sábado, 23 de enero de 2021

San Bernardo: La Oración




COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO

DOMINGO III DESPUÉS DE EPIFANÍA


En aquel tiempo: Cuando Jesús bajó de la montaña, le fueron siguiendo grandes muchedumbres. Y he aquí que un leproso se aproximó, se prosternó delante de Él y le dijo: “Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme”. Y Él, tendiéndole su mano, lo tocó y le dijo: “Quiero, queda limpio”, y al punto fue sanado de su lepra. Díjole entonces Jesús: “Mira, no lo digas a nadie; sino ve a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita por Moisés, para que les sirva de testimonio”. Cuando hubo entrado en Cafarnaúm, se le aproximó un centurión y le suplicó, diciendo: “Señor, mi criado está en casa, postrado, paralítico, y sufre terriblemente”. Y Él le dijo: “Yo iré y lo sanare”. Pero el centurión replicó diciendo: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mas solamente dilo con una palabra y quedará sano mi criado. Porque también yo, que soy un subordinado, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Ve” y él va; a aquél: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace”. Jesús se admiró al oírlo, y dijo a los que le seguían: “En verdad, os digo, en ninguno de Israel he hallado tanta fe”. Os digo pues: “Muchos llegarán del Oriente y del Occidente y se reclinarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allá será el llanto y el rechinar de dientes”. Y dijo Jesús al centurión: “Anda; como creíste, se te cumpla”. Y el criado en esa misma hora fue sanado.

Mateo VIII, 1-13


SAN BERNARDO

Condiciones de la oración Tomamos tanto del sermón 4 de Cuaresma (PL 83,176-178), sobre la oración y el ayuno, como del 5 (ibid. 178-181), que versa sobre tres modos de oración, los párrafos principales. Los textos íntegros de ambos sermones pueden verse en BAC (cf. SAN BERNARDO, Obras completas t.I p.355 ss.). 


A) Confianza, humildad y deseo sincero 

«Habiendo hablado del ayuno y de la justicia, razón será que digamos algo acerca de la oración. Cuanto más eficaz es, si se hace como se debe, tanto más astutamente suele el enemigo impedirla. Algunas veces se pierde el fruto de la oración por el abatimiento del espíritu y un temor inmoderado. Lo que sucede cuando el hombre de tal suerte piensa en su propia indignidad, que no vuelve los ojos a la benignidad de Dios ni acierta a considerar que un abismo llama u trae a otro abismo (Ps. 41,8), esto es, el abismo luminoso al tenebroso, el abismo de la divina misericordia al abismo de nuestra miseria. Profundo es el corazón del hombre e inescrutable; pero, aunque es grande mi iniquidad, Señor, mucho mayor es tu piedad. Por eso, cuando mi alma está turbada en mí mismo, me acuerdo de la muchedumbre de tu misericordia y en ella respiro; y cuando entre en mis impotencias, no quiero acordarme solamente de tu justicia. 

Así como es peligroso el que la oración sea demasiado tímida, así, por el contrario, no es menor, sino mayor, el peligro, si acaso fuere temeraria. De los que oran así, es_ cucha lo que dice el Señor al profeta: Clama, le dice, no ceses; haz resonar tu voz como una trompeta (Is. 58,1). Como una trompeta, dice, porque con un espíritu vehemente deben ser reprendidos los temerarios. Me buscan a mi los que todavía no se han hallado a sí mismos. Ni digo yo esto para quitar la confianza a los pecadores en so oración, sino que quiero que oren como gente que ha abandonado la ley de su Dios y no ha obrado según la justicia. Oren por el perdón de sus pecados con ánimo contrito y espíritu de humildad, como aquel publicano que decía: ¡Oh Dios!, séme propicio a mí pecador (Le. 18,13). Yo llamo temeridad cuando el hombre, en cuya conciencia todavía reina el pecado o el vicio, se deja llevar de pensamientos remontados y que exceden sus fuerzas, poco cuidadoso del peligro de su alma. El tercer peligro es que la oración sea • tibia y no proceda de un afecto fervoroso. La oración tímida no penetra los cielos, porque el temor excesivo la detiene y hace que no sólo no suba a lo alto, sino que ni pase adelante. La oración tibia en la misma subida desfallece, porque no tiene calor ni vigor para subir. La oración temeraria sube a lo alto, mas luego resurte hacia abajo, porque halla quien la resiste; y no sólo no alcanza gracia, sino que incurre en ofensa. Mas la oración fiel, humilde y fervorosa, sin duda penetra los cielos, de los cuales nunca volverá vacía» (Semi. de Cuaresma 3-4). 


