Día
17 de Mayo, Domingo V de Pascua
Doble. Orn, Blancos Conm. de San Pascal Bailón, Confesor.
La Iglesia proclama hoy, en el Introito, el triunfo de Cristo, y quiere se anuncie hasta los confines del mundo.
En la Epístola de Santiago el Menor, que era pariente de Jesús, nos enseña que no basta conocer la ley, sino que es necesario cumplirla, que la religión verdadera debe ir acompañada del ejercicio de las virtudes, que la fe es necesaria, pero que la fe sin obras es vana e inútil.
Son pues necesarias las buenas obras para salvarse. No el que dice ¡Señor, Señor! Sino el que cumple la voluntad de Dios entrará en el Reino de los Cielos. “Sed ejecutores de la palabra de Dios, y no meros oyentes, engañándoos a vosotros mismos”, dice el Apóstol Santiago.
En el Evangelio, Cristo Nuestro Señor nos inculca que oremos en su Nombre, pues la oración es absolutamente necesaria para obtener la gracia, sin la cual es imposible salvarse; por eso se comprende fácil que diga San Alfonso Maria de Ligorio: “el que ora, se salva, el que no ora, se condena”.
En la primera parte del Evangelio, Jesús en dos palabras resume un misterio de nuestra religión: Salí del Padre y vuelvo al Padre. San Agustín lo explica así: “Salió del Padre, porque del Padre procede, vino al mundo por que mostró al mundo su cuerpo tomado de la Virgen, dejó al mundo con su partida corporal; se fue al Padre, con la Ascensión de su Humanidad”.
LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR
Cuarenta días después de la Resurrección de Cristo, se celebra el aniversario del día en que termina el reinado visible de Jesús en la tierra. Durante éste tiempo Pascual, la segunda festividad que se celebra es la de la Ascensión que, según S. Bernardo, es la feliz terminación del itinerario del Hijo de Dios. Convenía que el Divino Resucitado no pisase mas el barro de este nuestro mísero suelo, sino que volviese al Padre en cuyo seno nació, en cuanto Dios , desde la eternidad, quien lo recibió, al decir de S. Cipriano, “con gozo tal que ninguna criatura es capaz de expresarlo”. Los Apóstoles, reunido en el cenáculo y próximo ya Pentecostés, reciben por última vez a Jesús, quien se les aparece y se sienta a comer con ellos. Acabada la comida les hizo un largo sermón que fue como el compendio de las lecciones que les había dado y un resumen de lo que debían hacer, de lo que les iba a suceder de más extraordinario. Entonces es cuando les da la potestad y el mandato de evangelizar el mundo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura: el que creyere y se bautizare, se salvará; más el que no creyere se condenará.” Después salieron, y por el camino de Betania se dirigieron a la parte más alta del monte de los Olivos. Jesús entonces bendijo a sus discípulos y se remontó a los cielos con gran de gloria y majestad.
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