viernes, 31 de mayo de 2024

Boletín Dominical 2 de junio

 

Día 2 de Junio, Domingo II después de Pentecostés

    (Antiguo domingo infraoctava de Corpus Christi). Doble.

Conm. Santos Marcelino, Pedro y Erasmo, Obispo Mártires. Orn. Verdes.

 

E

l Evangelio de hoy nos habla de la gran cena o del gran banquete que hizo un hombre rico y poderoso y al cual invitó a numerosos comensales. Hermosa y significativa es la parábola de hoy la cual es imagen o figura del banquete eucarístico al cual invita Dios a todos los fieles. Y sin embargo, como en la parábola, muchos s e excusan de asistir, presos en las redes de las preocupaciones mundanas y terrenas, que no les deja pensar en los intereses del alma. Languidece ésta por dar demasiadas satisfacciones al cuerpo, y no asisten al banquete al que Dios les invita para enriquecerlos con su gracia. Dejan a Dios por seguir tras sus concupiscencias. Acerquémonos, pues, a éste divino convite lo más devota y frecuentemente que nos sea posible, y no busquemos excusas para apartarnos de él.

            Porque la Eucaristía es, con toda verdad, una gran cena, un banquete esplendido, un convite divino. ¿Cuáles son los manjares y vinos que en este convite se sirven? Acaba de inmolarse en el Santo Sacrificio de la Misa el Cordero de Dios, acaba de ser místicamente derramada su sangre inmaculada; y allí están sobre la mesa sagrada las carnes del Cordero de Dios bajo la figura de de pan, la sangre de la Victima bajo la especie de vino: pan y vino puestos a disposición del pueblo fiel que quiera nutrirse con la carne del Cordero Divino, y regenerarse con su Sangre generosa. Pan verdadero, pan del Cielo, pan de vida, pan de Dios. Sin embargo, ¡cuántos hay que se retraen de éste convite y menosprecian este Pan! Como los invitados de la parábola: que, por pereza, por atender negocios o placeres, dejan la invitación.





“Infúndannos tus misterios, Señor Jesús, divino fervor, con que, después de gustar la suavidad de tu dulcísimo Corazón, aprendamos a despreciar las cosas terrenas y amar las celestiales. Tú que vives y reinas con Dios Padre en unión con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.”

Poscomunión de la

Misa del Sagrado Corazón


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