martes, 28 de diciembre de 2021

Sermón San Esteban, Protomártir

Sermón

R.P. Pío Espina Leupold

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Sermón

R.P. Julián Espina Leupold

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Lección

En aquellos días Esteban, lleno de gracia y de poder, obraba grandes prodigios y milagros en el pueblo. Por lo cual se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertinos, de los cireneos, de los alejandrinos y de los de Cilicia y Asia, y disputaron con Esteban, mas no podían resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Como oyesen esto, se enfurecieron en sus corazones y crujían los dientes contra él. Mas, lleno del Espíritu Santo y clavando los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y exclamó: “He aquí que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está de pie a la diestra de Dios. Mas ellos, clamando con gran gritería, se taparon los oídos, y, arrojándose a una sobre él, lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon. Los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Apedrearon a Esteban, el cual oraba diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”.

Hechos VI, 8-10 - VII, 54-59



Evangelio

En aquel tiempo: Decía Jesús a los escribas y fariseos: Mirad que Yo os envío profetas, sabios y escribas: a unos mataréis y crucificaréis, a otros azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar. En verdad, os digo, todas estas cosas recaerán sobre la generación esta”. “¡Jerusalén! ¡Jerusalén! tú que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas, y vosotros no habéis querido! He aquí que vuestra casa os queda desierta. Por eso os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” 

Mateo XXIII, 34-39

domingo, 26 de diciembre de 2021

Dom Gueranger: San Esteban, Protomátir







SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

"Año Litúrgico"
Dom Próspero Gueranger


JESÚS Y SAN ESTEBAN

San Pedro Damiano comienza su sermón de este día por las siguientes palabras: “Tenemos aún en nuestros brazos al Hijo de la Virgen, y honramos con nuestras caricias al Hijo de Dios. Es María quien nos ha llevado a la excelsa cuna; hermosa entre las hijas de los hombres, bendita entre las mujeres, nos ha presentado a Aquel que es hermoso entre los hijos de los hombres y más lleno de bendiciones que todos ellos. Descorre para nosotros el velo de las profecías y nos muestra la realización de los designios divinos. ¿Quién de nostros podría apartar su mirada de ese alumbramiento? Con todo, mientras el recién nacido nos regala con sus tiernos besos y nos tiene suspensos con tanto prodigio, de pronto, Esteban, lleno ele gracia y fortaleza, obra maravillas en medio del pueblo. (Actos, VI, 8.) ¿Abandonaremos, pues, al Rey para volver nuestros ojos a uno de sus soldados? Ciertamente que no, a no ser que el mismo Rey nos lo ordene. Ahora bien, he aquí que el Rey, se levanta y va a presenciar el combate de su siervo. Corramos, pues, a ver ese espectáculo, al cual también él acude, y contemplemos al abanderado de. los Mártires.”

La Santa Iglesia, en el Oficio de hoy, quiere que leamos el principio de un Sermón de San Fulgencio en la fiesta de San Esteban: “Celebrábamos ayer el Nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos la Pasión triunfante de su soldado. Ayer, nuestro Rey revestido de carne, salió del seno de la Virgen y se dignó visitar el mundo; hoy, el luchador ha salido de la tienda de su cuerpo, y ha subido vencedor al cielo. El primero, conservando la grandeza de su eterna divinidad, se puso el humilde ceñidor de la carne, y penetró en el campo de este mundo dispuesto para la lucha; el segundo, despojándose de la envoltura corruptible del cuerpo, ha subido al palacio del cielo para reinar allí por siempre. El uno ha descendido bajo el velo de la carne, el otro ha subido entre los laureles púrpureos de su sangre. El uno ha bajado de la compañía alegre de los Angeles, el otro ha subido de entre los judíos que le apedreaban. Ayer cantaban con gozo los santos Angeles: ¡Gloria a Dios en lo más alto de los cielos! Hoy han recibido a Esteban alegremente en su compañía. Ayer Cristo fué envuelto en pañales por nosotros: hoy Esteban ha sido revestido por El con la túnica de la inmortalidad. Ayer, una estrecha cueva recibía a Cristo Niño: hoy, la inmensidad del cielo recibe a Esteban triunfante.”

De esta manera la Liturgia une la alegría de la Natividad del Señor a la que le produce el triunfo del primer Mártir; mas no será Esteban el único en venir a gozar de sus honores en esta gloriosa octava. Después de él celebraremos a Juan, el discípulo amado; a los santos Inocentes de Belén; a Tomás, el mártir de la libertad de la Iglesia; a Silvestre, el Pontífice de la Paz. Pero el puesto de honor en esta brillante escolta del Rey recién nacido le corresponde a Esteban, el Protomártir, que, como canta la Iglesia, “fué el primero en devolver al Señor la muerte que el Salvador sufrió por él”. Tales honores merecía el Martirio, ese sublime testimonio que paga plenamente a Dios los dones otorgados a nuestra raza y sella con la sangre del hombre la verdad que el Señor confió a la tierra.


EL MÁRTIR: TESTIGO DE CRISTO

Para comprender bien esto, es necesario considerar el plan divino en la salvación del mundo. El Verbo de Dios fué enviado para enseñar a los hombres; siembra su divina palabra y sus obras dan testimonio de El. Mas, después de su Sacrificio, sube a la diestra de su Padre, y su testimonio necesita otros de testigos para ser creído de los hombres. Ahora bien, estos nuevos testigos serán los Mártires, y su testimonio lo darán no sólo con sus palabras sino también con el derramamiento de su propia sangre. La Iglesia, por consiguiente, nacerá por la Palabra y la Sangre de Jesucristo, pero su sostenimiento, su paso por los siglos, y su triunfo de todos los obstáculos, será debido a la sangre de los Mártires, miembros de Cristo; y esa sangre se juntará en un mismo Sacrificio con la de su divino Jefe.

Los Mártires serán un perfecto trasunto de su Rey supremo. Serán, cmo El mismo lo dijo, “semejantes a corderos en medio de los lobos” (S. Mateo, X, 16.) El mundo desplegará contra ellos sus poderes, y ellos se presentarán ante él débiles y desarmados; pero, en esta desigual lucha, la victoria de los Mártires será de este modo más resonante y divina. Nos dice el Apóstol que Cristo crucificado es la fortaleza y sabiduría de Dios (I Cor., I, 24); los Mártires inmolados y a pesar de todo conquistadores del mundo darán testimonio, de una manera comprensible para el mismo mundo, de que el Cristo que ellos confesaron y que les dió la constancia y la victoria, es realmente la fortaleza y la sabiduría de Dios. Es, pues, justo que se vean asociados a todos los triunfos del Hombre-Dios, y que los honre el ciclo litúrgico como los honra la Iglesia colocando sus sagradas reliquias en el ara del altar, de manera que no se celebre nunca el Sacrificio de su triunfante Jefe, sin que ellos también sean ofrecidos en la unidad de su Cuerpo místico.


EL TESTIMONIO DE SAN ESTEBAN

Así pues, la lista gloriosa de los Mártires del Hijo de Dios, comienza con San Esteban, quien destaca en ella por su mismo nombre, que significa Coronado, como presagio divino de su victoria. Es el Capitán, a las órdenes de Cristo, de ese Cándido ejército que canta la Iglesia, por haber sido llamado el primero y haber respondido generosamente al honor de la llamada. Esteban dió enérgico y valeroso testimonio de la divinidad del Emmanuel ante la Sinagoga de los Judíos; al proclamar la verdad irritó los oídos de los incrédulos; y en seguida los enemigos de Dios, hechos también sus enemigos, lanzaron contra él una lluvia de piedras mortíferas. De pie y con valentía sufrió esta afrenta; hubiérase dicho, conforme bellamente se expresa San Gregorio de Nisa, que una suave y silenciosa nieve caía sobre él en ligeros copos, o también que una lluvia de rosas descendía dulcemente sobre su cabeza. Pero, a través de aquellas piedras que chocaban entre si, portadoras de la muerte, llegaba hasta él un resplandor divino: Jesús, por quien moría, se presentaba a sus miradas, y de la boca del Mártir salla un enérgico y postrer testimonio de la divinidad del Emmanuel. Y luego, imitando al divino Maestro y para hacer completo su sacrificio, el Mártir eleva su última oración por sus verdugos; dobla las rodillas y pide que no se les impute ese pecado. Asi todo está consumado; ya se puede mostrar a toda la tierra el tipo del Mártir, para ser imitado y seguido en todos los tiempos, hasta la consumación de los siglos, hasta que se complete el número de los Mártires. Esteban se duerme en el Señor y es sepultado en la paz, in pace, hasta que se vuelva a encontrar su tumba y de nuevo se esparza su gloria por toda la Iglesia, con la milagrosa Invención de sus reliquias, que es como una resurrección anticipada.

