Día 3 de diciembre, domingo I de Adviento.
Doble de I clase - Orn. Morados
La idea dominante de la liturgia de hoy es la venida de Cristo como Juez al fin del mundo. El sentimiento dominante es de temor del Juez, y por lo tanto es también la petición confiada a Jesús que viene a salvarnos.
La Epístola nos exhorta a revestirnos de Cristo y a abandonar las obras de las tinieblas que son los pecados, para disponer el alma a recibir al Salvador.
Solo las almas puras, los limpios de corazón, verán a Dios; únicamente ellas pueden recibir a Jesucristo de modo que sea para ellas el Salvador.
El
Tiempo de Adviento
Con el tiempo litúrgico de Adviento da comienzo el año eclesiástico. Toda la Liturgia de estas cuatro semanas está como clamando por la llegada del Redentor prometido. Y este deseo, este suspirar de la humanidad caída por el Mesías que la había de reconciliar con Dios, quiere la Iglesia infundirnos en el alma para inflamarla en el deseo de la doble venida de Jesús, venida de gracia y venida de gloria, y para disponerla a recibirle dignamente.
En realidad, Jesús es la luz del mundo, el cual sumido en tinieblas deseaba ver la luz increada de Dios; luz que iluminara las inteligencias, luz que purificara las almas, luz que hiciera arder en los corazones los destellos de la caridad.
La humanidad cargada con el peso de la culpa esperaba con ansias al Libertador; hundida por el pecado en la abyección, ansiaba por el Redentor y por el Santificador, que, al unirse hipostáticamente con ella, la elevará hasta el trono de Dios.
Al recorrer las Misas y los Oficios de Adviento, el alma se siente impresionada por ese continuo clamar por el Mesías: “Ven, Señor, y no tardes.” “Venid y adoremos al Rey que va a venir.” “Manifiesta, Señor, tu poder y ven.” “¡Oh Sabiduría! Ven a enseñarnos el camino de la prudencia.” “Oh Dios, guía de la casa de Israel, ven a rescatarnos.” “Oh Vástago de Jesé, ven a redimirnos y no tardes.” “Oh llave de David y cetro de la casa de Israel, ven y saca a tu cautivo sumido en tinieblas y sombras de muerte.” “Oh Oriente, resplandor de la Luz Eterna, ven y alúmbranos…” “Oh Rey de las Naciones y su deseado, ven a salvar al hombre que formaste del barro.”
Y ésta venida misericordiosa de Jesús al revestirse de nuestra carne y darnos el alimento de su doctrina y de su propio Cuerpo, se complementará con la otra venida, al fin del mundo, en la cual aparecerá rodeado de gloria y majestad como Juez supremo, para decir a los unos: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os tengo preparado desde el principio del mundo” y conminar a los otros, por sus maldades, diciéndoles: “Id malditos al fuego eterno.”
De estos dos advenimientos, venida de gracia y venida de gloria, habla indistintamente la liturgia del Adviento.
Preparemos, pues, y dispongamos nuestra alma para recibir a Jesús espiritual y sacramentalmente, con el amor, la oración, el sacrificio y la penitencia, trayendo a la memoria esta venida histórica y futura de nuestro Salvador, desterrando de nuestros hábitos y costumbres todo aquello que nos aleja de Dios, procurando no estorbar la acción del Espíritu Santo en nosotros.
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