domingo, 30 de abril de 2023

Sermón Domingo Tercero después de Pascua

Sermón

R. P. Carlos Dos Santos


Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Sermón

S.E.R. Monseñor Pío Espina Leupold


Sermón

R.P. Julián Espina Leupold


Lección

Amados míos, os ruego que os abstengáis, cual forasteros y peregrinos, de las concupiscencias carnales que hacen guerra contra el alma. Tened en medio de los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que, mientras os calumnian como malhechores, al ver (ahora) vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios en el día de la visita. A causa del Señor sed sumisos a toda humana institución, sea al rey como soberano, o a los gobernadores, como enviados suyos para castigar a los malhechores y honrar a los que obran bien. Pues la voluntad de Dios es que obrando bien hagáis enmudecer a los hombres insensatos que os desconocen, (comportándoos) cual libres, no ciertamente como quien toma la libertad por velo de la malicia, sino como siervos de Dios. Respetad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey. Siervos, sed sumisos a vuestros amos con todo temor, no solamente a los buenos e indulgentes, sino también a los difíciles. Porque en esto está la gracia: en que uno, sufriendo injustamente, soporte penas por consideración a Dios.

I Pedro II, 11-19



Evangelio

En aquél tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: “Un poco de tiempo y ya no me veréis: y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, porque me voy al Padre”. Entonces algunos de sus discípulos se dijeron unos a otros: “¿Qué es esto que nos dice: «Un poco, y ya no me veréis; y de nuevo un poco, y me volveréis a ver» y: «Me voy al Padre?»”. Y decían: “¿Qué es este «poco» de que habla? No sabemos lo que quiere decir”. Mas Jesús conoció que tenían deseo de interrogarlo, y les dijo: “Os preguntáis entre vosotros que significa lo que acabo de decir: «Un poco, y ya no me veréis, y de nuevo un poco, y me volveréis a ver». En verdad, en verdad, os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo. Así también vosotros, tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo. 

Juan XVI, 16-22

viernes, 28 de abril de 2023

Dom Gueranger: Tercer Domingo después de Pascua




TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


LA DIGNIDAD DEL PUEBLO CRISTIANO

Nada más grande ni más elevado sobre la tierra que los príncipes de la Santa Iglesia, que los Pastores establecidos por el Hijo de Dios, y cuya sucesión durará tanto como el mundo; pero no creamos que los súbditos de este vasto imperio que se llama Iglesia no tengan también su dignidad y su grandeza. El pueblo cristiano, en el seno del cual se confunden, en una igualdad completa, el príncipe y el simple particular, sobrepuja en esplendor y en valor moral a todo el resto de la humanidad.

Penetra por doquiera que se extienda la verdadera civilización; pues lleva por todas partes la verdadera noción de Dios y del fin sobrenatural del hombre. Ante él la barbarie retrocede, las instituciones paganas, por antiguas que sean, se borran; y hasta vió un día a la civilización griega y romana rendirle armas, y al derecho cristiano emanado del Evangelio sobreponerse por sí mismo al derecho de los pueblos gentiles. Numerosos hechos han mostrado la superioridad que el bautismo imprime a las razas cristianas; porque sería irracional el pretender encontrar la causa primera de esta superioridad en nuestra civilización, puesto que esta misma civilización no ha sido más que el producto del bautismo.


LA UNIDAD DE FE

Pero si la grandeza del pueblo cristiano es tal que ej erce su prestigio exterior hasta sobre los mismos infieles ¿qué diremos de la que la fe nos revela en él? El Apóstol San Pedro, el Pastor universal en cuyas manos acabamos de ver al divino Pastor depositar las llaves, definió así al rebaño a quien está encargado apacentar: "Vosotros sois, les dijo, la raza escogida, el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo escogido, encargado de publicar las grandezas de Aquel que os ha llamado del seno de las tinieblas a su admirable luz." (I S. Pedro, 11, 9.)

En efecto, en el seno de ese pueblo se conserva la verdad divina, que no podía extinguirse en él. Cuando la autoridad docente debe proclamar, en su infalibilidad, una decisión solemne en materia de doctrina, hace primero una llamada a la fe del pueblo cristiano y la sentencia declara inviolable lo que ha sido creído "en todos los lugares, en todos los tiempos y por todos". (S. Vicente de Lerius, "commonitorium".) En el pueblo cristiano reside este principio admirable de fraternidad de las inteligencias, en cuya virtud encontráis la misma creencia en las razas más diversas, por más hostiles que sean las unas para con las otras; en lo referente a la fe y a la sumisión a los Pastores, no hay más que un solo pueblo. En el seno de este pueblo florecen las más perfectas las virtudes y a veces las más heroicas; pues es el depositario, en gran parte, del elemento de santidad que Jesús ha derramado con su gracia en la naturaleza humana.


EL TESTIMONIO DEL AMOR

Ved también con qué amor le protegen y le honran los Pastores. En todos los grados de la jerarquía va unido el deber de dar su vida por el rebaño. Este sacrificio del Pastor por sus ovejas no es verdadero heroísmo; es deber estricto. ¡Vergüenza y maldición aquel que retrocede!, el Redentor le señala con el nombre de mercenario. Pero también, ¡qué bello y qué innumerable este ejército de Pastores que, desde hace diez y nueve siglos, han dado su vida por el rebaño! No hay una página de los anales de la Iglesia en que no resplandezcan sus nombres, desde el de Pedro, crucificado como su Maestro, hasta los de esos Obispos de Cochinchina, de Tonkín, de Rusia y de España cuyos recientes martirios han venido a advertirnos que el Pastor no ha cesado de considerarse como víctima por el rebaño. Veamos también cómo antes de confiar sus corderos y sus ovejas a Pedro, Jesús quiere ante todo asegurarse si le ama más que los otros. Si Pedro ama a su Maestro, amará a las ovejas de su Maestro, y sabrá amarlas hasta dar su vida por ellas. Es la advertencia que le da el Salvador que, después de haberle confiado el rebaño entero, termina prediciéndole el martirio. ¡Dichoso pueblo aquel cuyos jefes no ejercen el poder más que a condición de estar prestos a derramar por él toda su sangre!


LAS SEÑALES DE RESPETO

¡Con qué respeto y qué consideración tratan los Pastores a estos rebaños de su Maestro! Si una de ellas llega a señalar en su vida los caracteres que denotan la santidad, hasta el punto de merecer ser propuesta a la sociedad cristiana como modelo y como intercesor, veréis entonces, no solamente al Sacerdote cuya palabra trae al Hijo de Dios al altar, no solamente al Obispo cuyas manos sagradas tienen el báculo pastoral, sino al Vicario mismo de Cristo, humildemente arrodillados ante el sepulcro en que la imagen del servidor o de la sierva de Dios por humilde que haya sido su rango, por débil que haya sido su sexo sobre la tierra. El sacerdocio jerárquico testificará este respeto por las ovejas de Cristo, aún con niño bautizado cuya lengua no se ha desatado aún, que no es contado en el Estado entre los ciudadanos, que tal vez antes de acabar el día sería ajado como la flor de los campos. El Pastor reconoce en él a un miembro digno del honor de pertenecer a ese cuerpo de Jesucristo que es la Iglesia, un ser" colmado de dones sublimes que hacen de él el objeto de las complacencias del cielo y la bendición de todos los que le rodean. Cuando el templo santo ha reunido la asamblea de fieles y el incienso se ha quemado sobre la oblata y alrededor del altar, el celebrante que ofrece el Sacrificio recibe el homenaje de este perfume misterioso que honra en él al representante de Cristo; el colegio sacerdotal ve avanzar enseguida hacia sí al turiferario, que viene a rendir honor a los que están señalados por el carácter sagrado; pero el incienso no se detiene en el santuario.

He aquí que el turiferario viene a colocarse en frente del pueblo fiel, y le concede en nombre de la Iglesia este mismo homenaje que hemos visto tributar al Pontífice y a los sacerdotes; pues el pueblo fiel está también en Cristo. Más aún, cuando el despojo mortal del cristiano, aunque haya sido el más pobre entre sus hermanos, es traído a la casa de Dios para recibir las honras fúnebres, esas mismas honras fúnebres son un homenaje. El incensario recorre aún sus miembros inanimados; hasta tal punto la Iglesia trata de reconocer y de honrar hasta el último momento el carácter divino que la fe le hace ver hasta en el más humilde de sus hijos. ¡Oh pueblo cristiano! ¡qué justo es decir de ti, y con mucha más razón, lo que Moisés decía de su Israel: "No, no hay nación tan grande y tan colmada de honor!" (Deut., IV, 7.)

El Tercer Domingo después de Pascua lleva, en la Iglesia griega, el nombre de "Domingo del Paralítico", porque se celebra de un modo particular la conmemoración del milagro que nuestro Señor obró en la Piscina Probática..


MISA

El Introito es un himno triunfal que invita a toda la Creación a la alegría y a la acción de gracias.


INTROITO

Canta jubilosa a Dios, tierra toda, aleluya: decid un salmo a su nombre, aleluya: glorificad su alabanza, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Decid a Dios: ¡Cuán terribles son tus obras, Señor! En la grandeza de tu poder se engañarán tus enemigos. J. Gloria al Padre.

 

La Colecta recuerda la alta dignidad de la vocación cristiana. La Eucaristía sacrificio-sacramento nos obtendrá la gracia de ser fieles rechazando todo lo que es contrario a nuestro bautismo y practicando lo que le es conforme.


