COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO
FIESTA DE SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS
En aquel tiempo: Habiéndose cumplido los ocho días para su circuncisión, le pusieron por nombre Jesús, el mismo que le fué dado por el ángel antes que fuese concebido en el seno.
Lucas II, 21
SAN BERNARDO
Jesús, salvador San Bernardo aborda el tema del nombre de Jesús repetidas veces, y siempre con gran profundidad y exquisita ternura. Seleccionamos algunos párrafos de la bellísima homilía 3,10,11 sobre el Missus est (cf. BAC, SAN BERNARDO, Obras completas t.1 p.213ss, y PL 183,76-77).
A) El nombre de Jesús
a) JESÚS, SALVADOR DE SU PUEBLO
«Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús (Lc. 1,31). Entiende, Virgen prudente, por el nombre del Hijo que te prometen, qué grande y qué especial gracia has hallado a los ojos de Dios. Y le pondrás por nombre Jesús (ibid.). La razón y significado de este nombre se halla en otro evangelista, y lo interpreta así el ángel: Porque salvará a su pueblo de sus pecados (Mt. 1,21).
De dos leo que precedieron con el nombre de Jesús en figura de éste, y ambos acaudillaron pueblos; de los cuales uno sacó a su pueblo de Babilonia (Ag. 1,1.12.14) y el otro introdujo el suyo en la tierra de promisión (Ios. 1,1). Y estos mismos, sin duda, defendieron de sus enemigos a los pueblos que gobernaban, pero ¿por ventura les salvaron de sus pecados? Mas este nuestro Jesús salva a su pueblo de sus pecados, introduciéndole en la tierra de los vivientes. ¿Por qué salvará a su pueblo de sus pecados? (Mt. 1,21). ¿Quién es éste, que también perdona los pecados? Quiera también dignarse el Señor Jesús contarme a mí, pecador, entre su pueblo para salvarme de mis pecados. Dichoso verdaderamente el pueblo de quien es su Dios este Señor Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados».
b) MUCHOS CREEN SER DE CRISTO Y NO LO SON
«Mas temo que muchos profesen ser de su pueblo y El no los tenga por pueblo suyo; temo que a muchos que parecen ser los más religiosos entre su pueblo, diga El mismo alguna vez: Este pueblo... me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí (Is. 29,13). Sabe el Señor Jesús quiénes son suyos, sabe a quiénes escogió desde el principio. ¿Por qué me llamáis, dice, Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo? (Lc. 6,46). ¿Quieres saber si perteneces a su pueblo o, más bien, quieres ser de su pueblo? Haz lo que te manda Jesús y te contará como de su pueblo. Haz lo que manda en el Evangelio el Señor Jesús, lo que manda en la Ley, lo que manda por los profetas, lo que manda por sus ministros que tiene en la Iglesia; obedece a tus prelados, que son vicarios suyos; no sólo a los buenos y modestos, sino a los que son ásperos y duros; aprende del mismo Jesús a ser manso y humilde de corazón, y serás de aquel verdadero pueblo suyo que El escogió por su heredad; serás de aquel estimable pueblo suyo a quien el Señor de los ejércitos bendijo, diciendo (Is. .9,25): Tú eres obra de mis manos, y mi heredad, Israel; de quien, para que acaso no sigas a Israel carnal, asegura con su testimonio: Obedecíanme con diligente oído: los extraños me lisonjeaban (Ps. 17,45)».
B) Jesús, salvador del pecado
En el sermón 1.° de la Epifanía, el Doctor Melifluo explica el pasaje paulino (Tit. 3,4): Apareció la bondad y el amor hacia los hombres de Dios, nuestro salvador" radar (cf. BAC, o.c., t.1 p.310ss, y PL 183,143-144)».
a) EL NOMBRE DEL SALVADOR
b) FÁCIL Y AMABLE SALVACIÓN
En fin, niño es; fácilmente se le podrá aplacar; porque ¿quién no sabe que el niño fácilmente perdona? Aunque no lo debemos estimar en poco, podemos reconciliarnos con Dios ahora por cosa. Mínima. Por mínima cosa, repito, pero no sin penitencia, sino porque esta misma penitencia es como cosa mínima. Pobres somos, Poco podemos dar; pero podemos volver a la amistad de Dios por esto poco, si lo queremos. Todo lo que puedo dar en este miserable cuerpo; si yo lo diere, ya basta; pero siempre que añada el suyo también, porque de lo mío es y mío es, supuesto que nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo (Is. 9,6). De ti, Señor, suplo lo que tengo en mí de menos. ¡Oh dulcísima reconciliación! ¡Oh suavísima satisfacción! ¡Oh reconciliación verdaderamente fácil, pero muy útil! Satisfacción tenue, pero no despreciable. Cuanto ahora es fácil, será después difícil; y así como ninguno hay ahora que no pueda reconciliarse con Dios, así dentro de poco ninguno habrá que lo pueda, porque así como la benignidad se manifestó a los hombres sobre toda su esperanza y pensamientos, así debemos esperar que será su rigor en el juicio)».
