miércoles, 1 de mayo de 2024

Dom Gueranger Solemnidad de San José Obrero



SOLEMNIDAD DE SAN JOSE OBRERO,

ESPOSO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARIA,

CONFESOR


Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


DESARROLLO HISTÓRICO DEL CULTO A SAN JOSÉ.— Extraordinario es el desarrollo que últimamente han adquirido en la piedad de los fieles y en la liturgia de la Iglesia, el culto y devoción al Patriarca San José.

Por lo que hace al culto litúrgico, no se puede exactamente precisar cuándo empezó. Es indudable que en esto las Iglesias de Oriente se adelantaron a las occidentales. La Abadía benedictina de Winchester, en Inglaterra, se atribuye el honor de haber sido la primera en celebrar la fiesta de San José, hacia el año 1030. Este culto recibió incremento durante el siglo undécimo, siendo causa de ello la venida a Occidente de los Hermanos Carmelitas. Al Instituto Carmelitano siguieron las demás familias religiosas, señaladamente la de San Francisco y la de Santo Domingo de Guzmán en los siglos xiv y xv.

Sixto IV mandó poner la fiesta en el Breviario y en el Misal Romano. El oficio era de rito simple. Inocencio VIII la elevó a rito doble, y con este rito ordenó Gregorio XV se celebrase tal solemnidad en todo el mundo. Clemente X la elevó a segunda clase, y Clemente XI hizo que se solemnizara con Oficio y Misa propios. Benedicto XIII insertó el nombre de San José en las Letanías de los Santos, y Pío IX, habiéndolo declarado Patrono de la Iglesia Católica, extendió la fiesta de su Patrocinio a toda la Iglesia. 

Grandemente fomentó León XIII la devoción al celestial Patrono de la Iglesia Universal declarándolo asimismo Patrono de varias naciones e inculcando la devoción a la Sagrada Familia. San Pío X, que tan dignamente había llevado el nombre del Santo Patriarca, aprobó sus Letanías y elevó la fiesta del Patrocinio a rito doble de primera clase con Octava. Benedicto XV, además de aprobar el Prefacio propio del Santo, introdujo la mención que de él se hace en la fórmula de la Recomendación del alma, como especial abogado de los que están para morir. De Pío XI también consta que fué devoto de San José; y, en fin, S. S. Pío XII, el papa reinante, no se ha mostrado menos espléndido en su piedad al Patrono de la Iglesia, especialmente con la institución de la Solemnidad de San José Obrero, que hoy celebramos.


LA DEVOCIÓN PRIVADA A SAN JOSÉ. — Bien puede afirmarse que la devoción privada al Santo Patriarca, Esposo de la Virgen Madre del Señor, existió en el pueblo cristiano desde los primeros siglos de la Iglesia. Isidoro de Isolano, muerto en 1522, autor de la famosa Suma de los dones de San José, escribía: "El Espíritu Santo no cesará de mover los corazones de los fieles hasta que por todo el imperio de la Iglesia militante se ensalce al divino José con nueva y creciente veneración, se edifiquen monasterios y se levanten iglesias en su honor, celebrando todos sus fiestas y ofreciéndole y rindiéndole a porfía sus votos...; se establecerá en su honor una, fiesta singular y extraordinaria. El Vicario de Cristo en la tierra, movido por el Espíritu Santo, mandará que la fiesta del Padre Putativo de Jesucristo y Esposo de la Reina del mundo y varón santísimo, se celebre hasta el último confín de la Iglesia militante". Es evidente que en gran parte se han cumplido ya las inspiradas palabras del insigne dominico y teólogo de San José. En otra parte hemos recordado ya cómo este incremento de la devoción de pueblo cristiano al Santo Patriarca San José, se debe en una manera especial a Santa Teresa de Jesús .


