
Día
23 de Enero, Domingo III de Epifanía
Doble. Orn. Verdes.
Conm. San Raimundo de Peñafort, Confesor.
Señor, si quieres puedes limpiarme”, decía un leproso a Jesús cuando bajaba del monte de las Bienaventuranzas. Y Jesús le tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”; y quedó sano. Señor, si quieres, puedes limpiarnos de la lepra del pecado, digamos nosotros con la fe y la confianza del leproso, y Jesús entonces, no solamente limpiará nuestra alma sino que morará en ella.
“Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; mas di una palabra y mi criado quedará sano”, dice el centurión a Jesús cuando se disponía a ir para allá para curarle. Y la humildad profunda y la fe vivísima de éste pobre pagano arrancan a Nuestro Señor un gesto de admiración, y vaticina la reprobación de Israel por su incredulidad y la vocación de los gentiles que entraran en el reino de Dios. A este reino entraremos nosotros, pero si nos adornamos con las virtudes que resplandecieron en éste leproso y éste centurión, quien mereció le evoque la Iglesia siempre al dar a Jesús en la sagrada Comunión.

Día 25 de enero, Conversión de San Pablo
La Iglesia, que no suele celebrar episodios aislados de la vida de un Santo, celebra sin embargo éste de la Conversión de S. Pablo, por ser, corno afirma S. Agustín, obra más admirable que la misma creación, admirable por lo difícil, por lo rápida, por lo completa, porque de repente de lobo rapaz fué trocado en vaso de elección, en humilde cordero por la gracia de Dios, que no fué en él estéril (Grad.). Desde este día el corazón de Pablo fué el más perfecto trasunto del corazón de Cristo, hasta el punto de parecer identificado con Él: Cor Pauli, cor Christi, dirá después el gran Crisóstomo.
El fervoroso celador de la ley mosaica, fariseo como el que más, el discípulo de Gamaliel, y amigo y pariente y verdugo de Esteban, es hoy derribado del corcel brioso de su orgullo, de su envidia y de sus arraigados prejuicios contra Cristo, a persigue en sus miembros. El memorable y ejemplar episodio tuvo lugar hacia el año 35.
¡Oh gran S. Pablo, apóstol de las gentes! Por ti y por tus predicaciones y tus admirables cartas recibimos la gracia de Dios. Intercede por nosotros al Dios bondadoso que te eligió, para que, ilustrando nuestras inteligencias con sus lumbres y moviendo nuestro corazón con la gracia eficaz, nos convirtamos por fin definitiva y resueltamente, no viviendo en adelante sino para Cristo y considerándolo todo como estiércol a trueque de ganar a Cristo.
Edifiquémonos ya con el sencillo y verídico relato de esta conversión, única en su género, contada por S. Lucas, discípulo del mismo Pablo, en la epístola de hoy.'
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