viernes, 30 de agosto de 2024

Boletín Dominical 1 de Septiembre


Día 1 de Septiembre, Domingo XV de Pentecostés.

Doble-Ornamentos Verdes.
Conm. San Egidio. Abad y Confesor.

Acercándose Jesús a la ciudad de Naím ve que llevan a enterrar  un joven hijo único de una viuda. Compadecido Jesús de esa pobre madre, hace detener el cortejo y vuelve la vida al joven con el imperio de su palabra divina.

En la resurrección de este joven la ostentación de la divina potencia de Jesús queda como eclipsada por la manifestación de la ternura de su Corazón. Solo Jesús puede alargar la vida; solo Él puede resucitar un muerto; Él solo también puede resucitar las almas de la muerte que es el pecado.

Al recordar este pasaje del evangelio de San Lucas no dejemos de meditar, de pensar un poco en la muerte, por que como dice San Juan Clímaco “la meditación de la muerte es la más útil para la salvación”.

Ante la consideración de la muerte, ¡que efímeros aparecen los goces transitorios de la tierra! ¿De qué le sirve entonces al rico su fortuna, ni su ciencia a los sabios, ni el poder a los gobernantes, ni el ingenio a los dotados de talento, ni la hermosura, ni la belleza? Todo es vanidad de vanidades y aflicción de espíritu, como dice el libro de la Sabiduría.

Entonces se comprende muy fácilmente que el servir a Dios es reinar.





Día 8 de Septiembre, Natividad de Nuestra Señora.
Doble II Clase. Orn. Blancos.
Conm. Domingo XVI después de Pentecostés.

Celebra hoy la Iglesia el nacimiento de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora y Madre. Su padre fue San Joaquín, de Nazaret, y su madre, Santa Ana de Belén. El día 12 se celebra el Dulcísimo Nombre de María. María, estrella del mar, María, estrella del amanecer, María estrella y derrotero de la humanidad, a la que inunda de gozo y de luz, luz que brilla dulce, clara y amable para volver los extraviados a la casa del Padre, para alegrar los corazones que gimen, para poner calor de caridad entre el odio y la indiferencia.

“OH vosotros, dice San Bernardo, que flotáis sobre la corriente de este mundo, entre las tormentas y los vendavales, tened los ojos fijos en la Estrella si no queréis perecer entre las olas. Si te sientes asaltado por el huracán de la tentación, arrojado contra los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, invoca a María. Si tiemblas agitado por el oleaje del orgullo, de la ambición, de la envidia, de la concupiscencia, mira a la Estrella, invoca a María. Si te turba el horror del juicio, si te aterra la enormidad de tus crímenes, si te ves arrastrado por el abismo de la tristeza y la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las vacilaciones, piensa en María, invoca a María. Tenla perpetuamente en los labios, siempre en el corazón”.














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