FIESTA DE SAN JOSÉ OBRERO. •— El 1 de mayo de 1955, atendiendo a las necesidades de los actuales tiempos, S. S. el Papa Pío XII, rodeado de más de 150.000 obreros, representantes de la Asociación Cristiana de Trabajadores, reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano para ofrendarle sus afectos y presentes, contestando a los anhelos que le manifestaron de que consagrara solemnemente la Fiesta del Trabajo, sorprendió al mundo obrero católico con el regalo celestial de la institución de la fiesta litúrgica de su patrono San José, virginal Esposo de María Santísima, el humilde y callado y justo trabajador de Nazaret, para que en adelante fuera su protector especial ante Dios, su defensor en la vida, y su refugio en las penas y pruebas del trabajo. Con esto el Padre Santo quiso grabar en la mente de los obreros y trabajadores católicos el significado de la celebración cristiana de la Fiesta del Trabajo, que una concepción materialista y atea pretende imponer en el proletariado universal para ruina de las naciones. Y para darla todo el realce que merece, se la ha titulado Solemnidad de San José Obrero, declarándola de rito doble de primera clase. De este modo la Iglesia, Madre providentísima de todos, ha manifestado su tierna preocupación por amparar y elevar a los obreros, la parte más numerosa del rebaño del Señor a ella confiado.


OBJETO DE LA NUEVA FIESTA. — El objeto de la Solemnidad de San José Obrero es honrar al Santo Patriarca como modelo y protector celestial de los trabajadores,, y el de promover al mismo tiempo el reconocimiento de la dignidad y la estima y práctica cristiana del trabajo manual. Por eso el Papa, al instituir esta fiesta de San José, Patrono del mundo obrero, nos recuerda a todos que el trabajo es parte del homenaje esencial que el hombre debe rendir a su Creador. Debemos trabajar todos porque, según la palabra del Génesis, estamos hechos a imagen y semejanza del mismo Dios que nos creó; ahora bien, Dios ha trabajado y trabaja eternamente, y no menos su divino Hijo, como éste mismo lo declara en el Santo Evangelio. Y no crearon al hombre para estarse ocioso, meramente gozando y contemplando, sino que, aun antes de que pecara, le pusieron en el paraíso para que lo trabajase y custodiase.


OBLIGACIÓN DEL TRABAJO.-—Somos hombres, somos pecadores, somos cristianos: he aquí tres títulos que nos obligan a la ley universal del trabajo.

En cuanto hombres, debemos trabajar. Ya hemos dicho cómo Adán debía trabajar en el paraíso, y no precisamente para procurarse el alimento, que tenía asegurado por los frutos espontáneos de aquel huerto, sino para ejercitar sus fuerzas y su inteligencia. Su trabajo debía ser entonces agradable y en ningún modo penoso. Esta necesidad del trabajo la conocieron hasta los paganos. Entre los egipcios cada año se tomaba cuenta de lo que uno había hecho y del oficio que había ejercido; y el no haber ejercido ninguno, se castigaba con la ignominia y hasta con la muerte. Entre los griegos todo padre debía enseñar un oficio a sus hijos; de lo contrario éstos no tenían la obligación de asistirle en su vejez. Y es que el hombre constituye un ente social, que no puede vivir por sí solo, independiente de los demás. Y así, ya que vive del trabajo de los otros, justo es que éstos vivan también del suyo. Además es imposible que un hombre ocioso 110 moleste a los demás, matando el tiempo en indagar vidas ajenas y llevando y trayendo cuentos y sembrando desasosiegos, discordias, malquerencias y alborotos. San Francisco de Asís, a un fraile que andaba vagueando por la casa, llamábalo Fray Mosca. Tales ociosos, dice San Alfonso, merecerían se los echase afuera o se los encerrase en una habitación.

Debemos, en segundo lugar, trabajar en cuanto pecadores. Después del pecado de nuestros primeros padres, el trabajo es una satisfacción que Dios exige al hombre; es una reparación, una deuda de justicia que, a no pagarla en este mundo, tendremos que pagarla en el otro. "Y a Adán le dijo (Dios): Por cuanto has escuchado la voz de la mujer y has comido del árbol de que te mandé no comieses, maldita sea la tierra por tu causa; con grandes fatigas sacarás de ella el alimento en todo el curso de tu vida. Espinas y abrojos te producirá...; mediante el sudor de tu rostro, comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado". Explicando estas palabras, dice Santo Tomás que en ellas se contiene un precepto positivo, que obliga a todos los hombres hijos de Adán, a algún trabajo honesto, corporal o espiritual. 

