Día 7 de Julio, Domingo VII de Pentecostés.
En cada página del Evangelio podemos encontrar un insondable abismo de amor de Dios hacia nosotros. Esta regla no excluye el domingo de hoy. Pero ¿no anuncia Nuestro Señor que vendrán los falsos doctores, sembradores de iniquidad? Es verdad que después que Nuestro Señor anuncia la venida de estos lobos disfrazados con piel de oveja, Él nos da la regla para discernir y reconocer a estos falsos maestros, pero ¿no hubiera sido mejor que Dios directamente impidiese la operación de estos empleados de Satanás? ¿Por qué permitir esto? Precisamente Dios permite todo esto porque nos ama.
Fijémonos que en la Misa de hoy mientras el Santo Evangelio nos anuncia el flagelo de los falsos doctores el Introito dice: Todas las gentes batid palmas: vitoread al Señor con voces de júbilo. Y el Gradual: Acercaos a Él y resplandeceréis, y vuestros rostros no se ruborizarán. Desde luego estos pasajes nos hacen pensar en gozo y alegría, ¿cómo compaginarlos pues con el anuncio de un castigo?
He aquí el gran problema del dolor. Todo premio supone un esfuerzo, todo éxito supone trabajo, toda culpa supone una reparación. Cuando los fariseos quisieron apedrear a aquella adultera Nuestro Señor se interpuso e impetró que el que no tuviera pecado arrojase la primera piedra. (Continua)
(Sigue)Uno por uno fueron retirándose, porque todos tenían pecado. ¿Quién no tiene que purificarse de sus pecados, faltas e imperfecciones?
Dios, en su amor infinito, prefiere que nos purifiquemos en esta vida, porque mientras nos purificamos granjeamos méritos para el cielo. Quien en el purgatorio se purifica, queda puro, pero sufre sin merecer. Quien se purifica en la tierra sufre mereciendo. Y con todo hay almas que se atreven a reclamar de los dolores que Dios permite para que saquemos mayores bienes… y bienes eternos.
Hoy día la plaga de los falsos doctores ha llegado a su colmo ya que tenemos asentada la Abominación de la Desolación en el lugar Santo. Pero Dios no solo es justo, sino que es la Justicia misma, y Sus misterios son insondables. Lo que debemos hacer es responder a este colmo de dolor con un colmo de amor, fe y esperanza; lo que sólo alcanzaremos por el intermedio de la Bienaventurada Virgen María Madre de Dios.
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