«No menosprecies, pues, la misericordia divina, si no quieres sentir su justicia, su ira, su indignación, su celo y su furor. No me reprendas, Señor, en tu furor ni me castigues en tu ira. Y para que entendieras qué rigor se seguiría, le precedió tan gran mansedumbre, a fin de que por lo grande de la indulgencia pudieras inferir lo grande de la venganza. Inmenso es Dios e infinito en su justicia, pero también lo es en su misericordia: grande para perdonar, grande para castigar; aunque preceda la misericordia, para que, si queremos, no halle la justicia sobre qué descargar su rigor. Por eso nos mostró de antemano su benignidad, para que, reconciliados con el Señor por ella, veamos seguros su severidad. Por eso se dignó no sólo bajar a la tierra, sino dejarse conocer; no sólo nacer, sino darse a conocer» (Sermón 1 de Epifanía: PL 183,43; BAC, Obras t.r p.310ss).
C) La imposición del nombre de Jesús
Seleccionamos asimismo algunos párrafos del Sermón 1 sobre la circuncisión, 2 (cf. BAC, o.c., t.1 p.296ss; PL 183,133) y del Sermón 2,3-5 (cf. BAC, o.c., t.1 p.299ss; PL 183,136).
a) CONEXIÓN DE LA CIRCUNCISIÓN Y DEL NOMBRE DE JESÚS
«Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le dieron el nombre de Jesús (Lc. 2,21). ¡Grande y admirable misterio! Es circuncidado el Niño y se le llama Jesús. ¿Pues qué conexión hay entre estas dos cosas? La circuncisión, sin duda, parece más propia de quien necesita lavarse que de quien es Salvador, y más bien corresponde al Salvador circuncidar que ser circuncidado. Pero aprende en esto cómo el Mediador entre Dios y los hombres desde el principio de su nacimiento junta las cosas humanas con las divinas, las ínfimas con las supremas. Nace de mujer, pero mujer a quien de tal modo se le da el fruto de la fecundidad, que no pierde la flor de la virginidad; es envuelto en pañales, pero los mismos pañales son honrados con las alabanzas de los ángeles; es ocultado en un pesebre, pero es manifestado brillando una estrella del cielo, demostrando así la circuncisión al mismo tiempo la verdad de la carne asumida; y el nombre recibido, que es sobre todo nombre, manifiesta la gloria de la Majestad. Es circuncidado, como verdadero hijo de Abraham; llámase Jesús, como verdadero Hijo de Dios».
«Y no lleva este mi Jesús, como otros que le precedieron, un nombre vacío e inútil. No hay en El mera sombra de su nombre grande, sino la verdad; porque testifica el evangelista que se le puso desde el cielo; nombre impuesto por el ángel antes de ser concebido (Lc. 2,2r). Y mira bien la hondura de esta expresión. Después de nacido, es llamado Jesús por los hombres, y con este nombre fué llamado por el ángel antes de ser concebido; porque El es Salvador del ángel y del hombre; pero del hombre desde la encarnación, del ángel desde la constitución del mundo...» (Serm. I ,2 : BAC p.296-297).
«Con razón, ciertamente, al circuncidarse el Niño que nos nace, se le llama Salvador; porque ya desde entonces comenzó a obrar nuestra salud, derramando por nosotros aquella sangre inmaculada. Ya no tienen que preguntar los cristianos por qué causa quiso Cristo ser circuncidado. Fué circuncidado por lo mismo por que nació y por que padeció. Ninguna de estas cosas fue por sí, sino todo. por los elegidos...»
b) TODOS LOS DEMÁS NOMBRES DE CRISTO CONVERGEN EN ÉSTE
«Pero ¿qué diremos al ver que aquel egregio profeta, prediciendo que este mismo Niño había de ser llamado con muchos nombres, parece haber callado únicamente éste, el cual sólo—como dijo antes el ángel y testifica el evangelista—es su propio nombre, Suspiró Isaías por ver este día; viólo y se alegró. En fin, habla gozosísimo y, alabando a Dios, decía (9,6): Nos ha nacida.. Niño, nos ha sido dado un Hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía, llamará Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de paz. Grandes nombres en verdad. Pero ¿dónde está el nombre que es sobre todo nombre (Phil. 2,9), el nombre de jesús, al cual se hinca toda rodilla? (ibid., 2,00). Quizá en todos estos nombres hallarás sólo éste, Jesús— Sin duda, El mismo es de quien la Esposa dice en el cántico de amor Es tu nombre ungüento derramado (Cant. 1,3)».