Estamos, finalmente, obligados a trabajar, a título de cristianos. Como tales, debemos imitar a Jesucristo, cuya vida fué continuo trabajo. Durante treinta años trabaja como carpintero, ganando de este modo su propio sustento. Durante su vida pública trabajó también en predicar de pueblo en pueblo, hasta el punto de tener que robar al sueño el tiempo para la oración, y pasar las noches orando y haciendo oficio de custodio de sus discípulos. San Pablo, por grandes que fuesen sus ocupaciones de sacerdote y apóstol, vivía del trabajo de sus manos, y en sus epístolas insiste en que todos trabajen. Esto mismo aconsejan los desastrosos efectos de la ociosidad. Es ésta, con toda verdad, la madre de todos los vicios, conforme a la Sagrada Escritura: "La ociosidad ha enseñado mucha maldad". San José de Calasanz solía decir que el demonio anda de ordinario a la caza de hombres desocupados; y San Jerónimo escribía a una de sus discípulas: "Ocúpate en alguna obra, de modo que el diablo siempre te encuentre ocupada".


CÓMO QUIERE LA IGLESIA QUE TRABAJEMOS. — Pero no basta trabajar; se necesita trabajar bien. Como hombres, conviene trabajemos con prudencia; como pecadores, con espíritu de penitencia; como cristianos, hemos de trabajar con conciencia y unidos a Jesucristo.

Trabajar con prudencia, es hacerlo con moderación, sin dejarse arrastrar de la codicia ni exponiendo la salud corporal ni descuidando la espiritual, según enseña el Sabio: "No te afanes por enriquecerte, antes bien pon coto a tu industria". Es un peligro para el hombre afanarse en aumentar y amontonar riquezas, y para el escritor publicar libros, y para el que gobierna, acrecentar su poder y sus reinos. O lo que es igual: es inútil imponerse un trabajo inmoderado, por cuanto éste no puede procurar al hombre esa felicidad que el demonio y su propia imaginación le pintan con vivos colores; y es también nocivo, por cuanto ese trabajo excesivo irá minando su salud y le impedirá disfrutar de sus riquezas. Este peligro suele ser mayor cuando se trata de un trabajo gustoso, pues entonces se añade el riesgo de abandonar la oración con otros ejercicios que afectan directamente al progreso del alma y son menos gustosos para nuestra naturaleza corrompida. Los que llegan a tal extremo de pasión por el trabajo, se enfrascan en él excesivamente y se olvidan de sí, de sus hermanos y de Dios. En estos casos hay que comenzar por enderezar la intención desde el principio del trabajo, interrumpir éste a menudo, y procurar, como quien dice, que un ojo esté atento a lo que se hace, y el otro a Dios; y que una mano ejecute la obra y la otra esté asida a los vestidos de Dios.

Como pecadores, debemos mediante el trabajo, dar a Dios la satisfacción que le debemos: ¡Cuánto purgatorio en la otra vida, y cuántos trabajos y penalidades nos ahorraríamos aún en ésta! Dios no pide dos veces lo que se le debe: Por desgracia nos olvidamos de trabajar en espíritu de penitencia, y así esterilizamos nuestras obras y nos asemejamos al mal ladrón, que padece y muere en la cruz, pero no se salva. Este espíritu de penitencia hará que nos abracemos con el trabajo aun cuando fuere penoso; que lo aceptemos íntegramente y que lo ejecutemos con esmero. El trabajo manual moderado tiene la ventaja de no gastar la salud y de no impedir la oración, como suele ocurrir cuando se ejecuta con demasiado ardor y apasionamiento. Pero, por otra parte; debemos ejecutar nuestro trabajo íntegramente, cuidando de evitar la rapiña en el holocausto, y no haciéndolo a medias o disminuyendo notablemente el tiempo señalado o contratado. Finalmente lo haremos con esmero, pensando que lo hacemos para Dios en último término, y no simplemente para los hombres. En las familias y en las sociedades cristianas todos los oficios y trabajos se ordenan a Dios, o, pollo menos pueden ordenarse a El, no menos que en las comunidades religiosas.

Trabajaremos como cristianos si lo hiciéremos en unión con Jesucristo. Para ello procuremos no omitir al principio el hacer la señal de la cruz, práctica constante entre los primeros cristianos y aún hoy entre los españoles, que lo practican al principio de todas sus obras. Hemos de trabajar por servir a Dios, por fomentar sus intereses, por imitarle; trabajar en su compañía, trabajar con su bendición: Un niño que escribiese ceros en la pizarra, por muchos que añadiese, 110 obtendría ninguna cantidad si delante no les pusiese al menos un uno. Lo mismo las buenas obras; carecen de valor si no van hechas con espíritu sobrenatural.


VENTAJAS DEL TRABAJO. — Muchas son las ventajas anejas al trabajo. En esta vida lleva consigo la satisfacción que acompaña siempre al cumplimiento del deber. Es un error creer o imaginarse que lo pasan bien los que no hacen nada. Es asimismo el trabajo fuente de gloria, de riqueza honestamente adquirida y de paz para las familias y los estados. La mayor tranquilidad de los que gobiernan, está en que sus súbditos sean amantes del trabajo. Este hará también que en la otra vida, los que le practican en ésta, alcancen la salvación y se libren de caer en el infierno, según aquello del Evangelio: "A éste siervo inútil, arrojadle a las tinieblas del infierno". Con el trabajo asiduo se obtendrá fácilmente un puesto elevado en el cielo, pues lo que hace adelantar en la virtud y en los méritos, es el aumento diario que aporta el trabajo hecho con buena intención, ya que las obras grandes y difíciles son raras en la vida.

Para lograr trabajar como hemos dicho, procuremos tomar por modelo a San José, el cual fué una persona humilde que con su trabajo ganaba el sustento de la Sagrada Familia: En San José hallaremos también un poderoso intercesor. Son las dos ideas principales que nos inculcan el Oficio y la Misa de la nueva festividad.


MISA

Puede decirse que tanto el Oficio como la Misa de la Solemnidad de San José Obrero, no hacen sino repetir y comentar y sacar las enseñanzas de las palabras del Evangelio que nos presentan al glorioso Patriarca como artesano y trabajador.


El Introito nos recuerda que la Sabiduría de Dios premia los trabajos que por El se ejecutan.



INTROITO 

(Sap., 10, 17)

La Sabiduría dió a los justos el galardón de sus trabajos y los condujo por sendas maravillosas, y sirvióles de toldo durante el calor del día y suplió de noche la luz de las estrellas, aleluya, aleluya. — Salmo: Si el Señor no construyere la casa, vanamente trabajan los que la edifican. T. Gloria al Padre.

 

La Colecta pide a Dios, creador de todas las cosas, que impuso la ley del trabajo, que siguiendo el ejemplo de San José y con su ayuda, practiquemos cuanto nos manda y de modo que alcancemos el premio prometido.


COLECTA

Oh Dios, creador de todas las cosas, que tienes establecida para el género humano la ley del trabajo: concédenos propicio el que, a imitación de San José y con su ayuda, practiquemos las cosas que nos mandas y alcancemos los premios que prometes. Por el Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Colosenses (Col. III, 14-15; 17, 23-24).


Hermanos: Mantened la caridad, la cual es el vínculo de la perfección. Y la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones, paz divina a la cual fuisteis asimismo llamados para formar todos un mismo cuerpo, y sed agradecidos a Dios. Todo cuanto hacéis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo y a gloria suya, dando por medio de él gracias a Dios Padre. Todo lo que hagáis hacedlo de buena gana, como quien sirve a Dios y no a los hombres, sabiendo que recibiréis la herencia del cielo por galardón o salario; pues a Cristo Nuestro Señor es a quien servís.


Hermosos consejos, relativos al trabajo, que, si se observaren harán de él una fuente abundantísima de méritos para el cielo y de paz y contento en la tierra.

En el primer versículo del aleluya, San José es quien habla, e invita a los fieles a recurrir a él prometiéndoles una pronta ayuda; en el segundo, son los fieles quienes ruegan a San José les conceda la gracia de pasar la vida con gran pureza de alma.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. >'. En cualquier tribulación que me invocaren, los escucharé y seré siempre su protector. Aleluya.

J. Haz, oh glorioso San José, que llevemos una vida inocente y que nos sintamos siempre defendidos por tu patrocinio.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo (XIII, 54-58).


