tierra, fui dada a luz, dice para los dos la Sabiduría eterna; cuando él preparaba los cielos, yo estaba presente.

¡Qué diferencia entre nuestra pobre humanidad que está sujeta al tiempo y percibe las cosas conforme a la serie de su evolución sucesiva, y Dios que las considera por encima del tiempo al que domina desde la eternidad, en el orden de mutua dependencia en que las colocó con vistas a la manifestación de su gloria! El comienzo para Dios, el principio de toda obra, está determinado por la razón. Ahora bien, el Altísimo no obra fuera de sí si no es para revelarse por su Verbo hecho carne, el cual, siendo hijo del Creador, lo quiso también ser de una Madre criada. El Hombre-Dios como fin, María como medio: tal es el motivo de las decisiones eternas, el porqué del mundo, la concepción fundamental en la que todo lo demás se ve a título de dependencia y en segundo plano. 

¡Oh Señora nuestra, que te dignas llamarnos también hijos tuyos: nos sentimos felices de que en ti la bondad corra parejas con la grandeza! ¡Afortunado linaje el de los hombres, que estuvo alerta esperándote y al fin te encuentra: pues en ti están la salvación y la vida!

En el Gradual la Iglesia continúa cantando la maternidad virginal y divina, que es lo que hace glorioso a este día, en que nos es dada la Madre de Dios.


GRADUAL

Bendita y venerable eres, R. oh Virgen María: que, sin mancha del pudor, fuiste Madre del Salvador. R. Oh Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien todo el orbe no puede contener, se encerró, hecho hombre en tus entrañas.

Aleluya, aleluya. J. Eres feliz, oh sagrada Virgen María, y dignísima de toda alabanza: porque de ti nació el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios. Aleluya.


EVANGELIO

Comienzo del santo Evangelio según San Mateo (Mt., I, 1-16).

Libro de la generación de Jesucristo, Hijo de David, Hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac. E Isaac engendró a Jacob. Y Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Y Judá engendró a Fares y a Zaran de Tamar. Y Fares engendró a Esrón. Y Esrón engendró a Arán. Y Arán engendró a Amínadab. Y Amínadab engendró a Naasón. Y Naasón engendró a Salmón. Y Salmón engendró a Booz de Rahab. Y Booz engendró a Obed de Ruth. Y Obed engendró a Jessé. Y Jessé engendró al rey David. Y el rey David engendró a Salomón de aquella que fué de Urías. Y Salomón engendró a Roboán. Y Roboán engendró a Abías. Y Abías engendró a Asa. Y Asa engendró a Josafat. Y Josafat engendró a Jorán. Y Jorán engendró a Ozías. Y Ozías engendró a Joatán. Y Joatán engendró a Acaz. Y Acaz engendró a Ezequías. Y Ezequías engendró a Manasés. Y Manasés engendró a Amón. Y Amón engendró a Josías. Y Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos en la transmigración de Babilonia. Y, después de la transmigración de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel. Y Salatiel engendró a Zorobabel. Y Zorobabel engendró a Abiud. Y Abiud engendró a Elíacim. Y Elíacim engendró a Azor. Y Azor engendró a Sadoc. Y Sadoc engendró a Aquín. Y Aquín engendró a Eliud. Y Eliud engendró a Eleazar. Y Eleazar engendró a Matán. Y Matán engendró a Jacob. Y Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que se llama Cristo.

EL "MISTERIO" DE MARÍA

María, de la que nadó Jesús: en estas palabras se encierra todo el misterio de Nuestra Señora; ellas expresan a partir de este día, según hemos visto, el título constitutivo de su ser natural y sobrenatural, así como Jesús, que había de nacer de María, ser hijo de la mujer e hijo de Dios, fué desde el principio el motivo secreto de toda la creación, cuyo misterio no debía revelarse hasta la plenitud de los tiempos. Obra única, de la que extasiado decía el Profeta: Tu obra, oh Dios, tú la darás a conocer en medio de los años; el Santo vendrá de la montaña sombreada: los polos del mundo se inclinarán a los pasos de su eternidad. La montaña de donde a su tiempo tiene que venir el Santo, el Eterno, el Dominador del mundo, es la Santísima Virgen, a quien la virtud del Altísimo cubrirá con su sombra y cuya elevación sobrepuja ya en su nacimiento a todas las alturas del cielo o de la tierra. 