COLECTA

Oh Dios, que muestras, a los que yerran, la luz de tu verdad, para que puedan tornar al camino de la justicia: da, a todos los que hacen profesión de cristianos, la gracia de rechazar lo que se opone a ese nombre, y de seguir lo que concuerda con él. Por el Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro. 

Carísimos: Os ruego que, como extranjeros y peregrinos, os abstengáis de los deseos carnales, que militan contra el alma, viviendo honradamente entre las gentes: para que, ya que os consideran como malhechores, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios el día de la visitación. Estad, pues, sumisos a toda criatura humana por Dios: ya al rey, como jefe: ya a los caudillos, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los buenos: porque es voluntad de Dios que, obrando el bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres imprudentes: (obrad) como libres, y no como teniendo la libertad por velo de la malicia, sino como siervos de Dios. Honrad a todos: amad la fraternidad: temed a Dios: Honrad al rey. Siervos, someteos con todo temor a los amos, no sólo a los buenos y modestos, sino también a los díscolos. Porque esto es lo grato (a Dios), en nuestro Señor Jesucristo.


LOS DEBERES DEL CRISTIANO

"El deber de santificarse se resuelve en las obligaciones concretas y adaptadas a la situación social actual de cada uno. La razón de insistir es la formulada por S. Pedro: el cristiano es como extraño y peregrino en el mundo no conquistado para el Evangelio. Es preciso luchar contra las fuerzas del pecado que se insinúan hasta en nosotros mismos, y guardar, en medio de los gentiles que se abandonan, a él, una conducta ejemplar digna de respeto y estima. 

"Este apostolado del buen ejemplo dicta, desde luego, a los cristianos su actitud "frente" a las instituciones humanas... su deber social se resume en cuatro frases cortas que son otras tantas normas directrices de la vida: 1." tratar a todos los hombres con el respeto debido a su dignidad de hombres: 2." amar a los que son nuestros hermanos en la fe: 3.° temer a Dios con ese temor que es el principio de la verdadera sabiduría y el contra-peso de la orgullosa confianza en sí: 4.° reverenciar la autoridad real dando al César lo que es del César.

"En fin, el pensamiento de la fe hará que los sirvientes respeten y obedezcan a sus señores, y esta obediencia cristiana les hará merecedores del favor divino." (A. Charue, "Las Epístolas Católicas", p. 455.)

Realizaremos este ideal del cristiano gracias a la Redención siempre presente en el altar. Cada día nos recordará ella que el cristiano, siendo otro Cristo, debe sufrir como El para entrar en la gloria, y ella nos dará fuerzas para semejarnos a El.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. J. El Señor envió la redención a su pueblo.

Aleluya. J. Convenía que Cristo sufriera, y resucitara de entre los muertos: y entrara así en su gloría. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Un poco, y ya no me veréis: y otro poco, y me veréis: porque voy al Padre. Dijéronse entonces los discípulos entre sí: ¿Qué es eso que nos dice: Un poco, y no me veréis: y otro poco, y me veréis, y: Porque voy al Padre? Dijeron, pues: ¿Qué es eso que nos dice: Un poco? No sabemos lo que habla. Y conoció Jesús que querían preguntarle, y díjoles: ¿Preguntáis entre vosotros qué es lo que dije: Un poco, y no me veréis y otro poco, y me veréis? En verdad, en verdad os digo: Que lloraréis y gemiréis vosotros, pero el mundo se gozará; y vosotros os contristaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando pare, tiene tristeza, porque llega su hora; pero, cuando ha parido al niño, ya no se acuerda del apuro, por el gozo de haber nacido un hombre en el mundo. También vosotros tenéis ciertamente tristeza ahora, pero os veré otra vez, y se gozará vuestro corazón: y nadie os quitará vuestro gozo.


CONFIANZA EN LA PRUEBA

"El Señor debía alejarse; pero sus palabras parecían contradictorias a los Apóstoles. ¿Cómo iba a estar al mismo tiempo con su Padre y con ellos? Jesús, que leía los pensamientos (en las almas), comprendió la ansiedad de los suyos. Sin duda, al hablar así, pensaba en el alejamiento momentáneo de la pasión y en la alegría de la Resurrección. Pero esta desaparición y esta vuelta eran, a a sus ojos, el símbolo de otra vuelta; la partida hacia su Padre, en la Ascensión, y la reunión con sus discípulos, en la eternidad. Mientras tanto, los discípulos tendrán que trabajar y sembrar en las lágrimas, en ausencia de su Maestro. ¿Qué importa la tribulación de los tiempos? No pensaremos en ella cuando el hombre nuevo se haya entregado a Dios, cuando la Iglesia alabe a Dios, cuando el nuevo Adán aparezca delante del Padre con la posteridad que habrá germinado de su sangre. No hay cosa mejor para darse de lleno, que seguir las perspectivas que nos abre el Salvador. Ahora momentos de angustia, después la alegría sin fin, cuya plenitud colmará nuestros deseos y nuestra inteligencia. Ningún poder creado es capaz de arrebatárnosla (D. Delatte, Evangile de N. S. J. C. t. II, p. 277).


El Ofertorio es un grito de alabanza y de alegría, de la alegría encontrada en el sacrificio.


OFERTORIO

Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al Señor en mi vida: salmearé a mi Dios mientras viva, aleluya.


La Secreta nos recuerda que el fruto de la Eucaristía será desprendernos de la tierra y elevarnos hacia el cielo.


SECRETA

Haz, Señor, que nos sea dado en estos Misterios  aquello con que, mitigando los deseos terrenos, aprendamos a amar los celestes. Por el Señor.


La Comunión nos hace oír el anuncio de la partida y de la vuelta de Cristo. Los santos misterios nos preparan para recibir al Señor cuando viniere.


COMUNIÓN

Un poco, y no me veréis, aleluya: otro poco, y me veréis, porque voy al Padre, aleluya, aleluya.


Entretanto, la Eucaristía es el reconfortamiento y la salvaguardia de los peregrinos en camino hacia el cielo.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, Señor, hagas que, los Sacramentos que hemos recibido, nos restauren con alimentos espirituales, y nos protejan con corporales auxilios. Por el Señor.

Boletín Dominical, 30 de abril



Día 30 de Abril, Domingo III de Pascua.

Doble-Ornamentos Blancos.
Conm. Santa Catalina de Siena, Virgen.

La Epístola de San Pedro, que hoy leemos, nos dice cual debe ser la actuación del cristiano en el mundo. Debe vivir en el mundo para edificación del mundo, evitando los extremos de la vida mundana y de la vida huraña y poco civil. Para no ser mundanos, recomienda la mortificación de las concupiscencias, sobre todo la de la carne, para que viendo las gentes nuestras buenas obras glorifiquen a Dios y amen la religión de Cristo, acreditada por la conducta de los cristianos.

Recomienda mucho también la sumisión a las autoridades constituidas, sean autoridades mayores, como el emperador, o menores, como los gobernadores, y esto por amor a Cristo.

San Pablo (Romanos 13, 1) enseña que toda autoridad viene de Dios, y en este sentido es divina; aquí San Pablo dice que esta misma autoridad es humana en  cuanto reside y está encarnada en hombres: divina en su origen. De aquí que los reyes, presidentes, o supremos gobernantes no gobiernan con autoridad propia sino con autoridad recibida de Dios, de donde se sigue que no pueden mandar ni legislar nada que vaya contra el Señor, con cuya autoridad gobiernan, y el deber que tienen de reverenciarle públicamente y respetar y hacer respetar las leyes divino-natural y divino- positiva.

Es, pues el gobernante sujeto de la autoridad, la cual recibe, no del pueblo, que no la tiene, sino de Dios. Así es, pues que el pueblo no tiene autoridad ni derecho, aunque aúne la suma de todas las voluntades, para legislar o darse un gobierno que atente contra la autoridad, las leyes o los deseos de Dios, que siempre será el Señor de todo lo creado. Por eso el mandato e imperio que ejercen los gobernantes ha de ser justo y no despótico, sino en cierta manera paternal, porque el poder justísimo que Dios tiene, sobre los hombres, está también unido con su bondad de Padre. La autoridad asimismo se ha de ejercer en provecho de los ciudadanos, nunca se ha de poner al servicio de un partido o de unos pocos. El Apóstol San Pablo reconoce también el hecho y el derecho de la libertad. “Sed hombres libres”, dice. Pero la libertad no ha de degenerar en libertinaje: “no toméis la libertad como capa que cubra vuestra malicia.”  (Ver Encíclicas Libertas y la Constitución cristiana de los Estados de León XIII y mensajes de Navidad de Pio XII).






Día 3 de Mayo, La invención de la Santa Cruz.
En el siglo II el emperador Adriano había hecho cubrir de escombros el Calvario y el Santo Sepulcro, y encima de ellos construyó una estatua a Júpiter y un templo a Venus. Pero después de la victoria de Constantino y otorgada la paz a la Iglesia, la madre del emperador, Santa Elena, va a Jerusalén a venerar los sagrados lugares santificados por los pies de Nuestro Señor Jesucristo, hace derribar las estatuas y templos paganos, se excava, y bajo la mirada alentadora de la emperatriz se trabaja sin cesar, hasta que aparecen la gruta del Santo Sepulcro y las tres cruces: la de Jesús y la de los dos ladrones. ¿Cómo reconocer la de Jesús? El milagro dio la respuesta. Aplicada a una difunta, le devolvió la vida; tocada por una paralítica, le sanó de repente.








martes, 25 de abril de 2023

Dom Gueranger: San Marcos, Evangelista

   





SAN MARCOS, EVANGELISTA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


El León evangélico que asiste ante el trono de Dios, con el hombre, el toro y el águila, es honrado hoy por la Iglesia. Este día vió a Marcos subir de la tierra al cielo, ceñida su frente de Ia doble corona de Evangelista y mártir.