En aquel tiempo: Pasando a su patria, Jesús se puso a enseñar en las sinagogas de sus paisanos, de tal manera que no cesaban éstos de maravillarse, y se decían: ¿De dónde le ha venido a este tal sabiduría y tales milagros? Por ventura ¿no es el hijo del artesano? Y su madre ¿no es la que se llama María? ¿No son sus primos hermanos Santiago, José Simón y Judas? Y sus primas hermanas ¿no viven todas entre nosotros? Pues ¿de dónde le vendrán a éste todas estas cosas? Y estaban como escandalizados de él. Jesús empero les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su patria y en la propia casa. En consecuencia hizo allí muy pocos milagros, a causa de su incredulidad.


CHOQUE ENTRE JESÚS Y SUS PAISANOS.—Esperaban éstos que el Mesías sería un gran rey temporal. Y he aquí que Jesús se dice Mesías; Jesús, su paisano, carpintero e hijo de José el carpintero. Si quiere demostrar ante ellos su carácter mesiánico, es preciso que garantice con milagros su afirmación. La elocuencia que debía llevarlos la verdad, es para ellos piedra de escándalo. 

¿No es éste el hijo de José?" ¿Qué importa, dice San Cirilo, que fuera hijo de José, si realmente lo hubiese sido, cuando sus obras le hacían admirable y venerable? ¿No veían los grandes milagros hechos, los enfermos curados, Satanás vencido? Para que aprendamos a estimar a las personas, no por su procedencia o naturaleza, patria, familia, condición, sino por lo que demuestran ser por sus obras, por las que cada uno debe ser conocido, según criterio del mismo Jesús. Los dones de Dios, así de orden natural, como sobrenatural, no están ligados a la condición humana de carne y sangre, profesión, naciones razas. Sopla el Espíritu de Dios donde quiere y en la forma que quiere, y no debemos ser ni envidiosos ni protervos para reconocerlo donde quiera que se manifieste.

El Ofertorio, sacado del salmo 89, expresa el deseo de que Dios bendiga el trabajo de nuestras manos.


OFERTORIO

Sea sobre nosotros la bondad del Señor Dios nuestro y secunde la obra de nuestras manos y la apoye. Aleluya.


En la Secreta se pide a Dios que las ofrendas de pan y vino, fruto del t r a b a j o y que se convertirán en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nos reconcilien y aseguren mediante la intercesión de San José, la unidad y la paz de las familias y de las sociedades.


SECRETA

Las ofrendas que a ti Señor ofrecemos, preparadas por nuestras manos, sean para nosotros, por intercesión de San José, una prenda de unidad y de paz. Por el Señor.


L a Iglesia suspende hoy el prefacio del tiempo pascual y le sustituye por la fórmula de acción de gracias señalada para todas las misas de San José. En este prefacio se celebra la fidelidad de San José en el cumplimiento de sus oficios de Padre putativo de Nuestro Señor y de Esposo de la Santísima Virgen María.


PREFACIO

Verdaderamente es digno y Justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, oh Señor santo, Padre todopoderoso, eterno Dios. Y glorificarte, bendecirte y ensalzarte en la festividad del bienaventurado San José. El fué el varón justo que diste por esposo a la Virgen Madre de Dios; a él le constituiste en servidor fiel y prudente sobre tu familia, para que guardase con paternal solicitud a tu unigénito Jesucristo, nuestro Señor, concebido por obra del Espíritu Santo. Por quien los ángeles alaban tu majestad, las dominaciones la adoran, las Potestades la temen. Los cielos y las Virtudes de los cielos, y los bienaventurados Serafines, la celebran todos juntos con transportes de júbilo. Te suplicamos Señor que recibas con las suyas nuestras voces, que te dicen sin cesar:

Santo, santo, santo...


La Comunión, tomada del Evangelio de San Mateo, vuelve a recordar el título de artesano, dado a San José por sus compaisanos.


COMUNIÓN

¿De dónde le ha venido a éste tal sabiduría y tales milagros? Por ventura ¿no es el hijo del artesano? Su Madre ¿no es la que se llama María? Aleluya.


La Iglesia pide en la Poscomunión que el sacramento de la eucaristía que acabamos de recibir, nos sirva, por intercesión de San José, de ayuda para trabajar santamente y para recibir algún día el premio en el cielo.


POSCOMUNIÓN

El Sacramento que acabamos de recibir, oh Señor, sirva por intercesión de San José, para perfección de nuestras obras y para asegurarnos el premio de ellas. Por el Señor.


