sábado, 12 de marzo de 2022

San Juan Crisóstomo: El Cielo

 



COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA

 

En aquél tiempo: tomó Jesús a Pedro, Santiago y Juan su hermano, y los llevó aparte, sobre un alto monte. Y se transfiguró delante de ellos: resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he ahí que se les aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con Él. Entonces, Pedro habló y dijo a Jesús: “Señor, bueno es que nos quedemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tiendas, una para Ti, una para Moisés, y otra para Elías”. No había terminado de hablar cuando una nube luminosa vino a cubrirlos, y una voz se hizo oír desde la nube que dijo: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; escuchadlo a Él”. Y los discípulos, al oírla, se prosternaron, rostro en tierra, poseídos de temor grande. Mas Jesús se aproximó a ellos, los tocó y les dijo: “Levantaos; no tengáis miedo”. Y ellos, alzando los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban de la montaña, les mandó Jesús diciendo: “No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.

Mateo XVII, 1-9




SAN JUAN CRISÓSTOMO


El cielo


De la homilía sobre la resurrección (In Mt. 56: PG 30.550) hemos, escogido los pensamientos más notables para los apuntes exegéticos-morales incluidos en la sección anterior. Como  de costumbre, el Crisóstomo  se extiende  al final  sobre diversas  consideraciones, que en esta ocasión se refieren a la necesidad de esforzarse por conseguir  el cielo  cumpliendo  los mandamientos, sobre todo  los más difíciles, cuales son la limosna  y el amor al prójimo.

Como  no es mucho  lo que habla  sobre la gloria, hemos preferido  trasladar  los siguientes  párrafos  tomados  entre los motivos de conversión con que intenta  mover  al pecador  Teodoro (cf. Ep. 1 n.11 a 13: PG 26.291-296). 


A) Canto al cielo

"Considera, en cuanto lo permitan tus fuerzas, qué sea aquella vida, para cuya descripción nos faltan palabras... 

 

a) NI TRISTEZA O LLANTO

Huirán de allí (1s. 35,10) la tristeza y los llantos. ¿Qué puede por consiguiente, superar el ciclo en hermosura? Ni pobreza. ni enfermedad, ni nadie que injurie o sea injuriado. nadie que tenga ira o envidia..., porque toda la tormenta de las pasiones se aplacó. Todo es reposo, alegría y regocijo: todo serenidad y calma. todo paz, resplandor y luz. Y no luz como esta de que gozamos ahora, y que, comparada con aquélla. no pasa de ser como una lámpara junto al sol... Porque allí no hay noche ni tarde, ni frío ni calor, ni mudanza alguna en el modo de se, sino un estado tal que sólo lo entienden quienes son dignos de gozarlo. No hay allí vejez, ni achaques, ni nada que semeje corrupción, porque es el lugar y aposento de la gloria inmortal 

Y por encima de todo ello, el trato y goce sempiterno de Cristo, de los ángeles..., todos perpetuamente en un sentir común, sin temor a Satanás ni a las asechanzas del demonio. ni a las asechanzas del demonio, ni a las amenazas del infierno o de la muerte".

Nuestra sorpresa cuando pasemos de este mundo el cielo será parecida a la impresión que recibiera cada uno de nuestros príncipes si viese interrumpida repentinamente le dura educación a que se les somete por la ceremonia de su propia coronación. 


b) UN ATISBO SÓLO DE LA GLOR1A FUTURA

"Lo mismo sucederá también entonces a todos los santos. Y no son palabras hueras lo que te digo; vamos, si no, con la mente al monte donde se transfiguró Jesucristo; veámosle resplandecer como resplandeció; por más que ni aun así nos descubrió todo el esplendor del siglo venidero, ya que lo que sucedió allí no fué sino una atemperación, y no demostración estricta de la realidad, como claramente se observa por las mismas palabras del evangelista. Porque ¿Qué es lo que dice? Brilló su rostro como el sol (Mt. 17,2). Pero la gloria de los cuerpos incorruptibles no despide la luz en la misma medida que aquel cuerpo (el sol), corruptible al fin, ni de tal naturaleza que sea accesible aun a los ojos mortales, sino tal que requiere para su contemplación ojos inmortales e incorruptibles. Mas entonces en el monte tan sólo les: descubrió cuanto les era posible ver sin que recibieran daño sus ojos, y ni aun así lo soportaron, sino que cayeron sobre sus rostros... 