EL EVANGELISTA

Al modo como los cuatro profetas mayores Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, resumen en sí la predicación de Israel, así también Dios quiso que la Nueva Alianza descansase sobre cuatro textos augustos, destinados a revelar al mundo la vida y doctrina de su Hijo encarnado. Marcos es discípulo de Pedro. Escribió su Evangelio en Roma bajo la inspiración del príncipe de los Apóstoles. Y a estaba en uso en la Iglesia la narración de Mateo, pero los fieles de Roma deseaban juntar con ella la narración personal de su Apóstol. Pedro no escribe personalmente sino que encarga a su discípulo tomar la pluma y el Espíritu Santo guía la mano del nuevo Evangelista. Marcos sigue la narración de San Mateo; la abrevia pero a la vez la completa. Una palabra, un detalle, manifiestan que Pedro, testigo de todo, ha inspirado el trabajo de su discípulo. Pero el nuevo Evangelista ¿pasará por alto, o tratará de atenuar la falta de su maestro? Al contrario; el Evangelio de Marcos será más duro que el de Mateo en la narración de la negación de Pedro. D a la impresión de que las amargas lágrimas provocadas por la mirada de Jesús en casa de Caifás no cesaron de correr. Cuando Marcos terminó su trabajo Pedro le reconoció y le aprobó; las iglesias acogieron con alegría esta segunda exposición de los misterios de la salvación del mundo, y el nombre de Marcos se hizo célebre por toda la tierra (1).

Mateo que comienza su Evangelio con la genealogía humana del Hijo de Dios realizó la figura del Hombre; Marcos la del León, porque comienza su narración por la predicación de San Juan Bautista, recordando que la misión del Precursor del Mesías había sido anunciada por Isaías al hablar de la Voz del que clama en el desierto; voz del león cuyos rugidos resuenan en las soledades.


EL MISIONERO

Comenzó Marcos su apostolado cuando escribió su Evangelio. Llegó el momento, para Egipto, cuna de todos los errores, de recibir la verdad. La soberbia Alejandría vería levantarse dentro de sus muros la segunda Iglesia de la cristiandad, la segunda sede de Pedro. Marcos fué escogido por su Maestro para esta gran obra. Por su predicación, la doctrina salvadora germinó, floreció y fructificó en esta tierra infiel. Desde un principio se manifestó la autoridad de Pedro, aunque en distinto grado, en las tres grandes ciudades del imperio: Roma, Alejandría y Antioquía.


EL MÁRTIR

La gloria de Marcos hubiera quedado incompleta sin la aureola del martirio (2). El gran éxito de la predicación del Santo Evangelista, le acarreó el furor de la antigua superstición egipcia. En una fiesta de Serapis, fué maltratado por los idólatras y arrojado a un calabozo. Por la noche se le apareció el Señor resucitado, cuya vida y obras había narrado, y le dijo estas célebres palabras que son la divisa de la república de Venecia: "¡Paz sea contigo, Marcos, mi Evangelista"! A lo que el discípulo emocionado contestó: ¡"Señor"! Su amor y su alegría no hallaron otras palabras. Del mismo modo Magdalena la mañana de Pascua enmudeció después de aquel grito salido de su corazón: "¡Maestro!" Al día siguiente, Marcos fué martirizado por los paganos. Pero había cumplido su misión en la tierra y se le abría el cielo para ir a ocupar, junto al trono del "Anciano de muchos días" la silla de honor en que le contempló en sublime visión el profeta de Patmos(3).

En el siglo ix la Iglesia de Occidente fué enriquecida con los despojos mortales de San .Marcos. Sus sagrados restos venerados hasta entonces en Alejandría, fueron trasladados a Venecia y bajo sus auspicios comenzaron los gloriosos destinos de esta ciudad, que habían de durar mil años. La fe en un tan gran patrón, obró maravillas en aquellos islotes y lagunas, de los que pronto surgió una ciudad tan poderosa como magnífica. El arte bizantino construyó la imponente y suntuosa iglesia que fué defensa de la reina de los mares y la nueva república acuñó sus monedas con la efigie del León de San Marcos. ¡Dichosa de ella si hubiera sido más sumisa a Roma y más severa en sus costumbres; nunca habría degenerado de su grandeza ni de la fe de sus mejores tiempos!



PLEGARIA

Eres, oh Marcos, el misterioso León, uncido con el hombre, el toro y el águila al carro sobre el que el Rey de la gloria va a la conquista del mundo. Y a en la Antigua Ley te contempló Ezequiel en el cielo, y Juan, el profeta de la Nueva Ley, te reconoció junto al trono de Dios. ¡Qué grande es tu gloria!, historiador del Verbo hecho carne, manifiestas a todas las generaciones los títulos por los que le corresponden el amor y la adoración de los hombres. La Iglesia se inclina ante tus escritos y los proclama inspirados por el Espíritu Santo. Te hemos oído narrar el mismo día de Pascua la Resurrección de Nuestro Señor; haz, oh Santo Evangelista, que este misterio produzca en nosotros todos sus frutos; que nuestro corazón como el tuyo se una a Jesús resucitado, para que le sigamos por doquier en esta nueva vida que nos ha abierto resucitando El primero. Pídele se digne darnos su paz como se la dió a sus Apóstoles cuando se les apareció en el Cenáculo, como te la dió a ti mismo en la prisión.

Fuiste discípulo de Pedro; Roma se gloría de haberte tenido dentro de sus muros. Ruega por el sucesor de Pedro, tu maestro, y por la Iglesia de Roma combatida por la tempestad. León evangélico ruega al León de la Tribu de Judá en favor de su pueblo, despiértale de su sueño, que se levante con su poder y con su sola presencia ahuyentará a sus enemigos.

Apóstol de Egipto, ¿qué ha sido de tu Iglesia de Alejandría, segunda sede de Pedro, enrojecida con tu sangre? Hasta sus ruinas han desaparecido. El viento abrasador de la herejía desoló a Egipto y Dios airado desencadenó contra él, trece siglos ha, el torrente del Islam. ¿Deben aquéllas regiones renunciar para siempre a ver brillar la antorcha de la fe, hasta la venida del Juez de vivos y muertos? No lo sabemos, pero en medio de los acontecimientos que se suceden, osamos pedirte, oh Marcos, que intercedas por estas regiones que evangelizaste y en las cuales las almas están tan devastadas como su suelo.

Acuérdate también de Venecia. Su corona cayó, acaso para siempre; pero todavía vive allí un pueblo cuyos antepasados se consagraron a ti. Conserva la fe en su seno; haz que prospere, que se levante de sus desdichas y que dé gloria a Dios que ha descargado sobre ella su justicia.



LA PROCESION DE SAN MARCOS

HISTORIA

Es de notar este día en los fastos litúrgicos por la célebre procesión llamada de San Marcos. Sin embargo de eso, este nombre no es exacto, ya que la procesión estaba ya fijada el 25 de abril, antes de la institución de la fiesta del Santo Evangelista, que aún no tenía día fijo en la Iglesia romana en el siglo vi. El verdadero nombre de esta procesión es el de "Letanías Mayores." El nombre de Letanía, significa Súplica, y se dice de una procesión religiosa durante la cual se ejecutan cánticos cuyo fin es alcanzar algo del cielo. Esta palabra significa también la exclamación que se profiere al decir: "¡Señor, tén piedad de nosotros!" Este es el sentido de las palabras griegas: "Kyrie eleison." Más tarde se ha dado el nombre de Letanías a todo el conjunto de invocaciones que se añadieron a las palabras griegas, de forma que llegaron a constituir una oración litúrgica, que en circunstancias importantes emplea la Iglesia. 

A las Letanías Mayores, se le da este nombre para distinguirlas de las Letanías Menores o procesiones de Rogativas, instituidas en las Galias en el siglo v. Sabemos por un pasaje de San Gregorio Magno que era costumbre de la Iglesia de Roma, celebrar cada año una Letanía Mayor, en la que tomaban parte el clero y el pueblo y que esta costumbre era ya antigua. El Santo Pontífice no hizo sino fijar al 25 de abril esta Procesión, y señalar para estación la Iglesia de San Pedro. Muchos liturgistas han confundido con esta institución las procesiones que San Gregorio prescribió muchas veces en calamidades públicas y que son distintas de la de hoy. Esta era anterior, aunque no se conoce la fecha de su origen. Va fija a este día y no a la fiesta de San Marcos que es posterior. Si sucede que el 25 de abril cae en la semana de Pascua, la Procesión tiene lugar el mismo día, a no ser que en él caiga la Pascua. En cuanto a la fiesta del Evangelista se la traslada después de la octava. 

Acaso se pregunte por qué se ha escogido el 25 de abril para fijar en él una Procesión y una Estación en que todo respira compunción y penitencia, en una estación del año en que la Iglesia se entrega a las alegrías de la Resurrección del Señor.

