DOMINGO DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD
Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger
Sólo se dice el Oficio, si cae el 29, 30 o 31 de diciembre.
Este es el único de todos los días de la Octava de Navidad que no está ocupado con una fiesta. En las Octavas de Epifanía, Pascua y Pentecostés, la Iglesia se halla de tal manera embebida en la grandeza del misterio, que aleja de sí todo recuerdo que pudiera distraerla; en la de Navidad, por el contrario, abundan las fiestas, apareciendo el Emmanuel rodeado siempre del cortejo de sus siervos. De este modo la Iglesia, o más bien Dios mismo, primer autor del ciclo, nos ha querido mostrar cuán accesible se presenta en su Nacimiento el divino Niño, el Verbo hecho carne, a la humanidad a la que va a salvar.
MISA
Fue en medio de la noche, cuando el Señor libertó a su pueblo de la cautividad en la tierra de los Egipcios, por medio de su Ángel armado de la espada; de modo semejante, en medio del silencio de la noche, el Ángel del Gran Consejo bajó de su real trono para traer la misericordia a la tierra. Es justo que la Iglesia, al celebrar esta última venida, cante al Emmanuel, revestido de fortaleza y hermosura, el cual viene a tomar posesión de su Imperio.
INTROITO
Cuando todas las cosas dormían en profundo sueño, y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu omnipotente Verbo, Señor, vino del cielo, desde su trono real. Salmo: El Señor reinó, se vistió de hermosura: el Señor se vistió y ciñó de fortaleza. — V. Gloria al Padre.
En la Colecta, pide la Iglesia ser dirigida conforme a la excelsa regla que nos ha sido dada en nuestro divino Sol de justicia, con el fin de iluminar y conducir todos nuestros pasos por el camino de las buenas obras.
ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, dirige nuestros actos conforme a tu beneplácito: para que, en nombre de tu amado Hijo, merezcamos abundar en buenas obras. El cual vive y reina contigo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Gálatas. (IV, 1-7.)
Hermanos: Mientras el heredero es niño, en nada difiere del siervo, aunque es el señor de todo, sino que está bajo tutores y celadores, hasta el tiempo señalado por el Padre. Así también nosotros cuando éramos niños, servíamos bajo los rudimentos del mundo. Mas, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, hecho de mujer, sujeto a la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Mas, porque sois hijos, envió Dios el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, el cual clama: ¡Abba, Padre! Ya no hay, pues, siervo sino hijo; y, si hijo, también heredero por Dios.
El Niño, nacido de María, recostado en el pesebre de Belén, eleva su débil voz hacia el Padre de los siglos, y le llama: ¡Padre mío! Se vuelve a nosotros y nos dice: ¡Hermanos míos! Por consiguiente, también nosotros podemos decir Padre nuestro, al dirigirnos a su eterno Padre. Este es el misterio de la adopción divina que se nos revela estos días. Todo ha cambiado en el cielo y en la tierra: Dios no tiene solamente un Hijo, sino muchos; en adelante, no somos en su presencia simples criaturas sacadas de la nada, sino hijos de su amor. El cielo no es sólo el trono de su gloria; sino también herencia nuestra; tenemos allí nuestra parte asegurada junto a la de Jesús, nuestro hermano, hijo de María, hijo de Eva, hijo de Adán por su naturaleza humana, como es al mismo tiempo en unidad de persona, Hijo de Dios por su naturaleza divina, Pensemos sucesivamente en el bendito Niño que nos ha merecido todos estos bienes, y la herencia a que nos ha dado derecho. Maravíllese nuestro espíritu de tan alta distinción concedida a simples criaturas, y demos gracias a Dios por tan incomprensible beneficio.
GRADUAL
Eres el más hermoso de los hijos de los hombres: la gracia está pintada en tus labios. — V. Mi corazón rebosa palabras buenas, dedico mis obras al Rey: mi lengua es como la pluma de un escribiente veloz.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. — V. El Señor reinó, se vistió de hermosura: el Señor se vistió de fortaleza y se ciñó de poder. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas. (II, 33-40.)
En aquel tiempo, José y María, la Madre de Jesús, estaban admirados de las cosas que se decían de Él. Y les bendijo Simeón, y dijo a su Madre María. He aquí que éste ha sido puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para señal a la que se contradecirá; y una espada traspasará tu misma alma, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. Y estaba (allí) Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, la cual era de edad avanzada, y había vivido siete años con su marido desde su virginidad. Y era ya viuda de ochenta y cuatro años, y no se apartaba del templo, sirviendo en él día y noche con ayunos y oraciones. También ella, llegando a la misma hora, alababa al Señor, y hablaba de Él a todos los que esperaban la redención de Israel. Y, cuando cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el Niño crecía, y se fortalecía, lleno de sabiduría: y la gracia de Dios estaba con él.
El curso de los relatos evangélicos obliga a la Iglesia a presentarnos ya al divino Niño en brazos de Simeón, quien profetiza a María la suerte futura del hijo que ha dado al mundo. Aquel corazón de madre, completamente sumergido en las alegrías de tan maravilloso nacimiento, siente ya la espada que la anuncia el anciano del templo. El hijo de sus entrañas habrá de ser, por tanto, una señal de contradicción en la tierra; el misterio de la adopción divina del género humano no podrá realizarse sino por medio del sacrificio de este Niño cuando llegue a hombre. Mas, nosotros, redimidos por su sangre, no debemos precipitar demasiado los acontecimientos. Tiempo tendremos de contemplar al Emmanuel en medio de los trabajos y sinsabores; hoy se nos permite todavía no ver en Él más que al Niño que nos ha nacido y alegrarnos con su venida. Oigamos a Ana que nos habla de la redención de Israel. Consideremos la tierra, regenerada con el nacimiento de su Salvador; admiremos y estudiemos con humilde amor, a Jesús, lleno de sabiduría y de gracia y que acaba de nacer ante nosotros.
Durante el Ofertorio, la Iglesia canta la maravillosa renovación operada en este mundo, al que ha librado de la ruina; celebra al Dios poderoso que ha bajado al establo, sin que por eso deje su trono eterno.
OFERTORIO
Dios afirmó el orbe de la tierra, que no se conmoverá: tu asiento, oh Dios, está seguro, desde entonces; tú existes eternamente.
SECRETA
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que el don ofrecido ante los ojos de tu majestad, nos obtenga la gracia de una piadosa devoción, y nos adquiera la posesión de una eternidad dichosa. Por el Señor.
Durante la distribución del sagrado manjar, a los fieles, la Iglesia canta las palabras del Ángel a José. Les entrega ese Niño, para que le lleven en sus corazones, y les recomienda que le protejan contra las emboscadas que le tienden sus enemigos. Cuide, pues, el cristiano de que no se lo arrebaten; aniquile, con su vigilancia y buenas obras, al pecado que podría hacer morir a Jesús en su alma. Por eso, en la Oración siguiente, pide la Iglesia la destrucción de nuestros vicios y la realización de nuestros virtuosos deseos.
COMUNIÓN
Toma al Niño y a su Madre, y vete a la tierra de Israel: porque ya han muerto los que buscaban la vida del Niño.
POSCOMUNIÓN
Haz, Señor, que, por la virtud de este Misterio, sean purificados nuestros pecados y se realicen nuestros justos anhelos. Por el Señor.
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