sábado, 30 de septiembre de 2023

Dom Gueranger: Domingo XVIII después de Pentecostés



DOMINGO XVIII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


Es muy oportuna esta Misa en torno de las Témporas, que son tiempos de perdón, por serlo de oración y penitencia, por los cuales Dios se deja doblegar y vencer por los hombres. De ese perdón y de esa paz se goza en la Santa Iglesia.

El paralítico que lleva su cama es el tema del Evangelio del día y da el nombre a este Domingo. Se ha podido advertir que el lugar de este Domingo viene en el Misal a continuación de las Cuatro Témporas de otoño. No vamos a discutir con los liturgistas de la edad media si hay que considerarle como ocupando el lugar del Domingo vacante que antiguamente seguía siempre a la ordenación de los ministros sagrados, según en otra parte dijimos[1]. Manuscritos antiquísimos, Sacramentarlos y Leccionarios, le llaman con este nombre empleando la fórmula harto sabida: Dominica vacat[2].

Es también cosa digna de hacerse notar que la Misa de este día es la única en la que se ha invertido el orden de las lecturas sacadas de San Pablo y que forman las Epístolas desde el sexto Domingo después de Pentecostés: la carta a los Efesios, ya empezada y que se continuará, se interrumpe hoy para dar lugar al pasaje de la primera Epístola a los Corintios, en el que da gracias el Apóstol por la abundancia de los dones gratuitos otorgados a la Iglesia en Jesucristo. Pues bien, los poderes que la imposición de las manos ha conferido a los ministros de la Iglesia, son el don más maravilloso que conocen el cielo y la tierra, y, además, las diversas partes de esta Misa se refieren muy bien, como se verá, a las prerrogativas del nuevo sacerdocio.

La liturgia del presente Domingo ofrece, pues, especial interés si viene a continuación de las Cuatro Témporas de septiembre. Pero no es ordinario, al menos por ahora, que esto suceda, y así no queremos detenernos ya más en estas consideraciones para no meternos demasiado en el campo de la arqueología y sobrepasar los límites fijados.


MISA

Desde Pentecostés el Introito de las Misas dominicales se ha tomado siempre de los salmos. Recorriendo el Salterio desde el salmo doce hasta el ciento dieciocho, la Iglesia, sin cambiar el orden de estos cantos sagrados, pudo escoger en ellos la expresión más conveniente a los sentimientos que deseaba formular en su Liturgia. En adelante las antífonas del Introito se tomarán de los diversos libros del Antiguo Testamento, salvo una vez en que se empleará nuevamente el libro por excelencia de la alabanza divina. Hoy, Jesús, hijo de Sirac, el autor inspirado del Eclesiástico, pide a Dios que justifique la fidelidad de los profetas del Señor[3] mediante el cumplimiento de lo que anunciaron. Los intérpretes de los oráculos divinos son ahora los pastores de las almas, a quienes la Iglesia envía a predicar en su nombre la palabra de salvación y de paz; pidamos, nosotros también, que la palabra no sea vana jamás en su boca.


INTROITO

Da paz, Señor, a los que esperan en ti, para que sean hallados veraces tus profetas: escucha la plegaria de tu siervo y tu pueblo Israel. — Salmo: Me alegré de lo que se me dijo: Iremos a la casa del Señor, y. Gloria al Padre.


El medio más seguro de obtener la gracia es siempre la humilde confesión de nuestra impotencia para agradar al Señor por nosotros mismos. La Iglesia continúa dándonos en sus colectas fórmulas admirables.


COLECTA

Suplicámoste, Señor, hagas que la obra de tu misericordia dirija nuestros corazones: porque sin ti no podemos agradarte. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Corintios. (I Cor., I, 4-8).


Hermanos: Doy siempre gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús: porque habéis sido enriquecidos en El en todo, en toda palabra, y en toda ciencia, siendo así confirmado en vosotros el testimonio de Cristo: de modo que ya no os falta nada en ninguna gracia, mientras esperáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo, el cual os confirmará también hasta el fin, para que estéis sin mancha el día de la venida de Nuestro Señor Jesucristo.


SENTIMIENTOS DE LA IGLESIA

La última venida del Hijo de Dios ya no está lejos. La inminencia del desenlace que tiene que dar la plena posesión del Esposo a la Iglesia, duplica sus esperanzas; pero el juicio final que consumará al mismo tiempo la reprobación de gran número de hijos suyos, junta en ella el temor al deseo, y estos dos sentimientos irán dominando cada vez más en la Santa Liturgia.

La esperanza nunca ha dejado de ser como algo esencial en la existencia de la Iglesia. Privada de contemplar la divina belleza del Esposo, no habría hecho otra cosa desde que éste nació, más que suspirar en el valle del destierro si el amor que arde en ella, no la hubiese obligado a gastarse, sin mirarse a sí misma, por Aquel hacia el cual se iba todo su corazón. Se entregó, pues, sin medida al trabajo, al sufrimiento, a la oración y a las lágrimas. Pero su abnegación, por generosa que sea, no ha hecho que se olvide del objeto de sus esperanzas. Un amor sin deseos no es virtud para la Iglesia; lo condena en sus hijos como una injuria al Esposo. Sus aspiraciones desde el principio eran tan legítimas y a la vez tan vehementes, que la eterna Sabiduría quiso mirar por la Esposa, ocultándola la duración del destierro. El único punto sobre el cual Jesús se negó a informar a su Iglesia cuando los Apóstoles se lo preguntaron[4], fue la hora de su venida. Semejante secreto entraba en los planes generales del gobierno divino sobre el mundo; pero, de parte del Hombre-Dios, era también compasión y cariño: la prueba habría sido demasiado cruel; y era mejor dejar a la Iglesia con la idea, verdadera también, de la proximidad del fin, pues ante Dios mil años son como un día[5].


ESPERAR AL QUE VIENE

Esto nos explica la complacencia con que los Apóstoles, intérpretes de las aspiraciones de la Santa Madre Iglesia, insisten continuamente en sus palabras sobre la afirmación de la venida próxima del Señor. El cristiano espera la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo el día que venga, nos acaba de decir San Pablo por dos veces en una misma frase. Aplicando a la segunda venida los suspiros inflamados de los profetas que anhelaban la primera[6], dice en su carta a los Hebreos: Un poco todavía, poquísimo tiempo, y el que tiene que venir, vendrá y no tardará[7]. Y, en efecto, así mismo en la nueva como en la antigua alianza, el Hombre-Dios se llama, por razón de su manifestación final esperada, el que viene, el que tiene que venir[8]. El grito que pondrá fin a la historia del mundo será el anuncio de su llegada: ¡He aquí que viene el Esposo[9]! "Ciñendo, pues, espiritualmente vuestros riñones, dice San Pedro, pensad en la gloria del día en que se revelará el Señor; esperadle, aguardadle con santa esperanza"[10].


EL MILAGRO

Porque ha de ser grande el peligro en los últimos días, en que las virtudes de los cielos se tambalearán[11], el Señor, como dice la Epístola, se ha cuidado de confirmar en nosotros su testimonio, de fortalecer nuestra fe por las múltiples manifestaciones de su poder. Y, como para cumplir esta otra palabra de la misma Epístola, que confirmará de ese modo hasta el fin a los que creen en El, sus prodigios se duplican en nuestros tiempos precursores del fin. El milagro se da, por cierto, en todas partes y a la faz del mundo; las mil voces de la publicidad moderna llevan sus ecos hasta las extremidades de la tierra. En el nombre de Jesús, en el nombre de los santos, sobre todo en el nombre de su Madre Inmaculada, que prepara el último triunfo de la Iglesia, los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los males del cuerpo y del alma pierden repentinamente su imperio. La manifestación del poder sobrenatural se ha hecho tan intensa, que hasta los servicios públicos, hostiles o no, tienen que tenerlo presente; hasta el trazado de los ferrocarriles se sujeta a la necesidad de llevar a los pueblos a los lugares benditos en que se ha manifestado María. En vano dice el impío en su corazón: ¡No hay Dios[12]! Si no comprende el testimonio divino, es que la corrupción o el orgullo prevalece en él sobre la inteligencia.


ACCIÓN DE GRACIAS

Debemos tener empeño en dar gracias a Dios por la misericordiosa liberalidad de que ha dado pruebas para con nosotros. Sus dones gratuitos jamás fueron más necesarios que en nuestros calamitosos tiempos. Ya no se trata ciertamente de promulgar entre nosotros el Evangelio; pero los esfuerzos del infierno contra él han llegado a ser tales, que, para defenderlo, es necesaria una profusión de la virtud de lo alto, parecida de algún modo a aquella otra descrita en la historia de los orígenes de la Iglesia. Pidamos al Señor que nos depare hombres poderosos en palabras y obras. Tratemos de alcanzar que la imposición de las manos produzca hoy más que nunca en los elegidos para el sacerdocio todo el fruto apetecido; que esa imposición los enriquezca en todo y de un modo especial en la palabra y en la ciencia. Hoy, cuando todo parece venir a menos, se vea siquiera brillar viva y pura la luz de la salvación merced a los cuidados que los pastores prodiguen al rebaño de Cristo. No consigan las vilezas ni transacciones de las generaciones de decadencia, no consigan jamás ver que disminuyen en número o en santidad estos nuevos Cristos, o que en sus manos se acorta la medida del hombre perfecto[13], que les confiaron para aplicarla hasta el fin a todo cristiano celoso de vivir según el Evangelio. Resuene su voz por doquier tan viril y vibrante como conviene a los que son eco del Verbo, y, no haciendo caso de inútiles amenazas, domine siempre el tumulto de las pasiones desenfrenadas.