Entre los antiguos romanos el 25 de abril se celebraba la fiesta de las Robigales. Consistía en una procesión muy popular que iba de la vía Flaminia al templo del Robigo. En él se ofrecían sacrificios y oraciones a dicha divinidad para que preservarse los sembrados de la roya. En efecto, estamos en la época de las heladas tardías de la luna roja. U n a vez más la Iglesia sustituyó una creencia pagana por otra cristiana.

No se puede dejar de consignar el contraste tan fuerte que existe entre las algrías del momento presente y los sentimientos de penitencia que deben acompañar a la Procesión y Estación de las Letanías Mayores, instituidas ambas con el fin de alcanzar la misericordia divina. Colmados de toda clase de favores en este santo tiempo, inundados por las alegrías pascuales no nos entristezcamos porque la Iglesia ponga por unas horas sentimientos de compunción que tanto convienen a los pecadores como nosotros. Se trata de desviar los azotes que merecen las iniquidades de la tierra, de obtener por la humildad, y con la invocación de la Madre de Dios y de los Santos, el término de las enfermedades y la conservación de las mieses: de ofrecer a la justicia divina una compensación por el orgullo y malicia del hombre. Entremos en estos sentimientos y reconozcamos humildemente la parte que corresponde a nuestros pecados en los motivos que han excitado la cólera divina; y nuestras pobres súplicas, unidas a las de la Iglesia, obtendrán gracia para los culpables y para nos otros mismos que formamos parte de ellos.

Este día consagrado a la reparación de la gloria divina no podía pasar sin las expiaciones con que el cristiano debe acompañar la ofrenda de su corazón arrepentido. Hasta la reciente reforma del Derecho eclesiástico, en este día, se exigía en Roma la abstinencia de carne, y cuando fué implantada en Francia la Liturgia romana por Pipino y Cario Magno, como la gran Letanía del 25 de abril ya estaba en uso, se promulgó el precepto de abstinencia. El Concilio de Aquisgrán de 836 añadió la obligación de suspender los trabajos serviles y esta disposición se halla en los capitulares de Carlos el Calvo. En cuanto al ayuno propiamente tal, como el tiempo pascual no lo permite, parece no haberse observado por lo menos de un modo general. En el siglo IX afirma Amalario que no se observaba en Roma.

Mientras la procesión se cantan las Letanías de los Santos seguidas de numerosos versículos y oraciones que las completan. La Misa de la Estación se celebra según el rito de la Cuaresma, sin gloria y con color morado. Los ñeles encontrarán la Misa y las Letanías en sus devocionarios. Nos falta espacio para reproducirlas aquí.

Permítasenos protestar contra la negligencia de muchos cristianos, de personas más o menos dadas a la piedad, a las cuales jamás se las ve asistir ni a la Procesión de San Marcos, ni a la de las Rogativas. La relajación en este punto ha llegado al colmo, sobre todo en las ciudades. Estos mismos ñeles han recibido con satisfacción la dispensa de la abstinencia, que limitada al principio a algunas diócesis, en nuestros días ha sido extendida a todos los ñeles, Al parecer, esta indulgencia debiera hacerles tomar mayor parte en la oración, ya que la dispensa ha aliviado la parte correspondiente a la penitencia. La Procesión de los ñeles en las Letanías, forma parte esencial de este rito reconciliador, y Dios no está obligado a tener en cuenta unas oraciones en las que no toman parte aquellos que están llamados a ofrecérselas. Este es uno de los muchos puntos en que una pretendida devoción privada tiene engañadas a muchas personas. Cuando San Carlos Borromeo entró en la ciudad de Milán, también halló que su pueblo dejaba solos a los clérigos en la Procesión del 25 de abril impuso a sí mismo la obligación de asistir e iba con los pies descalzos. No tardó el pueblo en seguir los pasos de su pastor.



Notas

1. San Marcos refiere en su Evangelio los recuerdos de San Pedro. Según S. Papíos y S. Ireneo, le escribiría después de la muerte del Apóstol. En nuestros días el P. Lagrange admite la posibilidad de dos datas en la composición del Evangelio: o en 42 ó 43 o bien entre el martirio de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo y el año 70. Escrito ya su Evangelio San Marcos se trasladarla a Alejandría para predicar allí la fe.

2. Ningún Padre dice que San Marcos fué mártir; pero la tradición de las iglesias es tal que no puede seriamente ponerse en duda que el Evangelista acabó su vida con el martirio, aún cuando las Actas que nos proporcionan algunos detalles no fuesen absolutamente auténticas.

3. Apoc., IV, 6-11.





domingo, 23 de abril de 2023

Sermón Domingo Segundo después de Pascua (Del Buen Pastor)

Sermón

R.P. Gabriel M. G. Rodrigues


Sermón

R. P. Carlos Dos Santos


Lección

Carísimos: Cristo padeció por vosotros dejándoos ejemplo para que sigáis sus pasos. “Él, que no hizo pecado, y en cuya boca no se halló engaño”; cuando lo ultrajaban no respondía con injurias y cuando padecía no amenazaba, sino que se encomendaba al justo Juez. Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, a fin de que nosotros, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. “Por sus llagas fuisteis sanados”; porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.

I Pedro II, 21-25



Evangelio

En aquél tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy el pastor, el Bueno. El buen pastor pone su vida por las ovejas. Mas el mercenario, el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; porque es mercenario y no tiene interés en las ovejas. Yo soy el pastor bueno, y conozco las mías, y las mías me conocen, –así como el Padre me conoce y Yo conozco al Padre– y pongo mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traer; ellas oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

Juan X, 11-16

viernes, 21 de abril de 2023

Dom Gueranger: Segundo Domingo después de Pascua

 




SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


DOMINGO DEL BUEN PASTOR

Este Domingo se designa con el nombre popular de Domingo del buen Pastor por leerse en la Misa el trozo del evangelio de S. Juan, en que Nuestro Señor se da a sí mismo este título. Un lazo misterioso une este texto evangélico al tiempo en que estamos; pues fué en estos días cuando el Salvador de los hombres estableció y consolidó su Iglesia y comenzó por darle el pastor que debía gobernarla hasta la consumación de los siglos.

El Hombre Dios, según el decreto eterno, después de pasados algunos días, dejará de ser visible aquí abajo. La tierra no le verá más hasta el fin de los tiempos, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos. Sin embargo, no abandonará esta raza humana por la que se ofreció en sacrificio en la Cruz y libró de la muerte y del infierno al salir victorioso del sepulcro. Será su jefe en los cielos; ¿qué tendremos para suplir su presencia en la tierra? la Iglesia. A la Iglesia dejará toda su autoridad sobre nosotros; en manos de la Iglesia pondrá el depósito de todas las verdades que ha enseñado; ella será la dispensadora de todos los medios de salvación que ha destinado para los hombres.


LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA

Esta Iglesia es una vasta sociedad en la que todos los hombres están llamados a entrar; sociedad compuesta por dos clases de miembros: los gobernantes y los gobernados, los maestros y los discípulos, los santificadores y los santificados. Esta sociedad inmortal es la Esposa del Hijo de Dios: para ella crea sus elegidos. Ella es su madre única: fuera de su seno no hay salvación para nadie.


PEDRO CONSTITUÍDO PASTOR

¿Pero cómo podrá subsistir esta sociedad? ¿Cómo atravesará los siglos y llegará así hasta el último día del mundo? ¿Quién la dará la unidad y la cohesión? ¿Cuál será el lazo visible entre sus miembros, el signo palpable que la designará como la verdadera Esposa de Cristo, dado el caso que otras sociedades pretendieran fraudulentamente arrebatarla sus legítimos honores? Si Jesús se hubiera quedado con nosotros no habríamos corrido ningún riesgo; donde está El, allí también está la verdad y la vida; pero El "se va", nos dice, y nosotros no podemos seguirle aún. Escuchad, pues, y aprended sobre qué base ha establecido. El la legitimidad de su única Esposa.

Estando un día durante su vida mortal en el territorio de Cesárea de Filipo rodeado de sus discípulos les interrogó acerca de la idea que se habían formado de su persona. Uno de ellos, Simón hijo de Juan o Jonás, y hermano de Andrés, tomó la palabra y dijo: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo". Jesús recibió con bondad este testimonio que ningún sentimiento humano podía sugerir a Simón, sino que salía de su conocimiento divinamente inspirado en este momento; y declaró a este dichoso Apóstol que ya en adelante no sería Simón sino Pedro. Cristo había sido designado por los Profetas con el carácter simbólico de piedra (Isaías XXVIII, 16); al atribuir tan solemnemente a su discípulo este título distintivo del Mesías, Jesús daba a entender que Simón tendría con El relaciones que no tendrían los otros Apóstoles. Pero Jesús continuó su discurso. Había dicho a Simón: "Tú eres Pedro (Piedra)"; y añadió; "y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia".

Ponderemos estas palabras del Hijo de Dios: "Edificaré mi Iglesia". Ha concebido, pues un proyecto: el de edificar una Iglesia. No es él quien edificará ahora esa Iglesia; esta obra se diferirá todavía por algún tiempo, lo único que sabemos con certeza es que se edificará sobre Pedro. Pedro será el fundamento, y quien no descanse en Pedro no formará parte de la Iglesia. Escuchemos aún: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia". En el estilo de los judíos las "puertas" significan los "poderes"; de modo que la Iglesia de Jesús será indestructible, a pesar de todos los esfuerzos del infierno. ¿Por qué? porque Jesús le dará un fundamento firme. El Hijo de Dios continúa: "Y yo te daré las llaves del Reino de los cielos." En el lenguaje de los Judíos, las "llaves" significan el poder del Gobierno, y en las parábolas del Evangelio el "Reino de Dios" significa la Iglesia que debe ser edificada por Cristo. Al decir a Pedro, que en adelante no se llamará más Simón: "Yo te daré las llaves del Reino de los cielos", Jesús se expresaba como si le hubiese dicho: "Yo te haré el Rey de esta Iglesia, cuyo fundamento serás al mismo tiempo." Esto es evidente; pero no echemos en olvido que todas estas magníficas promesas miran al porvenir: (S. Matth, XVI.)

