COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO
DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA
En aquel tiempo. Dijo Jesús a sus discípulos la siguiente parábola: “El reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. Habiendo convenido con los obreros en un denario por día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercera, vio a otros que estaban de pie, en la plaza, sin hacer nada. Y les dijo: “Id vosotros también a mi viña, y os daré lo que sea justo”. Y ellos fueron. Saliendo otra vez a la sexta y a la novena hora, hizo lo mismo. Saliendo todavía a eso de la hora undécima, encontró otros que estaban allí, y les dijo: “¿Por qué estáis allí todo el día sin hacer nada?” Dijéronle: “Porque “nadie nos ha contratado”. Les dijo: “Id vosotros también a la viña”. Llegada la tarde, el dueño de la viña dijo a su mayordomo: “Llama a los obreros, y págales el jornal, comenzando por los últimos, hasta los primeros”. Vinieron, pues, los de la hora undécima, y recibieron cada uno un denario. Cuando llegaron los primeros, pensaron que recibirían más, pero ellos también recibieron cada uno un denario. Y al tomarlo, murmuraban contra el dueño de casa, y decían: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y los tratas como a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor”. Pero él respondió a uno de ellos: “Amigo, yo no te hago injuria. ¿No conviniste conmigo en un denario? Toma, pues, lo que te toca, y vete. Mas yo quiero dar a este último tanto como a ti. ¿No me es permitido, con lo que es mío, hacer lo que me place? ¿O has de ser tú envidioso, porque yo soy bueno?”. Así los últimos serán primeros, y los primeros, últimos”.
Mateo XX, 1-16
SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA
La santificación del alma
El sermón que' extractamos debió pronunciarse ante religiosas e interpreta alegóricamente la viña del Señor por la santificación de nuestras almas.
A) La viña del alma
Aunque suele entenderse que la viña es la Iglesia, sin embargo, nosotros vamos a tomarla en un sentido moral, aplicando la parábola a la viña del espíritu o al alma cristiana, cuyo Padre es Dios, cuyo encargado es Jesucristo, cuyos obreros somos cada uno de nosotros y cuyo día de trabajo es la vida de hoy hasta que llegue la muerte, hora de recibir el jornal.
La viña se asemeja al alma en que es la más fértil de las fincas y en la que más pronto se conoce el trabajo o desidia de su dueño. Una viña bien cuidada es un jardín; en la viña del perezoso brotan espinas, hojas raquíticas, racimos enteros y sin madurar. El alma cristiana, que, trabajada, da frutos abundantísimos, si se la abandona no produce más que espinas de deseos sin freno y de angustias, hojas escasas, esto es, palabras cobardes y tibias, racimos enteros, a saber, muy pocas obras buenas y muchas enfadosas, como envidias y aversiones, cuyas causas son la tibieza, la vanidad y la mundanidad. No pueden madurar los racimos, porque les falta el calor de la caridad y el cultivo de la vida ascética. Son uvas que no se pondrán nunca en la mesa del Señor.
En el alma cultivada, el tronco es la fe, los sarmientos son virtudes, las uvas las obras buenas, y el vino la devoción Y la piedad. Por eso, de la misma manera que el sarmiento que se separa del tronco no puede dar fruto, las virtudes sin la fe no pueden complacer a Dios (Hebr. 14,6).
B) Los jornaleros
Dios nos ha colocado en este valle de lágrimas como jornaleros de su viña, y al caer el sol nos pagará el salario ¡Ojalá tengamos siempre delante de nuestros ojos que somos jornaleros de Dios! ¿ Por qué tanta pereza? Apenas si cogemos un momento la azada para cultivar la viña. ¿ Qué recompensa podrá esperar el obrero que al terminar el día no ha hecho sino comer, beber y cantar?
Al dar de mano parece cuál fué el trabajo de los obreros. El bueno se alegra cuando llega este momento. El malo tiembla.
Como el siervo anhelando la sombra, como el jornalero esperando su salario, así he pasado yo meses (Iob 7,2).
El jornal se paga a los jornaleros extraños, pero no a los esclavos ni a los que trabajan en su propia viña. Esta es la caridad de Dios, que somos esclavos suyos; criados que al terminar el trabajo no pueden hacer otra cosa sino decir: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos (Le. 17,10), que, además de ser siervos, trabajamos en nuestra propia viña, porque ¿quién goza de sus frutos sino nosotros mismos? ¡Qué le importa al Omnipotente que tú seas justo? ¿ Gana algo con que sean limpios tus caminos? (Iob 22,3). Y, sin embargo, el Señor nos paga.
C) La llamada
Dios está ante la puerta y llama (Apoc. 3,20) en todo momento de nuestra vida. Gran consuelo. No dirige ningún reproche, ni a los que llegan tarde les pregunta: «¿ A qué venís ahora, a darme los despojos de vuestra vida, que gastasteis en placeres?»
Sin embargo, felices los que dedicaron a Dios su vida desde la infancia. Grande será para con ellos la misericordia del Señor. Bueno es al hombre soportar el yugo desde la mocedad (Thren. 3,27). Difícil le será al que llega tarde alcanzar la altura que consiguieron éstos. Sin embargo, no se desaliente, porque su esfuerzo puede compensar el retraso.
