sábado, 8 de agosto de 2020

Santo Tomás de Villanueva: El Orgullo



COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO 

DEL DOMINGO DÉCIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

En aquél tiempo: Dijo Jesús a ciertos hombres que presumían de Justos y despreciaban a los demás esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, estando en pie, oraba en su interior de esta manera: Dios, gracias te doy porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, así como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano, estando lejos, no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho diciendo: Dios, muéstrate propicio a mí, pecador. Os digo que éste, y no aquél, descendió justificado a su casa; porque todo hombre que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado. 

Lucas XVIII, 9-14



SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA


El orgullo 

(Cf. DIVI THOME A VILLANOVA (Opera Onmi [Manilae. 1883] vol.3, Sermón sobre la 10.ª domínica de Pent.) 


A) Definición y división del orgullo

El orgullo es un deseo desordenado de nuestra propia excelencia. El avaro desea el dinero; el glotón, el alimento; el libertino, el placer; el orgulloso, la superioridad y los honores, que busca de una manera inmoderada y excesiva; de donde le viene el nombre de soberbia, en latín superbire, esto es, super ire, ir por encima del propio estado o condición. Por lo tanto, el orgullo incluye tres excesos: el primero, estimamos más de lo que valemos, lo cual se llama hinchazón o vanidad; el segundo, querer ser estimado de la misma forma por los demás, en lo cual consiste la ambición; el tercero, desear conseguir todas las alturas, lo que constituye la presunción. 


b) CUATRO CLASES

San Gregorio (cf. Moral. 1.23 c.6) distingue cuatro clases de orgullo: el primero consiste en estimarse sobre lo que se es o se posee (Gal. 6,3); el segundo, en creer que lo que tenemos se debe a nosotros mismos; el tercero, en ver que lo hemos recibido de Dios, pero en atención a nuestros méritos; el cuarto, en confesar que lo hemos recibido gratuitamente, pero en mayor abundancia que los demás, a quienes despreciamos. Este es el orgullo del fariseo. 


c) ESPIRITUAL Y MATERIAL

También hay un orgullo espiritual y otro material, según el objeto que mueve a ensoberbecerse; el espiritual es mucho más culpable y el más peligroso. 

Es el más culpable, porque roba a Dios lo más íntimamente suyo; el más peligroso, porque pasa inadvertido. ¿Por qué va a ser pecado que yo me juzgue tal y cual soy y quiera dar ejemplo a los demás y exigirles el honor que me merezco? No pido más que la honra debida a la virtud. 


B) Castigos del orgulloso

¿Queréis saber la gravedad del pecado de soberbia? Pues atended a sus castigos. Precipitó a Lucifer desde el cielo al infierno, convirtiendo un ángel en demonio. Expulsó a Adán del paraíso y condenó a muerte a él y a su posteridad. ¡Cómo no lo detestará Dios cuando le castiga así! Atended también a los remedios de este pecado, porque Dios, para curar a los orgullosos, permite que caigan en el pecado impuro, que les humilla, curándole con la más grave de las heridas, como buen cirujano, que no teme sajar bien. hondo. «¡Oh enfermedad desgraciada que necesita tales remedios!», dice San Gregorio (cf. Moral. 1.2 c.3). 


C) Injurioso a Dios y a los hombres

El orgulloso injuria al Señor, usurpándole su gloria, negándole, rebelándose contra El, despreciándole y queriendo, como Lucifer, ser semejante al Todopoderoso. Me diréis que no, que os humilláis ante Dios, aunque os ensoberbezcáis ante los hombres. Pero escuchadme y veréis cómo os pruebo lo que acabo de decir. Dais una limosna o ejecutáis una buena obra y os lo atribuís a vosotros mismos. Gran injusticia; ¿quién es el que ha hecho esa obra? ¿Se ensoberbece el hacha contra quien la maneja? (Is. 10,15). ¿Se gloría la pluma de su escritura? Pues vosotros tampoco sois más que instrumentos de Dios. Cuanto hacemos, eres tú quien para nosotros lo haces (Is. 26,12). No hace falta que sean vuestras palabras las que nieguen a Dios, pues basta para ello con vuestras acciones. Alardean de conocer a Dios, pero con las obras le niegan (Tit. 1,16). En segundo lugar, el orgullo es una rebeldía contra Dios, a quien no quiere obedecer ni someterse, porque no quiere sujetarse a ninguna ley, sino a, su propia voluntad. Cuando los ángeles, el cielo, la tierra y los mares obedecen a Dios, sólo el hombre, hormiga, gusano vil, insecto de la tierra, quiere ser independiente. 

