Día 2 de Junio, Domingo II después de Pentecostés
(Antiguo domingo infraoctava de Corpus Christi). Doble.
Conm. Santos Marcelino, Pedro y Erasmo,
Obispo Mártires. Orn. Verdes.
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l Evangelio de hoy nos habla de la gran cena o del
gran banquete que hizo un hombre rico y poderoso y al cual invitó a numerosos
comensales. Hermosa y significativa es la parábola de hoy la cual es imagen o
figura del banquete eucarístico al cual invita Dios a todos los fieles. Y sin
embargo, como en la parábola, muchos s e excusan de asistir, presos en las
redes de las preocupaciones mundanas y terrenas, que no les deja pensar en los
intereses del alma. Languidece ésta por dar demasiadas satisfacciones al cuerpo,
y no asisten al banquete al que Dios les invita para enriquecerlos con su
gracia. Dejan a Dios por seguir tras sus concupiscencias. Acerquémonos, pues, a
éste divino convite lo más devota y frecuentemente que nos sea posible, y no
busquemos excusas para apartarnos de él.
Porque la Eucaristía es, con toda
verdad, una gran cena, un banquete esplendido, un convite divino. ¿Cuáles son
los manjares y vinos que en este convite se sirven? Acaba de inmolarse en el
Santo Sacrificio de la Misa el Cordero de Dios, acaba de ser místicamente
derramada su sangre inmaculada; y allí están sobre la mesa sagrada las carnes
del Cordero de Dios bajo la figura de de pan, la sangre de la Victima bajo la
especie de vino: pan y vino puestos a disposición del pueblo fiel que quiera
nutrirse con la carne del Cordero Divino, y regenerarse con su Sangre generosa.
Pan verdadero, pan del Cielo, pan de vida, pan de Dios. Sin embargo, ¡cuántos
hay que se retraen de éste convite y menosprecian este Pan! Como los invitados
de la parábola: que, por pereza, por atender negocios o placeres, dejan la
invitación.
“Infúndannos
tus misterios, Señor Jesús, divino fervor, con que, después de gustar la
suavidad de tu dulcísimo Corazón, aprendamos a despreciar las cosas terrenas y
amar las celestiales. Tú que vives y reinas con Dios Padre en unión con el
Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.”
Poscomunión de la
Misa del Sagrado Corazón
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