Los tiempos ya se cumplieron. Desde el momento en que la Trinidad eterna salió de su reposo para crear, el cielo y la tierra, todas las generaciones del cíelo y de la tierra, como dice la Escritura, sentían dolores de parto por el día en que la Madre esperada nos diese al Hijo de Dios. Paralela a la línea que va de Abraham y de David hasta el mismo Mesías, todas las genealogías humanas preparaban a María la generación de los hijos adoptivos que Jesús, nacido de María, recibiría por hermanos. 

Felicitemos con la Iglesia a Nuestra Señora por esta maternidad sublime que abarca en su eterna virginidad al Creador y a las criaturas.


OFERTORIO
Bienaventurada eres tú, oh Virgen María, que llevaste al Creador de todas las cosas: engendraste al que te hizo, y permaneces Virgen eternamente. Acerquemos cada vez más al Hijo de María, que es al mismo tiempo Hijo de Dios, la maternidad de la Virgen y su virginidad consagrada por la maternidad; unamos en una pureza mayor al Sacrificio que está preparado en el altar para festejar este día.


SECRETA
Socorranos, Señor, la humanidad de tu Unigénito: para que, el que, naciendo de la Virgen, no disminuyó, antes consagró, la integridad de la Madre: nos purifique de nuestras manchas y, en la fiesta de su Natividad, te haga acepta nuestra oblación, Jesucristo, Nuestro Señor, que vive y reina contigo.


Aceptadas nuestras ofrendas y preces, suplicámoste, Señor, nos purifiques con estos celestes Misterios y nos escuches clemente. Por Nuestro Señor Jesucristo. 

En la Comunión, no olvidemos, en posesión ya del Señor, que debemos su venida a la bendita Niña que nació en este día, hace ya veinte siglos, para hacer ese don al mundo.


COMUNIÓN
Bienaventuradas las entrañas de la Virgen María, que llevaron al Hijo del Padre eterno.

Quiera Dios que la repetición de esta santa fiesta no sea infecunda en nuestras almas, y que los Misterios adorables, en los que hemos tenido la suerte de tomar parte, logren alejar de nosotros el mal temporal y el mal eterno, como lo pide la Poscomunión.


POSCOMUNIÓN
Hemos recibido, Señor, los votivos Sacramentos de esta anual festividad: haz, te suplicamos, que nos den los remedios de la vida temporal y los de la eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo. 

PLEGARIA A MARÍA NIÑA

Este mundo núestro, oh María, por fin te posee. Tu nacimiento le hace conocer cuál es su destino; le revela el secreto del amor que le sacó de la nada para hacerle palacio del Dios que residía encima de los cielos. Pero, ¿qué misterio es éste, por el que el pobre género humano, inferior a los ángeles en cuanto a la naturaleza, es elegido para dar un Rey y una Reina a los coros angélicos y a toda la creación? Al Rey pronto le adorarán los ángeles recién nacido en tus brazos; la Reina hoy la veneran y la admiran en la cuna como saben ellos admirar. Luceros de la mañana, estos nobles espíritus contemplaban al principio las manifestaciones de la Omnipotencia y alababan al Altísimo 1; pero su mirada nunca descubrió una maravilla igual a la que ahora los estremece; ven que Dios se refleja de un modo más puro bajo dé velos corporales, en la naturaleza frágil de una niña de un día, que no en el poder y en toda la esplendidez de sus nueve coros; ven a todo un Dios cautivo de la flaqueza unida mediante la gracia a tanto amor, que la convierte en punto culminante de su obra y ha decretado, por eso, manifestar en ella a su Hijo.

Reina de los Angeles, pero también nuestra; acéptanos la fidelidad y el homenaje. En este día en que el primer suspiro de tu alma santísima fué para el Señor y el primer sonreír de tus ojos para los padres que te trajeron al mundo, dígnese admitirnos la Bienaventurada Ana a besar de rodillas tu mano bendita, siempre pronta a las divinas larguezas de que es dispensadora predestinada. Y crece ahora, dulce niña; vayan tus pies fortaleciéndose para quebrantar la cabeza de la serpiente, se hagan tus brazos robustos para poder llevar el tesoro del mundo: el ángel y el hombre, toda la naturaleza, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo están esperando el momento solemne en el que Gabriel pueda echarse a volar desde los cielos saludándote llena de gracia y trayéndote el mensaje del amor.

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