Día 26 de noviembre, domingo XXVI Y último después de Pentecostés
Doble-Orn. Verdes. Conm. de San Silvestre, Abad.
Habiéndosele preguntado a Jesús cuando sería la ruina de Jerusalén y vendría el fin del mundo, contesta señalando las terribles calamidades que precederían a aquellas dos manifestaciones de la justicia de Dios.
La destrucción de Jerusalén se cumplió a los pocos años de la Ascensión, por los ejércitos de Tito, y es una de las catástrofes más espantosas de la historia.
Al fin del mundo, en medio del trastorno universal de cielos y tierra aparecerá la señal de la Cruz y quedará aterrorizados todos los pueblos de la tierra, que verán venir a Jesucristo rodeado de gran poder y majestad, entonces saldrán a esperarle los elegidos con las ansias que el águila muestra cuando cae sobre su presa. La presencia de Cristo será terrible para los hombres que no quisieron reconocerle y servirle como a su Dios y Señor, terrible para los pecadores. En cambio, para los justos será amable y apacible.
“Libera me, Domine, de morte æterna, in die illa tremenda, quando cœli movendi sunt et terra. Dum veneris judicare sæculum per ignem.”
La Iglesia pone fin al año eclesiástico, que termina el sábado de la presente semana, con éste pensamiento de la última venida de Nuestro Señor Jesucristo.
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