sábado, 25 de diciembre de 2021

Santo Tomás de Villanueva La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo




COMENTARIO AL EVANGELIO

NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

 

En aquel tiempo, apareció un edicto del César Augusto, para que se hiciera el censo de toda la tierra. Este primer censo, tuvo lugar cuando Quirinio era gobernador de Siria. Y todos iban a hacerse empadronar, cada uno a su ciudad. Subió también José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem, porque él era de la casa y linaje de David, para hacerse inscribir con María su esposa, que estaba encinta. Ahora bien, mientras estaban allí, llegó para ella el tiempo de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito; y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la hostería. Había en aquel contorno unos pastores acamados al raso, que pasaban la noche custodiando su rebaño, y he aquí que un ángel del Señor se les apareció, y la gloria del Señor los envolvió de luz, y los invadió un gran temor. Díjoles el ángel: “¡No temáis! porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis un niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre”. Y de repente vino a unirse al ángel una multitud del ejército del cielo, que se puso a alabar a Dios diciendo: “Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz entre hombres (objeto) de la buena voluntad”.

Lucas II, 1-14

 


SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

Sermón sobre la Natividad del Señor Extractamos uno de sus muchos sermones sobre la Natividad y formamos seguidamente una colección de los pensamientos repartidos por los otros (cf. Concio tert. in die Natali Domini. ed. Complut. fol.37vto. 41). 


A) Sermón tercero


a) EXORDIO

Comienza comentando el Salmo de David (71,17): «Tú, ¡oh Dios!, me adoctrinaste desde mi juventud y hasta ahora he pregonado tus grandezas. No me abandones, pues, ¡oh Dios!, en la vejez para que pueda manifestar tu poderío a esta generación y tus proezas a la venidera»

Me instruiste, dice, en mi juventud, esto es, durante mi vida, porque tú eres el Maestro, y yo lo cantaré hasta mi vejez, mientras haya vida en mí para hacer conocer tus glorias a las futuras generaciones. Estas futuras generaciones somos nosotros y estas maravillas el nacimiento del Señor. 

No puede la Antigua Ley mostrar prodigios como el de Belén.. ¿El mar se divide en dos? Eso no es nada; un océano infinito cabe encerrado en el vaso estrecho de un cuerpecillo. ¿La vara seca de Aarón se cubrió de follaje? Eso no es nada. Una virgen ha dado a luz al hombre Dios. ¿Moisés en una cesta? Eso no es nada; el Rey del cielo está en un pesebre. ¿Una columna de fuego guiando al pueblo por el desierto? Eso no es nada; el fuego divino, escondido en los labios de un cuerpo humano, conduce al mundo... Todas sus maravillas eran sombras; éstas son la realidad. 


b) GLORIA DE LOS ATRIBUTOS DIVINOS

 En todas las criaturas brilla el poder de Dios por su creación..., pero ¿qué extraño es que Dios cree ángeles y cielo, criaturas bellas? «Lo que es un acto admirable de su poder es que la naturaleza creada y creadora, lo pasible y lo impasible, lo mortal y lo inmortal, en una palabra, Dios y el hombre, se hayan unido indisolublemente. Gran unión fué la de unir el alma y el cuerpo con nudo tan admirable y efectos tan profundos, que la muerte sea amarga, pero más  admirable  es la unión del Verbo y la carne en una persona sol». 

El castigo de los ángeles es de severidad temerosa y manifestación de la justicia divina, y, sin embargo, no me espanto con los rigores sufridos por el pecado, porque, Señor, me parecéis más severo al perdonarme que cuando castigasteis a los espíritus rebeldes. 

«¡El hombre pecó y Dios se inmola! La falta de un hombre condena a muerte al Hijo único de Dios. ¡Oh Señor! Me espantáis más al rescatamos que si nos hubierais abandonado, y al perdonamos. que si me hubierais dejado en la perdición. ¿Quién puede comprender una justicia semejante? Excusadme, Señor, yo os conjuro, pera deseo ardientemente vuestra gloria y no puedo expresar sin afligirme este acto de justicia. Os habéis excedido en vuestra obra y yo me excederé en las palabras. Sí, Señor, habéis pasado los límites de la justicia y en el gran deseo de parecer justo habéis caído en un exceso de justicia. Si no fueseis Dios, os diría que una justicia exagerada os hace parecer injusto. ¿Qué justicia es esta que condena a morir al Hijo por el esclavo, al Inocente por el culpable, al Todopoderoso por un gusano? ¿No es más grande el castigo que la falta? Y ¿la satisfacción no es mayor que la ofensa? Si hay exceso, no hay igualdad; si no hay igualdad, no hay justicia... Pesad nuestros pecados..., pesad la muerte de vuestro Hijo y la balanza se inclina desigualmente...» Pero, ¡oh Señor!, ¿cómo vais a ser injusto? Habéis hecho justicia, pero una justicia a vuestro modo, al estilo de Dios, que no podemos comprender, pero veneramos, admiramos, adoramos y abrazamos con todas las fuerzas de nuestra alma. 

«No es sólo el poder y la justicia. Son todos los atributos divinos los que resplandecen en este misterio..., bondad, sabiduría, misericordia, magnificencia y amor...» Hablaremos sólo de lo principal de todo ello, del amor, porque en este misterio se notifica, según la Iglesia, la multiforme sabiduría de Dios a los principados y potestades (Eph. 3,1o), pero el amor nos toca más cerca. 