Ahora bien, este porvenir, se ha hecho presente. Hemos llegado a las últimas horas de la estancia de Jesús aquí abajo. Ha llegado el momento en que se va a cumplir su promesa y fundar este Reino de Dios, esta Iglesia que debía edificar en la tierra. Los Apóstoles, fieles a las órdenes que les habían transmitido los Ángeles, han vuelto a Galilea.

El Señor se manifiesta a ellos a orillas del lago de Tiberíades y después de una comida preparada por él mismo, mientras están ellos pendientes de sus labios, interpela de repente a su discípulo: "Simón, hijo de Juan", le dice, "¿me amas?". Advirtamos que no le da en este momento el nombre de Pedro; se coloca en el día en que le dijo otra vez: "Simón, hijo de Jonás, tu eres Pedro"; quiere que los discípulos sientan el lazo que une la promesa y el cumplimiento. Pedro, con su aceleramiento acostumbrado, responde a la pregunta de su Maestro: "Sí, Señor; tú sabes que te amo." Jesús vuelve a tomar la palabra con autoridad: "Apacienta mis corderos", dice al discípulo. Después, reiterando la pregunta, dice aún: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Pedro se asombra de la insistencia con la cual su Maestro parece perseguirle; sin embargo él responde con la misma sencillez: "Si Señor; tú sabes que te amo." Después de esta respuesta, Jesús repite las mismas palabras de investidura: "Apacienta mis corderos."

Los discípulos escuchaban este diálogo con respeto; comprendían que Pedro era distinguido una vez más, que recibía en ese instante algo que ellos no recibirían. Los recuerdos de Cesárea de Filipo se agolpaban a su espíritu, acordándose además de las consideraciones particulares que su Maestro había tenido siempre para Pedro desde este día. Sin embargo de eso, no estaba todo terminado aún. Una tercera vez Jesús interpela a Pedro: "Simón, hijo de Juan, me amas? Ante esta insistencia el Apóstol no puede más. Las tres llamadas de Jesús a su amor le han despertado el triste recuerdo de sus tres negaciones ante la criada de Caifás. Siente la alusión a su infidelidad tan reciente aún, pidiendo perdón responde esta vez con más compunción aún que seguridad: "Señor, dice, lo sabes todo; tú sabes que te amo." Entonces el Señor, poniendo el último sello en la autoridad de Pedro, pronuncia estas palabras: "Apacienta mis ovejas." (S. Juan, XXI.)

He aquí a Pedro nombrado Pastor por aquel mismo que nos dijo: "Yo soy el buen Pastor." Desde luego el Señor ha dado a su discípulo y por dos veces el cuidado de los "corderos"; pero no le había nombrado aún pastor; mas cuando le encarga el apacentar también las "ovejas", el rebaño entero se confía a su autoridad. Que la Iglesia venga, pues, ahora, que se eleve, que se extienda; Simón el hijo de Juan es proclamado Jefe visible. ¿Esta Iglesia es un edificio?, pues él es su piedra fundamental. ¿Es un Reino? pues él tiene las llaves, es decir, el cetro, ¿Es un rebaño?, pues él es el Pastor.

Sí, esta Iglesia que Jesús organiza en este momento, y que se revelará el día de Pentecostés será un rebaño. El Verbo de Dios descendió del cielo "para reunir en uno a los hijos de Dios que antes estaban dispersos" (S. Juan, XI, 52) y se acerca el momento en que no habrá más que un solo redil y un solo Pastor" (Ibld,, X, 16.) ¡Te bendecimos, te damos gracias, oh divino Pastor nuestro! Por nosotros subsiste ella y atraviesa los siglos, recogiendo y salvando a todas las almas que se confían a ella, esta Iglesia que tú fundas en estos días. Su legitimidad, su fuerza, su unidad, le vienen de ti, su Pastor omnipotente y misericordioso. Te bendecimos también y te damos gracias, oh Jesús, por la previsión con que has provisto al mantenimiento de esta legitimidad, de esta fuerza, de esta unidad, dándonos a Pedro tu vicario, a Pedro nuestro Pastor en Ti y por Ti, a Pedro a quien ovejas y corderos deben obediencia, a Pedro en quien te haces visible hasta la consumación de los siglos.

En la Iglesia griega, el segundo Domingo después de Pascua que nosotros llamamos del "Buen Pastor", se designa con el nombre de "Domingo de los santos myroforos", o "porta-perfumes". Se celebra particularmente la piedad de las santas mujeres que llevaron los perfumes al Sepulcro para embalsamar el cuerpo del Salvador. José de Arimatea tiene también una parte de los cánticos de que se compone el Oficio de la Iglesia griega durante esta semana.


MISA

El Introito, haciendo suyas las palabras de David, celebra la misericordia del Señor que se extiende a la tierra entera, por la fundación de la Iglesia. Los "cielos", que significan los Apóstoles en el lenguaje misterioso de la Escritura, fueron fortalecidos por el Verbo de Dios, el día en que les dió a Pedro por Pastor y por fundamento.


INTROITO

La tierra está llena de la misericordia del Señor, aleluya: por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, aleluya, aleluya. — Salmo: Alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. T. Gloria al Padre.

 

La Santa Iglesia en la Colecta, pide para sus hijos la gracia de una santa alegría; pues tal es el sentimiento que conviene al Tiempo pascual. Debemos regocijarnos por haber sido librados de la muerte por el triunfo de nuestro Salvador, y prepararnos por las alegrías pascuales a las de la eternidad.


COLECTA

Oh Dios, que, con la humillación de tu Hijo, levantaste al mundo caído: concede a tus fieles la perpetua alegría: para que, a los que has librado de los peligros de la muerte eterna, les hagas disfrutar de los gozos sempiternos. Por el mismo Señor.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro.

Carísimos: Cristo sufrió por nosotros, dándoos ejemplo, para que sigáis sus pasos. El no cometió pecado, ni se encontró dolo en su boca: cuando era maldecido, no maldijo: cuando padecía, no amenazó; antes se entregó al que le juzgó injustamente: El mismo llevó a la cruz, en su cuerpo, nuestros pecados: para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia: con sus heridas fuisteis sanados. Porque erais como ovejas errantes, pero os habéis vuelto ahora al pastor y obispo de vuestras almas.


EL EJEMPLO DE CRISTO

El Príncipe de los Apóstoles, el Pastor visible de la Iglesia universal, acaba de hacernos oír su palabra. Ved cómo termina este pasaje llevando nuestros pensamientos al Pastor invisible del cual es el Vicario, y cómo evita con modestia toda alusión a él mismo. Es en efecto, el Pedro de siempre que, dirigiendo a su discípulo Marcos en la redacción de su Evangelio, no quiso que contase en él la investidura que Cristo le dió sobre todo el rebaño, pero que exigió que no omitiese nada en su relato de la triple negación en casa de Caifás. ¡Con qué ternura nos habla aquí al Apóstol de su Maestro, de los sufrimientos que soportó, de su paciencia, de su entrega hasta la muerte a esas pobres ovejas errantes con las que debía él formar su redil! Estas palabras tendrán un día aplicación en el mismo Pedro. Día vendrá en que será amarrado a un madero, donde se mostrará paciente como su Maestro en medio de los ultrajes y de los malos tratos. Jesús se lo había predicho; pues, después de haberle confiado ovejas y corderos, añadió que llegaría el tiempo en que Pedro "llegado a viejo, extenderla sus manos" sobre la cruz, y que la violencia de los verdugos se ensañaría sobre su debilidad. (S. Juan, XXI.) Esto acontecerá, no solamente a la persona de Pedro, sino a un número considerable de sus sucesores que forman un todo con él y que se les verá, al correr de los siglos, tan a menudo perseguidos, exilados, aprisionados, matados. Sigamos nosotros también las huellas de Jesús, sufriendo de buen grado por la justicia; a El le debemos que, siendo desde toda la eternidad igual a Dios Padre en la gloria, se haya dignado descender a la tierra para ser "el Pastor y el Obispo de nuestras almas".

El primer versillo aleluyático recuerda la cena de Emaús; en pocos instantes conoceremos nosotros también a Jesús en la fracción del pan de vida.

El segundo proclama por las propias palabras del Salvador la dignidad y las cualidades del Pastor, el amor a sus ovejas, y la prontitud de estas para reconocerle por su jefe.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. J. Conocieron los discípulos al Señor Jesús en la fracción del pan. 
Aleluya. J. Yo soy el buen pastor: y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.


En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el mercenario, y el que no es pastor, el que no tiene ovejas propias, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye: y el lobo arrebata, y dispersa las ovejas; pero el mercenario huye porque es mercenario, y no le interesan las ovejas. Yo soy el buen pastor: y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí. Como me conoce el Padre, así yo conozco al Padre: y pongo mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas, que no son de este redil: y debo atraerlas también, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño, y un solo pastor.