C) POR LA PRIVACIÓN, AL GOZO

Abre, pues, ahora los ojos de tu alma, y mira aquel espectáculo y concurso, formado por los que son mucho más de estimar que las piedras preciosas y que los rayos solares y que todo resplandor visible; no sólo por hombres, sino por los que son mucho más dignos de aprecio que ellos, por ángeles. arcángeles, tronos, dominaciones, principados, potestades. Que acerca del Rey, ni decir se puede qué tal sea. Tanto es lo que sobrepuja a toda palabra y pensamiento aquella hermosura, aquella belleza, aquel resplandor, aquella gloria, aquella majestad, aquella magnificencia. Y dime, ¿nos hemos de privar de tantos bienes por no padecer un poco de tiempo? Aun cuando fuera necesario padecer millares de muertes cada día y aun el Infierno mismo por ver a Cristo venir en su gloria y ser alistados en el número de los santos, ¿no convendría tolerarlo todo? Oye lo que dice el bienaventurado San Pedro: /Qué bien estamos aquí/ (Mt. 17,4) Si. pues. él, viendo una oscura imagen de lo venidero por el solo placer experimentado en aquella visión, desechó de so alma todo otro deseo, ¿Qué podremos decir cuando se presente la misma verdad de las cosos, cuando, abierto el palacio real, sea dado contemplar al mismo Rey, no ya por enigma ni espejo. sino cara a cara; no ya por fe, sino con nuestros mismos ojos?" (ibid., n.1 1). 


b) Perder el cielo

"Y todavía ocurre que muchos, juzgando irracionalmente, se darlas por satisfechos con sólo librarse del infierno; mas yo, a mi vez, afirmo que no hallarse en aquella gloria es un suplicio mucho más terrible que el infierno mismo; y aquel que la hubiere perdido, creo que no tanto ha de lamentar los males del infierno como el haber perdido el reino de los cielos, porque en razón del suplicio, éste sólo es el más terrible de todos". 

A veces envidiamos a los personajes de una corte perecedera y versátil, "y cuando se trata del Rey universal, del que domina, no ya una parte de la tierra, sino toda su redondez, o mejor dicho, del que con la palabra de su poder sustenta todas las cosas y el universo entero, para quien todas las naciones son como nada y se reputan como saliva, tratándose, digo, de este Rey, ¿no juzgaremos por el más extremo suplicio el no ser contados en el coro de los que le rodean, sino que nos daremos por contentos con librarnos tan sólo del infierno? ¿Qué puede haber más miserable que un alma así?" (ibid., n.12). 



C) Gozo del cielo 


a) FELICIDAD INEFABLE

¿Qué discurso podrá manifestar lo que de allí en adelante ha de suceder, el deleite, la utilidad, el júbilo de vivir juntamente con Cristo? Porque no se puede decir qué goce experimenta ni qué utilidad percibe el alma restaurada a su propia nobleza y capaz de ver ya con libertad a su propio Señor, no sólo por disfrutar de los bienes que tiene ya en sus manos, sino también por estar además persuadida que esta felicidad no se acabará jamás. Así es que ni se puede con palabras declarar ni con el entendimiento comprender aquella alegría: pero me esforzaré, con todo, en hacerla ver, aunque sea oscuramente y de la manera que por las cosas pequeñas se puedan dar a conocer las grandes..." 


