Solamente el Evangelio, creído y puesto por obra, puede realizar en la tierra la unidad del espíritu con el vínculo de la paz entre todos los pueblos y naciones.
Al fariseo que con refinada malicia pregunta a Jesús cual es el mayor mandamiento, para ver si obtiene una respuesta que dé fundamento para acusarle ante el Sanedrín, le contesta categóricamente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El amor es una pasión muy noble que nos lleva a la unión más perfecta de voluntades, afectos y pensamientos con la persona amada. Y será tanto más noble y santo cuanto lo sea su objeto. Si pues el objeto es Dios, y el prójimo por amor de Dios, ya se ve cuan santo, noble y fecundo es el amor de Dios. Él ha inspirado tantos heroísmos en las almas.
Por lo tanto, el amor a Dios, si es verdadero y puro, debe llenar e informar toda nuestra vida, todas nuestras obras, afectos y pensamientos, de modo que sean dignos de Dios: “Con todo tu corazón, con toda tu alma…”
Toda la intimidad y delicadeza de nuestro corazón, toda la ternura de nuestra alma, toda elevación de nuestro pensamiento, todo el empuje de nuestras fuerzas, todo cuanto valemos, hemos de emplearlo en el amor de Dios.
El gran penitente y doctor Máximo de la Iglesia latina San Jerónimo era natural de Estridón, en Dalmacia. Hombre aficionado al estudio y a la investigación desde su juventud, juntó a su gran piedad una erudición vastísima y una exquisita formación literaria, filosófica y teológica. En sus ansias de saber fue a las Galias, vivió en Roma, marchó a Constantinopla a estudiar con San Gregorio Nacianceno, fue a Antioquia, y se aposentó en Belén. Fue un polemista formidable, defendiendo con su acerada pluma la fe contra todas las herejías que aparecieron en su tiempo. El dominio que adquirió en las lenguas latina, griega, hebrea y caldea le facilitó el estudio y conocimiento de las Sagradas Escrituras, y a pedido del Papa San Dámaso, que le apreciaba mucho, vertió directamente del hebreo y del griego al latín la Sagrada Biblia, llamada Vulgata. Murió santamente en Belén, junto a la cuna del Señor, el año 420, este gigante del espirito, cuya obra de ciclópea grandeza admirará a todas las generaciones. Su cuerpo fue trasladado a Roma y descansa en la Iglesia de Santa María la Mayor, junto al Santo Pesebre.
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