SUMISIÓN AL ÚNICO PASTOR

Divino Pastor de nuestras almas, ¡cuán grande es tu amor por tus ovejas! Vas a dar hasta tu misma vida por salvarlas. El furor de los lobos no te hace huir. Te haces presa, a fin de apartar de ellas el diente mortífero que quería devorarlas. Has muerto en nuestro lugar, porque eras nuestro Pastor. No nos extrañamos que hayas exigido de Pedro más amor que el que esperabas de sus hermanos: pensabas establecerle su Pastor y nuestro. Pedro pudo responder con seguridad que te amaba y tú le conferiste tu propio título con la realidad de tus funciones a fin de que te supliera cuando hubieras desaparecido a nuestras miradas. Sé bendito, divino Pastor; porque tuviste presente las necesidades de tu rebaño que no podía conservarse Uno, si hubiera tenido varios Pastores sin un Pastor supremo. Para conformarnos con tus órdenes, nos inclinamos con amor y sumisión ante Pedro, besamos con respeto sus sagrados pies; pues por él nosotros dependemos de Ti, por él nosotros somos tus ovejas. Consérvanos, oh Jesús, en el redil de Pedro que es el tuyo. Aleja de nosotros al mercenario que quisiera usurpar el lugar y los derechos del Pastor. Intruso en el aprisco por violencia profana, se da aires de amo; pero no conoce a las ovejas y las ovejas no le conocen a él. Atraído, no por el celo, sino por el deseo y la ambición, huye al aproximarse el peligro. Cuando se obra sólo por intereses terrestres, no se sacrifica la vida por otro; el pastor cismático se ama a sí mismo; no ama tus ovejas; ¿cómo daría su vida por ellas? guárdanos de este mercenario, ¡oh Jesús! Nos apartaría de ti, separándonos de Pedro a quien has constituido tu Vicario. No reconoceremos otro. ¡Anatema a quien quisiera mandarnos en tu nombre, y no fuese enviado de Pedro! Pastor falso, no descansaría sobre la piedra del fundamento, no tendría las llaves del Reino de los cielos; no haría sino perdernos. Prométenos, oh buen Pastor, permanecer siempre con nosotros y con Pedro de quien eres el fundamento, como él es el nuestro, y podremos desafiar todas las tempestades. Tú lo has dicho, Señor:

"El hombre sabio edifica su casa sobre la roca; las lluvias cayeron sobre ella, los ríos se desbordaron, los vientos soplaron, todas esas fuerzas se lanzaron sobre la casa y no cayó porque estaba fundada sobre la piedra firme. (San Mateo, VIII, 24, 25.)

El Ofertorio es una aspiración hacia Dios tomada del Rey-Profeta.


OFERTORIO

Dios, Dios mío, a ti velo de día: y en tu nombre alzaré mis manos, aleluya.

 

En la Secreta, la Iglesia pide que la santa energía del Misterio que va a consumarse sobre el altar produzca en nosotros los efectos a los que aspiran nuestras almas: morir al pecado y resucitar a la gracia.


SECRETA

Concédanos siempre, Señor, una bendición saludable esta sagrada ofrenda: para que, lo que obra con misterio, lo confirme con poder. Por el Señor. 

Las palabras de la Antífona de la Comunión recuerdan también al buen Pastor. Es el misterio que domina toda esta jornada. Rindamos un último homenaje al Hijo de Dios que se digna mostrársenos bajo apariencias tan conmovedoras, y seamos siempre sus fieles ovejas.


COMUNIÓN

Yo soy el buen pastor, aleluya: y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, aleluya, aleluya.


En el divino banquete, Jesús buen Pastor acaba de ser dado en alimento a sus ovejas; la Santa Iglesia, en la Poscomunión, pide que seamos cada día más penetrados de amor por este augusto sacramento, en el cual debemos poner nuestra gloria; pues es para nosotros el alimento de inmortalidad.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, consiguiendo la gracia de tu vivificación, nos gloriemos siempre de tu regalo. Por el Señor.

Boletín Dominical 23 de abril

Día 23 de Abril, Domingo II de Pascua.

Doble. Orn, Blanco.

Este domingo suele llamarse del Buen Pastor, del cual habla la Epístola y el Evangelio. La parábola del buen pastor fue pronunciada por Jesús después de curar al ciego de nacimiento. Habiendo expulsado los judíos a este ciego de la sinagoga, Cristo le ofrece como asilo su Iglesia y compara a los fariseos a los malos pastores que abandonan sus ovejas. La alegoría del Buen Pastor ha sido siempre muy saboreada por las generaciones cristianas, y por eso vemos tantas veces representado a Cristo en las catacumbas del siglo II y III como Buen Pastor que carga con la oveja perdida.

Dice San Pedro, a quien Jesús resucitado constituyó cabeza y Pastor de su Iglesia, que nosotros, conforme a lo dicho por Isaías, “éramos ovejas descarriadas” que habíamos perdido el camino de la vida eterna, pero ahora “hemos sido reducidos al que es Pastor y guardián solícito de nuestras almas”, que nos dio vida con su muerte. Y pues padeció por nosotros, justo es que sigamos sus huellas.

Yo soy el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, dice Jesús (Evangelio). Y éste Buen Pastor, que se inmoló por nosotros, vertiendo toda su sangre para rescatarnos de las garras del lobo carnicero, sigue ofreciendo en el altar su sacrificio y se nos da en la sagrada Comunión para alimento espiritual de nuestras almas. ¿Puede darse mayor amor? ¿Puede concebirse mayor y más total entrega? ¡Y esto hace Jesús, nuestro Dios humanado! 

Sin duda que al oír los fariseos esta parábola, pensaron que Jesús se aplicaba la profecía de Ezequiel cuando dice entre otras cosas: “yo mismo apacentaré mis ovejas. Buscaré la que se había perdido, tornaré la que andaba descarriada; a la herida curaré…levantaré sobre ellas un solo Pastor.”





Día 25 de Abril, San Marcos Evangelista.

San Marcos fue discípulo e interprete de San Pedro y uno de los 72 que seguían a N.S.J.C. Es uno de los cuatro Evangelistas y su Evangelio recoge la vida y hechos de N.S. según la predicación de San Pedro, a quien acompañaba, y está dirigido a los fieles de Roma, a cuya petición fue escrito, y habiéndolo llevado a Egipto, fue el primero que lo predicó en Alejandría, y allí fundó una iglesia; luego, habiendo sido preso, le encerraron en un calabozo, en el cual le confortaron los Ángeles y por último, apareciéndosele el mismo Jesucristo, le llamó al reino celestial en el año octavo del imperio de Nerón. Mártir en Alejandría, su cuerpo descansa en Venecia.






domingo, 16 de abril de 2023

Sermón Domingo Primero después de Pascua "In Albis"

Sermón

R. P. Carlos Dos Santos


Sermón

S.E.R. Monseñor Pío Espina Leupold


Lección

Carísimos: porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo; nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? El mismo es el que vino a través de agua y de sangre: Jesucristo; no en el agua solamente, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es el que da testimonio, por cuanto el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio [en el cielo; el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra]: el Espíritu, y el agua, y la sangre; y los tres concuerdan. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, porque testimonio de Dios es éste: que Él mismo testificó acerca de su Hijo. Quien cree en el Hijo de Dios, tiene en sí el testimonio de Dios; quien no cree a Dios, le declara mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo.

I Juan V, 4-10


Evangelio

En aquel tiempo: Aquél mismo día, el primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas ( de ) donde se encontraban los discípulos, vino Jesús y, de pie en medio de ellos, les dijo: ¡Paz a vosotros!”. Diciendo esto, les mostró sus manos y su costado; y los discípulos se llenaron de gozo, viendo al Señor. De nuevo les dijo: ¡Paz a vosotros! Como mi Padre me envió, así Yo os envío”. Y dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retuviereis, quedan retenidos”. Ahora bien Tomás, llamado Dídimo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Por tanto le dijeron los otros: “Hemos visto al Señor”. Él les dijo: “Si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no pongo mi mano en su costado, de ninguna manera creeré”. Ocho días después, estaban nuevamente adentro sus discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, de pie en medio de ellos, dijo: “¡Paz a vosotros!” Luego dijo a Tomás: “Trae acá tu dedo, mira mis manos, alarga tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás respondió y le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “Porque me has visto, has creído; dichosos los que han creído sin haber visto”. Otros muchos milagros obró Jesús, a la vista de sus discípulos, que no se encuentran escritos en este libro. Pero éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida en su nombre. 

Juan XX, 19-31


viernes, 14 de abril de 2023

Dom Gueranger: Domingo Primero después de Pascua "In Albis"

 



DOMINGO IN ALBIS 

PRIMERO DESPUÉS DE PASCUA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


CADA DOMINGO ES UNA PASCUA

Vimos ayer a los neófitos clausurar su Octava de la Resurrección. Antes que nosotros habían participado del admirable misterio del Dios resucitado, y antes que nosotros debían acabar su solemnidad. Este día es, pues, el octavo para nosotros, que celebramos la Pascua el Domingo y no la anticipamos a la tarde del Sábado. Nos recuerda las alegrías y grandezas del único y solemne Domingo que reunió a toda la cristiandad en un mismo sentimiento de triunfo. Es el día de la luz que oscurece al antiguo Sábado; en adelante el primer día de la semana es el día sagrado; le señaló dos veces con el sello de su poder el Hijo de Dios. La Pascua está, pues, para siempre fijada en Domingo y como dejamos dicho en la «mística del Tiempo Pascual», todo domingo en adelante será una Pascua.