B) ¿Por qué no me oye Dios? Dios oye lo que te conviene 

«Pero todas las veces que hablo de la oración me parece que estoy oyendo un discurso ole la flaqueza humana que frecuentemente he oído a otros y alguna vez también lo• he experimentado en mí mismo. ¿ De qué nos sirve la, oración, si, aunque nunca cesemos de orar, apenas experimenta ninguno de nosotros fruto alguno de su oración? Del modo mismo que llegamos a la oración, así parece que salimos de ella; nadie nos responde una sola palabra, nadie nos da nada, sino que antes parece que hemos trabajado en vano. Pero ¿qué dice el Señor en el Evangelio? ... No juzguéis según las apariencias, sino según la justicia (Is. 7,14). ¿Cuál es el juicio de la justicia sino el juicio de la fe, puesto que de la fe vive el justo? (Hab. 2,4). Conque así sigue el juicio de la fe y no el de tu experiencia, pues la fe es siempre verdadera, y la experiencia muchas veces engaña. ¿ Cuál es, pues, la verdad de la fe sino la que promete el Hijo de Dios? Cualquier cosa que pidáis con fe en la oración, la conseguiréis (Mt. 21,22). Ninguno de nosotros, hermanos míos, tenga en poco su oración, porque os digo dé verdad que no la tiene en poco aquel Señor a quien se hace. Antes que salga de vuestra boca, la mana escribir en su libro, y una de dos cosas debemos esperar sin ninguna duda: o que nos dará lo que pedimos o lo que nos es más provechoso. Nosotros no sabemos orar como conviene, pero el Señor tiene misericordia de nuestra ignorancia; y, recibiendo benignamente la oración, de ningún modo nos dará lo que para nosotros no sería útil o lo que no hay necesidad de que se nos dé tan presto, pues nuestra oración no será infructuosa» (Sermón 5 de Cuaresma 5). 


C) Lo que debemos pedir

«En tres cosas juzgo que consisten las peticiones del corazón, ni veo que fuera de ellas ninguno de los acogidos debe pedir otra. Las dos primeras son de este tiempo, es decir, los bienes del cuerpo y del alma; la tercera es la bienaventuranza de la vida eterna. Ni te admires de que haya dicho que los bienes del cuerpo se han de pedir a Dios, porque de él son todos los bienes corporales igualmente que los espirituales. De él, pues, debemos esperar y a él debemos pedirle lo que también nos sirve para mantenernos en su servicio. Sin embargo, debemos orar con más frecuencia y con más fervor por las necesidades del alma, esto esto, por obtener la gracia de Dios y las virtudes. Así que también hemos de orar con toda la piedad y con todo el deseo por la vida eterna, en la cual, sin duda, consiste la eterna y perfecta bienaventuranza del cuerpo y del alma. 

En estas tres cosas, para que las peticiones sean del corazón, tres cosas debemos observar también. Porque en la primera suele entrame secretamente algunas veces la superfluidad; en la segunda, la impureza, y en la tercera, tal vez la soberbia. Algunas veces suelen buscarse las cosas temporales para deleite, las virtudes para ostentación, y aun la misma vida eterna quizá la desean algunos no con humildad, sino como en la confianza de sus méritos. Ni digo esto porque la gracia recibida no dé confianza para pedir, sino porque no conviene que el hombre ponga en ella la esperanza de conseguir. Los dones de la gracia que hemos recibido solamente nos han de servir para esperar de aquella misericordia que los dió, que nos dará también otros mayores. Esté, pues, la oración que es por cosas temporales ceñida a las necesidades solas; esté la que se hace por las virtudes del alma, libre de toda impureza y dirigida a sólo el beneplácito de Dios; esté la que se hace por la vida eterna, fundada en toda humildad, confiando (como es razón) en sola la misericordia divina» (Sermón 5 de Cuaresma 8-9). 

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