Dios le manda que se humille, y él no quiere; le amenaza el infierno, y no se preocupa. Pero, desgraciado, quiere encontrar la libertad, y se trueca en un esclavo, porque no hay-peso más abrumador que el de la propia voluntad. San Bernardo dice (cf. Epist. 11,15) que es una ley justa, divina eterna, que, cuando el hombre rechaza la dominación dulce de Dios, su propia voluntad, nunca satisfecha, se le convierte en peso intolerable; y San Agustín afirma que Dios lo ha regulado todo de manera que el espíritu que no quiere freno sea su propio castigo (cf. Confess. 1.1 c.12).

Pero, además, el orgullo es una injuria contra el prójimo porque el orgulloso ataca y desprecia a todo el mundo, quiere ser siempre el primero, no se precia más que de sí mismo, menosprecia a los demás y quisiera acaparar todos los honores y respetos. De todo se burla, de todo se queja, lo que encierra mayor culpa, para mantener su boato no teme despojar a cuantos le rodean. Por la soberbia del impío son consumidos los infelices y cogidos en los lazos que les tiende (Ps. 10,2). 


D) Peligros del orgullo

El orgullo es la raíz de todos los pecados, porque el orgullo se convierte en avaro para mantener su fausto, en glotón por ostentación, en perezoso, porque se cree ya con suficiente virtud, y, aunque avaro, es pródigo por vanidad. Y no digo nada de su obstinación, desobediencia, hipocresía. espíritu peleón y otros tantos vicios que tienen en el orgullo su fuente. Dice San Gregorio (cf. Moral. 1.34 c.último) que, así como la humildad es la señal más segura de la predestinación, el orgullo lo es de la reprobación.

Además es peligrosísimo por tres razones. La primera, porque es un vicio oculto. Todos los demás se manifiestan claramente, como la glotonería, la avaricia, la cólera, en tanto que la mayoría de las veces somos esclavos del orgullo sin advertirlo, porque es un vicio interior que se cubre, como con una piel de oveja, con la apariencia de humildad, escondiendo una infernal ambición. 

De ahí nace el que busquemos los dones de Dios y hasta las virtudes, no por Dios, sino por nuestra propia excelencia, como demuestra claramente la envidia que nos embarga cuando vemos que otro los posee y hasta nos adelanta.

En segundo lugar, el orgullo es peligroso porque se presenta en público. Todo el mundo se avergüenza de sus vicios, Pero, en cambio, se complace en hacer ostentación de los motivos de su orgullo. Ahí tenéis al soberbio, enseñando a todos sus lujos, sus casas, sus muebles, tapices, dignidades. en fin, toda la paja que sirve para encender su vanidad. Por eso mismo, porque este vicio no está sujeto a la vergüenza, es mucho más difícil de corregir. 

Finalmente, el orgullo es peligroso porque es el último en abandonar al hombre, aunque sea quizá el primero que le ataque. Cuando se han vencido todos los vicios, queda todavía la última victoria y la lucha más difícil y más peligrosa: humillar el orgullo.

¡Oh miseria extrema la del hombre, que, cuando quiere descansar, ve que comienza la mayor fatiga!... ¿Hay quizás alguien más santo que San Pablo? Y, sin embargo, cuando ya no tenía por qué combatir la carne y la sangre, cuando había recorrido los cielos, de repente tiene miedo de que la grandeza de sus revelaciones le envanezca, y he aquí que se le da un aguijón de la carne que le abofetee para humillarle e impedirle que el orgullo le derribe. Y ¿ no temeremos nosotros un vicio que San Pablo temió? 




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