Nuestro divino resucitado ha querido que su Iglesia comprendiese así el misterio; pues, teniendo la intención de mostrarse por segunda vez a sus discípulos reunidos, esperó, para hacerlo, la vuelta del Domingo. Durante todos los días precedentes dejó a Tomás presa de sus dudas; no quiso hasta hoy venir en su socorro, manifestándose a este Apóstol, en presencia de los otros, y obligándole a renunciar a su incredulidad ante la evidencia más palpable. Hoy, pues, el Domingo recibe de parte de Cristo su último título de gloria, esperando que el Espíritu Santo descienda del cielo para venir a iluminarle con sus luces y hacer de este día, ya tan favorecido, la era de la fundación de la Iglesia cristiana.


LA APARICIÓN A SANTO TOMÁS

La aparición del Salvador al pequeño grupo de los once, y la victoria que logró sobre la infidelidad de un discípulo, es hoy el objeto especial del culto de la Santa Iglesia. Esta aparición que se une a la precedente, es la séptima; por ella Jesús entra en posesión completa de la fe de sus discípulos. Su dignidad, su prudencia, su caridad, en esta escena, son verdaderamente de un Dios.

Aquí también, nuestros pensamientos humanos quedan confundidos a la vista de esa tregua que Jesús otorga al incrédulo, a quien parecía debía haberle curado sin tardanza de su infeliz ceguera o castigarle por su insolencia temeraria. Pero Jesús es la bondad y sabiduría infinita; en su sabiduría, proporciona, por esta lenta comprobación del hecho de su Resurrección, un nuevo argumento en favor de la realidad de este hecho; en su bondad, procura al corazón del discípulo incrédulo la ocasión de retractarse por sí mismo de su duda con una protesta sublime de dolor, de humildad y de amor. No describiremos aquí esta escena tan admirablemente relatada en el trozo del Evangelio que la Santa Iglesia va en seguida a presentarnos. Limitaremos nuestra instrucción de este día a hacer comprender al lector la lección que Jesús da hoy a todos en la persona de santo Tomás. Es la gran enseñanza del Domingo de la Octava de Pascua; importa no olvidarla, por que nos revela, más que ninguna otra, el verdadero sentido del cristianismo; nos ilustra sobre la causa de nuestras impotencias, sobre el remedio de nuestras debilidades.


LA LECCIÓN DEL SEÑOR

Jesús dice a Tomás: «Has creído porque has visto; dichosos los que no vieron pero creyeron». Palabras llenas de divina autoridad, consejo saludable dado no solamente a Tomás, sino a todos los hombres que quieren entrar en relaciones con Dios y salvar sus almas. ¿Qué quería, pues, Jesús de su discípulo? ¿No acababa de oírle confesar la fe de 1a. cual estaba ya penetrado? Tomás, por otra parte, ¿era tan culpable por haber deseado la experiencia personal, antes de dar su adhesión al más asombroso de los prodigios? ¿Estaba obligado a creer las afirmaciones de Pedro y de los otros, hasta el punto de tener que, por no darlas asentimiento, faltaba a su Maestro? ¿No daba prueba de prudencia absteniéndose de asentir hasta que otros argumentos le hubiesen revelado a él mismo la realidad del hecho? Sí, Tomás era hombre prudente, que no se fiaba demasiado; podía servir de modelo a muchos cristianos que juzgan y razonan como él en las cosas de la fe. Y con todo eso, ¡cuán abrumadora, aunque llena de dulzura, es la reprensión de Jesús! Se dignó prestarse, con condescendencia inexplicable, a que se verificase lo que Tomás había osado pedir: ahora que el discípulo se encuentra ante el maestro resucitado, y que grita con la emoción más sincera: «¡Oh, tú eres mi Señor y mi Dios!» Jesús no le perdona la lección que había merecido. Era preciso castigar aquella osadía, aquella incredulidad; y el castigo consistirá en decirle: «Creíste, Tomás, porque viste.»


LA HUMILDAD Y LA FE

Pero ¿estaba obligado Tomás a creer antes de haber visto? Y ¿quién puede dudarlo? No solamente Tomás, sino todos los Apóstoles estaban obligados a creer en la resurrección de su maestro, aun antes de que se hubiera mostrado a ellos. ¿No habían vivido ellos tres años en su compañía? ¿No le habían visto confirmar con numerosos prodigios su título de Mesías y de Hijo de Dios? ¿No les había anunciado su resurrección para el tercer día después de su muerte? Y en cuanto a las humillaciones y a los dolores de su Pasión, ¿no les había dicho, poco tiempo antes, en el camino de Jerusalén, que iba a ser prendido por los judíos, que le entregarían a los gentiles; que sería flagelado, cubierto de salivas y matado? (San Luc., XVIII, 32, 33.)

Los corazones rectos y dispuestos a la fe no hubieran tenido ninguna duda en rendirse, desde el primer rumor de la desaparición del cuerpo. Juan, nada más entrar en el sepulcro y ver los lienzos, lo comprendió todo y comenzó a creer. Pero el hombre pocas veces es sincero; se detiene en el camino como si quisiera obligar a Dios a dar nuevos pasos hacia adelante. Jesús se dignó darlos. Se mostró a la Magdalena y a sus compañeras que no eran incrédulas, sino distraídas por la exaltación de un amor demasiado natural. Según el modo de pensar de los Apóstoles, su testimonio no era más que el lenguaje de mujeres con imaginación calenturienta. Fué preciso que Jesús viniese en persona a mostrarse a estos hombres rebeldes, a quienes su orgullo hacía perder la memoria de todo un pasado que hubiese bastado por sí solo para iluminarles el presente. Decimos su orgullo; pues la fe no tiene otro obstáculo que ese vicio. Si el hombre fuese humilde, se elevaría hasta la fe que transporta las montañas.

Ahora bien, Tomás ha oído a la Magdalena y ha despreciado su testimonio; ha oído a Pedro y no ha hecho caso de su autoridad; ha oído a sus otros hermanos y a los discípulos de Emaús y nada de todo eso le ha apartado de su parecer personal. La palabra de otro, grave y desinteresada, produce la certeza en un espíritu sensato, mas no tiene esta eficacia ante muchos, desde que tiene por objeto atestiguar lo sobrenatural. Es una profunda llaga de nuestra naturaleza herida por el pecado. Muy frecuentemente quisiéramos, como Tomás, tener la experiencia nosotros mismos; y eso basta para privarnos de la plenitud de la luz. Nos consolamos como Tomás porque somos siempre del número de los discípulos; pues este Apóstol no había roto con sus hermanos; sólo que no gozaba de la misma felicidad que ellos. Esta felicidad, de la que era testigo, no despertaba en él más que la idea de debilidad; y gustaba en cierto grado de no compartirla.


LA FE TIBIA

Tal es aún en nuestros días el cristiano infectado de racionalismo. Cree, porque su razón le pone como en la necesidad de creer; con la inteligencia y no con el corazón es como cree. Su fe es una conclusión científica y no una aspiración hacia Dios y hacia la verdad sobrenatural. Por eso esta fe, ¡cuán fría e impotente es! ¡cuán limitada e inquieta!, ¡cómo teme avanzar creyendo demasiado! Al verla contentarse tan fácilmente con verdades disminuidas (Ps., XI) pesadas en la balanza de la razón, en vez de navegar a velas desplegadas como la fe de los santos, se diría que se avergüenza de sí misma. Habla bajo, teme comprometerse; cuando se muestra, lo hace cubierta de ideas humanas que la sirven de etiqueta. No se expondrá a una afrenta por los milagros que juzga inútiles, y que jamás habría aconsejado a Dios que obrase. En el pasado como en el presente, lo maravilloso la espanta; ¿no ha tenido que hacer ya bastante esfuerzo para admitir a aquel cuya aceptación la es estrictamente necesaria? La vida de los santos, sus virtudes heroicas, sus sacrificios sublimes, todo eso la inquieta. La acción del cristianismo en la sociedad, en la legislación, la parece herir los derechos de los que no creen; piensa que debe respetarse la libertad del error y la libertad del mal; y aun no se da cuenta de que la marcha del mundo está entorpecida desde que Jesucristo no es Rey sobre la tierra.


VIDA DE FE

Para aquellos cuya fe es tan débil y tan cercana al racionalismo, Jesús añade a las palabras severas que dirigió a Tomás, esta sentencia, que no sólo se dirigía a él sino a todos los hombres de todos los siglos: «Dichosos los que no vieron y creyeron.» Tomás pecó por no haber tenido la disposición de creer. Nosotros nos exponemos a pecar como él si no alimentamos en nuestra fe esa expansión que la impulsa a mezclarse en todo, y a hacer el progreso, que Dios recompensa con rayos de luz y de alegría en el corazón. Una vez entrados en la Iglesia nuestro deber es considerar en adelante todas las cosas a las luces de lo sobrenatural; y no temamos que esta situación regulada por las enseñanzas de la autoridad sagrada, nos lleve demasiado lejos. «El justo vive de la fe» (Rom., I, 17); es su alimento continuo. La vida natural se transforma en él para siempre, si permanece fiel a su bautismo. ¿Acaso creemos que la Iglesia tomó tantos cuidados en la instrucción de sus neófitos, que les inició con tantos ritos que no res204 piran sino ideas y sentimientos de la vida sobrenatural, para dejarlos sin ningún pesar al día siguiente a la acción de ese peligroso sistema que coloca la fe en un rincón de la inteligencia, del corazón y de la conducta, a fin de dejar obrar más libremente al hombre natural? No, no es así. Reconozcamos, pues, nuestro error con Tomás; confesemos con él que hasta ahora no hemos creído aún con fe bastante perfecta. Como él digamos a Jesús: «Tú eres mi Señor y mi Dios; y he pensado y obrado frecuentemente como si no fueses en todo mi Señor y mi Dios. En adelante creeré sin haber visto; pues quiero ser del número de los que tú has llamado dichosos.»


