viernes, 26 de julio de 2024

Boletín Dominical 28 de julio



Día 28 de Julio, Domingo X de Pentecostés.

Conm. Ss. Nazario y Celso, Mártires, Víctor I, Papa y Mártir e 
Inocencio I, Papa y Confesor. 

Hay humildades, decía Santa Teresa, de que Dios nos libre, porque solo tienen de tales el disfraz, ocultando bajo él un orgullo refinado.

Pues en el Evangelio de hoy nos enseña Jesús a no ser presumidos y orgullosos y a distinguir entre la humildad postiza y falsa, y la verdadera.

Todo cuanto tenemos lo hemos recibido de Dios; sin el auxilio de la gracia divina es imposible hacer nada que sirva para la salvación o para nuestra gloria; si algo bueno hacemos es por inspiración y ayuda del Espíritu Santo. Entonces ¿Por qué envanecernos? No hay cosa que más indigne a Dios que la soberbia y el orgullo.

Seamos, pues, mansos y humildes de corazón. Aprended de Mí, nos dice Jesús, que soy manso y humilde de corazón. No nos pide que aprendamos su elocuencia, o a hacer obras maravillosas, sino a ser mansos y humildes, con humildad ni fingida ni encogida, sino sencilla y verdadera, porque “la humildad es verdad”, como decía Santa Teresa, y prenda de salvación.





2 de Agosto, Santo Alfonso María de Ligorio

El ilustre Obispo y doctor de la Iglesia San Alfonso María de Ligorio nació en el año 1696, en Nápoles, de familia patricia y de virtudes cristianas. Presentando un día su madre al jesuita misionero San Francisco de Jerónimo, para que le diese su bendición, dijo el santo con espíritu profético: “Este niño llegará a una edad muy avanzada: no morirá antes de los noventa años; será obispo y obrará cosas grandes y utilísimas a la Iglesia de Dios.” Y así fue. De talento nada común, aprendió las lenguas clásicas y modernas, las ciencias exactas, ciencias naturales, retórica, historia y geografía. Estudió arquitectura, música y pintura, y por fin se dio a la abogacía, doctorándose en derecho civil y derecho canónico antes de los 18 años, después de estudiar el bosque enmarañado de las leyes napolitanas, derecho romano, derecho canónico, derecho feudal, constituciones normandas, capitulares angevinas, pragmáticas aragonesas, decretos de los virreyes españoles, usos, gracias y privilegios particulares. De natural elocuencia y muy prudente, pronto se hizo de numerosa y selecta clientela, dando un mentís con su conducta al refrán que corría por entonces y que decía: Advocatus non es latro, res miranda populo, o sea: abogado y no ladrón, cosa digna de admiración. Unos diez años ejerció la abogacía con gran éxito, hasta que, en 1723, con ocasión de un famoso pleito, decidió dejar su carrera y seguir el sacerdocio. Se despidió del foro, colgó su espada en el altar de Nuestra Señora de la Merced y se entregó al servicio de Jesucristo. Un fuego sagrado le consumía; el hombre del foro se convirtió en el hombre de la cátedra y el confesionario. Pronto, con diez compañeros, fundó la congregación de los misioneros del Santísimo Redentor, a la que comunicó su celo y su espíritu. Contra el torrente de impiedad opone sus escritos llenos de doctrina y santa unción, siendo el primero Las Glorias de María, en honor y defensa de la Virgen.  Su más encarnizada lucha será contra el espíritu de los jansenistas, la que le movió a escribir su famosa Teología Moral, que le merecerá figurar entre los príncipes de los moralistas. Así, hasta los 91 años, se fue consumiendo su vida. Caballero de Cristo, había predicado elocuentemente y escrito prodigiosa y abundantemente. Su Santidad Pío XII le nombró celestial patrono de los moralistas y confesores.



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