D) El trabajo
La viña necesita cuatro clases de cuidados:
a) Abrir la tierra para que reciba el sol y el agua.
b) Limpiar los pies de las cepas y esponjar la tierra vecina para que no se produzcan espinas.
c) Cortar todo sarmiento seco o inútil para que la savia no se agoste.
d) Renovar las viñas, porque las viejas producen poco y mueren.
Pues bien, en nuestras almas son necesarias estas cuatro labores:
1. Necesario es que las abramos al cielo para que reciban la lluvia de la gracia y el sol de la caridad. Abrense con los buenos deseos e intenciones. Cuando el alma des-precia las cosas temporales, se vuelve con su deseo hacia Dios. Si no tiene deseos, no recibirá el rocío de las gracias; si está llena de ellos, fácil es esperar frutos abundantes. Yo soy Yavé, tu Dios...; ensancha tu boca y yo la llenaré (Ps. 80,11). Eres un varón de deseos, le dijo el ángel a Daniel (Dan. 0,23).
2. Pero los deseos no bastan. Es necesario remover continuamente la tierra por medio de exhortaciones, reprensiones y, sobre todo, por medio de la contrición.
3. La tercera faena consiste en cortar todas las ramas podridas de nuestros vicios, pasiones, ambiciones y deseos, no perdonando ni aun siquiera las ramas inútiles de los negocios mundanos. Habrá que podar inclusive alguna rama fuerte y útil para que, atrayendo la savia, disminuya el fruto. Felices vosotras, las religiosas, que habéis dejado el mundo para dedicaros únicamente a Dios. Sólo una cosa es necesaria (Le. 10,42), e importa aplicar a ella todos los esfuerzos.
4. El cuarto trabajo consiste en renovar el espíritu interior de día en día (Eph. 4,23 y 2 Cor. 4,16).
Las virtudes interiores son delicadísimas y envejecen con facilidad. He ahí un hombre lleno de fervor; le ha bastado una larga enfermedad para que, descuidándose, se encuentre tibio y cambiado por completo al reanudar su vida.
Este continuo renovarse se verifica por la lectura, la meditación, la oración, la consideración de los ejemplos de los santos y el retiro. Como la penitencia es necesaria para ablandar el corazón, la oración lo es para renovar el interior del espíritu.
E) Los frutos
Son los racimos de las buenas obras y el vino generoso de la piedad y amor, digno de ser bebido por el Amado (Cant. 7,10).
El profeta (Zach. 9,17) hablaba del trigo y el vino que nutre. El trigo es el pan de la doctrina para la inteligencia; el vino que engendra vírgenes es la piedad ardiente, la cual apaga y purifica los apetitos brutales. Cosa admirable, las obras exteriores hechas con celo sirven para aumentar esta piedad y dan la sabiduría, el amor, la luz, la inteligencia y la devoción.
F) Enemigos y guardas de la viña
Hay que conservar los frutos defendiéndolos de los animales que puedan estropear la viña. Para ello necesitamos dos cosas: un seto vivo, que no consiste sino en la guarda de los sentidos, y una puerta cerrada, que es el silencio.
Los prelados y superiores son los guardianes. Uno de ellos se quejaba diciendo: Los hijos de mi madre, airados contra mí, me pusieron a guardar viñas; no era mi viña la que guardaba (Cant. 1,6). ¡Desgraciado del superior que, empeñado en guardar viñas ajenas, no se cuida de la propia, de la que habrá de dar cuenta al Padre de familia! ¡Oh cargo penoso! ¡ Qué difícil es someterse a él! ¡ Bien pueden decir los superiores que combatieron contra ellos cuando les colocaron en tal peligro!
Entre las enfermedades que pueden atentar contra la viña sobresalen cuatro de las que debemos preservarla, a saber: la sequía, las zorras, la langosta y el granizo. La primera es propia de los novicios; la segunda, de los perfectos; la tercera y la cuarta son común a unos y otros.
Es frecuente que los novicios en medio de sus fervores sientan llegar sobre ellos el viento seco de los recuerdos t del mundo, que agoste su vocación. Los perfectos están más libres de este peligro, pero, en cambio, deben temer a las raposas que destrozan la viña preferida (Cant. 2,15). Son los vicios que se disfrazan de virtud, ángeles de Satanás transformados en ángeles de luz, raposas difíciles de descubrir y más difíciles de cazar. ¡Cuántas almas se pierden por estas estratagemas del demonio! Los medios para acabar con ellas son dos: el primero es el que recomendaba San Juan (1 Io. 4,1) : No creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus, si son de Dios. Y para conocerlos lo mejor es recurrir al segundo medio: el consejo de los ancianos adelantados en la espiritualidad, que con su larga práctica disciernen fácilmente el bien del mal. No son una ni dos las almas 'que por querer apoyarse en su propia sabiduría se pierden, víctimas de sus errores y de no querer reconocer a Dios en la oración.
El tercer peligro que nos roe hojas y tronco, destrozando la viña, es la lujuria. Es necesario matar esa langosta. El cuarto, o granizo, son las tentaciones violentas que acometen de vez en cuando.
G) El salario
Lo mejor será que me calle. Ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor. 2,9). Es un premio que nadie conoce sino el que lo recibe (Apoc. 2,17). Y vosotros mismos, enuncio lo recibáis, diréis: ¡Oh, si yo hubiera sabido lo que era...! El denario llevaba la efigie del rey. Cuando aparezca, seremos semejantes a El (1 Io. 3,2). Este denario no es de ningún metal, por precioso que pudiera ser; es el mismo Dios.
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