«Tenéis, pues, un solo Jesús en todos estos nombres; ni en manera alguna pudiera llamarse o ser Salvador si hubiera faltado uno solo de ellos. ¿Acaso no le ha experimentado Admirable cada uno de nosotros en la mutación de nuestras voluntades? Entonces se da principio a la gran obra de nuestra salvación cuando empezarnos a desechar lo que antes amábamos, a tener dolor de lo que antes nos daba placer, a abrazar lo que temíamos, a seguir lo mismo de que antes huíamos, a desear lo que despreciábamos. Admirable es, sin duda, el que obra tales maravillas».
«Pero no es menos necesario que se muestre nuestro Consejero en la elección de la penitencia y en la ordenación de nuestra vida, para que nuestro celo no carezca de ciencia y no falte discreción a la buena voluntad. Igualmente es preciso que le sintamos Dios en el perdón de nuestras antiguas culpas, porque sin esto ni cabe dar-se la salud ni puede nadie perdonar los pecados, sino sólo Dios. Y aun esto no bastaría para la salvación si no se mostrase Fuerte en rechazar y destruir a los enemigos que nos combaten, para que no nos venzan de nuevo nuestras concupiscencias, y nuestros fines sean peores que los principios. ¿Paréceos ya que nada falta para ser Salvador? Ciertamente faltaría una cosa principalísima, si no fuese Padre sempiterno, toda vez que por El resucitamos para la inmortalidad los mismos que por el padre del presente siglo somos engendrados para la muerte. Aun esto no bastara si, como Príncipe de la paz, no nos reconciliase con el Padre, a quien ha de entregar el reino, para que no ocurra que, como hijos de perdición y no de salud, resucitáramos sólo para la pena. Para dilatar el imperio (Is. 9,7) se llamará con razón Salvador, por la muchedumbre de los que se han de salvar. Y para una paz ilimitada (ibid.) hemos de saber que la salud es verdadera y no puede temerse que falte jamás».
D) Belleza de Cristo
Insertamos, por último, un trozo escogido del sermón 45,9, sobre el Cantar de los Cantares (cf. BAC, Obras completas t.2 p.309-310 y PL 183,1003).
«¡Cuán hermoso eres para los ángeles, Señor Jesús, en tu naturaleza divina, engendrado desde lo eterno en los esplendores de la santidad antes que el lucero de la mañana, siendo como eres resplandor y retrato de la substancia del Padre y luz de la vida eterna, siempre refulgente y sin eclipse! ¡Cuán hermoseado apareces también a mis ojos, Señor mío, en esa nueva posición que has adoptado al unirte en persona a la naturaleza humana! Porque cuando a ti mismo te anonadaste, cuando te despojaste del brillante ropaje de la Divinidad, sombreando los purísimos resplandores de tu gloria, entonces resplandeció más fúlgida tu piedad, brilló más clara tu caridad y centelleó más intensamente tu gracia. ¡Oh! ¡Cuán esplendorosa aparece a mis ojos esa Estrella que nace de Jacob (Num. 24,07), cuán bella esa Flor que corona el esbelto tallo que brota de la raíz de Jesé (Is. I I, I o), cuán placentera esa suavísima Luz que ha venido a alumbrarme desde lo alto de los cielos, a mí que yacía en tinieblas y en sombras de muerte! ¡Qué objeto de admiración y de pasmo no eres aún para las virtudes celestiales en tu concepción virginal por obra del Espíritu Santo, en tu nacimiento de Madre virgen, en la inocencia de tu vida, en la profundidad de tu doctrina, en la gloria de tus milagros y en la revelación de tus misterios! En fin, ¡qué brillante Sol de justicia (Mat. 4,2) eres cuando después de traspuesto emerges del corazón de la tierra! ¡Cuán agraciado apareces, Rey de la gloria, cuando, revestido de tu estola, te retiras a lo alto de los cielos! ¿Cómo por todas estas cosas no dirán mis huesos: Señor, ¿quién hay semejante a ti? (Ps. 34,10)».
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