La Iglesia vuelve a repetir en el Gradual el versículo del Introito para celebrar nuevamente la alegría del pueblo cristiano al saber que está próxima su entrada en la casa del Señor. Esta casa es el cielo, en donde entraremos el último día en pos de Jesús triunfador; también lo es el templo en que se ofrece el Sacrificio aquí abajo, y en el cual nos introducen los representantes del Hombre-Dios, depositarios de su sacerdocio.


GRADUAL

Me he alegrado de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. V. Haya paz dentro de tus muros: y abundancia sobre tus torres.

Aleluya, aleluya. J. Temerán las gentes tu nombre, Señor: y todos los reyes de la tierra tu gloria. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt., IX, 1-8).


En aquel tiempo, habiendo subido Jesús a una barca, pasó el mar y fue a su ciudad. Y he aquí que le presentaron un paralítico postrado en el lecho. Y, viendo Jesús su fe, dijo al paralítico: Confía, hijo, te son perdonados tus pecados. Y he aquí que algunos de los escribas dijeron entre sí: ¡Este blasfema! Y, habiendo visto Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Te son perdonados tus pecados; o decir: Levántate y anda? Pues, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra potestad de perdonar los pecados, dijo entonces al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa. Y se levantó y se fue a su casa. Y, al ver esto las turbas, temieron y glorificaron a Dios, que dio tal potestad a los hombres.


DEBERES DE LOS PASTORES

En el siglo XII se leía hoy como Evangelio, en muchas Iglesias de Occidente, el pasaje del libro sagrado que trata de los Escribas y Fariseos que se sentaron en la cátedra de Moisés[14].

El Abad Ruperto, que nos da a conocer esta particularidad en su libro De los Divinos Oficios, hace ver con acierto la relación que hay entre dicho Evangelio y la antífona del Ofertorio que todavía se dice hoy, en la cual también se habla de Moisés. "El Oficio de este Domingo, dice, muestra con elocuencia al que preside en la casa del Señor y recibió la cura de almas, cómo debe portarse en el alto puesto en que la vocación divina le ha colocado. No se parezca a aquellos hombres que se sentaron indignamente en la cátedra de Moisés; al contrario, aseméjese a Moisés, el cual presenta en el Ofertorio y sus versículos un modelo acabado a los jefes de la Iglesia. Los pastores de almas no deben ignorar, en efecto, por qué razón ocupan un lugar más elevado: a saber, no tanto para gobernar como para servir"[15]. El Hombre-Dios decía de los Doctores judíos: Haced lo que os dicen; lo que ellos hacen, guardaos bien de hacerlo; porque dicen bien lo que hay que hacer, pero no hacen nada de lo que dicen. A la inversa de estos indignos depositarios de la ley, los que se sientan en la cátedra de la doctrina "deben enseñar y obrar conforme a sus enseñanzas, dice Ruperto; o mejor, hagan primero lo que deben hacer, para poder luego enseñar con autoridad; no busquen los honores y los títulos, sino miren tan sólo a este único fin: a cargar sobre sí los pecados del pueblo y apartar la cólera de Dios de los encomendados a su solicitud pastoral, como hizo Moisés según se nos dice en el Ofertorio"[16].


PODERES DE LOS PASTORES

El Evangelio de los Escribas y Fariseos sentados en la cátedra de Moisés se reservó más tarde para el Martes de la segunda semana de Cuaresma. Pero el que hoy se lee en todas partes, no distrae nuestro pensamiento de la consideración de los excelsos poderes del sacerdocio, que son un bien común de todo el linaje humano, redimido por Jesucristo. Antiguamente los fieles fijaban en este día su atención en el derecho de enseñar otorgado a los pastores; hoy meditan en la prerrogativa que estos mismos hombres tienen de perdonar los pecados y curar las almas. Así como una conducta que estuviese en contradicción con lo que enseñan, no disminuiría en nada la autoridad de la cátedra sagrada, desde la cual dispensan a la Iglesia y en su nombre a sus hijos el pan de la doctrina, del mismo modo, la indignidad de su alma sacerdotal no mermaría tampoco en sus manos lo más mínimo el poder de las augustas llaves que abren el cielo y cierran el infierno. Y es natural que así suceda, ya que es el Hijo del hombre, Jesucristo, quien por su medio libra de sus culpas a los hombres, hermanos y criaturas suyas, el cual, cargándose con las miserias humanas, nos mereció a todos con su sangre el perdón de los pecados[17].


EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Siempre ha sentido la Iglesia placer en recordar este episodio de la curación del paralítico, el cual ofreció a Jesús ocasión de afirmar su poder de perdonar los pecados como Hijo del hombre. Efectivamente, desde los principios del cristianismo negaron los herejes a la Iglesia el poder, que había recibido de su divino Jefe, de perdonar los pecados en nombre de Dios; esto equivalía a condenar a muerte eterna a un número incalculable de cristianos, que, caídos desgraciadamente en pecado después de su bautismo, sólo pueden ser rehabilitados por el Sacramento de la Penitencia. Mas, ¿qué tesoro puede defender una madre con mayor empeño que aquel que lleva prendido el remedio para la vida de sus hijos? La Iglesia, pues, tuvo que anatematizar y expulsar de su seno a estos fariseos de la nueva ley, que, como sus padres del judaísmo, desconocían la misericordia infinita y la amplitud del gran misterio de la Redención. Como Jesús en presencia de sus contradictores los escribas, así también la Iglesia, en prueba de sus afirmaciones, había obrado un milagro visible en presencia de los sectarios, pero no fue más afortunada que el Hombre-Dios para llegar a convencerlos de la realidad del milagro de gracia que sus palabras de remisión y de perdón obraban de modo invisible. La curación externa del paralítico fue a la vez imagen y señal de la curación de su alma reducida antes a la miseria; pero representaba también a otro enfermo: el género humano que yacía inmóvil desde siglos en su pecado. Ya había abandonado este suelo el Hombre-Dios al obrar la fe de los Apóstoles este primer prodigio de llevar a los pies de la Iglesia al mundo envejecido en su enfermedad.

La Iglesia entonces, al ver al género humano dócil al impulso de los mensajeros del cielo y teniendo ya parte en su fe, halló para El en su corazón de madre la palabra del Esposo: Hijo, ten confianza, tus pecados están perdonados. Al instante y de modo visible el mundo se levantó de su lecho ignominioso, causando admiración a la filosofía escéptica y confundiendo el furor del infierno; para demostrar bien que había recobrado sus fuerzas, se le vio cargar sobre sus espaldas, por medio de la penitencia y del dominio de las pasiones, la cama de sus desfallecimientos y de su enfermedad, en la que tanto tiempo le habían retenido el orgullo, la carne y la avaricia. Desde entonces, fiel a la palabra del Señor que le ha repetido la Iglesia, va andando hacia su casa, el paraíso, donde le esperan las alegrías fecundas de la eternidad.

Y la multitud de las turbas angélicas, al velen la tierra semejante espectáculo de renovación y de santidad[18], se llena de admiración y glorifica a Dios, que tal poder ha dado a los hombres.


MOISÉS, MODELO DE SACERDOTES

El Ofertorio recuerda el altar figurativo que Moisés erigió para recibir las oblaciones de la ley de esperanza, que anunciaban el gran sacrificio en este momento presente a nuestros ojos. A continuación de la antífona ponemos los versículos que estuvieron en uso antiguamente. Moisés se muestra aquí en verdad como el tipo de los profetas fieles que saludábamos en el Introito, como el modelo de los verdaderos jefes del pueble de Dios, que se dan de lleno a conseguir para sus gobernados la misericordia y la paz. Dios lucha con ellos y se deja vencer; a cambio de su fidelidad los admite a las manifestaciones más íntimas de su luz y de su amor. El primer versículo nos muestra al sacerdote en su vida pública de intercesión y de sacrificio en favor de los demás; el segundo nos revela su vida privada que se alimenta de la contemplación. No debemos extrañar la extensión de estos versículos; su ejecución por el coro de los cantores excedería hoy con mucho el tiempo que dura la ofrenda de la hostia y del cáliz, pero hay que tener cuenta con que antiguamente participaba toda la asamblea en la oblación del pan y del vino necesarios al sacrificio. Igualmente, las pocas líneas a que hoy se reduce la Comunión, en los antifonarios antiguos eran la antífona de un Salmo señalado para cada día; de ese salmo se tomaba la antífona a no ser que se tomase de otro libro de la Escritura, en cuyo caso ya no se volvía al salmo del Introito; se cantaba el salmo, repitiendo la antífona después de cada versículo, mientras duraba la participación común en el banquete sagrado.


OFERTORIO

Consagró Moisés el altar al Señor, ofreciendo sobre él holocaustos, e inmolando víctimas: ofreció el sacrificio vespertino, en olor de suavidad, al Señor Dios, ante los hijos de Israel.

V/. I. El Señor habló a Moisés diciéndole: Sube a estar conmigo en el monte Sinaí, y estarás de pie en su cima. Levantándose Moisés, subió al monte donde Dios le había citado; y el Señor descendió a él en una nube y estuvo en su presencia. Moisés, al verle, se postró y le adoró diciendo: Señor, te lo suplico, perdona los pecados de tu pueblo. Y el Señor le respondió: Lo haré según tus deseos.

Entonces Moisés ofreció el sacrificio vespertino,

V/. II. Moisés oró al Señor y dijo: Si he hallado gracia ante ti, muéstrate a mí al descubierto, para que pueda contemplarte. Y el Señor le habló en estos términos: Ningún hombre que me vea, podrá vivir; pero estate en lo más alto del peñasco: mi mano diestra te cubrirá cuando pasare; y cuando hubiere pasado, retiraré mi mano y entonces verás mi gloria, aunque mi cara no se te mostrará; porque soy el Dios que obra en la tierra cosas maravillosas.

Entonces Moisés ofreció él sacrificio vespertino.


La sublime elocuencia de la Secreta excede a todo comentario. Penetrémonos de la grandeza de las enseñanzas tan admirablemente resumidas en tan pocas palabras; comprendamos que nuestra vida y nuestras costumbres deben ser algo divino si han de responder a los misterios que se han revelado a nuestra inteligencia y se incorporan a nosotros en el comercio augusto del Sacrificio.


SECRETA

Oh Dios, que, por medio del venerando comercio de este Sacrificio, nos haces partícipes de la única y suma Divinidad: haz, te suplicamos, que, así como conocemos tu verdad, así la vivamos con dignas costumbres. Por Nuestro Señor Jesucristo.


La antífona de la Comunión se dirige a los sacerdotes y a la vez a todos nosotros; pues, si el sacerdote ofrece la víctima santa entre todas, no debemos presentarnos nosotros con él en los atrios del Señor sin llevar para juntarla a la hostia divina esta otra víctima que somos nosotros mismos; así cumpliremos la palabra del Señor: No os presentaréis ante mi con las manos vacías[19].


COMUNIÓN

Tomad hostias, y entrad en sus atrios: adorad al Señor en su santa casa. » Al dar gracias en la Poscomunión por el don inestimable de los Misterios, pidamos al Señor nos haga cada vez más dignos.


POSCOMUNIÓN

Dámoste gracias, Señor, vigorizados con este don sagrado, y suplicamos a tu misericordia nos haga dignos de seguir participando de él. Por Nuestro Señor Jesucristo.

viernes, 29 de septiembre de 2023

Boletín dominical 1 de octubre



Día 1 de octubre, domingo XVIII de Pentecostés.

Doble- Orn. Verdes. San Remigio, Obispo y Confesor. 

Quiere Jesús hacer comprender a los judíos que no solamente es un profeta o un envido de Dios, sino que es, Él mismo, Dios. Por eso primeramente perdona al paralítico, de que nos habla el Evangelio, sus pecados, cosa que, por ser ofensa de Dios, sólo Él podía perdonar. Y tan bien entendieron los judíos que se hacía Dios que se escandalizaron y dijeron: “Este blasfema”. Y entonces Jesús apela al milagro como demostración y testimonio de su poder para perdonar los pecados.

Demos gracias a Jesús, de quien, por boca de sus sacerdotes, oímos también nosotros la sentencia de nuestro perdón: “Confía hijo; tus pecados te son perdonados”. Y, en efecto, por esa palabra quedamos libres de su peso, y curados además de nuestra parálisis espiritual.

Dice el Evangelista que el paralítico se volvió a su casa glorificando a Dios. Los testigos decían: “Jamás hemos visto maravilla semejante”. Y era verdad, pues tampoco habían visto jamás otro hombre semejante a Jesús.





Día 7 de octubre, Nuestra Señora del Rosario

El 7 de Octubre de 1571, España, con la ayuda del Papa y de Venecia, derrotaba en Lepanto el poderío de los turcos, que orgullosos con las grandes conquistas que hacían cada día sobre los cristianos, prometían apoderarse de toda Europa y enarbolar su media luna sobre la Cúpula de San Pedro. Mandaba la escuadra cristiana un virtuosísimo joven de 21 años, don Juan de Austria, hermano de Felipe II. Para todo el mundo cristiano fue de gran importancia esta victoria, por eso el Papa San Pio V instituyó este día la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria reconociendo deber a la Virgen este favor, y más tarde Gregorio XIII puso en este día la fiesta del Santísimo Rosario, en lugar de la anterior, por creer ser aquella victoria un favor debido a la recitación del Santo Rosario, devoción esta la más popular  y agradable a la Madre de Dios, pues le recuerda la embajada del Ángel anunciándole tal dignidad, y que desea recen todos cada día y a ser posible, en familia, donde están reproducidos los sucesos gozosos, dolorosos y gloriosos de Jesús y María que se han venido sucediendo en todo el año. Esta gran fiesta mariana fue elevada de rito por Su Santidad León XIII, el Pontífice del Santo Rosario, y él mismo la dotó de la actual Misa y Oficio. 





domingo, 24 de septiembre de 2023

Sermón Domingo XVII después de Pentecostés

Sermón

S.E.R. Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold


Lección

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.  

Eph. IV.1-6


Evangelio

En aquel tiempo: Se acercaron a Jesús los fariseos y uno de ellos, Doctor de la Ley, le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas. Estando aún reunidos los fariseos, Jesús les propuso esta cuestión: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?” Dijéronle “de David”. Replicó Él “¡Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice: “El Señor dijo a mi Señor: Sientate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”? Si David lo llama “Señor” ¿cómo es su hijo? Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones.

Mateo XXII, 34-46

sábado, 23 de septiembre de 2023

Dom Gueranger: Domingo XVII después de Pentecostés




DOMINGO XVII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


La liturgia nos recuerda esta semana el gran mandamiento de la caridad para con Dios y para con nuestro prójimo. "El precepto es doble", declara San Agustín, "pero la caridad es una".


MISA

Las decisiones de Dios son siempre justas, ya confunda en su justicia a los orgullosos, ya en su misericordia ensalce a los humildes. Vimos hace ocho días a este arbitro soberano manos a la obra en la distribución de las plazas reservadas para los santos en el banquete de la unión divina. Al cantar el Introito de este día, recordamos las pretensiones y la suerte diversas de los invitados a las bodas sagradas, y sólo apelamos a la misericordia.


INTROITO

Justo eres, Señor, y recto es tu juicio: haz con tu siervo según tu misericordia. — Salmo: Bienaventurados los puros en. su camino: los que andan en la Ley del Señor. V. Gloria al Padre.


El obstáculo más odioso que el amor divino encuentra sobre la tierra, es la envidia de Satanás, que busca, sirviéndose de una usurpación monstruosa, suplantar en nuestras almas a Dios, que las crió.

Unámonos a la Iglesia al implorar en la Colecta la asistencia sobrenatural que necesitamos para evitar el contacto impuro de la serpiente.


COLECTA

Suplicámoste, Señor, hagas que tu pueblo evite los contagios diabólicos y te siga a ti, solo Dios, con alma pura. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef. IV, 1-6).


Hermanos: Os suplico yo, preso en el Señor, que caminéis de un modo digno de la vocación con que habéis sido llamados: con toda humildad, y mansedumbre, con paciencia, soportándoos mutuamente con caridad, conservando solícitos la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. Sed todos un solo cuerpo, y un solo espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, obra por todos y mora en todos nosotros, el cual es bendito en los siglos de los siglos. Amen.


La Iglesia prosigue con San Pablo, en la carta a los Efesios, la exposición de las grandezas de sus hijos, a quienes ruega hoy respondan dignamente a su excelsa vocación.


EL LLAMAMIENTO DE DIOS

Esta vocación, esta llamada de Dios, en efecto, ya la conocemos; es el llamamiento del género humano a las bodas sagradas de la unión divina, la vocación a nuestras almas para reinar en los cielos en el trono del Verbo, que ya es su Esposo y su cabeza. El Evangelio de hace ocho días estaba antiguamente mucho más en relación con la Epístola que se acaba de leer, la cual le servía de comentario luminoso; por otra parte, en dicho Evangelio se hallaba perfectamente explicada la Epístola de hoy. "Cuando seas llamado a las bodas, decía el Señor, cum VOCATUS fueris, ocupa el último lugar"; el Apóstol dice: "mostraos con toda humildad dignos de la vocación a que habéis sido llamados: digne ambuletis VOCATIONE qua VOCATI estis".


FIN Y MEDIOS PARA CONSEGUIR ESA VOCACIÓN

Y ahora, ¿qué condición tenemos que cumplir para ser dignos del honor supremo que el Verbo eterno nos hace? La humildad, la mansedumbre y la paciencia son los medios que se nos recomiendan para conseguir el fin. Pero el fin es la UNIDAD de ese cuerpo inmenso que el Verbo hace suyo en la celebración de las místicas bodas; la condición que el Hombre-Dios exige a los que llama a ser, como miembros de su Esposa la Iglesia, hueso de sus huesos y carne de su carne, es conservar entre sí tal armonía, que haga verdaderamente de todos un mismo espíritu y un solo cuerpo, en el vínculo de la paz. "¡Vínculo espléndido!, exclama San Juan Crisóstomo; lazo maravilloso que nos une a todos mutuamente, y a todos juntos con Dios. "Su fuerza es la del mismo Espíritu Santo, todo santidad y amor, pues es el Espíritu Santo quien forma sus nudos inmateriales y divinos, el Espíritu, que en la multitud bautizada, hace las veces del soplo vital que en el cuerpo humano anima y unifica a todos los miembros. Para él, jóvenes y ancianos, pobres y ricos, hombres y mujeres, aunque distintos de raza y de carácter, son un solo todo fundido en el inmenso abrazo de amor en que arde perpetuamente la Trinidad eterna. Mas, para que el incendio del amor infinito pueda apoderarse de ese modo de la humanidad regenerada, es menester que se purgue de las rivalidades, rencores y disensiones, que probarían que es todavía carnal y, por lo mismo, nada a propósito para que prenda en ella la llama divina y se realice la unión que esta llama produce.


LA CARIDAD FRATERNA Y SUS FRUTOS

Unámonos a nuestros hermanos con esta santa cadena de la caridad que sujeta nuestras pequeñas pasiones y dilata nuestras almas, para dejar que el Espíritu las guíe de un modo seguro a la realización de la única esperanza de nuestra común vocación, que es unirnos a Dios por amor. Ciertamente aun para los santos la caridad aquí abajo es una virtud trabajosa, porque de ordinario ni siquiera en los mejores logra la gracia restaurar sin defectos el equilibrio de las facultades roto por el pecado original; así se explica que las enfermedades y otros desarreglos de nuestra pobre naturaleza se ordenen a veces no sólo a que el justo se ejercite en la humildad, sino también los que le rodean, en benévola paciencia. Dios lo permite para aumentar de ese modo el mérito de todos y reavivar en nosotros el deseo del cielo. Y, en efecto, la armonía fácil y total con nuestros semejantes sólo la encontraremos en la pacificación completa de nosotros mismos bajo del imperio absoluto de Dios, tres veces santo, hecho para nosotros todo en todos[1]. En aquella bienaventurada patria, Dios mismo enjugará las lágrimas que sus elegidos habrán derramado por las miserias pasadas y los renovará en su fuente infinita[2]. El Hijo eterno, después de abolir en todos sus miembros místicos el imperio de las potencias enemigas y vencido a la muerte[3], aparecerá en la plenitud del misterio de su encarnación como verdadera cabeza del género humano santificado, restaurado y perfeccionado en él[4].


Ya conocemos los dones inapreciables que el Hombre-Dios hizo a la tierra[5]; gracias a los prodigios de poder y de amor que el Verbo divino y el Espíritu santificador han obrado, el alma del justo es verdaderamente un cielo.


En el Gradual celebramos la felicidad del pueblo cristiano, que Dios escogió por herencia.


GRADUAL

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor: el pueblo que Dios se escogió por heredad. Y. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos: y todo su ejército por el soplo de su boca.
Aleluya, aleluya. V. Escucha, Señor, mi oración, y llegue a ti mi clamor. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt., XXII, 34-46).


En aquel tiempo se acercaron a Jesús los fariseos: y le preguntó uno de ellos, doctor de la Ley, tentándole: Maestro, ¿cuál es el mayor mandamiento de la Ley? Díjole Jesús: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. Y el segundo, semejante a éste, es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos está contenida toda la Ley y los Profetas. Y, reuniendo a los fariseos, les preguntó Jesús, diciendo: ¿Qué os parece de Cristo? ¿De quién es hijo? Dijéronle: De David. Díjoles: ¿Cómo, pues, David le llama en espíritu Señor, diciendo: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? Si, pues, David le llama Señor: ¿cómo puede ser hijo suyo? Y nadie supo responderle palabra: ni nadie se atrevió desde aquel día a preguntarle más.


LA CARIDAD

El Apóstol que había dicho: el fin de la ley es la caridad[6], dijo también: El fin de la ley es Cristo[7]; ahora vemos la armonía de estas dos proposiciones, como comprendemos también la relación que hay entre estas palabras del Evangelio de hoy: En estos dos mandamientos están encerrados toda la ley y los profetas, con estas otras del Señor: Escudriñad las Escrituras, pues ellas dan testimonio de mí[8]. La plenitud de la ley que ordena las costumbres está en la caridad[9], cuyo fin es Cristo; asimismo el objeto de las Escrituras reveladas no es otro sino el Hombre-Dios que resume para los suyos en su adorable unidad la moral y el dogma. Él es su fe y su amor, “el fin de todas nuestras resoluciones, dice San Agustín; todos nuestros esfuerzos sólo tienden a perfeccionarnos en El y en esto consiste nuestra perfección, en llegarnos a Él. Cuando hayas llegado a Él, no busques ya más: Él es tu fin”[10]. Y el Santo Doctor, al llegar aquí, nos da la mejor fórmula de la unión divina: Unámonos a Él solo, gocemos con El solo y seamos todos uno con El: "haereamus uni, fruamur uno, permaneamus unurn"[11].

No sabemos por qué ya desde los primeros tiempos señalaron este día a la hermosa antífona del Ofertorio de hoy. Antiguamente iba acompañada de unos versículos, que daremos a conocer. El último de ellos termina con la nueva de la llegada del príncipe de los ejércitos celestiales en ayuda del pueblo de Dios. Recordando que este Domingo abre la semana de la fiesta del gran Arcángel en el Antifonario publicado por el beato Tommasi conforme a los manuscritos más antiguos, y que el Domingo siguiente se designa en él con el nombre de primer domingo después de San Miguel (post Sancti Angeli), nos parece hallar en dicho último versículo la explicación que deseábamos.


OFERTORIO


Yo, Daniel, oré a mi Dios, diciendo: Oye, Señor, las preces de tu siervo: brille tu cara sobre tu santuario: y mira propicio a este tu pueblo, sobre el cual ha sido invocado tu nombre, oh Dios.

V.I. Todavía estaba yo hablando, rogando y confesando mis pecados y los de mi pueblo Israel, Sobre el cual ha sido invocado tu nombre, oh Dios,

V.II. Cuando oí una voz que me decía: Daniel, presta atención a las palabras que te dirijo, pues he sido enviado a ti, y he aquí que Miguel ha venido en mi ayuda.

Y mira propicio a este tu pueblo, sobre el cual ha sido invocado tu nombre, oh Dios.


Perdón para lo pasado y gracia para lo futuro, tales son los efectos que produce el gran Sacrificio. En la Secreta le pedimos con la Iglesia.


SECRETA

Suplicamos, Señor, humildemente a tu Majestad hagas que, estas cosas santas que ofrecemos, nos purifiquen de los delitos pasados y de los futuros. Por Nuestro Señor Jesucristo.


Mientras se celebran los sagrados Misterios el alma cristiana, entusiasmada de amor, presenta al Señor sus promesas y sus votos. Entréguese, sí, por entero al Dios escondido que así la colma de favores; pero no olvide en esa expansión tan natural de su corazón que el que así se oculta tan misericordioso debajo de los velos eucarísticos es el Altísimo, terrible a los reyes y castigador de perjuros.


COMUNIÓN

Haced votos al Señor, vuestro Dios, y cumplídselos cuantos, estando a su alrededor, le traéis dones: al terrible, que quita el respiro a los príncipes: al terrible para todos los reyes de la tierra.


Es la misma santidad de Dios la que viene en este divino Sacramento a curar nuestros vicios y fortalecer nuestros pasos por el camino de la eternidad. Por medio de la Oración de la Poscomunión ofrecemos nuestras almas a su acción salvadora.


POSCOMUNIÓN

Haz, oh Dios omnipotente, que con tus Sacramentos sean curados nuestros vicios y alcancemos los remedios eternos. Por Nuestro Señor Jesucristo.


Notas

[1] I Cor., XV, 28.

[2] Apoc., XXI, 4-5.

[3] I Cor., XV, 24-28.

[4] Ef., I, 10.

[5] Ef., IV, 8.

[6] I Tim., I, 5.

[7] Rom., X, 4.

[8] San Juan V, 39.

[9] Rom., XIII, 10.

[10] Explicación del Salmo LVI.

[11] De la Trinidad IV, 11.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Boletín Domincal 24 de septiembre



Día 24 de Septiembre, Domingo XVII de Pentecostés.

Doble-Ornamentos Verdes
Conm. Nuestra Señora de las Mercedes.

Solamente el Evangelio, creído y puesto por obra, puede realizar en la tierra la unidad del espíritu con el vínculo de la paz entre todos los pueblos y naciones.

Al fariseo que con refinada malicia pregunta a Jesús cual es el mayor mandamiento, para ver si obtiene una respuesta que dé fundamento para acusarle ante el Sanedrín, le contesta categóricamente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

El amor es una pasión muy noble que nos lleva a la unión más perfecta de voluntades, afectos y pensamientos con la persona amada. Y será tanto más noble y santo cuanto lo sea su objeto. Si pues el objeto es Dios, y el prójimo por amor de Dios, ya se ve cuan santo, noble y fecundo es el amor de Dios. Él ha inspirado tantos heroísmos en las almas.

Por lo tanto, el amor a Dios, si es verdadero y puro, debe llenar e informar toda nuestra vida, todas nuestras obras, afectos y pensamientos, de modo que sean dignos de Dios: “Con todo tu corazón, con toda tu alma…”

Toda la intimidad y delicadeza de nuestro corazón, toda la ternura de nuestra alma, toda elevación de nuestro pensamiento, todo el empuje de nuestras fuerzas, todo cuanto valemos, hemos de emplearlo en el amor de Dios.





30 de Septiembre
San Jerónimo. Patrono principal de la Archidiócesis de Córdoba

El gran penitente y doctor Máximo de la Iglesia latina San Jerónimo era natural de Estridón, en Dalmacia. Hombre aficionado al estudio y a la investigación desde su juventud, juntó a su gran piedad una erudición vastísima y una exquisita formación literaria, filosófica y teológica. En sus ansias de saber fue a las Galias, vivió en Roma, marchó a Constantinopla a estudiar con San Gregorio Nacianceno, fue a Antioquia, y se aposentó en Belén. Fue un polemista formidable, defendiendo con su acerada pluma la fe contra todas las herejías que aparecieron en su tiempo. El dominio que adquirió en las lenguas latina, griega, hebrea y caldea le facilitó el estudio y conocimiento de las Sagradas Escrituras, y a pedido del Papa San Dámaso, que le apreciaba mucho, vertió directamente del hebreo y del griego al latín la Sagrada Biblia, llamada Vulgata. Murió santamente en Belén, junto a la cuna del Señor, el año 420, este gigante del espirito, cuya obra de ciclópea grandeza admirará a todas las generaciones. Su cuerpo fue trasladado a Roma y descansa en la Iglesia de Santa María la Mayor, junto al Santo Pesebre.






domingo, 17 de septiembre de 2023

Sermón Domingo XVI después de Pentecostés


Sermón
S.E.R. Pío Espina Leupold



Sermón
R.P. Julián Espina Leupold

Lección

Hermanos: Os ruego que no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria. Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Así sea.

Ephesios III, 13-21



Evangelio

En aquel tiempo: Entró Jesús un sábado a comer en casa de uno de los príncipales fariseos, ellos le estaban acechando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?» Y no pudieron replicar a esto. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Lc. XIV, 1-14


sábado, 16 de septiembre de 2023

Órdenes Mayores en el Seminario Mater Dei








En el día de ayer, Viernes 15 de Septiembre Fiesta de los Siete Dolores de la Santísima Virgen, se confirió el Subdiaconado a los candidatos Lenin Velásquez y Lucio Simbrón, en el siguiente vínculo podrá ver las fotos que registran esta alegre ocasión.

Laus Tibi Christi!

Dom Gueranger: Domingo XVI después de Pentecostés



DOMINGO XVI DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger

"Procuremos ser humildes, pues es una condición absoluta para entrar en el Reino de los Cielos: por esto debemos hacernos como niños".


MISA

La resurrección del hijo de la viuda de Naim reavivó el Domingo pasado la confianza de la Iglesia; su oración se alza cada vez más insistente hacia su Esposo desde esta tierra, donde El la deja ejercitar algún tiempo el amor en el sufrimiento y las lágrimas. Tomemos parte con ella en estos sentimientos, que la sugirieron elegir el siguiente Introito.


INTROITO

Ten piedad de mí, Señor, pues a ti clamo todo el día: porque tú, Señor, eres suave y manso, y copioso en misericordia para todos los que te invocan. — Salmo: Inclina, Señor, tu oído hacia mí, y óyeme: porque soy débil y pobre. V. Gloria al Padre.


En el orden de la salvación es tal nuestra impotencia, que, si la gracia no se nos anticipase, no tendríamos siquiera el pensamiento de obrar, y si no continuase en nosotros sus inspiraciones para llevarlas a término, no sabríamos pasar nunca del simple pensamiento al acto mismo de una virtud cualquiera. Por el contrario, fieles a la gracia, nuestra vida ya no es más que una trama ininterrumpida de buenas obras.

En la Colecta pedimos para nosotros y para todos nuestros hermanos, la perseverante continuidad de ayuda tan preciosa.


COLECTA

Suplicámoste, Señor, nos prevenga y siga siempre tu gracia: y haga nos apliquemos constantemente a las buenas obras. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios (Ef., III, 13-21).


Hermanos: Os ruego que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria. Por esto, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos y en la tierra, para que, según las riquezas de su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura, y la largura, y la sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. Y al que es poderoso para hacerlo todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y siglos. Amén.


NUESTRO CONSENTIMIENTO EN EL MISTERIO DE CRISTO

¿Cuál es el objeto de la oración del Apóstol, tan solemne en su actitud y en su acento? Ya que hemos sido testigos de todos los misterios de la Liturgia y que conocemos las riquezas de la bondad de Dios, ¿nos queda algo que pedirle? San Pablo nos lo dice: "Todo lo que hizo el Señor resultará estéril, si no es atendida esta oración, y es que, en efecto, el misterio de Cristo verdaderamente sólo en nosotros tiene cabal término: el nudo, el desenlace, el éxito de este gran drama divino que va de la eternidad a la eternidad, están por completo en el corazón del hombre. La Iglesia, los sacramentos, la eucaristía, todo el conjunto del esfuerzo divino no tiene otra finalidad que la santificación de cada una de nuestras almas individuales; esto es todo lo que Dios se propone. Si Dios lo consigue, el misterio de Cristo es un éxito; si fracasa, Dios trabajó inútilmente, al menos para el alma que se haya sustraído a su acción. En el corazón, pues, del hombre, se prepara la solución: se trata de saber si la intención eterna quedará burlada, si los dolores y la sangre del Calvario recogerán su fruto, si la eternidad futura será para cada uno lo que Dios quiso."


NUESTRO CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Con el fin de que Dios no sea vencido y que su amor no sea traicionado, el Apóstol pide a Dios con instancias para las almas tres grados de gracia, en los que se resume todo lo que debe ser la vida cristiana para adaptarse al pensamiento y al amor de Dios, y todo cuanto debemos hacer.

En primer lugar, dice el Apóstol, fortificarnos por el Espíritu en el ser interior y nuevo que se nos dio por el bautismo, destruir hasta en sus últimos vestigios al hombre viejo, al adámico, y sobre estas ruinas hacer reinar al hombre nuevo, al cristiano, al hijo de Dios. Pide en segundo lugar a Dios, el evitar la inconstancia y la inestabilidad de nuestra naturaleza, el grabar en nuestros corazones a Cristo que habita en nosotros por la fe, y esto no se logra sin nuestra cooperación: habitar implica continuidad, adhesión constante y comunión real de vida que someta nuestra actividad al Señor, con algo de la docilidad y de la agilidad de la naturaleza humana de Cristo que tomó el Verbo. Finalmente, y es el tercer elemento de nuestro crecimiento espiritual, al quedar el egoísmo eliminado en nosotros y la caridad como señora, tendremos toda la talla y la fuerza necesaria para mirar cara a cara al misterio de Dios[1].

La Iglesia, que se levanta en medio de las naciones, lleva consigo la señal de su divino arquitecto: Dios se manifiesta en ella con toda la majestad; su respeto se impone por sí mismo a todos los reyes. En el Gradual y el Versículo, ensalzamos las maravillas del Señor.


GRADUAL

Temerán las gentes tu nombre, Señor, y todos los reyes de la tierra tu gloria. V/. Porque el Señor ha edificado a Sión, y será visto en su majestad.

Aleluya, aleluya, V/. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas el Señor. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas (Luc., XIV, 1-11).


En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en casa de un príncipe de los fariseos un sábado a comer pan, ellos le observaban. Y he aquí que se presentó ante El un hidrópico. Y, respondiendo Jesús, preguntó a los legisperitos y fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en sábado? Y ellos callaron. Entonces El, tomándole, le sanó y despidió. Y, respondiendo a ellos, dijo: ¿Qué asno o buey vuestro cae en un pozo, y no lo sacáis luego el día del sábado? Y no pudieron responderle a esto. Y propuso a los invitados una parábola, al ver cómo elegían los primeros asientos, diciéndoles: Cuando seas invitado a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más noble que tú, y, viniendo el que te Invitó a ti y al otro, te diga: Da el puesto a éste: y entonces tengas que ocupar con rubor el último puesto. Sino que, cuando seas invitado, vete, siéntate en el último puesto: para que, cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gloria delante de los demás comensales: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, el que se humilla, será ensalzado.


LA INVITACIÓN A LAS BODAS

La Santa Madre Iglesia revela hoy el fin supremo que pretende en sus hijos desde el día de Pentecostés. Las bodas de que se trata en nuestro Evangelio, son las del cielo, que tienen por preludio aquí abajo la unión divina consumada en el banquete eucarístico. La llamada divina se dirige a todos; y esta invitación no se parece a las de la tierra, donde el Esposo y la Esposa convidan a sus parientes como simples testigos de una unión que es además para los invitados extraña. El Esposo aquí es Cristo, y la Iglesia la Esposa[2]; como miembros de la Iglesia, estas bodas son por tanto también nuestras.


LA UNIÓN DIVINA

Pero, si se quiere que la unión sea tan fecunda cuanto debe serlo para honor del Esposo, es necesario que el alma en el santuario de la conciencia guarde para Él una fidelidad duradera, un amor que vaya más lejos y dure más que la recepción sagrada de los misterios. La unión divina, si es verdadera, domina nuestro vivir; esa unión hace que persevere constantemente el alma en la contemplación del Amado, que promueva activamente sus intereses y suspire de continuo y de corazón por Él aunque a veces la parezca que el Amado se oculta a sus miradas y se sustrae a su amor. Y, en efecto, ¿deberá la Esposa mística hacer menos por Dios que las del mundo por un esposo terrestre[3]? Sólo con esta condición se puede creer que el alma está en los caminos de la vía unitiva y que lleva en sí los frutos propios de ella.


CONDICIONES PARA LA UNIÓN

Para llegar a este dominio de Cristo sobre el alma y sus movimientos que la convierta en suya de verdad, que la sujete a sí misma como la esposa al esposo[4], es necesario no dar nunca lugar a ninguna competencia extraña. Demasiado lo sabemos: el nobilísimo Hijo del Padre[5], el Verbo divino, ante cuya beldad se arroban los cielos, encuentra en este mundo pretensiones rivales que le disputan el corazón de las criaturas, por El rescatadas de la esclavitud e invitadas a participar del honor de su trono; aun en aquellas en que su amor acabó por triunfar plenamente, ¿cuántas veces estuvo a punto de perder? Mas El, sin impacientarse, sin abandonarlas por justo resentimiento, prosiguió durante muchos años invitándolas con llamamiento apremiante[6], esperando misericordiosamente a que los toques secretos de su gracia y la acción de su Espíritu Santo saliesen triunfantes de tan increíbles resistencias.


LA HUMILDAD

La guarda de la humildad, más que otra cosa cualquiera, debe llamar la atención de quien aspira a conseguir un puesto eminente en el banquete de Dios. La ambición de la gloria futura es lo natural en los santos; pero saben que, para adquirirla, tienen que bajar tanto en su nada durante la vida presente, cuanto más altos quieran estar en la vida futura. Mientras llega el gran día en que cada cual recibirá según sus obras, nos debemos dar prisa a humillarnos ante todos; el puesto que en el reino de los cielos nos está reservado no depende, en efecto, de nuestra apreciación ni de la de otros, sino tan sólo de la voluntad del Señor, que exalta a los humildes. Cuanto más grande seas, más te debes humillar en todas las cosas, y de ese modo hallarás gracia ante Dios, dice el Eclesiástico; pues Dios sólo es grande[7].

Sigamos, pues, el consejo del Evangelio, aunque sólo sea por interés; creamos que debemos ocupar el último lugar entre todos. En las relaciones sociales no es verdadera la humildad del que, apreciando a los otros, no se desprecia un poco a sí mismo, adelantándose a cada uno en las señales de honor[8], cediendo con gusto a todos en lo que no toca a la conciencia, y esto por el sentimiento profundo de nuestra miseria, de nuestra inferioridad ante aquel que escudriña los riñones y los corazones[9]. La humildad hacia Dios no tiene piedra de toque más segura que esta caridad efectiva para con el prójimo, la cual nos inclina sin afectación a hacerle pasar antes que a nosotros en las varias circunstancias de la vida cotidiana.

Conforme se van extendiendo las conquistas de la Iglesia, el infierno aviva su furia contra ella para arrebatarla el alma de sus hijos.

La antífona del Ofertorio nos proporciona la expresión de las inflamadas oraciones que semejante situación la sugiere.


OFERTORIO

Señor, ven en mi auxilio: sean confundidos y avergonzados los que buscan mi vida para quitármela: Señor, ven en mi auxilio.


La Secreta nos demuestra cómo el Sacrificio que muy pronto se va a consumar mediante las palabras de la consagración, es la preparación inmediata más directa y más eficaz para recibir en la Comunión el Cuerpo y la Sangre divinos que por El se hacen presentes en el altar.


SECRETA

Suplicámoste, Señor, nos purifiques con la virtud de este Sacrificio y, compadecido de nosotros, hagas que merezcamos ser partícipes de su efecto. Por Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia, llena sustancialmente en la Comunión de la Sabiduría del Padre, promete a Dios en acción de gracias guardar sus justicias y hacer fructificar en ella las divinas enseñanzas.


COMUNIÓN

Señor, me acordaré sólo de tu justicia: oh Dios, tú me adoctrinaste desde mi juventud: y no me abandones, oh Dios, en mi vejez y mis canas.


En la Poscomunión, pedimos con la Iglesia la renovación que obra la pureza del divino Sacramento y cuyo efecto se deja sentir así en la vida actual como en el siglo futuro.


POSCOMUNIÓN

Suplicámoste, Señor, purifiques benigno nuestras almas y las renueves con estos celestiales Sacramentos: para que, de ese modo, alcancemos también ayuda para nuestros cuerpos ahora y en lo futuro. Por Nuestro Señor Jesucristo.


Notas

[1] Dom Delatte, Epitres de saint Paul II, 108.

[2] Apocalipsis XIX, 7.

[3] I Corintios VII, 34.

[4] I Corintios XI, 8-10.

[5] Sabiduría VIII, 3.

[6] Apocalipsis III, 20.

[7] Eclesiastés III, 21-23.

[8] Romanos XII, 10.

[9] Apocalipsis II, 23.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Boletín Dominical 17 de septiembre

 


Día 17 de Septiembre, Domingo XVI de Pentecostés.

Conm. Impresión de los Santos Estigmas en San Francisco de Asís

Doble. Orn. Verdes.      


Aniversario de la Consagración de la Iglesia de San José.

Nos refiere el Evangelio que habiendo sido invitado Jesús por uno de los príncipes de los fariseos a comer en su casa, le presentaron un hombre hidrópico, no con buena intención de ofrecerle ocasión de hacer un acto de caridad y manifestar su poder divino, sino con la mala intención de ponerle en situación difícil, pues decían ellos: si no le cura se dirá que no puede hacerlo, y si le cura diremos que siendo hoy sábado ha quebrantado la ley que no permite hacer nada en este día.

Jesús les pregunta: “¿Es permitido curar a un enfermo en sábado?” Nadie se atreve a responder. Ya veían que si contestaban afirmativamente se contradecirían a sí mismos que tantas veces habían dicho que no; y si respondían negativamente, temían que el poder de Cristo les humillara haciendo en nombre de Dios un milagro.

En vista de que todos callan, Jesús tomando de la mano al enfermo lo sanó y despidió. No quiso ensañarse con los fariseos el Divino Maestro, antes bien intentó iluminar sus entenebrecidas inteligencias con los rayos de la verdad: “Decidme, les apostrofa, ¿Quién de vosotros, si se le cae un asno o un buey al fondo de un pozo, no va y le saca, aunque sea sábado?

Como los doctores de la ley y los fariseos, ¡cuántos hay que olvidan que la caridad es reina de todas las virtudes y que sin ella no se puede agradar a Dios; cuantos que cuidan más de sus bestias que de sus semejantes.




Día 21 de Septiembre,

San Mateo, Apóstol y Evangelista.

Los publicanos en Roma eran ricos propietarios que compraban a la Republica los impuestos de las provincias; pero los publicanos de que habla el Evangelio no tenían tan alta categoría. Eran simples subalternos que cobraban, vigilaban y exigían en nombre de las grandes compañías, que por medio de esos empleados extendían sus redes sutiles por todo el Imperio. Esto era Mateo, llamado también Leví, publicano, arrendador de las rentas imperiales, que se recogían cobrando los tributos que debían pagar los judíos, que se veían esclavizados por el fisco romano, por lo cual miraban a los publicanos como traidores y pecadores. Mateo había nacido en Caná de galilea. Estando en Cafarnaum sentado en el banco de la recaudación de contribuciones, pasó un día Jesús y le dijo: “Sígueme”. Y él, dejando todo, se fue tras Jesús. Era una adhesión espontánea y completa. Fue San Mateo el primero que escribió el Evangelio de Jesucristo, y lo hizo en lengua hebrea, pues lo destinaba especialmente para los judíos; por eso comienza con la genealogía de Cristo y demuestra que Jesús es el Mesías esperado. Predicó en Palestina y en Etiopía, donde, por confirmar el voto de virginidad a la princesa Ifigenia, fue martirizado. 




jueves, 14 de septiembre de 2023

Dom Gueranger: Fiesta de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María

  





LA FIESTA DE LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger



DOS FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA: LA NATIVIDAD Y LOS SIETE DOLORES

Después de dedicar, el último recuerdo a la infancia de María, he aquí que la Iglesia, sin transición, nos propone meditar hoy sobre los dolores que marcarán su vida... de Madre del Mesías y de Co-Reparadora del género humano. En la Fiesta de la Natividad, no venía a la mente la idea del sufrimiento, ya que entonces considerábamos la gracia, la belleza de la niña que acababa de nacer; pero, si nos hicimos la pregunta: "¿Qué será esta niña?" al instante habremos comprendido que, antes de que todas las naciones la proclamaran, en un día bienaventurada, María tenia que padecer con su Hijo por la salvación del mundo.


EL SUFRIMIENTO DE MARÍA  

Através de la voz de la Liturgia, Ella misma nos invita a considerar su dolor: "Oh vosotros todos los que pasáis por el camino, mirad, ved y decid si hay dolor semejante a mi dolor ... Dios me ha puesto y como fijado en la desolación" (1). El dolor de la Santísima Virgenes obra de Dios; al predestinarla para ser la Madre de su Hijo, Dios la Unió indisolublemente a la persona, a la vida, a los misterios, al sufrimiento de Jesús, para ser en la obra de la redención su flel cooperadora. Entre el Hijo y la Madre tenía que haber comunidad perfecta de sufrimiento. Cuando ve una madre padecera su hijo, ella padece con él y siente de rechazo todo lo que él padece; lo que lo que Jesús padeció en su cuerpo, María lo padeció en su corazón, por los mismos fines y con la misma fe y el mismo amor. "El Padre y el Hijo en la eternidad participan de la misma gloria, decía Bossuet; la Madre y el Hijo, en el tiempo participan de los mismos dolores. El Padre y el Hijo gozan de una misma fuente de felicidad; la Madre y el Hijo beben del mismo torrente de amargura. El Padre y el Hijo tienen un mismo trono; la Madre y el Hijo, una misma cruz. Si a golpes se destroza el cuerpo de Jesús, María siente todas las heridas; si se le taladra la cabeza a Jesús con espinas, María queda desgarrada con todas sus puntas; si se le ofrece hiél y vinagre, María bebe toda su amargura; si se extiende su cuerpo sobre una cruz, María sufre toda la violencia" (2).


CONDOLENCIA

A esta comunidad de sufrimientos entre el Hijo y la Madre, se la da el nombre de CondolenciaCondolencia es el eco fiel y la repercusión de la Pasión. Condolerse con alguno, es padecer con él, es sentir en el corazón, como si fuesen nuestras, sus penas, sus tristezas, sus dolores. De ese modo la Condolencia fué para la Santísima Virgen la participación perfecta en los dolores y en la Pasión de su Hijo y en las disposiciones que en su sacrificio le animaban.


POR QUÉ PADECE MARÍA

Parecería que no debía haber padecido la Santísima Virgen, ya que fué concebida sin pecado y no conoció nunca el menor mal moral. El padecer tiene que ser un gran bien, porque Dios, que tanto ama a su Hijo, se le entregó como herencia; y como, después de su Hijo, a ninguna criatura ama Dios más que a la Santísima Virgen, quiso también darla a ella el dolor como el más rico presente. Además convenía que, por la unión que tenía con su Hijo, pasase Nuestra Señora, a semejanza de él, por la muerte y por el dolor. De alguna manera era eso necesario para que aprendiésemos nosotros, de uno y de otro, cómo debemos aceptar el dolor que Dios permite para nuestro mayor bien. María se ofreció libre y voluntariamente y unió su sacrificio y su obediencia al sacrificio y a la obediencia de Jesús, para así llevar con él todo el peso de la expiación que la justicia divina exigía. Hizo bastante más que compadecerse de todos los dolores de su Hijo; tomó parte realmente en la pasión con todo su ser, con su corazón y con su alma, con amor ferventísimo y con tranquilidad sencilla; padeció en su corazón todo lo que Jesús podía padecer en su carne, y hasta hay teólogos que opinaron que Nuestra Señora sintió en su cuerpo los mismos dolores que su Hijo en el suyo; podemos creer, en efecto, que María tuvo ese privilegio con el que fueron distinguidos algunos Santos.


SU MARTIRIO VIENE DE JESÚS

Mas para María el padecer no comenzó sólo en el Calvario. Su infancia certísimamente transcurrió tranquila y exenta de inquietudes. El dolor la llega con Jesús, "el niño molesto, como dice Bossuet; porque Jesús en cualquier sitio que se presenta , allí va con su cruz y con él van las espinas y a todos los que quiere bien los hace partícipes de ellas" (3). "La causa de los dolores de María, dice Monseñor Gay, es Jesús. Todo cuanto padece proviene de Jesús, a Jesús se refiere y Jesús lo motiva" (4). La solemnidad de hoy, que nos representa a María principalmente en el Calvario nos recuerda en este sumo dolor los dolores conocidos o desconocidos que llenaron la vida de la Santísima Virgen. Si la Iglesia se resolvió por el número siete, ello obedece a que este número expresa siempre la idea de totalidad y de universalidad, ya que en los Responsorios de Maitines nos recuerda de modo especial los siete dolores que la causaron la profecía del anciano Simeón, la huida a Egipto, la perdición de Jesús en Jerusalén, el verle cargado con la cruz, la crucifixión, el descendimiento y el entierro de su divino Hijo: dolores que la hicieron con toda verdad Reina de los mártires.


REINA DE LOS MÁRTIRES

Con este bello título, en efecto, la salud a la Iglesia en las Letanías: "Que haya sufrido de veras, dice San Pascasio Radberto, nos lo asegura Simeón al decir: Una espada tras pasará tu alma. De donde se infiere con evidencia que supera a todos los mártires. Los otros mártires padecieron por Cristo en su carne; con todo, no pudieron padecer en el alma, porque ésta es inmortal. Pero, como ella padeció en esta parte de sí misma que es impasible, porque su carne, si así se puede decir, padeció espiritualmente por la espada de la Pasión de Cristo, la Santísima Madre de Dios fué más que mártir. Porque amó más que nadie, por eso padeció más que nadie también, hasta tal punto que la violencia del dolor traspasó y dominó su alma en prueba de su inefable amor, porque sufrió en su alma, por eso fué más que mártir, y a que su amor, más fuerte que la muerte, hizo suya la muerte de Cristo" (5).


SU AMOR, CAUSA DE SU DOLOR

Y efectivamente, para entender la extensión y la intensidad del dolor de la Santísima Virgen, habría que comprender lo que fué su amor para con jesús. Este amor es muy distinto del amor de los de más santos y mártires. Cuando estos sufren por Cristo, su amor suaviza sus tormentos y a veces hasta se los hace olvidar. En María no ocurrió nada de eso: su amor aumenta su padecer: "La naturaleza y la gracia, dice Bossuet, concurren a l a vez para hacer en el corazón de María sentimiento más hondo. Nada existe tan fuerte ni tan impetuoso como el amor que la naturaleza da hacia un hijo y la graciada para un Dios. Estos dos amores son dos abismos, cuyo fondo no puede penetrarse, como tampoco comprenderse toda su extensión..." (6).


EL DOLOR Y LA ALEGRÍA DE MARÍA 

Pero si el amor es causa del dolor en María, también es causa de gozo. María sufrió siempre con tranquilidad inalterable y con gran fortaleza de alma. Sabía mejor que San Pablo, que nada, ni la muerte siquiera, sería capaz de separarla del amor de su Hijo y su Dios. San Pío X escribía "que en la hora suprema, se vió a la Virgen de pie, junto a la cruz, embargada sin duda por; el horror del espectáculo, pero feliz y contenta de ver a su Hijo inmolarse por la salvación del género humano" (7). Y sobrepasando a San Pablo, nada en un mar de alegría en medio de su inconmensurable dolor. En Nuestra Señora, como en Jesucristo, salvas todas las diferencias, la alegría más honda va junta con el dolor más profundo que una criatura pueda soportar aquí, abajo. Ama a Dios y la voluntad divina más que a nadie de este mundo, y sabe que en el Calvario se cumple la divina voluntad; sabe que la muerte de su Hijo da a la justicia de Dios el precio que exige para la redención de los hombres, que desde ese momento la son confiados como hijos suyos y a los que amará y ya ama como amó a Jesús.


AGRADECIMIENTO A MARÍA 

"Como todo el mundo es deudor de Dios Nuestro Señor, decía San Alberto Magno, así lo es de Nuestra Señora por razón de la parte que ella tuvo en la Redención" (8). Hoy reparamos mejor, oh María, en lo que has hecho por nosotros y lo que te debemos. Te quejaste de que "mirando a los hombres y buscando quien se acordase de tu dolor y se compadeciese de ti, encontraste poquísimos" (9).

No aumentaremos el número de tus hijos ingratos; por eso, nos unimos a la Iglesia para rememorar tus sufrimientos y decirte cuánta es nuestra gratitud.

Sabemos, oh Reina de los mártires, que una espada de dolor atravesó tu alma , y que 'únicamente el espíritu de vida y de toda consolación pudo sostenerte y darte ánimos cuando moría tu Hijo.

Y sobre todo sabemos que, si fuiste al Calvario, si toda tu vida, de igual modo que la de Jesús, fué un prolongado martirio, es que hubiste de desempeñar cerca de nuestro Redentor y en unión con él el papel que nuestra primera madre Eva había desempeñado cerca de Adán y juntamente con él en nuestra caída. Verdaderamente nos has rescatado con Jesús; con él y en dependencia de él nos has ganado de congruo, por cierta conveniencia, la gracia que El nos merecía de condigno, en justicia, por razón de su dignidad infinita. Por eso, te saludamos con amor y agradecimiento como "Reina nuestra, Madre de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra". Y, porque sabemos que nuestra salvación está en tus manos, te consagramos nuestra vida entera, para que con tu dirección maternal y tu protección poderosa podamos ir a encontrarnos contigo en la gloria del Paraíso, donde, con tu Hijo, vives coronada y feliz para siempre. Así sea.


MISA

En la magnificencia de la Sagrada Liturgia; el Sacrificio cotidiano no es otro sustancialmente que el del Calvario. El canto del Introito nos presenta, al pie de la Cruz, el día de la gran oblación, a algunas mujeres y a un hombre solo, que acompañan a la Madre de los dolores.


INTROITO
Estaban junto a la Cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás, y Salomé, y María Magdalena. Mujer, he ahí a tu hijo: dijo Jesús; al discípulo en cambio: He ahí a tu Madre, y Gloria al Padre.

El culto de los dolores de María no es una distracción importuna que aparte nuestros pensamientos de la única víctima de salvación. Como lo expresa la Colecta, tiene por resultado directo hacer fructificar en nosotros la pasión del Salvador.


COLECTA
Oh Dios, en cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó la dulcísima alma de la gloriosa Virgen y Madre María: haz propicio que, los que celebramos con veneración sus Dolores, consigamos el feliz efecto de tu Pasión. Tú, que vives.

EPÍSTOLA

Lección del libro de Judit (Jd., XIII, 22-25)

Bendíjote el Señor con su poder, pues por ti ha reducido a la nada a nuestros enemigos. Bendita eres tú, hija del Señor, Dios excelso, sobre todas las mujeres de la tierra. Bendito sea el Señor, que creó el cielo y la tierra; porque hoy ha ensalzado tanto tu nombre, que no faltará tu alabanza en la boca de los hombres que se acordaren eternamente del poder del Señor, por los cuales no perdonaste tu vida a causa de las angustias y de la tribulación de tu raza, sino que salvaste a ésta de la ruina delante de nuestro Dios.

MARÍA CORREDENTORA

¡Oh, qué grande es entre las criaturas nuestra Judit! "Dios, habla el P. Faber, se diría que escogió lo más incomunicable de sus indivisibles atributos para comunicárselos a María de modo t a n misterioso. Ved cómo la dió p a r t e en la ejecución de los eternos designios del universo, del que f u é en cierto sentido como causa y dechado. La cooperación de la Santísima Virgen en la salvación del mundo, nos ofrece un nuevo aspecto de su grandeza. Y, a la verdad, ni la Inmaculada Concepción de María Santísima, ni su Asunción gloriosa, nos darán concepto más alto que este apelativo de corredentora. «Sus dolores no eran absolutamente necesarios a la redención, pero, conforme a los designios de Dios, eran indispensables, por cuanto pertenecen a la integridad del plan divino. ¿No son, por ventura, los misterios de Jesús, misterios de María y viceversa? Parece cierto que todos los misterios de Jesús y todos los de María, ante Dios, no eran más que un solo misterio. Jesús es el dolor de María siete veces repetido, siete veces aumentado. En las horas largas de la Pasión, la ofrenda de Jesús y la de María estaban como fundidas e n una sola; aunque diferentes esas ofrendas, es claro, por su dignidad y su valor, se ofrecían con disposiciones semejantes y como en un solo haz, exhalando un mismo aroma y consumidas por un mismo fuego; oblación simultánea que dos corazones sin mancha hacían al Padre por los pecados de un mundo culpable cuyos deméritos libremente habían tomado sobre sí"

Sepamos juntar nuestras lágrimas con los tormentos de la gran Víctima y con las lágrimas de María. Conforme lo hayamos hecho en la vida presente, así podremos gozarnos en el cielo con el Hijo y con la Madre; si nuestra Señora es hoy reina del cielo y soberana del mundo, como canta el Versículo, no hay ningún elegido cuyos recuerdos dolorosos se puedan comparar con los suyos. Sigue al Gradual el patético lamento del Stabat Mater, que se atribuye al beato Jacopone de Todi, franciscano; en esa pieza encontramos una bella fórmula de oración y de reverencia a la Madre de los Dolores.


GRADUAL
Dolorida y llorosa estás, oh Virgen María, junto a la Cruz del Señor, Jesús, tu Hijo, el Redentor. ¡Oh Virgen, Madre de Dios! Aquel, a quien todo el mundo no puede contener, el Autor de la vida, hecho hombre, padece este suplicio de la cruz. 

Aleluya, aleluya. J. Estaba dolorida Santa María, Reina del cielo y Señora del mundo, junto a la Cruz de nuestro Señor Jesucristo.


SECUENCIA

Dolida estaba la Madre,
llorando junto a la cruz
mientras el Hijo colgaba.

Y a su alma, que gemía,
contristada y dolorida,
una espada atravesó.

¡Oh qué triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Hijo unigénito!

Dolorosa y triste estaba
la piadosa Madre, al ver
del glorioso Hijo las penas.

¿Qué hombre no lloraría,
si en tan gran suplicio viera
de Cristo a la dulce Madre?

¿Quién no se contristaría,
al ver de Cristo a la Madre
con su Hijo lastimarse?

Por los pecados de su gente
vió a Jesús en los tormentos
y entregado a los azotes.

Vió a su hijo dulce y bueno
morir triste y solitario,
al exhalar el último aliento.

¡Ea, Madre, fuente de amor,
hazme "sentir tu dolor,
para que llore contigo!

Haz que arda mi corazón
en amor de Cristo Dios,
para que así le complazca.

Haz también, oh santa Madre,
que en mi corazón las llagas
del Crucifijo se graben.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan (Jn., XIX, 25-27).


En aquel tiempo estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Y, cuando vió Jesús a su Madre y al discípulo que amaba allí presente, dijo a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí a tu Madre. Y, desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


DE PIE JUNTO A LA CRUZ

“Stabat juxta crucem”: Lo primero que se necesita es ponerse muy cerquita de la cruz; y después se precisa también estar de pie. De pie, porque esa es la actitud del valiente, y asi se está más cerca de nuestro Señor. 

Y para realizar esto no hay más que un medio: estar con la Santísima Virgen. Nunca las dos primeras palabras se podrán unir a la última sin el tecum: si no es con María y en María. La Cruz es algo demasiado honroso.

Y dominando el Stabat de María, está el de Jesús, levantado por encima de la tierra y atrayendo todo hacía El, precisamente porque está por encima de la tierra, María está de pie para ser el lazo de unión... la Medianera, Su cabeza y su corazón arriba, para estar cerca de su Hijo; sus pies tocan nuestro suelo para estar cerquita de nosotros que somos hijos suyos. Y está en pie porque es nuestra Madre: “He ahí a tu Madre”, y María puede decir como Jesús: “Como Madre atraeré todo hacia mí”. Toda la humanidad ha sido arrastrada por el misterio de la Cruz a Jesús y a María...

Al pie de la Cruz Nuestra Señora llegó a ser verdaderamente la Reina de misericordia. Encomendémonos a su omnipotencia sobre el divino Corazón, al pie del altar donde se prepara la renovación del Sacrificio.


OFERTORIO

Acuérdate, oh Virgen, Madre de Dios, cuando estés en la presencia del Señor, de pedirle bienes para nosotros, y de rogarle que aparte de nosotros su indignación.

A lo largo de los siglos, ¡cuántas almas santas han acudido a hacer fiel compañía a la Madre de los Dolores! Su intercesión, unida a la de María, constituye la fuerza de la Iglesia; por ella esperamos conseguir nosotros el efecto de los méritos de la muerte del Salvador.


SECRETA
Ofrecémoste preces y hostias, oh Señor, Jesucristo, suplicándote humildemente hagas que, los que celebramos con preces la transfixión del alma dulcísima de tu Bienaventurada Madre María, alcancemos por los méritos de tu muerte, y con la múltiple y piadosa intercesión de tu Madre y de todos los Santos que están bajo de tu cruz, el premio y la compañía de tus Bienaventurados. Tú, que vives y reinas.

Fué tan grande el dolor de María en el Calvario, ha dicho San Bernardino de Sena, que, repartido entre todas las criaturas capaces de sufrir, a todas las mataría instantáneamente. Y Nuestra Señora pudo entonces resistir y conservar esa vida que el Espíritu Santo guardaba; para la Iglesia, gracias a aquella paz admirable que se apoyaba en la perfecta conformidad, en la entrega total de su ser al Señor. Logre la Comunión de los Misterios sagrados concedernos la paz de Dios que sobrepuja a todo sentido, que guarda las inteligencias y los corazones.


COMUNIÓN
Felices los sentidos de la Bienaventurada Virgen María, qué, sin la muerte, merecieron la palma del martirio bajo la Cruz del Señor.

Como lo indica l a Poscomunión, la memoria piadosa de los Dolores de la Madre de Dios, nos sirve de gran ayuda para encontrar todos los bienes en el Sacrificio del altar.


POSCOMUNIÓN
Haz, Señor, que los sacrificios que hemos recibido al celebrar devotamente la transverberación de la Virgen, tu Madre, nos alcancen de tu clemencia toda clase de saludables bienes. Tú, que vives y reinas.



Notas

1 Lam., I, 12-13.
2. Sermón pour la Compassion, Oeuvres orat ., II, p. 472.
3. Panégyrique de saint Joseph, t. II, 137.
4. 41e Confer. aux méres cehretiennes, t. II, 199.
5. Carta sobre la Asunción, n. 14. P . L., 30, 138.
6. Sermón sobre la Asunción, t. III, 493.
7. Encíclica Ad diern illum, 2 de febrero de 1904.
8. Question super Missus, 150.
9. Santa Brígida, Revelaciones, 1. II, c. 24.