Esteban fué digno de hacer guardia junto a la cuna de su Rey, como Capitán de los esforzados defensores de la divinidad del Niño celestial que nosotros adoramos. Pidámosle con la Iglesia que nos facilite el acceso al humilde lecho en que descansa nuestro soberano Señor. Supliquémosle nos adoctrine en los misterios de esta divina Infancia que todos debemos conocer e imitar en Cristo. En la sencillez del pesebre, no contó el número de sus enemigos ni tembló en presencia de su ira, no eludió sus golpes, ni impuso a sus labios el silencio; les perdonó su ira; y su última oración fué por ellos. ¡Oh fiel imitador del Niño de Belén! Jesús, en efecto, no fulminó sus rayos contra los habitantes de aquella ciudad que negó un asilo a la Virgen Madre en el momento en que iba a dar a luz al Hijo de David. Tampoco tratará de detener la ira de Herodes, que en seguida le va a buscar para matarle; preferirá huir a Egipto, como un proscrito, ante la presencia del vulgar tirano; y asi precisamente, a través de todas esas debilidades aparentes demostrará su divinidad y probará que el Dios Niño es también el Dios Fuerte. Pasará Herodes y su tiranía; y Cristo permanecerá mucho más grande en el pesebre, donde ha hecho temblar a un rey, que ese príncipe bajo su púrpura tributaria de los Romanos; mayor que el mismo César Augusto, cuyo colosal imperio tuvo por misión servir de escabel a la Iglesia que va a fundar ese Niño, tan humildemente inscrito en el padrón de la ciudad de Belén.


MISA

Comienza la Santa Iglesia por las palabras del santo Mártir, quien, con frases de David, nos trae a la memoria las maquinaciones de los malvados, y la humilde confianza que le hizo triunfar de sus persecuciones. Desde la muerte de Abel hasta los futuros Mártires que inmolará el Anticristo, la Iglesia será siempre perseguida; su sangre no cesa de correr en una u otra región; pero su confianza reside en la fidelidad a su Esposo, en la sencillez que vino a enseñarle con su ejemplo el Niño del pesebre.


INTROITO

Sentáronse los príncipes, y hablaron contra mí; y los malvados me persiguieron: ayúdame, Señor, Dios mío, porque tu siervo practica tus mandamientos. Salmo: Bienaventurados los puros en su camino, los que andan en la Ley de Dios. — ℣. Gloria al Padre.


En la Colecta, la Iglesia pide para sí y para sus hijos la fortaleza divina que llegó en los Mártires hasta el perdón de las injurias, ratificando así su testimonio y su semejanza con el Salvador. Ensalza a San Esteban, que fué el primero en dar el ejemplo en la nueva ley.


ORACIÓN

Suplicárnoste, Señor, nos concedas la gracia de imitar lo que veneramos, para que aprendamos a amar a nuestros enemigos; pues celebramos el natalicio de aquel que supo rogar por sus mismos perseguidores a tu Hijo Nuestro Señor Jesucristo. El cual vive y reina contigo.


EPÍSTOLA

Lección de los Actos de los Apóstoles (Cap. VI y VII.)


En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y fortaleza, hacía prodigios y grandes milagros en el pueblo. Levantáronse entonces unos de la Sinagoga, llamada de los Libertinos, y Cirineos, y Alejandrinos y de los de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban: y no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que hablaba. Y, oyendo estas cosas, se secaban de rabia en su interior, y rechinaban los dientes contra él. Mas él, estando lleno del Espíritu Santo, mirando al cielo, vió la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios. Y dijo: He aquí que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron a tina contra él. Y, arrojándole fuera de la ciudad, le apedrearon: y los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedrearon a Esteban, que oraba y decía: Señor, Jesús, recibe mi espíritu. Y, puesto de rodillas, clamó con grande voz: Señor, no les imputes este pecado. Y habiendo dicho esto, se durmió en el Señor.


De esta manera, oh glorioso Príncipe de los Mártires, fuistes llevado fuera de las puertas de la ciudad para ser sacrificado, y muerto con el suplicio de los blasfemos. El discípulo debía ser semejante en todo a su Maestro. Pero ni la ignominia de esta muerte, ni la crueldad del suplicio amilanaron tu esforzado espíritu: llevabas a Cristo en tu corazón, y con él eras más fuerte que todos tus enemigos. Mas, ¿cuál fué tu gozo, cuando se abrieron los cielos sobre tu cabeza y apareció en su carne glorificada ese Dios Salvador, de pie y a la diestra de Dios, cuando se encontraron tus miradas con las del divino Emmanuel? Esa mirada de un Dios a su criatura que se dispone a sufrir por El, y de la criatura a Dios por quien se inmola, te puso en arrobamiento. En vano llovían las duras piedras sobre tu inocente cabeza: nada era capaz de distraerte de la vista de aquel Rey eterno que por ti se levantaba de su trono y venía a colocarte la Corona que te había tejido desde toda la eternidad y que ahora conquistabas! Ruega, en la gloria donde hoy reinas, para que también nosotros seamos fieles, y fieles hasta la muerte, a ese Cristo que no sólo se ha levantado, sino que ha descendido hasta nosotros en la figura de niño.


GRADUAL

Sentáronse los príncipes y hablaron contra mí: y los malvados me persiguieron. — ℣. Ayúdame, Señor Dios mío: sálvame por tu misericordia.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. — ℣. Veo los cielos abiertos, y a Jesús, que está a la diestra del poder de Dios. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo. (XXIII, 34-39.)


En aquel tiempo decía Jesús a los Escribas y Paríseos: He aquí que yo envío a vosotros profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos los mataréis y crucificaréis, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad: para que venga sobre vosotros toda la sangre justa, que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo: Todo esto vendrá sobre esta generación. Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados: ¿cuántas veces he querido congregar a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y tú no has querido? He aquí que vuestra casa se os quedará desierta. Porque os digo que, desde ahora, ya no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.


Los Mártires continúan en el mundo el ministerio de Cristo, dando testimonio de su doctrina y sellándola con su sangre. El mundo no los ha reconocido; han brillado en las tinieblas como su Maestro, y las tinieblas no los han comprendido. Con todo, muchos han aceptado su testimonio y gracias a esta fecunda semilla han germinado para la fe. La Sinagoga fué rechazada por haber derramado la sangre de Esteban después de la de Cristo; ¡desgraciado, pues, quien no reconozca el mérito de los Mártires! Recojamos, nosotros las grandes lecciones que nos da su sacrificio, y demostremos con nuestra devoción hacia ellos la gratitud que les debemos por la sublime misión que han desempeñado y siguen desempeñando en la Iglesia. La Iglesia, efectivamente, no está nunca sin Mártires, como no está nunca sin milagros; es el doble testimonio que dará hasta el fin de los siglos, por cuyo medio manifiesta la vida divina que su fundador la ha comunicado.

Durante el Ofertorio, la Santa Iglesia recuerda los méritos y la sublime muerte de Esteban, para manifestar que el sacrificio del santo Diácono se une al del mismo Jesucristo.


OFERTORIO

Eligieron los Apóstoles al Levita Esteban, lleno de fe y del Espíritu Santo: al que apedrearon los judíos mientras oraba y decía: Señor, Jesús, recibe mi espíritu, aleluya.


SECRETA

Recibe, Señor, estos dones en memoria de tus Santos: para que, así como el martirio los hizo a ellos gloriosos, así la piedad nos haga puros a nosotros. Por el Señor.


Unida a su divino Esposo por la santa Comunión,* la Iglesia ve también los cielos abiertos y a Jesús de pie a la diestra de Dios. Transmítele al Verbo encarnado todos sus sentimientos amorosos, y de este celestial alimento saca esa mansedumbre que le ayuda a soportar las injurias de sus enemigos, para ganarlos a todos a la fe y al amor de Jesucristo. También Esteban se había alimentado con este manjar divino, para lograr la fortaleza sobrehumana que le mereció la victoria y la corona.


COMUNIÓN

Veo los cielos abiertos, y a Jesús, que está a la diestra del poder de Dios: Señor Jesús, recibe mi espíritu, y no les imputes este pecado.


POSCOMUNIÓN

Ayúdennos, Señor, los misterios recibidos: y, por intercesión de tu bienaventurado mártir Esteban, haz que nos defiendan con eterna protección. Por el Señor.


¡Oh primicia y Capitán de los Mártires! nos unimos a las alabanzas que te han tributado todos los siglos cristianos. Te felicitamos por haber sido elegido por la Santa Iglesia, para estar en un puesto de honor junto a la cuna del soberano Señor de todo lo criado. ¡Cuán gloriosa aparece tu confesión en medio de los mortíferos guijarros que destrozaron tus miembros valerosos! ¡Qué deslumbrante la púrpura que te envuelve como a un héroe! ¡Qué resplandecientes las cicatrices de esas heridas que recibiste por Cristo! ¡Cuán numeroso y brillante el ejército de los Mártires que te sigue como a su Capitán y que continúa engrosando hasta la consumación de los siglos!

En estos días del Nacimiento de nuestro común Salvador, te suplicamos, oh Esteban, nos introduzcas en las profundidades de los misterios del Verbo encarnado. A ti te corresponde, como fiel guardián de su Pesebre, presentarnos al Niño celestial que allí descansa. Tú diste testimonio de su divinidad y de su humanidad; confesaste al Hombre Dios en medio de los gritos furiosos de la Sinagoga. En vano los Judíos se taparon los oídos; tuvieron que oír tu potente voz denunciándoles el deicidio que habían cometido entregando a la muerte al que es al mismo tiempo Hijo de Dios e Hijo de María. Muéstranos también a nosotros al Redentor del mundo, pero no como triunfador a la diestra del Padre, sino dulce y humilde, como en las ‘primeras horas de su aparición, envuelto en pañales y recostado en el pesebre. También nosotros queremos ser sus testigos, queremos anunciar su Nacimiento lleno de amor y misericordia y hacer ver con nuestras obras que también en nuestros corazones ha nacido. Obtén para nosotros esa devoción al Niño divino, que a ti te hizo fuerte en el día de la prueba. La tendremos si somos sencillos y valientes como tú lo fuiste, y si amamos de corazón a ese Niño; pues el amor es más fuerte que la muerte. Haz que no olvidemos nunca que todo cristiano debe estar dispuesto al martirio por el solo hecho de ser cristiano. Haz que la vida de Cristo iniciada en nosotros se vea desarrollada por nuestra fidelidad y nuestras obras de manera, que lleguemos, como dice el Apóstol, a la plenitud de Cristo. (Ef., IV, 13.)

Mas, acuérdate, oh glorioso Mártir, acuérdate de la Santa Iglesia en esas regiones en que los decretos divinos exigen que resista hasta la sangre. Logra que el número de tus hermanos se complete con todos los que se ven expuestos a la prueba, para que ni uno sólo desfallezca en el combate; que no aflojen ni la edad ni el sexo, para que el testimonio sea completo, y para que la Iglesia recoja también en su vejez, las palmas y coronas inmortales que honraron aquellos primeros años de que tú fuiste ornato Ruega, pues, oh Esteban, para que sea fecunda la sangre de los Mártires como en los antiguos tiempos; para que la tierra desagradecida no la sofoque sino que la haga producir buenas cosechas. Reduce cada día más las fronteras de la infidelidad; haz que se extinga la herejía y cese ya de devorar, como una lepra, los miembros de la Iglesia cuyo vigor sería la gloria y el consuelo de la misma. Conceda el Señor, por tu intercesión, a nuestros últimos Mártires, la realización de las esperanzas que hicieron vibrar su corazón, cuando ofrecían su cabeza a la espada del verdugo o entregaban su alma en medio de los tormentos.

No hemos de terminar el segundo día de la Octava de Navidad sin detenernos junto a la cuna del Emmanuel para contemplar al Hijo divino de María. Han pasado ya dos días desde que su Madre le acostó en el humilde pesebre; estos dos días significan más para la salvación del mundo que los miles de años que precedieron al nacimiento de este Niño. La obra de nuestra Redención sigue adelante, y los vagidos del recién nacido y sus lloros comienzan a expiar nuestros pecados. Consideremos pues hoy, en esta fiesta del primero de los Mártires, las lágrimas que humedecen las mejillas infantiles de Jesús y que son los primeros indicios de “sus dolores”. “Llora este Niño, dice San Bernardo; pero no como los demás niños, ni por la misma razón. Los hijos de los hombres lloran de necesidad y flaqueza; Jesús llora de compasión y por amor nuestro.” Recojamos con cariño las lágrimas de un Dios que se ha hecho hermano nuestro, y que sólo por nuestros males llora. Aprendamos a lamentar el mal del pecado, que viene a nublar, con los sufrimientos anticipados del tierno Niño que el cielo nos envía, el dulce gozo que nos había causado su venida.

También María contempla esas lágrimas, y su corazón se estremece. Presiente ya que ha traído al mundo un varón de dolores; pronto lo habrá de saber más claramente. Unámonos a ella, consolando al recién nacido con el amor de nuestros corazones. Es el único galardón que ha venido a buscar a través de tantas humillaciones; por ese amor ha bajado del cielo y ha realizado todos los prodigios que nos rodean. Amémosle con toda nuestra alma, y supliquemos a María le haga aceptar el don de nuestro corazón. El Salmista dijo en su cántico: El Señor es grande y digno de todo loor; añadamos con San Bernardo: ¡El Señor es pequeño, y digno de todo amor!

El piadoso al par que elocuente Padre Faber, que fué también un gran poeta, ha cantado en el más gracioso villancico el misterio del Niño Jesús bajo el aspecto que ahora lo estamos contemplando. “¡Niño pequeñito, exclama, cuán dulce eres! ¡Cómo brillan tus ojos! Parece que hablan cuando la mirada de María se encuentra con la tuya.— ¡Cuán débiles son tus vagidos! Semejantes al gemido de la inocente paloma, son tus quejas de sufrimiento y amor. — Cuando María te dice que duermas, duermes; cuando te llamante despiertas; alegre en sus rodillas y contento también en el rústico pesebre.— ¡Oh el más sencillo de los niños! ¡con qué gracia obedeces a la voluntad de tu madre! Tus gestos infantiles delatan la ciencia de un Dios oculto. Cuando José te toma en sus brazos y acaricia tus mejillas, tú le miras a los ojos con inocencia y dulzura. — Sí, eres efectivamente, lo que aparentas ser; una criaturita sonriente y llorosa; a pesar de eso eres Dios, y el cielo y la tierra te adoran temblando. — Sí, querido Niño, tus manecitas, que juegan con el cabello de María, sostienen al mismo tiempo el peso del universo. — Mientras aprietas con tierno y tímido abrazo el cuello de María, los más elevados Serafines velan su rostro ante el tuyo, ¡oh divino Niño!—Cuando María ha calmado tu sed y acallado tus débiles gemidos, aún quedan los corazones de los hombres abiertos a tus ojos dormidos. Débil Niño ¿es que eres tú mi Dios? Oh, entonces yo debo amarte; sí, debo amarte y aspirar a propagar tu amor entre los olvidadizos mortales. Duerme, dulce Niño, con el corazón alerta; duerme, Jesús amado: algún día habrás de velar por mí para sufrir y llorar.— Azotes, una cruz, una cruel corona, eso es lo que guardo para ti. Y esto no obstante, oh Señor, una lagrimita tuya sería suficiente para el rescate. — Mas no; tu corazón ha escogido la muerte; ése es el precio decretado allá arriba. Quieres hacer algo más que salvar nuestras almas; quieres morir por amor.

sábado, 25 de diciembre de 2021

Boletín Dominical 26 de diciembre



Día 26 de Diciembre,

San Esteban, Protomártir Doble de II clase

Conm. Domingo Infraoctava de Navidad 

Orn. Rojos

Nos hace leer la Iglesia en esta dominica un inspirado y hermoso trozo de la Epístola a los Gálatas, en la cual San Pablo demuestra nuestra filiación divina por el Nacimiento humano de Cristo. Tres partes encontramos en el razonamiento del Apóstol. En la primera les dice a los judíos, que tenían dificultad en recibir el Evangelio por que pensaban que el régimen de la ley mosaica era divino y perfecto, que ese régimen de la ley mosaica fue una especie de menor edad comparable con la esclavitud conforme al derecho romano. Sobre éste fundamento jurídico, aplicado alegóricamente, …va discurriendo el Apóstol entre el tiempo y el estado de la ley, que era como la menor edad, y el tiempo y estado del Evangelio, que es la mayor edad de los hombres libres. En la segunda parte nos dice cómo recibimos la perfecta filiación divina con el Nacimiento de Cristo: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, formado de una mujer y sujeto a la ley para rescatar a los que estaban bajo la ley y recibiesen la filiación adoptiva Divina”.

   En la tercera y última parte señala el Apóstol la unión existente entre esa filiación Divina y la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones.






I de Enero, fiesta de la Circuncisión de Nuestro Señor Jesucristo


Dios nuestro Señor instituyó la circuncisión (Génesis 17, 4-11) como para sellar el pacto que celebraba con Abraham y todos sus descendientes. Con ésta ceremonia ritual se incorporaba el que la recibía al pueblo de Dios, y se obligaba al cumplimiento de la Ley. Al mismo tiempo, con esto, se hacía merecedor de las promesas divinas, y manifestando su fe en el Redentor, hijo de Abraham, obtenía la remisión del pecado original. Equivalí, pues, la circuncisión, entonces, al sacramento del bautismo, que luego instituyó N. S. Jesucristo, cuya figura era y por cuyos méritos futuros se remitía el pecado original.

Nuestro Señor quiso también someterse a ésta sangrienta ceremonia, mostrando que era hijo de Abraham, según la carne, y para darnos ejemplo de obediencia, y libertar de aquel pesado yugo a los que había de redimir. (Gálatas 4, 4-5).







Sermón Natividad del Señor (Misa del Día)


Sermón

R.P. Pío Espina Leupold

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Lección

Hermanos: Dios que en los tiempos antiguos habló a los padres en muchas ocasiones y de muchas maneras por los profetas, en los últimos días nos ha hablado a nosotros en su Hijo, a quien ha constituido heredero de todo y por quien también hizo las edades; el cual es el resplandor de su gloria y la impronta de su substancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, después de hacer la purificación de los pecados se ha sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, llegado a ser tanto superior a los ángeles cuanto el nombre que heredó es más eminente que el de ellos. Pues ¿a cuál de los ángeles dijo (Dios) alguna vez: “Hijo mío eres Tú, hoy te he engendrado”; y también: “Yo seré su Padre, y Él será mi Hijo”? Y al introducir de nuevo al Primogénito en el mundo dice: “Y adórenlo todos los ángeles de Dios”. Respecto de los ángeles (sólo) dice: “El que hace de sus ángeles vientos y de sus ministros llamas de fuego”. Mas al Hijo le dice: “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; y cetro de rectitud el cetro de tu reino. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, oh Dios, el Dios tuyo con óleo de alegría más que a tus copartícipes”. Y también: “Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra, y obra de tu mano son los cielos; ellos perecerán, mas Tú permaneces; y todos ellos envejecerán como un vestido; los arrollarás como un manto, como una capa serán mudados. Tú empero eres el mismo y tus años no se acabarán”.

Hebreos I, 1-12



Evangelio

En el principio el Verbo era, y el Verbo era junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él era, en el principio, junto a Dios: Por Él, todo fue hecho, y sin Él nada se hizo de lo que ha sido hecho. En Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Apareció un hombre, enviado de Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a fin de que todos creyesen por Él. Él no era la luz, sino para dar testimonio acerca de la luz. La verdadera luz, la que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo no lo conoció. Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre. Los cuales no han nacido de la sangre, ni del deseo de la carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros –y nosotros vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre– lleno de gracia y de verdad. 

Juan I, 1-12

Sermón Natividad del Señor (Misa de la Aurora)

Sermón

R.P. Julián Espina Leupold

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Sermón

R.P. Pío Espina Leupold

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Lección

Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, Él nos salvó, no a causa de obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del lavacro de la regeneración, y la renovación del Espíritu Santo, que Él derramó sobre nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador; para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos, conforme a la esperanza, herederos de la vida eterna.

Tito III, 4-7


Evangelio

Cuando los ángeles se partieron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “Vayamos, pues, a Betlehem y veamos este acontecimiento, que el Señor nos ha hecho conocer”. Y fueron a prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verle, hicieron conocer lo que les había sido dicho acerca de este niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de las cosas que les referían los pastores. Pero María retenía todas estas palabras ponderándolas en su corazón. Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto según les había sido anunciado.

Lucas II, 15-20





Sermón Natividad del Señor (Misa del Gallo)


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold

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Lección

Hermanos: Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo peculiar suyo, fervoroso en buenas obras. Esto es lo que has de enseñar. Exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te menosprecie.  

Tito II, 11-15


Evangelio

En aquel tiempo, apareció un edicto del César Augusto, para que se hiciera el censo de toda la tierra. Este primer censo, tuvo lugar cuando Quirinio era gobernador de Siria. Y todos iban a hacerse empadronar, cada uno a su ciudad. Subió también José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem, porque él era de la casa y linaje de David, para hacerse inscribir con María su esposa, que estaba encinta. Ahora bien, mientras estaban allí, llegó para ella el tiempo de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito; y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la hostería. Había en aquel contorno unos pastores acamados al raso, que pasaban la noche custodiando su rebaño, y he aquí que un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió de luz, y los invadió un gran temor. Díjoles el ángel: “¡No temáis! porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis un niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre”. Y de repente vino a unirse al ángel una multitud del ejército del cielo, que se puso a alabar a Dios diciendo: “Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hombres (objeto) de la buena voluntad”.

Lucas II, 1-14

Santo Tomás de Villanueva La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo




COMENTARIO AL EVANGELIO

NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 

En aquel tiempo, apareció un edicto del César Augusto, para que se hiciera el censo de toda la tierra. Este primer censo, tuvo lugar cuando Quirinio era gobernador de Siria. Y todos iban a hacerse empadronar, cada uno a su ciudad. Subió también José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem, porque él era de la casa y linaje de David, para hacerse inscribir con María su esposa, que estaba encinta. Ahora bien, mientras estaban allí, llegó para ella el tiempo de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito; y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la hostería. Había en aquel contorno unos pastores acamados al raso, que pasaban la noche custodiando su rebaño, y he aquí que un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió de luz, y los invadió un gran temor. Díjoles el ángel: “¡No temáis! porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis un niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre”. Y de repente vino a unirse al ángel una multitud del ejército del cielo, que se puso a alabar a Dios diciendo: “Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hombres (objeto) de la buena voluntad”.

Lucas II, 1-14

 


SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

Sermón sobre la Natividad del Señor Extractamos uno de sus muchos sermones sobre la Natividad y formamos seguidamente una colección de los pensamientos repartidos por los otros (cf. Concio tert. in die Natali Domini. ed. Complut. fol.37vto. 41). 


A) Sermón tercero


a) EXORDIO

Comienza comentando el Salmo de David (71,17): «Tú, ¡oh Dios!, me adoctrinaste desde mi juventud y hasta ahora he pregonado tus grandezas. No me abandones, pues, ¡oh Dios!, en la vejez para que pueda manifestar tu poderío a esta generación y tus proezas a la venidera»

Me instruiste, dice, en mi juventud, esto es, durante mi vida, porque tú eres el Maestro, y yo lo cantaré hasta mi vejez, mientras haya vida en mí para hacer conocer tus glorias a las futuras generaciones. Estas futuras generaciones somos nosotros y estas maravillas el nacimiento del Señor. 

No puede la Antigua Ley mostrar prodigios como el de Belén.. ¿El mar se divide en dos? Eso no es nada; un océano infinito cabe encerrado en el vaso estrecho de un cuerpecillo. ¿La vara seca de Aarón se cubrió de follaje? Eso no es nada. Una virgen ha dado a luz al hombre Dios. ¿Moisés en una cesta? Eso no es nada; el Rey del cielo está en un pesebre. ¿Una columna de fuego guiando al pueblo por el desierto? Eso no es nada; el fuego divino, escondido en los labios de un cuerpo humano, conduce al mundo... Todas sus maravillas eran sombras; éstas son la realidad. 


b) GLORIA DE LOS ATRIBUTOS DIVINOS

 En todas las criaturas brilla el poder de Dios por su creación..., pero ¿qué extraño es que Dios cree ángeles y cielo, criaturas bellas? «Lo que es un acto admirable de su poder es que la naturaleza creada y creadora, lo pasible y lo impasible, lo mortal y lo inmortal, en una palabra, Dios y el hombre, se hayan unido indisolublemente. Gran unión fué la de unir el alma y el cuerpo con nudo tan admirable y efectos tan profundos, que la muerte sea amarga, pero más  admirable  es la unión del Verbo y la carne en una persona sol». 

El castigo de los ángeles es de severidad temerosa y manifestación de la justicia divina, y, sin embargo, no me espanto con los rigores sufridos por el pecado, porque, Señor, me parecéis más severo al perdonarme que cuando castigasteis a los espíritus rebeldes. 

«¡El hombre pecó y Dios se inmola! La falta de un hombre condena a muerte al Hijo único de Dios. ¡Oh Señor! Me espantáis más al rescatamos que si nos hubierais abandonado, y al perdonamos. que si me hubierais dejado en la perdición. ¿Quién puede comprender una justicia semejante? Excusadme, Señor, yo os conjuro, pera deseo ardientemente vuestra gloria y no puedo expresar sin afligirme este acto de justicia. Os habéis excedido en vuestra obra y yo me excederé en las palabras. Sí, Señor, habéis pasado los límites de la justicia y en el gran deseo de parecer justo habéis caído en un exceso de justicia. Si no fueseis Dios, os diría que una justicia exagerada os hace parecer injusto. ¿Qué justicia es esta que condena a morir al Hijo por el esclavo, al Inocente por el culpable, al Todopoderoso por un gusano? ¿No es más grande el castigo que la falta? Y ¿la satisfacción no es mayor que la ofensa? Si hay exceso, no hay igualdad; si no hay igualdad, no hay justicia... Pesad nuestros pecados..., pesad la muerte de vuestro Hijo y la balanza se inclina desigualmente...» Pero, ¡oh Señor!, ¿cómo vais a ser injusto? Habéis hecho justicia, pero una justicia a vuestro modo, al estilo de Dios, que no podemos comprender, pero veneramos, admiramos, adoramos y abrazamos con todas las fuerzas de nuestra alma. 

«No es sólo el poder y la justicia. Son todos los atributos divinos los que resplandecen en este misterio..., bondad, sabiduría, misericordia, magnificencia y amor...» Hablaremos sólo de lo principal de todo ello, del amor, porque en este misterio se notifica, según la Iglesia, la multiforme sabiduría de Dios a los principados y potestades (Eph. 3,1o), pero el amor nos toca más cerca. 