* * *

Este Domingo, llamado ordinariamente Domingo de «Quasimodo», lleva en la Liturgia el nombre de Domingo «in albis», y más explícitamente «in albis depositis», {jorque en este día los neófitos se presentaban en la Iglesia con los hábitos ordinarios.

En la Edad Media, se le llamaba «Pascua acabada»; para expresar, sin duda, que en este día terminaba la Octava de Pascua. La solemnidad de este Domingo es tan grande en la Iglesia, que no solamente es de rito «Doble mayor», sino que no cede nunca su puesto a ninguna fiesta, de cualquier grado elevado que sea.

En Roma, la Estación es en la Basílica de San Pancracio, en la Vía Aurelia. Los antiguos no nos dicen nada sobre los motivos que han hecho designar esta iglesia para la reunión de los fieles en este día. Puede ser que la edad del joven mártir de catorce años al cual está dedicada, haya sido causa de escogerla con preferencia por una especie de relación con la juventud de los neófitos que son aún hoy el objeto de la preocupación maternal de la Iglesia.


MISA

El Introito recuerda las cariñosas palabras que San Pedro dirigía en la Epístola de ayer a los nuevos bautizados. Son tiernos niños llenos de sencillez, y anhelan de los pechos de la Santa Iglesia la leche espiritual de la fe, que los hará fuertes y sinceros.


INTROITO

Como niños recién nacidos, aleluya: ansiad la leche espiritual, sin engaño. Aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Aclamad a Dios, nuestro ayudador: cantad al Dios de Jacob. V. Gloria al Padre.


En este último día de una Octava tan grande, la Iglesia da, en la Colecta, su adiós a las solemnidades que acaban de desarrollarse, y pide a Dios que su divino objeto quede impreso en la vida y en la conducta de sus hijos.


COLECTA

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que hemos celebrado las fiestas pascuales, las conservemos, con tu gracia, en nuestra vida y costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Juan (I Jn., V, 4-10).


Carísimos: Todo lo que ha nacido de Dios, vence al mundo: y ésta es la victoria, que vence al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios? Este, Jesucristo, es el que vino por el agua y la sangre: no sólo por el agua, sino por el agua y por la sangre. Y el Espíritu es el que atestigua que Cristo es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio de ello en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son una sola cosa. Y tres son los que dan testimonio de ello en la tierra: el Espíritu, y el agua, y la sangre: y estos tres son una sola cosa. Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Ahora bien, este testimonio de Dios, que es mayor, es el que dió de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene en sí mismo el testimonio de Dios.


MÉRITO DE LA FE

El Apóstol San Juan celebra en este pasaje el mérito y las ventajas de la fe; nos la muestra como una victoria que pone a nuestros pies al mundo, al mundo que nos rodea, y al mundo que está dentro de nosotros. L a razón que ha movido a la Iglesia a elegir para hoy este texto de San Juan, se echa de ver fácilmente, cuando se ve al mismo Cristo recomendar la fe en el Evangelio de este Domingo. «Creer en Jesucristo, nos dice el Apóstol, es vencer al mundo»; no tiene verdadera fe, aquel que somete su fe al yugo del mundo. Creamos con corazón sincero, dichosos de sentirnos hijos en presencia de la verdad divina, siempre dispuestos a dar pronta acogida al testimonio de Dios. Este divino testimonio resonará en nosotros, en la medida que nos encuentre deseosos de escucharlo siempre en adelante. Juan, a la vista de los lienzos que habían envuelto el cuerpo de su maestro, pensó y creyó; Tomás tenía más que Juan el testimonio de los Apóstoles que habían visto a Jesús resucitado, y no creyó. No había sometido el mundo a su razón, porque no tenía fe.

Los dos versículos aleluyáticos están formados por trozos del santo Evangelio que se relacionan con la Resurrección. El segundo describe la escena que tuvo lugar tal día como hoy en el Cenáculo.


ALELUYA

Aleluya, aleluya. V. El día de mi resurrección, dice el Señor, os precederé en Galilea.

Aleluya, V. Después de ocho días, cerradas las puertas, se presentó Jesús en medio de sus discípulos, y dijo: ¡Paz a vosotros! Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan (XX, 19-31).


En aquel tiempo, siendo ya tarde aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas de donde estaban reunidos los discípulos por miedo de los judíos, llegó Jesús y se presentó en medio, y díjoles: ¡Paz a vosotros! Y, habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se alegraron al ver al Señor. Entonces les dijo otra vez: ¡Paz a vosotros! Como me envió a mí el Padre, así os envío yo a vosotros. Y, habiendo dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: Recibid del Espíritu Santo: a quienes les perdonareis los pecados, perdonados les serán: y, a los que se los retuviereis, retenidos les serán. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero él les dijo: Si no viere en sus manos el agujero de los clavos y metiere mi dedo en el sitio de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Y, después de ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos: y Tomás con ellos. Vino Jesús, las puertas cerradas, y se presentó en medio, y dijo: ¡Paz a vosotros! Después dijo a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío! Díjole Jesús: Porque me has visto. Tomás, has creído: bienaventurados los que no han visto, y han creído. E hizo Jesús, ante sus discípulos, otros muchos milagros más, que no se han escrito en este libro. Mas esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre.


EL TESTIMONIO DE SANTO TOMÁS

Hemos insistido lo suficiente sobre la incredulidad de santo Tomás; y es hora ya de glorificar la fe de este Apóstol. Su infidelidad nos ha ayudado a sondear nuestra poca fe; su retorno ilumínenos sobre lo que tenemos que hacer para llegar a ser verdaderos creyentes. Tomás ha obligado al Salvador, que cuenta con él para hacerle una de las columnas de su Iglesia, a bajarse a él hasta la familiaridad; pero apenas está en presencia de su maestro, cuando de repente se siente subyugado. Siente la necesidad de retractar, con un acto solemne de fe, la imprudencia que ha cometido creyéndose sabio y prudente, y lanza un grito, grito que es la protesta de fe más ardiente que un hombre puede pronunciar: ¡»Señor mío y Dios mío»! Considerad que no dice sólo que Jesús es su Señor, su Maestro; que es el mismo Jesús de quien ha sido discípulo; en eso no consistiría aún la fe. No hay fe ya cuando se palpa el objeto. Tomás habría creído en la Resurrección, si hubiese creído en el testimonio de sus hermanos; ahora, no cree, sencillamente ve, tiene la experiencia. ¿Cuál es, pues, el testimonio de su fe? La afirmación categórica de que su Maestro es Dios. Sólo ve la humanidad de Jesús, pero proclama la divinidad del Maestro. De un salto, su alma leal y arrepentida, se ha lanzado hasta el conocimiento de las grandezas de Jesús: ¡»Eres mi Dios»!, le dice.


PLEGARIA

Oh Tomás, primero incrédulo, la santa Iglesia reverencia tu fe y la propone por modelo a sus hijos en el día de tu fiesta. La confesión que has hecho hoy, se parece a la que hizo Pedro cuando dijo a Jesús: «¡Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo!» Por esta profesión que ni la carne ni la sangre habían inspirado, Pedro mereció ser escogido para fundamento de la Iglesia; la tuya ha hecho más que reparar tu falta: te hizo, por un momento, superior a tus hermanos, gozosos de ver a su Maestro, pero sobre los que la gloria visible de su humanidad había hecho hasta entonces más impresión que el carácter invisible de su divinidad.


El Ofertorio está formado por un trozo histórico del Evangelio sobre la resurrección del Salvador.


OFERTORIO

El Angel del Señor bajó del cielo, y dijo a las mujeres: El que buscáis ha resucitado, según lo dijo. Aleluya. En la Secreta, la santa Iglesia expresa el júbilo que la produce el misterio de la Pascua; y pide que esta alegría se transforme en la de la Pascua eterna.


SECRETA

Suplicárnoste, Señor, aceptes los dones de la Iglesia que se alegra: y, ya que la has dado motivo para tanto gozo, concédela el fruto de la perpetua alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Al distribuir a los neófitos y al resto del pueblo fiel el alimento divino, la Iglesia recuerda, en la Antífona de la Comunión, las palabras del Señor a Tomás. Jesús, en la santa Eucaristía, se revela a nosotros de una manera más íntima aún que a su apóstol; mas para aprovecharnos de la condescendencia de un maestro tan bueno, necesitamos tener la fe viva y valerosa que él recomendó.


COMUNIÓN

Mete tu mano, y reconoce el lugar de los clavos, aleluya; y no seas más incrédulo, sino fiel. Aleluya, aleluya.


La Iglesia concluye las plegarias del Sacrificio pidiendo que el divino misterio, instituido para sostener nuestra debilidad sea, en el presente y en el futuro, el medio eficaz de nuestra perseverancia.


POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, Señor, Dios nuestro, hagas que estos sacrosantos Misterios, que nos has dado para alcanzar nuestra reparación, sean nuestro remedio en el presente y en el futuro. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.