sábado, 13 de enero de 2024

Dom Gueranger Domingo Segundo después de Epifanía




DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE EPIFANÍA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


EL MILAGRO DE CANÁ

El tercer Misterio de Epifanía nos muestra la consumación de los planes de la misericordia divina sobre el mundo, y nos manifiesta por tercera vez la gloria del Emmanuel. La Estrella ha llevado al alma hasta la fe, el Agua santificada del Jordán la ha purificado, el Banquete nupcial la une a su Dios. Hemos cantado al Esposo cuando salía radiante al encuentro de la Esposa; hemos oído llamarla desde las cumbres del Líbano; después de haberla ilustrado y purificado, quiere embriagarla con el vino de su amor.

Han preparado un banquete, un banquete nupcial; a él asiste la Madre de Jesús, porque es conveniente que, después de haber cooperado al misterio de la Encarnación del Verbo, sea asociada a todas las obras de su Hijo, a todas las gracias que prodiga a sus elegidos. En medio del banquete, llega a faltar el vino: Hasta entonces la Gentilidad no había conocido el dulce vino de la Caridad; la Sinagoga sólo había producido racimos silvestres. Cristo es la verdadera Viña, como El mismo dice. Sólo El podía dar el vino que alegra el corazón del hombre (Salmo CIII) e invitarnos a beber de ese cáliz embriagador que David había cantado. (Salmo XXII.)

Dice María al Salvador: "No tienen vino." Corresponde a la Madre de Dios hacerle presente las necesidades de los hombres, de quienes es también madre. Respóndele Jesús con aparente sequedad: "¿Mujer, qué nos importa a ti a mí? Mi hora no ha llegado todavía." Iba a obrar en este gran Misterio, no como Hijo de María, sino como Hijo de Dios. Más tarde, en una hora que tendrá que llegar, aparecerá a los ojos de la misma Madre, muriendo en la cruz, con aquella naturaleza humana recibida de ella. María comprendió inmediatamente la divina intención de su hijo y pronunció aquellas palabras que repite sin cesar a todos sus hijos: "Haced lo que Él os diga."

Ahora bien, había allí seis grandes ánforas de piedra, que estaban vacías. El mundo efectivamente, había llegado a su sexta edad, según explica San Agustín y otros doctores que en esto le siguen. Durante esas seis edades la tierra había esperado al Salvador que debía enseñarla y salvarla. Jesús manda llenar de agua esas ánforas; mas, el agua no es a propósito para un banquete nupcial. Esta agua eran las profecías y figuras del mundo antiguo, y ningún mortal hasta el comienzo de la séptima edad en que Cristo que es la Viña debía comunicarse, había contraído alianza con el Verbo divino.

Pero cuando llega el Emmanuel, no hay ya mas que una palabra posible: "Sacad ahora." El vino de la nueva Alianza, el vino que había sido guardado para el fin llena ya todas las tinajas. Al tomar nuestra naturaleza humana, naturaleza débil como el agua, operó Él una transformación; elevóla hasta sí mismo, haciéndonos participantes de la naturaleza divina (II S. Pedro, I, 4); nos hizo capaces de unirnos a él, de formar ese Cuerpo de que es Cabeza, esa Iglesia de quien es Esposo, y a la que amó desde toda la eternidad con un amor tan ardiente, que bajó desde el cielo para desposarse con ella.

San Mateo, Evangelista del Hombre-Dios, recibió del Espíritu Santo la misión de anunciarnos el misterio de la fe por medio de la Estrella; San Lucas, Evangelista del Sacerdocio, fué elegido para enseñarnos el Misterio de la Purificación por el Agua; correspondía al Discípulo amado revelarnos el misterio de las Bodas divinas. Por eso, al sugerir a la Iglesia la idea de este tercer misterio, se sirve de la siguiente expresión: Este fué el primero de los milagros de Jesús y con él manifestó su gloría. En Belén, el Oro y el Incienso de los Magos declararon la divinidad y la realeza ocultas en el Niño; en el Jordán, la bajada del Espíritu Santo y la voz del Padre proclamaron hijo de Dios al artesano de Nazaret; en Caná, Jesús obra por sí mismo y obra como Dios: "Porque, como dice San Agustín, el que en las tinajas cambió el agua en vino, no podía ser otro que El que anualmente realiza el mismo prodigio en la viña." Además, desde este momento, según nota San Juan, "sus discípulos creyeron en El" y comenzó la formación del colegio apostólico.


MISA

El Introito celebra el gozo de este día que nos muestra a la humanidad unida como Esposa al Hijo del Padre eterno. Imposible pensar que la tierra no se dedique en lo sucesivo a adorar y ensalzar ese sagrado Nombre, del cual se han hecho partícipes, en el banquete nupcial, todos los hijos de Adán.


INTROITO

Adórete, oh Dios, toda la tierra, y salmodie en tu honor: diga un salmo a tu nombre, ¡oh, Altísimo! Salmo: Tierra toda, canta jubilosa a Dios, di un salmo a su nombre: dale gloria y alabanza. — V. Gloria al Padre.


El Nombre de Hijo de Dios hecho nuestro por el derecho del contrato nupcial, es la paz, nos dirá el mismo Jesús en sus bienaventuranzas, la paz de Dios que nos hemos apropiado con el auxilio de la gracia justificante. Por eso la paz aparece en la Colecta como el objetivo final del gobierno divino en el cielo y en la tierra, y también como el supremo deseo de la Iglesia.


ORACIÓN

Omnipotente y eterno Dios, que gobiernas a un tiempo las cosas celestes y las terrenas: escucha clemente las súplicas de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros tiempos. Por el Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos. (XII, 6-16.)