PLEGARIA A SAN JOSÉ OBRERO

¡Oh glorioso Patriarca, escogido por el Padre Eterno para Esposo de la Virgen, Madre de su divino Hijo humanado, a fin de que, puesto al lado de ambos, los custodiaras y les procuraras el necesario sustento, teniéndoles todo el afecto de esposo y de padre, y ejerciendo con ellos la autoridad de cabeza de la Sagrada Familia! Si admirables son por esta parte tus prerrogativas y privilegios, no son menos dignos de consideración' y alabanza los méritos y los títulos que alcanzaste al cumplir fiel y prudentemente tu cometido; y, aunque por tus venas corriese la sangre real de la estirpe de David, no te desdeñaste de vivir entre los sencillos paisanos de la oscura y despreciada población de Nazaret, ejerciendo los oficios de un humilde artesano y demostrando así a los hombres lo honrosos que son la pobreza y el trabajo corporal dignificados por la virtud. Por esto la Iglesia, la infalible mandataria de Dios en este mundo, justamente te proclama "Lumbrera de los Patriarcas, Espejo de la paciencia, Amante de la pobreza, Modelo de los obreros, Honra de la vida doméstica, Sostén de las familias, Solaz de los desgraciados"'. A ti nos dirigimos hoy suplicantes y confiados, para que nos mires a todos con ojos de protección, pues todos somos obreros de la viña del Señor y trabajadores en este valle de lágrimas, en el que, unos de un modo, otros de otro, todos debemos procurarnos el alimento y demás cosas necesarias o útiles para Vivir esta vida terrena y conseguir la celestial, con el sudor de nuestros miembros o con el esfuerzo de nuestras facultades intelectuales. Pero mira con predilección, especialmente en este día, a todos los artesanos y obreros, y aliéntalos siempre y mantenlos fieles al cumplimiento de sus deberes religiosos, domésticos y sociales, preservándolos en todo instante de cualquier contagio del socialismo y del comunismo, falaces enemigos de la doctrina cristiana y aun de la felicidad terrena que es dado alcanzar a los hombres de buena voluntad. Ellos te han escogido y te miran como a singular Patrono y guía y como a su más propio modelo, ya que tu vida mortal transcurrió en situación semejante. Como tú, aun cuando moren en grandes ciudades, viven también ellos en un hogar y en un taller y en un ambiente humilde y pobre; como tú, deben ganar su sustento y el de su familia con el trabajo de su cuerpo; como tú, muchos de ellos han de velar por el bienestar de su esposa y de sus hijos; como tú, habrán de hacer frente, a veces, a las necesidades de la vida y arrostrar acaso la repulsa dolorosa que sienten los pobres cuando se les cierran sin piedad las puertas de la posada, o gustar las amarguras de alejarse de la patria, o sobrellevar las pruebas con que Dios, en su amorosa providencia, quiere que sean purificados en la tierra a fin de que consigan mayor recompensa en el cielo. Debajo de tu protección esperan y confían poder sobreponerse a todas las dificultades y saber cumplir con sus obligaciones, ya como particulares, ya como padres o hijos de una familia, ya como miembros de la sociedad y de la Iglesia. Y así como te encomendamos, ¡oh glorioso Patriarca!, a todos y cada uno de los trabajadores, y te rogamos y suplicamos los apartes y alejes de toda compañía y compromiso con asociaciones irreligiosas e impías, inspiradoras de envidias, sembradoras de discordias, atizadoras de odios, y perpetradoras taimadas de violencias, del mismo modo y con el mismo fervor te encomendamos las Asociaciones de Trabajadores Católicos que ya te aclaman por singular Patrono, y que tienen presente su primordial deber y preocupación de conservar y acrecentar la vida cristiana en los obreros, facilitándoles el cumplimiento de sus deberes religiosos y el mayor y más profundo conocimiento de la doctrina cristiana. Haz, en fin, poderosísimo protector de la Iglesia, que esta tu nueva fiesta sea tal cual, al instituirla, ha querido el Padre Santo que sea: Una fiesta cristiana, un día de júbilo por el triunfo progresivo de las ideas cristianas de la gran familia del trabajo, una invitación constante a completar lo que aun falta a la paz social; de modo que, trabajando gustosos en la tierra por el Dios que quiso aquí pasar por tu Hijo y experimentar contigo las fatigas del trabajo, logremos la recompensa de gozar contigo de su visión beatífica en el cielo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario