viernes, 24 de noviembre de 2023

Boletín Dominical 26 de noviembre



Día 26 de noviembre, domingo XXVI Y último después de Pentecostés

Doble-Orn. Verdes. Conm. de San Silvestre, Abad.

Habiéndosele preguntado a Jesús cuando sería la ruina de Jerusalén y vendría el fin del mundo, contesta señalando las terribles calamidades que precederían a aquellas dos manifestaciones de la justicia de Dios. 

La destrucción de Jerusalén se cumplió a los pocos años de la Ascensión, por los ejércitos de Tito, y es una de las catástrofes más espantosas de la historia. 

Al fin del mundo, en medio del trastorno universal de cielos y tierra aparecerá la señal de la Cruz y quedará aterrorizados todos los pueblos de la tierra, que verán venir a Jesucristo rodeado de gran poder y majestad, entonces saldrán a esperarle los elegidos con las ansias que el águila muestra cuando cae sobre su presa. La presencia de Cristo será terrible para los hombres que no quisieron reconocerle y servirle como a su Dios y Señor, terrible para los pecadores. En cambio, para los justos será amable y apacible.

“Libera me, Domine, de morte æterna, in die illa tremenda, quando cœli movendi sunt et terra. Dum  veneris judicare sæculum per ignem.”

La Iglesia pone fin al año eclesiástico, que termina el sábado de la presente semana, con éste pensamiento de la última venida de Nuestro Señor Jesucristo.




(Sigue)
Al fin de todo Vendrá Jesús, pero no humilde y manso como la vez primera y en un rinconcillo del mundo; antes vendrá “con poderío y majestad”, y el Hijo del Hombre aparecerá con la rapidez de un relámpago y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos y al mundo por el fuego. No hay pensamiento tan poderoso como éste para apartarnos del pecado. Claro lo dice S. Basilio en la homilía de hoy. “Cuando el deseo de pecar te ande salteando, quisiera que te acordases del tremendo y terrible tribunal de Cristo…ante el cual uno a uno iremos dando cuenta de nuestra vida. Inmediatamente, los que hubieren perpetrado muchos males durante su vida se verán rodeados de ángeles terribles y feísimos que los precipitaran en el abismo sin fondo, en donde arde envuelto en espesas tinieblas un fuego sin llamas y gusanos venenosos devoran sin cesar sus carnes, causándoles con sus mordeduras inaguantables dolores; y por fin, el oprobio y eterna confusión, que es el peor de todos los suplicios. Temed estas cosas y traspasados de este temor, servíos de la memoria como de freno contra la concupiscencia y el pecado”.





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