b) DICHA TEMPORAL Y DICHA ETERNA

"Examinemos, en efecto, a los que en la presente vida gozan de los bienes del mundo, a saber, riquezas, poder y honra: cómo, ensoberbecidos por la buena fortuna, ni siquiera 



 
creen vivir sobre le tierra. Y esto gozando sólo de unos bienes que ni se reputan tales ni les duran, sino que huyen más velozmente que un sueño, y si alguna vez llegan a ser más duraderos. proporcionan placer solamente en la presente vida, pero no pueden acompañarnos más allá. Pues si estas cosas causan en los que las poseen tanta alegría, ¿Qué juzgas que ha de suceder en aquellas almas que son llamadas a los bienes infinitos del dele, que permanecen seguros y firmes por siempre jamás? Y no es esto solo, sino que aun en cantidad y calidad aventajan tanto e los presentes, que ni' siquiera cupieron jamás en el corazón del hombre. Porque lo cierto es que ahora, e semejanza de un niño que vive en el seno materno. vivimos apretados en este mundo y no podemos comprender el resplandor y la libertad de la vida venidera; pero cuando sobrevenga el momento del parto y el siglo presente saque a luz en el día del juicio a todos los hombres que concibió, los hijos abortivos irán de unas tinieblas a otras y de una tribulación e otra más terrible; pero los hijos bien formados, y que conservaron los caracteres de la imagen real. serán presentados ante el Rey, y recibirán en pago aquel ministerio que los ángeles y los arcángeles cumplen en obsequio del Dios de todas las criaturas" (ibid., n.13). 



D) Hermosea tu alma

"No destruyas, pues, por completo. amigo mío, estos caracteres, antes, recobrándolos prontamente, fórmalos con más perfección. Porque bien es cierto que la belleza corporal nos la encerró Dios dentro de los límites de la naturaleza; pero le hermosura del alma está libre de la servidumbre del cuerpo. como que es mucho más excelente que la otra y depende toda de nosotros y de la voluntad de Dios. Pues como amoroso de los hombres que es el Señor nuestro, honró a nuestro linaje muy singularmente, haciendo que las cosas menores y de poca monta, las que importan poco que sean de uno y otro modo. estén sujetas a la necesidad de la naturaleza, y, al contrario. puso en nuestra mano el procurar las que son verdaderamente bienes. Ciertamente que, si también nos hubiera hecho dueños de la hermosura corporal, nos hubiéramos preocupado de ella con superflua solicitud, perdiendo todo el tiempo en cosas de ningún provecho y descuidando lastimosamente el alma. Si ahora, no teniendo esta facultad, lo revolvemos y forzamos todo. y nos entregamos e falsificar la hermosura, y ya, que no la tengamos verdadera, le aparentamos con ,coloretes y afeites, en le compostura del cabello, y los pliegues de las vestiduras, y la tintura de los ojos, y mil artificios, ¿Qué cuidado emplearíamos en el alma y los negocios graves si pudiéramos transformar el cuerpo, dándole la verdadera hermosura? Quizás ni siquiera tendríamos otra ocupación si esto estuviera en nuestro arbitrio, sino que consumiríamos todo el tiempo hermoseando a la sierva con infinitos adornos y dejando a la señora yacer peor que una esclava en fealdad y dejadez. Por esta razón, habiéndonos librado Dios de este mal cuidado, nos dió el arte de una cosa mejor, de suerte que quien no puede tornar el cuerpo de feo en hermoso, pueda elevar el alma hasta el mismo limite de la hermosura, aunque hubiere caído hasta el extremo de la fealdad, y hacerla tan amable y deseable, que no solamente lleguen a codiciarla los hombres buenos, sino aun el mismo Rey y Dios de todas las cosas, como, hablando de esta hermosura, decía el Salmista (Ps. 44,12): Y codiciará el Rey tu hermosura" (ibid., n.13). 

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