Día 17 de Noviembre, Domingo XXVI después de Pentecostés
La palabra evangélica, sin adornos retóricos, y sencilla, es como una semilla pequeña, que, al germinar en el corazón del hombre, desarrolla en él frutos magníficos de fe, de caridad, de paz, hasta convertirse en árbol de frondosa copa donde aniden los espíritus más elevados en la cumbre de la perfección. A esta perfección llama Dios a todos los hombres, y todos la pueden alcanzar con el auxilio de su divina gracia, de esa gracia que fluye a nosotros por los canales de los sacramentos digna y santamente recibidos. Es admirable el fruto que produjo en los paganos de Tesalónica la explicación de esta parábola.
Sobre los sepulcros de San Pedro y San Pablo en la vía Ostiense, lugar también de su martirio, mandó edificar el emperador Constantino dos basílicas que fueron dedicadas en éste día por el Papa San Silvestre. La vetusta Basílica de San Pedro, que ocupaba el sitio del circo de Nerón, ya muy ruinosa, cedió el sitio a la actual. Los Papas Julio II y León X llamaron a los mejores artistas y de los planos combinados de Bramante y Miguel Ángel salió el más grandioso templo del mundo en el que caben bien 50.000 personas. La basílica de San Pablo Extramuros fue destruida por un incendio en 1823, pero los Papas Gregorio XVI y Pío IX la restauraron espléndidamente e hicieron de ella una de las más bellas. Caben en su interior 32.000 personas y fue consagrada solemnísimamente en 1854.
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