Hermanos: Poseemos dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada: bien (el don) de profecía, conforme a la fe; bien el de ministerio, para ejercerlo en el ministerio; el de enseñanza para el que enseña: el de exhortación para el que exhorta; el de simplicidad para el que distribuye; el de solicitud para el que preside; el de alegría para el que ejerce la misericordia. Sea vuestro amor sin disimulo; odiad el mal, apegaos al bien; amaos mutuamente con fraternal caridad; preveníos con mutuo honor; no seáis perezosos en el cuidado; sed fervorosos de espíritu; servid al Señor; gozaos en la esperanza; sed sufridos en la tribulación; perseverad en la oración; asociaos a las necesidades de los santos; seguid la hospitalidad. Bendecid a los que os persigan; bendecid y no maldigáis. Alegráos con los que se alegren, llorad con los que lloren. Sentid todos lo mismo; no ambicionéis cosas altas, sino acomodáos a las humildes.


La paz que en el mundo de los santos es la característica de los hijos de Dios, es la que crea de igual modo la unidad de la Iglesia ya desde este mundo, pues sólo gracias a ella forma un solo cuerpo cuyos diversos miembros mantienen su multiplicidad bajo el influjo de la cabeza y de su jefe único, y cuyas funciones tan distintas, son todas ellas dirigidas, dentro de su variedad, por el amor de Cristo-Esposo. La Epístola que se nos acaba de leer no tiene más objeto que mostrarnos sometidas al imperio de la caridad, reina de las virtudes, muchas de las aplicaciones de esa paz esencial al cristianismo, especificar detalladamente sus formas y condiciones y adaptar su práctica a todos los estados sociales y a todas las circunstancias de la vida. Es tal para nuestra Santa Madre la Iglesia, la importancia de estas consideraciones, que volverá a tomar este tema, dentro de ocho días, el Domingo tercero después de Epifanía, continuando el texto, del Apóstol en el lugar en que hoy lo deja.

Ahora bien, antes de estas sagradas bodas, lejos de la vida divina y de la paz de Dios, que ellas traen al mundo, no había en él más que división y muerte.

Cantemos en el Gradual, el prodigio obrado, y ensalcemos al Señor con los Ángeles que no cesan de admirarse.


GRADUAL

El Señor envió su Verbo y los sanó: y los libró de la muerte. — V. Alaben al Señor sus misericordias: y sus maravillas con los hijos de los hombres.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. — V. Alabad al Señor todos sus Ángeles: alabadle todos sus ejércitos. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan. (II, 1-11.)


En aquel tiempo se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús estaba allí. Y fue llamado también Jesús y sus discípulos a las bodas. Y, faltando el vino, le dijo la Madre de Jesús: No tienen vino. Y le dijo Jesús: ¿Qué nos importa a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. Dijo su Madre a los servidores: Haced cuanto Él os diga. Y había allí seis tinajas de piedra, dispuestas para el lavado de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Díjoles Jesús: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. Y díjoles Jesús: Sacad ahora y llevad al maestresala. Y llevaron. Y, cuando el maestresala saboreó el agua hecha vino, que no sabía de dónde procedía (peno sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), llamó al esposo el maestresala, y le dijo: Todo hombre pone primero el vino bueno: y cuando se han saciado, entonces presenta el peor: mas, tú has guardado el buen vino hasta ahora. Este primer milagro hizo Jesús en Caná de Galilea: y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos.


¡Oh suerte admirable la nuestra! Dios se ha dignado, como dice el Apóstol mostrar las riquezas de su gloria en vasos de misericordia (Rom. IX, 23.) Las tinajas de Caná, símbolos de nuestras almas, eran cosas inanimadas y de ningún modo merecían tal honor. Jesús manda a los criados que las llenen de agua; y el agua sirve para purificarlas; pero no cree haber concluido hasta que las ve llenas hasta arriba de aquel vino nuevo y celestial, que sólo en el reino de su Padre debía beberse. De modo semejante se nos comunica a nosotros la caridad divina, que reside en el Sacramento del amor; para no defraudar a su gloria, antes de desposarse con ellas, el divino Emmanuel eleva hasta sí nuestras almas. Dispongámonos, pues, para esta unión y según el consejo del Apóstol, hagámonos semejantes a la Virgen pura que está destinada a un Esposo inmaculado. (II, Cor. XI.)

Al Ofertorio, la Iglesia vuelve a entonar sus cánticos de alegría, dando libre curso a su santo gozo, e invitando a todas las almas fieles a celebrar con ella el misterio adorable de la unión íntima del hombre con Dios.


OFERTORIO

Tierra toda, canta jubilosa al Señor: cantad un salmo a su nombre: venid y escuchad todos los que teméis a Dios, y os contaré cuán grandes cosas ha hecho el Señor a mi alma, aleluya.


SECRETA

Santifica, Señor, estos dones ofrecidos: y purifícanos de las manchas de nuestros pecados. Por el Señor.


El milagro de la mutación del agua en vino que la Iglesia recuerda una vez más en la antífona de la Comunión, no era más que una lejana figura de la maravillosa trasformación que acaba de realizarse en el altar, un símbolo del divino Sacramento, manjar de nuestras almas, en el cual se opera de un modo inefable nuestra unión con Dios.


COMUNIÓN

Dice el Señor: Llenad de agua las tinajas, y llevad al maestresala. Cuando el maestresala saboreó el agua hecha vino, dijo al esposo: Has guardado el buen vino hasta ahora.


Este primer milagro hizo Jesús delante de sus discípulos.


POSCOMUNIÓN

Suplicámoste, Señor, se acreciente en nosotros la obra de tu poder, para que, alimentados con los divinos Sacramentos, nos preparemos, con tu favor, a, conseguir sus promesas. Por el Señor.

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