Parece que este misterio está diciendo a los mismos ángel.: Venid y ved las obras de Dios. Cosas magníficas ha hecho en favor del hombre (Ps. 65,5)» ¿Quién es éste, dice también David, para que así obres con él? (Ps. 143,3)» Habéis abierto todos los tesoros de que vuestro amor, habéis satisfecho los deseos de vuestro corazón. 

«En efecto, tan bueno sois por naturaleza, que vuestros ardores infinitos os empujan a extender vuestra bondad, pero hasta que el hombre fué creado no encontrasteis un ser capaz de satisfacer este deseo de hacer el bien». Por eso en la Sagrada Escritura no se lee que descansaseis hasta después de haber creado al hombre. 


C) EXHORTACIÓN

Desgraciada la nación pecadora cargada de iniquidades, raza maldita de hijos perversos que olvida los beneficios de Dios (h. 5,4). 

San Jerónimo se quejaba de que la sangre reciente de Cristo, que bullía ardiente en el corazón de los primeros cristianos, perdido su calor, se hubiese helado en el de sus contemporáneos. ¿Qué podré, entonces, decir yo en el frío de nuestros días... ? Todos, desde los pequeños a los grandes, todos están llenos de rapiñas, y todos» profetas y sacerdotes, llenos de fraudes (Ier. 6,1o). Las jóvenes no olvidan sus adornos, y las esposas, sus trajes; sólo mi pueblo me olvida a mí (Ier. 2,32). 

Y vosotros, sacerdotes, que vivís para cantar las alabanzas del Señor... Los fieles en sus necesidades no tienen tiempo para hacerlo y os sostienen para que lo hagáis en su nombre. Si los clérigos cumplen con negligencia obligación tan importante, conozcan el juicio que les espera a quienes estaban obligados a ello por el doble título de los bienes de Dios y el salario del pueblo. 

Termina con una exhortación a las religiosas para que alaben al Señor con los labios y el corazón, y después todos juntos cantarlas con la gloria divina, en la gloria del cielo. 



B) Trozos escogidos


a) EXORDIO

En este día callarse sería un pecado (4 Reg. 7,9), porque hasta los ángeles cantan (Lc. 2,14): Gloria a Dios en las alturas. «La admiración me agobia, porque lo veo todo cambiado. Si alzo mis ojos al cielo, veo, ¡oh Dios mío!, lo que eres y lo que es tu Padre... Bajo los ojos, y ¡qué pobreza, qué miseria, qué molestias, qué compañía, qué vestidos! No sé qué admirar, si vuestra grandeza, si vuestra humillación....»

«Todo ha cambiado en ti, Señor, en quien no hay cambio (Iac. 1,17). Tú, poderoso y temible, ahora humilde y sin fuerzas; tú, que herías a los grandes reyes (Ps. 135,17), ahora tributario de un rey; tú, legislador del Sinaí entre nubes y rayos, ahora callado entre dos animales. No te contiene el cielo ni la tierra y estás encerrado en un cuerpecillo tembloroso. Tu trono eran los siglos y hoy es una cuna. ¿Qué es lo que no ha cambiado cuando tu sabiduría encienda una lámpara que iluminará al mundo y la pose en el candelero de la Cruz? ¡Oh maravilloso cambio! Los ángeles, hombres Y animales, juntos en torno de un pesebre, todos viendo en el pesebre al Rey». (cf. Concio 2, ed. Complut., fol.44 ss.). 



D) CONTEMPLACIÓN DEL MISTERIO

«De repente el rostro de la virgencita cambia, los colores sonrosan sus mejillas, toda ella toma el color de la púrpura; son los lirios mezclados entre rosas bermejas. Su espíritu se inflama, ardores desacostumbrados consumen esta alma feliz, inefables delicias inundan su corazón... La joven madre ha conocido las señales inmediatas, el Espíritu Santo la llama, sus rodillas se doblan, se consagra entera a Dios y espera el cumplimiento de su adorable voluntad.. 

San José está presente. Asombrado ruega en silencio y espera, cuando he aquí que encuentra al Niño delante de sus ojos, palpitando y llorando. Es el Niño todopoderoso, el Niño admirable en quien se encierran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col. 2,3). ¡Dios inmenso! Como del seno de púrpura de la aurora se levanta el sol que ciega, como el rayo que atraviesa el cristal sin mancharlo, así nace el Niño. Como una estrella extiende su fuego, como la rosa temprana derrama a su alrededor perfume suave, así la virgencita entrega al mundo el Salvador. ¡Madre feliz! Adora a su hijo y le ofrece el homenaje de su alma como a Dios, antes de prestarle los cuidados necesarios como madre. ¡Oh Virgen, quién pudiera entrar en los pensamientos de tu alma y en la alegría de tu corazón I* (cf. Concio 2, ibid.). 

La sabiduría de Dios se extiende poderosa' de tino al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (Sap. 8,1). Sólo ella sabe unir extremos tan distintos; grandeza y abajamiento; majestad y humildad; nacer de una virgen, reclinarse en un pesebre; brillar en el cielo. tener por compañía dos animales; recibir la adoración de los ángeles, estar envuelto en pañales pobres y ser adorado por reyes, estar callado en el pecho de su madre y ser anunciado por la luz del cielo. Contrastes que me descubren dos naturalezas. Porque es hombre, nace; porque es Dios, le adoran los ángeles; porque es hombre, se viste de pañales; porque es Dios le adoran los reyes: porque es hombre, llora en el pecho de una virgen joven; porque es Dios, el cielo le anuncia a las naciones; porque es hombre, su madre le amamanta; porque es Dios, no tiene padre (cf. Concio 5. :bid.) 





Dom Gueranger: El Santo Día de Navidad

  





EL SANTO DÍA DE NAVIDAD

"Año Litúrgico" 
Dom Próspero Gueranger



FIN DE LA VIGILIA

El día feliz de la Vigilia de Navidad toca a su fin. La Iglesia ha clausurado ya los Oficios divinos propios del Adviento con la celebración del gran Sacrificio. Con maternal clemencia ha permitido a sus hijos quebrantar desde medio día el ayuno preparativo; los fieles se han sentado a la frugal mesa con una alegría espiritual que los hace sentir de antemano la que invadirá sus corazones en la noche que les va a traer al divino Emmanuel.

Mas, una fiesta tan solemne como la de mañana debe comenzar desde el día anterior, como acostumbra hacerlo la Iglesia en sus festividades. Dentro de unos momentos va a llamar la Iglesia a los cristianos al templo para el Oficio de las Primeras Vísperas, en el que se ofrece a Dios el incienso de la tarde. El esplendor de las ceremonias y la magnificencia de los cantos van a preparar a las almas para las emociones de amor y gratitud que las dispondrán a recibir las gracias en el momento supremo.

En espera de la llamada que nos ha de invitar a la casa de Dios, aprovechemos los instantes que nos quedan para ahondar en el misterio de tan gran día y, en los sentimientos que embargan a la Santa Iglesia en esta fiesta, y en las tradiciones católicas que tanto ayudaron a que la celebraran dignamente nuestros antepasados.

SERMÓN DE SAN GREGORIO NACIANCENO

Primeramente, escuchemos la voz de los santos Padres que resuena con un énfasis y una elocuencia capaces de despertar a toda alma que no esté muerta. He aquí en primer lugar a San Gregorio el Teólogo, Obispo de Nacianzo, en su discurso treinta y ocho dedicado a la Teofanla o Nacimiento del Salvador: ¿quién será capaz de permanecer frío oyendo sus palabras?

"Cristo nace; ensalzadle. Cristo baja del cielo; salidle al encuentro. Cristo está ya en la tierra; oh hombres, elevaos. Cante al Señor toda la tierra y para decirlo todo en una sola palabra: Alégrense los cielos y salte de gozo la tierra por causa de Aquel que es al mismo tiempo del cielo y de la tierra. Cristo se viste con nuestra carne, estremeced de temor y alegría: de temor por razón de vuestros pecados, de alegría por la esperanza. Cristo nace de una Virgen; mujeres, honrad la virginidad para que lleguéis a ser Madres de Cristo.

¿Quién no adorará al que existió eternamente? ¿quién no alabará y ensalzará al que acaba de nacer? He aquí que se deshacen las tinieblas; es creada la luz; Egipto permanece en las sombras, e Israel es alumbrado por la columna luminosa. El pueblo que estaba sentado en las tinieblas de la ignorancia ve el resplandor de una profunda ciencia. Ha terminado lo antiguo; todo es ya nuevo. Le letra huye, triunfa el espíritu; las sombras han pasado; la verdad ha hecho su aparición. La naturaleza ve sus leyes violadas; ha llegado el momento de poblar el mundo celestial: Cristo manda; guardémonos de oponer resistencia.

Aplaudid, naciones todas: porque un Niño nos ha sido dado, un Hijo nos ha nacido. La señal de su principado está sobre sus espaldas: porque la cruz ha de ser el instrumento de su exaltación; su nombre es Angel del gran consejo, es decir, del consejo paterno.

Ya puede San Juan exclamar: ¡Preparad el camino del Señor! En cuanto a mí, quiero publicar la magnificencia de tan gran día: El incorpóreo se encarna; el Verbo toma carne; el Invisible se deja ver de nuestros ojos, el Impalpable se deja tocar: el que no conoce el tiempo, toma principio en él; el Hijo de Dios se hace hijo del hombre. Jesucristo fué ayer; es hoy, y será siempre. Escandalícese el Judío; mófese el Griego, muévase la lengua del hereje su boca impura. También, ellos creerán por fin en el Hijo de Dios, cuando le vean subir al cielo; y, si aún entonces se niegan hacerlo, creerán cuando baje del cielo para juzgarlos en su tribunal justiciero".

SERMÓN DE SAN BERNARDO

Oigamos ahora, en la Iglesia latina, al piadoso San Bernardo, que, en el Sermón VI de la Vigilia de Navidad derrama una dulce alegría en sus melodiosas palabras.

"Acabamos de oír una noticia llena de gracia y a propósito para ser recibida con transportes de alegría: Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judea. Mi alma se ha derretido al oír esta frase; mi espíritu se agita dentro de mí, obligándome a comunicaros esta felicidad. Jesús quiere decir Salvador: ¿Hay algo más necesario que un Salvador para los que estaban perdidos, más deseable para los desgraciados, más conveniente para los que carecían de esperanza? ¿Dónde estaba la salvación, dónde ni siquiera la esperanza de salvación por ligera que fuese, bajo esa ley de pecado, en ese cuerpo de muerte, en medio de esa maldad, en esa mansión de llanto, si la salvación no hubiese nacido de repente y contra toda esperanza? ¡Oh hombre, deseas ciertamente la salud; pero conociendo tu debilidad y tu flaqueza, temes la dureza del tratamiento! No temas: Cristo es dulce y suave; inmensa su misericordia; por ser Cristo, ha recibido la unción para derramarla sobre tus heridas. Mas, al decirte que es dulce, no vayas a creer que carece de poder; porque se añade que es Hijo de Dios. Saltemos, pues, de gozo repasando dentro de nosotros mismos y pronunciando esa dulce frase, esa suave palabra: ¡Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judea!"

SERMÓN DE SAN EFRÉN

Es, pues, un gran día el del Nacimiento del Salvador: día esperado por el género humano durante miles de años; esperado por la Iglesia en esas cuatro semanas de Adviento, de tan grato recuerdo; esperado por la naturaleza entera, que, a su llegada, vuelve a ver todos los años el triunfo del sol material sobre las tinieblas siempre crecientes. El gran Doctor de la Iglesia Siria, San Efrén, celebra con entusiasmo el encanto y la fecundidad de este misterioso día; tomemos sólo una muestra de esa divina poesía y digamos con él:

"Dignáos, Señor, permitirnos celebrar hoy el día propio de tu natalicio, que la fiesta de hoy nos trae a la memoria. Este día es semejante a Ti; es amigo de los hombres. Vuelve anualmente a través de los siglos; envejece con los viejos y se rejuvenece con el niño que acaba de nacer. Todos los años nos visita y pasa, para volver con nuevos atractivos. Sabe que la naturaleza humana no podría prescindir de él; lo mismo que Tú, trata de ayudar a nuestra raza en peligro. Todo el mundo, Señor, ansia el día de tu nacimiento; este feliz día lleva en sí todos los siglos venideros; es uno y se multiplica. Sea, pues, semejante a Ti también este año, y tráiganos la paz entre el cielo y la tierra. Si todos los días son testigos de tu magnanimidad, ¿cuánto más deberá serlo éste?

Los demás días del año toman de él su belleza. y las fiestas que van a seguir le deben la dignidad y el esplendor con que brillan. El día de tu nacimiento es un tesoro, Señor, un tesoro destinado a pagar la deuda común. Bendito sea el día que nos ha hecho ver el sol a los que andábamos errantes en la noche oscura; que nos ha traído la mies divina con la que nadaremos en la abundancia; que nos ha dado la rama de la viña, abundante en el líquido de salvación que nos comunicará a su debido tiempo. En medio del invierno que priva a los árboles de sus frutos, la viña se ha revestido de una exuberante vegetación; en la estación del hielo, el tallo ha brotado de la raíz de Jesé. En diciembre, en este mes que guarda todavía en sus entrañas la semilla que se le confió, es cuando la espiga de nuestra salvación se yergue del seno de la Virgen, a donde había bajado en los días de la primavera, cuando los corderuelos triscan por las praderas."

No es, pues, de extrañar que este día haya sido privilegiado en la economía del tiempo, y hasta vemos con satisfacción que las mismas naciones paganas presienten en sus calendarios la gloria que le estaba reservada en el curso de los siglos. Hemos visto también que no fueron los Gentiles los únicos en prever misteriosamente las relaciones del divino Sol de justicia con el astro caduco que ilumina y da calor al mundo; los santos Doctores y la Liturgia entera hablan continuamente de esta inefable armonía.

BAUTISMO DE CLODOVEO

Con el fin de grabar más hondamente la importancia de tan sagrado día en la memoria de los pueblos cristianos de Europa, pueblos de elección en los designios misericordiosos de Dios, el soberano Señor de los acontecimientos quiso que el reino de los Francos naciera el día de Navidad (496), cuando en el Batisterio de Reims, en medio de las pompas de esta solemnidad, Clodoveo, el fiero Sicambro, convertido en dulce cordero, fue sumergido por San Remigio en la fuente de salvación, de la que salió para fundar la primera monarquía católica entre las nuevas naciones, ese reino de Francia, el más bello, se ha dicho, después del cielo.

LA CONVERSIÓN DE INGLATERRA

Un siglo después (597) sucedía algo parecido al pueblo anglosajón. El Apóstol de la isla de los Bretones, el monje San Agustín, después de haber convertido a la religión verdadera al rey Etelredo, seguía conquistando almas. Dirigiéndose hacia York, predicaba la palabra de vida, y un pueblo entero se reunía pidiendo el Bautismo. Fué fijado el día de Navidad para la regeneración de los nuevos discípulos de Cristo; y el río que corre bajo las murallas de la ciudad fué elegido para servir de fuente bautismal a aquel ejército de catecúmenos. Diez mil hombres, sin contar mujeres y niños, bajan a las aguas cuya corriente debe llevarse la impureza de sus almas. La crudeza del tiempo no es capaz de detener a aquellos nuevos pero fervientes discípulos del Niño de Belén, los cuales desconocían hasta su nombre pocos días antes. Un ejército completo de neófitos sale radiante de alegría e inocencia del seno de las olas heladas, y el día de su Nacimiento cuenta Cristo una nación más bajo su imperio.

Mas no bastará esto todavía al Señor, empeñado en la tarea de honrar el día del Nacimiento de su Hijo.

LA CORONACIÓN DE CARLOMAGNO

Otro ilustre nacimiento debía aún embellecer este feliz aniversario. En Roma, en la Basílica de San Pedro, y en la fiesta de Navidad del año 800, nacía el Sacro Imperio Romano, al que estaba reservada la misión de propagar el reino de Cristo en las regiones bárbaras del Norte, y mantener la unídad europea, bajo la dirección del Romano Pontífice. San León III colocaba en este día la corona imperial sobre la cabeza de Carlomagno; y la tierra, admirada, volvía a contemplar a un César, un Augusto, no un César o un Augusto sucesor de los Césares y Augustos de la Roma pagana, sino investido de esos gloriosos títulos por el Vicario de Aquel que en las profecías se llama Rey de reyes y Señor de los señores.

LA GLORIA DEL DÍA DE NAVIDAD

De este modo ha querido Dios hacer brillar a los ojos de los hombres la gloria del real Niño que ha nacido hoy; así ha dispuesto de cuando en cuando, a través de los siglos, esos ilustres aniversarios de la Natividad que da gloria a Dios y paz a los hombres.

Los siglos venideros podrán decir cómo se reserva aún el Altísimo el derecho de glorificar en este día su nombre y el de su Emmanuel.

Entretanto, las naciones de Occidente, conocedoras de la dignidad de esta fiesta y considerándola con razón como el principio universal de todo, en la era de la renovación del mundo, contaron durante mucho tiempo sus años partiendo de Navidad, como se puede apreciar por los antiguos calendarios, por los Martirologios de Usuardo y de Adón y por un gran número de Bulas, de Cartas y Diplomas. En 1313 un concilio de Colonia nos muestra subsistente todavía en esa época esta costumbre. Varios pueblos de la Europa católica, han guardado hasta el día de hoy la costumbre de celebrar el nuevo año en la fiesta de Navidad. Se desea feliz Navidad como entre nosotros el día primero de enero feliz año nuevo. Se cambian cumplidos y regalos; se escribe a los amigos ausentes: ¡restos preciosos de las antiguas costumbres que tenían la fe como fundamento y muralla inexpugnable!

Es tal la alegría que a los ojos de la Santa Iglesia debe llenar a los fieles en la Natividad del Salvador, que, asociándose a ella misericordiosamente, dispensa el día de mañana el precepto de la abstinencia cuando Navidad cae en viernes o sábado. Esta dispensa se remonta al Papa Honorio III, que gobernaba en 1216; pero ya desde el siglo IX San Nicolás I, en su respuesta a consultas de los Búlgaros, había manifestado una condescendencia parecida, con objeto de animar la alegría de los fieles en la celebración no sólo de la fiesta de Navidad, sino también en las de San Esteban, de San Juan Evangelista, de la Epifanía, de la Asunción de Nuestra Señora, de San Juan Bautista y de San Pedro y San Pablo. Pero esta dispensa no fue universal y sólo se ha mantenido para la fiesta de Navidad, contribuyendo así a aumentar la alegría popular. La legislación civil de la Edad Medía, en su deseo de confirmar a su modo la importancia que daba a una fiesta tan querida de toda la cristiandad, concedía a los deudores la facultad de supender el pago a los acreedores durante toda la semana de Navidad, que por esta razón era apellidada semana de remisión, lo mismo que las de Pascua y Pentecostés.

Pero dejemos un momento estos datos familiares que nos hemos complacido en reunir a propósito de la gloriosa festividad que conmueve tan dulcemente nuestros corazones; es hora de que acudamos a la casa de Dios, a donde nos llama el Oñcio solemne de las Primeras Vísperas. Por el camino, vayamos pensando en Belén, a donde han llegado ya José y María. El sol material camina rápidamente al ocaso; y el divino Sol de justicia permanece todavía oculto por algunos momentos bajo la nube, en el seno de la más pura de las vírgenes. Se acerca la noche; José y María recorren las calles de la ciudad de David, buscando un asilo para albergarse. Atención, pues, corazones fieles, ¡unios a los dos incomparables peregrinos! Ha llegado la hora de que salga de toda lengua humana un canto de gloria y agradecimiento. Para expresarnos, aceptemos con diligencia la voz de la Santa Iglesia, que estará a la altura de tan noble tarea.

ANTES DE LOS OFICIOS NOCTURNOS

MAITINES

Deben saber los fieles que, en los primeros siglos de la Iglesia, no se celebraba nunca una fiesta solemne sin hacer su preparación por medio de una Vigilia, en la que el pueblo cristiano, renunciando al sueño, llenaba la Iglesia y seguía fervorosamente la salmodia y las lecturas; este conjunto constituía lo que hoy llamamos Oficio de Maitines. Se dividía la noche en tres partes, conocidas con el nombre de Nocturnos; al apuntar el alba comenzaban otros cánticos más solemnes que formaban el Oficio de, las alabanzas, que de ahí ha quedado con el nombre de Laudes. Este Oficio divino, que ocupaba gran parte de la noche, se celebra aún diariamente aunque a horas menos penosas, en los Capítulos y Monasterios, y es recitado en privado por todos los clérigos obligados al rezo, del que forma la parte más notable. Con la pérdida de las prácticas litúrgicas desapareció también la costumbre de que los fieles tomasen parte en la celebración de los Maitines; y, en la mayoría de las iglesias parroquiales y aun de las catedrales de Francia, se terminó por no cantarlos más que cuatro veces al año: a saber, los tres últimos días de la Semana Santa, siendo todavía hoy anticipados a la tarde anterior, con el nombre de Tinieblas; y finalmente el día de Navidad, que se celebran a la misma hora, poco más o menos que antiguamente.

El Oficio de la noche de Navidad fué siempre objeto de una especial devoción y solemnidad entre todos los del año: primero por razón de ser la hora en que la Santísima Virgen dió a luz al Salvador, y por eso debemos esperarla en oración y ardientes deseos; además, porque esta noche la Iglesia no se contenta con celebrar el Oficio de Maitines de un modo ordinario, sino que, por excepción única y para mejor honrar el divino Nacimiento, añade la ofrenda del santo Sacrificio de la Misa, precisamente a media noche, que es cuando María dió su augusto fruto a la tierra. De ahí que en muchos lugares, sobre todo en las Galias, según testimonio de San Cesáreo de Arlés, los fieles pasaban toda la noche en la Iglesia.

En Roma, durante varios siglos, por lo menos del séptimo al undécimo, se decían dos Maitines en la noche de Navidad. Los primeros se cantaban en la Basílica de Santa María la Mayor; se comenzaban en cuanto se ponía el sol; no se decía Invitatorio en ellos, y a continuación de este primer Oficio nocturno el Papa celebraba a media noche la primera Misa de Navidad. Inmediatamente después, se trasladaba con el pueblo a la Iglesia de Santa Anastasia, donde celebraba la Misa de la Aurora. Luego, la piadosa comitiva se dirigía con el Pontífice, a la Basílica de San Pedro, donde comenzaban inmediatamente los segundos Maitines. Estos tenían su Invitatorio y eran seguidos de Laudes: terminados éstos y los Oficios siguientes a sus horas correspondientes, el Papa celebraba la tercera y última Misa a la hora de Tercia. Amalario y el antiguo liturgista del siglo XII que se ha dado a conocer con el nombre de Alcuino nos han transmitido estos detalles, que están de acuerdo con el texto de los antiguos Antifonarios de la Iglesia Romana publicados por el Beato José María Tomasí y por Gallicioli.

Eran tiempos de fe viva; para ellos las horas pasaban veloces en la casa de Dios, porque la oración servía de poderoso lazo de unión a los pueblos abrevados continuamente en los divinos misterios. Entonces se gustaba la oración de la Iglesia; las ceremonias de la Liturgia, que son su necesario complemento, no eran como hoy un espectáculo mudo, o a lo más impregnado de una vaga poesía; las masas sentían y creían lo mismo que los individuos. ¿Quién nos devolverá esta comprensión de lo sobrenatural, sin la cual tantas personas de hoy día se jactan de ser cristianas y católicas?

LA NOCHE DE NAVIDAD

A pesar de todo, todavía no se ha extinguido gracias a Dios por completo entre nosotros esa fe práctica; esperemos que volverá aún algún día a revivir con su antigua vida. ¡Cuántas veces nos hemos complacido en buscar y observar sus huellas en el seno de esas familias patriarcales, numerosas todavía en nuestras pequeñas ciudades y aldeas! Allí fue donde vimos, y ningún recuerdo de infancia nos es tan grato, a toda una familia, que, después de la frugal colación de la noche, se reunía en torno a un gran hogar, en espera de que sonara la señal para acudir a la Misa de la media noche.

Allí estaban preparados de antemano los platos que habían de ser servidos a la vuelta, apetitosos, sin ser rebuscados y que habían también de contribuir a la alegría de tan santa noche: en medio del hogar ardía un grueso tronco, llamado "leño de Navidad", que calentaba toda la sala. Había de consumirse lentamente durante los Oficios para que a su vuelta encontraran un reconfortante brasero los miembros de los ancianos y de los niños ateridos por el frío.

Allí se hablaba animadamente del misterio de la solemne noche; se compadecía a María y a su dulce Hijo expuesto a los rigores del invierno en un establo abandonado; luego se entonaban algunos de aquellos villancicos que habían servido para entretenerlos durante las largas vigilias del Adviento.

Las voces y los corazones estaban de acuerdo al ejecutar aquellas populares melodías compuestas en días mejores. Aquellos ingénuos cantos referían la visita del Angel Gabriel a María y el anuncio de la maternidad divina hecho a la digna doncella; la pena de María y de José al recorrer las calles de Belén en busca de un albergue en las posadas de aquella ingrata ciudad; el milagroso alumbramiento de la Reina del cielo; los encantos del Recién Nacido en su humilde cuna; la llegada de los pastores con sus rústicos regalos, su música un tanto ruda y la sencilla fe de sus corazones.

Animábanse pasando de un villancico a otro; olvidaban sus preocupaciones; consolaban sus penas y ensanchábase el alma; mas de pronto la voz de las campanas, que resonaban en la noche, terminaban con tan ruidosos como amables conciertos. Comenzaban a salir hacia la Iglesia; ¡qué felices entonces los niños a quienes su edad permitía ya asociarse por vez primera a las alegrías inefables de esta solemne noche; tan santas y fuertes impresiones debían quedar grabadas en su alma durante el resto de su vida!

Pero ¿a dónde nos llevan estos encantadores recuerdos? Con objeto de ocupar útilmente los últimos momentos que preceden a la entrada en la Iglesia, quisiéramos sugerir a nuestros lectores algunas consideraciones que les unan al espíritu de la Iglesia, fijando su corazón y su fantasía sobre objetos reales y consagrados por los misterios que se celebran en esta augusta noche.

LA GRUTA DE BELÉN

Así pues, en esta hora nuestro pensamiento debiera volar con preferencia hacia tres lugares que existen en el mundo. El primero es Belén, y en Belén, la gruta del Nacimiento quien nos reclama. Acerquémonos con santo respeto y contemplemos el humilde asilo que el Hijo del Eterno bajado del cielo ha escogido para su primera morada. Este establo, cavado en la roca, se halla situado fuera de la ciudad; tiene unos cuarenta pies de largo por doce de ancho. El asno y el buey anunciados por el Profeta están junto a la cueva, testigos mudos del divino misterio que el hombre se ha negado a recibir en su casa.

José y María se encuentran también en el humilde retiro; los rodea el silencio de la noche; mas su corazón se dilata en alabanzas y adoraciones dirigidas al Dios que se digna satisfacer de manera tan perfecta por el orgullo humano. La purísima María prepara los pañales que han de envolver los miembros del celeste Infante, y espera con inefable paciencia el momento en que sus ojos verán por fln el fruto bendito de sus castas entrañas, y podrá cubrirle con sus besos y caricias y amamantarle con su leche virginal.

Mas, antes de salir del seno materno y de hacer su entrada visible en este mundo pecador, el divino Salvador se inclina ante su Padre celestial y, conforme a la revelación del Salmista explicada por el gran Apóstol San Pablo en la Epístola a los Hebreos, dice: ¡Oh Padre mío! ya estás harto de los groseros sacrificios de la Ley; esas vacías ofrendas no han aplacado tu justicia; pero me has dado un cuerpo; héme aquí pronto a sacrificarme; vengo a cumplir tu voluntad." (Herbr., X, 7.)

Todo esto ocurría, a estas horas, en el establo de Belén; los Angeles del Señor estaban maravillados ante tan gran misericordia de un Dios para con sus rebeldes criaturas, contemplando al mismo tiempo con gran placer el gracioso semblante de la Virgen sin mancha, y esperando el momento en que la Rosa mística iba por fin a abrirse para derramar su divino perfume.

¡Feliz gruta de Belén, testigo de semejantes maravillas ! ¿Quién no dejará allí ahora su corazón? ¿Quién no la preferiría a los más suntuosos palacios de los reyes? Ya, desde los primeros días del cristianismo, la piedad de los fieles la rodeó de la más tierna devoción, hasta que la gran Santa Elena, elegida por Dios para reconocer y honrar en la tierra las huellas del Hombre-Dios, hizo construir en Belén la magnífica Basílica que debía guardar en su recinto el trofeo del amor de Dios hacia su criatura.

Transportémonos con el pensamiento a esta Iglesia que todavía subsiste; contemplemos allí, en medio de infieles y herejes, a los religiosos que sirven aquel santuario, y que se disponen a cantar en nuestra lengua latina los mismos cánticos que bien pronto vamos a oír nosotros. Son hijos de San Francisco, héroes de la pobreza, discípulos del Niño de Belén; precisamente por ser oequeños y débiles son los únicos que hoy día desde hace cinco siglos, sostienen las batallas del Señor en aquellos lugares de la Tierra Santa, que la espada de los Cruzados se cansó de defender. Esta noche oremos en unión con ellos; besemos con ellos la tierra en aquel lugar de la gruta, en que se lee con palabras de oro: Hic DE VIRGINE MARÍA IESUS CHRISTUS NATUS EST.

Pero en vano buscaríamos hoy en Belén la feliz cueva que acogió al divino Infante. Hace ya doce siglos que huyó de aquellas tierras maldecidas por Dios, viniendo a buscar refugio en el centro de la catolicidad en Roma, la Esposa favorecida por el Redentor.

LA BASÍLICA DEL PESEBRE

Roma es por tanto, el segundo lugar del mundo que debe visitar nuestro corazón en esta noche afortunada. Pero dentro de la ciudad santa, hay un santuario que en este momento reclama toda nuestra devoción y nuestro amor. Es la Basílica del Pesebre, la magnifica y radiante Iglesia de Santa María la Mayor. Reina de las numerosas Iglesias que la devoción de los romanos dedicó a la Madre de Dios, levanta su magnificencia sobre el Esquilino, resplandeciente de oro y mármol, pero afortunada sobre todo por poseer en su interior, junto con el retrato de la Virgen Madre atribuido a San Lucas, el humilde y glorioso Pesebre que los impenetrables designios del Señor hicieron que saliese de Belén para confiarlo a su guarda. Un pueblo innumerable se agolpa en la Basílica en espera del feliz instante en que el evocador monumento del amor y de las humillaciones de un Dios, aparezca llevado sobre los hombros de los ministros sagrados, como arca de la nueva alianza cuya ansiada visión tranquiliza al pecador y hace palpitar de emoción el corazón del justo. Quiso Dios que Roma, que debía ser la nueva Jerusalén, fuese también la nueva Belén, y que los hijos de su Iglesia hallasen en este centro inconmovible de su fe, el alimento abundante e inagotable de su amor.

NUESTRO CORAZÓN

Visitemos finalmente el tercer santuario donde se va a realizar esta noche el misterio del Nacimiento del Hijo divino de María. Este tercer templo está a nuestro lado; está dentro de nosotros: es nuestro propio corazón. Nuestro corazón es el Belén que Jesús quiere visitar, en el que desea nacer para morar allí y crecer hasta llegar al hombre perfecto, como dice el Apóstol (Ef., IV, 13). Si desciende hasta el establo de la ciudad de David, es sólo para poder llegar con mayor seguridad hasta nuestro corazón, al que amó con amor eterno hasta el extremo de descender del cielo para venir a habitar en él. El seno de María le llevó nueve meses; en nuestro corazón quiere vivir eternamente.

¡Oh corazón del Cristiano, Belén viviente, prepárate y alégrate!; por la confesión de tus pecados, por la contrición de tus faltas, por la penitencia de tus delitos estás ya dispuesto para esa alianza que el Niño Dios desea hacer contigo. Está ahora atento; vendrá en medio de la noche. Hállete preparado como halló el establo, el pesebre y los pañales. Tú no puedes ofrecerle las puras y maternales caricias de María, ni los cariñosos cuidados de José; preséntale las adoraciones y el amor sencillo de los pastores. Como la Belén de los actuales tiempos, tu vives en medio de los Infleles, de los que no conocen el divino misterio del amor; sean tus votos secretos y sinceros como los que esta noche subirán hacia el cielo desde el fondo de la gloriosa y santa gruta que reúne a los fieles en torno a los hijos de San Francisco. En el gozo de esta santa noche sé semejante a la radiante Basílica que guarda en Roma el tesoro del Santo Pesebre y el dulce retrato de la Virgen Madre. Sean tus afectos puros como el blanco mármol de sus columnas; tu caridad resplandeciente como el oro que brilla en sus artesonados; tus obras luminosas como los mil cirios que, en su feliz recinto, iluminan la noche con los esplendores del día. Finalmente, oh soldado de Cristo, piensa que es necesario luchar para merecer acercarse al divino Infante; luchar para conservar dentro de uno mismo su amorosa presencia; luchar para llegar a la feliz consumación que te hará una sola cosa con El, en la eternidad. Conserva, pues, con cariño estas impresiones, que te nutran, consuelen y santifiquen hasta que descienda a ti el Emmanuel. ¡Oh Belén viviente! repite sin cesar esa dulce frase de la Esposa: Ven, Señor Jesús, ven.



Notas

[1] Los sacramentarios gelaslano y gregoriano mencionan las tres misas de Navidad. Pero al principio del siglo V, no habla más que una sola misa, la del día, que se celebraba en S. Pedro. La Institución de la misa de media noche data desde fines del siglo V.
[2] Fue en el siglo v cuando se Introdujo una Misa que tenía por objeto celebrar el dies natalis de Santa Anastasia, virgen y mártir, de Sirmium, cuyo cuerpo habia sido trasladado a Constantinopla bajo el patriarca Genadio, (458-471) y depositado en la iglesia llamada Anástasis. La semejanza del nombre hizo que en Roma se escogiera para la celebración de esta Misa el titulus Anastasiae, llamada asi por el nombre de la fundadora de esta iglesia, que era la iglesia parroquial de la Corte. 
A fines del siglo v o principios del vi, Santa Anastasia ocupó un lugar en el Canon de la Misa. Al mismo tiempo se formó la leyenda de una Santa Anastasia romana, que fué a padecer martirio a Sirmium. Cuando la fiesta de Navidad recibió una mayor solemnidad, disminuyó la devoción a la Santa; en vez de una misa en su honor no se hacía más que una memoria de la mártir, y la misa fué dedicada a honrar
[3] In Natalem Domini, V, 14.
[4] Ibid., I. 3.
[5] Los documentos antiguos ponen como lugar de la Estatación la Basílica de San Pedro, pero desde el siglo xii se eligió a Santa María la Mayor "por la brevedad del día y luz y las dificultades del camino", dice el Ordo. Romanus.