Parece que este misterio está diciendo a los mismos ángel.: Venid y ved las obras de Dios. Cosas magníficas ha hecho en favor del hombre (Ps. 65,5)» ¿Quién es éste, dice también David, para que así obres con él? (Ps. 143,3)» Habéis abierto todos los tesoros de que vuestro amor, habéis satisfecho los deseos de vuestro corazón. 

«En efecto, tan bueno sois por naturaleza, que vuestros ardores infinitos os empujan a extender vuestra bondad, pero hasta que el hombre fué creado no encontrasteis un ser capaz de satisfacer este deseo de hacer el bien». Por eso en la Sagrada Escritura no se lee que descansaseis hasta después de haber creado al hombre. 


C) EXHORTACIÓN

Desgraciada la nación pecadora cargada de iniquidades, raza maldita de hijos perversos que olvida los beneficios de Dios (h. 5,4). 

San Jerónimo se quejaba de que la sangre reciente de Cristo, que bullía ardiente en el corazón de los primeros cristianos, perdido su calor, se hubiese helado en el de sus contemporáneos. ¿Qué podré, entonces, decir yo en el frío de nuestros días... ? Todos, desde los pequeños a los grandes, todos están llenos de rapiñas, y todos» profetas y sacerdotes, llenos de fraudes (Ier. 6,1o). Las jóvenes no olvidan sus adornos, y las esposas, sus trajes; sólo mi pueblo me olvida a mí (Ier. 2,32). 

Y vosotros, sacerdotes, que vivís para cantar las alabanzas del Señor... Los fieles en sus necesidades no tienen tiempo para hacerlo y os sostienen para que lo hagáis en su nombre. Si los clérigos cumplen con negligencia obligación tan importante, conozcan el juicio que les espera a quienes estaban obligados a ello por el doble título de los bienes de Dios y el salario del pueblo. 

Termina con una exhortación a las religiosas para que alaben al Señor con los labios y el corazón, y después todos juntos cantarlas con la gloria divina, en la gloria del cielo. 



B) Trozos escogidos


a) EXORDIO

En este día callarse sería un pecado (4 Reg. 7,9), porque hasta los ángeles cantan (Lc. 2,14): Gloria a Dios en las alturas. «La admiración me agobia, porque lo veo todo cambiado. Si alzo mis ojos al cielo, veo, ¡oh Dios mío!, lo que eres y lo que es tu Padre... Bajo los ojos, y ¡qué pobreza, qué miseria, qué molestias, qué compañía, qué vestidos! No sé qué admirar, si vuestra grandeza, si vuestra humillación....»

«Todo ha cambiado en ti, Señor, en quien no hay cambio (Iac. 1,17). Tú, poderoso y temible, ahora humilde y sin fuerzas; tú, que herías a los grandes reyes (Ps. 135,17), ahora tributario de un rey; tú, legislador del Sinaí entre nubes y rayos, ahora callado entre dos animales. No te contiene el cielo ni la tierra y estás encerrado en un cuerpecillo tembloroso. Tu trono eran los siglos y hoy es una cuna. ¿Qué es lo que no ha cambiado cuando tu sabiduría encienda una lámpara que iluminará al mundo y la pose en el candelero de la Cruz? ¡Oh maravilloso cambio! Los ángeles, hombres Y animales, juntos en torno de un pesebre, todos viendo en el pesebre al Rey». (cf. Concio 2, ed. Complut., fol.44 ss.). 



D) CONTEMPLACIÓN DEL MISTERIO

«De repente el rostro de la virgencita cambia, los colores sonrosan sus mejillas, toda ella toma el color de la púrpura; son los lirios mezclados entre rosas bermejas. Su espíritu se inflama, ardores desacostumbrados consumen esta alma feliz, inefables delicias inundan su corazón... La joven madre ha conocido las señales inmediatas, el Espíritu Santo la llama, sus rodillas se doblan, se consagra entera a Dios y espera el cumplimiento de su adorable voluntad.. 

San José está presente. Asombrado ruega en silencio y espera, cuando he aquí que encuentra al Niño delante de sus ojos, palpitando y llorando. Es el Niño todopoderoso, el Niño admirable en quien se encierran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col. 2,3). ¡Dios inmenso! Como del seno de púrpura de la aurora se levanta el sol que ciega, como el rayo que atraviesa el cristal sin mancharlo, así nace el Niño. Como una estrella extiende su fuego, como la rosa temprana derrama a su alrededor perfume suave, así la virgencita entrega al mundo el Salvador. ¡Madre feliz! Adora a su hijo y le ofrece el homenaje de su alma como a Dios, antes de prestarle los cuidados necesarios como madre. ¡Oh Virgen, quién pudiera entrar en los pensamientos de tu alma y en la alegría de tu corazón I* (cf. Concio 2, ibid.). 

La sabiduría de Dios se extiende poderosa' de tino al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (Sap. 8,1). Sólo ella sabe unir extremos tan distintos; grandeza y abajamiento; majestad y humildad; nacer de una virgen, reclinarse en un pesebre; brillar en el cielo. tener por compañía dos animales; recibir la adoración de los ángeles, estar envuelto en pañales pobres y ser adorado por reyes, estar callado en el pecho de su madre y ser anunciado por la luz del cielo. Contrastes que me descubren dos naturalezas. Porque es hombre, nace; porque es Dios, le adoran los ángeles; porque es hombre, se viste de pañales; porque es Dios le adoran los reyes: porque es hombre, llora en el pecho de una virgen joven; porque es Dios, el cielo le anuncia a las naciones; porque es hombre, su madre le amamanta; porque es Dios, no tiene padre (cf. Concio 5. :bid.) 





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