Día 7 de Agosto, Domingo IX de Pentecostés
Doble. Conm. San Cayetano, Confesor Orn. Verdes.
La liturgia del Domingo de hoy anuncia los castigos terribles reservados a los que hayan renegado de Cristo. Todos ellos perecerán y serán excluidos del reino celestial.
Jerusalén rechazó a Jesús y lo clavó e la cruz; y aquel mismo pueblo testigo de su vida, de su doctrina, de sus milagros y aún hacía poco de la estupenda resurrección de Lázaro después de estar enterrado hacía tres días, y que el Domingo aclama triunfalmente a Jesús, ese mismo pueblo seis días después grita y pide que le crucifiquen, sabiéndole Santo, Justo y bienhechor del pueblo, enviado de Dios.
Por eso Cristo no tuvo reparos en derramar lágrimas tan amargas a la vista de la desventurada Jerusalén, aunque en vano, porque no se convirtió; por eso predice para ella terribles castigos, pues veía en espíritu donde la llevaban sus conductores. Más de un millón de judíos pereció el año 70 en el asedio y saqueo de Jerusalén por Tito, y todo por no haber admitido a Cristo.
Habla también el Evangelio de hoy de la indignación de Jesús contra los que profanaban el Templo con sus mercancías y sus robos; como se indignaría hoy ante la falta de respeto y decoro con que algunas personas concurren a él.
“23.000 hebreos perecieron en un mismo día a causa de su impureza, y muchos por murmurar fueron muertos por el Ángel exterminador” (Epístola). Todo esto, dice S. Pablo, estaba escrito para nuestro escarmiento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario