Día
23 de Julio, Domingo VIII de Pentecostés.
Doble- Orn. Verdes. Conm. San Apolinar, Obispo y Mártir.
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Rinde cuentas de tu administración”, dice al mayordomo su señor, en la
parábola que nos propone Jesús.
Al fin de la vida, cuando se halle cercana la muerte y tras la muerte
el juicio, habremos todos de rendir cuentas al Juez Divino que nos dirá: dame
cuenta de cómo has negociado, de cómo has usado de tantos bienes como te
entregué. Bienes naturales y sobrenaturales, de inteligencia y de gracia, materiales
y espirituales.
En ese momento ¿nos sonrojaremos como el mayordomo infiel, o nos
sentiremos tranquilos y satisfechos de nuestra vida?
Inevitable es este juicio. Lo ha dicho
Tiempo es, pues, ahora de examinar nuestra conducta, de ajustar
nuestras cuentas y conformar nuestras acciones a la voluntad de Dios. Como el
mayordomo, empleemos todos los bienes recibidos de Dios en hacer con ellos
cosas buenas, actos de caridad, recordando que la limosna no es un simple
consejo, sino un precepto, para que así ganemos amigos que en aquel momento nos
defiendan: las mismas obras buenas que hablarán a nuestro favor. Conquistemos
pues, el favor de los amigos del Corazón de Jesús que toma como hecho a su
propia persona todo el bien que hagamos a los pobres.
San Francisco Solano nació en España en 1549, en Montilla, provincia de Córdoba. En su misma ciudad natal profesó en la Orden de San Francisco de Asís y ejerció sus primeros años de predicación y su eximia caridad en Andalucía. En 1589 pasó al Nuevo Mundo. Panamá recoge las primicias de su apostolado admirable y heroico, que le valió el título de “Apóstol de la América Meridional”. Durante 14 años recorre predicando y misionando las regiones de Tucumán (Argentina), las riberas del Río de la Plata y del Uruguay, y luego otros siete años en Perú y Chile, sufriendo todas las inclemencias imaginables, agregando a esto ayunos y rígidas penitencias, y catequizando, misionando, civilizando y fundando templos, pueblos y municipios. Con su mansedumbre y sus estupendos milagros, con su violín y su caridad domina ejércitos de rudos salvajes y los gana para Cristo. Las bestias y los elementos obedecen a su palabra y respetan sus órdenes. Alrededor de 1600 pasa de nuevo los Andes y entra en el Perú con su hatillo de libros y su inseparable violín. Aún durante unos años sigue su apostolado entre los indios y los conquistadores españoles. En Lima concluye su carrera luminosa este apóstol, muriendo el 24 de Julio de 1606. Benedicto XIII lo canonizó en el año 1726.
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