Día 18 de Agosto, Domingo XIII después de Pentecostés
Doble. Conm. San Agapito, Mártir. Orn. Verdes.
Nos dice San Pablo en la Epístola que nadie recibió la santidad y la justicia por la ley de Moisés, sino que los hombres se salvaban por los méritos previstos de Cristo en virtud de la promesa divina hecha, 430 años antes de darse la ley, a Abraham. La Ley era un freno contra el pecado, el cual, ella de suyo, no podía perdonar.
El Evangelio nos dice como Jesucristo curó diez leprosos, a los que ordenó presentarse a los sacerdotes, cumpliendo así lo que mandaba la ley. De todos ellos, sólo uno, y era samaritano, volvió a dar gracias a Jesucristo. Parece inconcebible semejante actitud y ese aferrarse a la materialidad de la legalidad que les mandaba ir a Jerusalén y presentarse a los sacerdotes.
¡Duro de corazón era el pueblo judío! Roguemos por su conversión con las palabras del Introito y Gradual, pues algún día ha de volver al redil.
Día 22 de Agosto, El Inmaculado Corazón de María
No hay corazón más
semejante al de Jesucristo que el Inmaculado Corazón de su Madre, la Virgen Santísima. Ningún otro
ha participado como él de los amores y de las aflicciones y dolores del Corazón
de Cristo. Unida tan íntimamente a su divino Hijo, el Corazón de María latía y
late siempre al unísono con el Corazón de Jesús, asociada a la obra redentora y
santificadora de Jesucristo, el Corazón de María sufría en sí tan intensamente
los dolores y las afrentas de la
Cruz y los ofrecía con tan inmenso amor a Dios Padre por el
rescate y redención de los hombres, de los que al solo una especial providencia
de la omnipotencia de Dios pudo conservar la vida preciosa de María, que de
otra suerte hubiera muerto de dolor. Con razón llaman pues los Santos Padres y la Iglesia a María, Reina de
los mártires y Corredentora de los hombres. Solo Dios puede conocer y valorar
las finezas, las dulzuras, la caridad, el heroísmo y el amor de ese Corazón,
que es arpa melodiosa cuyas cuerdas vibran al suave soplo del Divino Espíritu.
Acudamos al Corazón Inmaculado de María, que es refugio de los afligidos,
consuelo de los tristes, remedio de los que lloran, fortaleza de los débiles,
defensa en los peligros, auxilio en la tentación, alegría y dulzura de todos
los que la invocan. Digamos siempre: Dulce
nombre de María, sed nuestra salvación.
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