Día 30 de Octubre, Fiesta de Cristo Rey
Doble de I clase. Conm. Dom. XXI de Pentecostés.
"Todos debemos reconocer que es preciso reivindicar para Cristo-Hombre, en el verdadero sentido de la palabra, el nombre y los poderes de rey. Por que solamente en cuanto hombre se puede decir que ha recibido de Dios Padre la potestad, y el honor y el reino, porque como Verbo de Dios, siendo de la misma sustancia del Padre, forzosamente debe tener común con Él lo que es propio de la Divinidad; y por tanto, tiene sobre todas las cosas creadas sumo y absolutísimo imperio. Gravemente erraría el que arrebatase a Cristo-Hombre el poder sobre las cosas temporales, ya que Él ha recibido de Dios Padre un derecho absoluto sobre toda la creación. Sin embargo, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo de ejercitar tal poder temporal, pues no quiere arrebatar los reinos mortales el que da los celestiales. Por consiguiente, el imperio de Cristo, como dice el inmortal León XIII, se extiende no solamente sobre los pueblos católicos y aquellos que, regenerados por el bautismo, pertenecen en rigor y por derecho a la Iglesia, aunque erradas opiniones los tengan alejados de ella, sino que abraza también a todos los que están privados de la fe cristiana; de modo que todo el genero humano está bajo la potestad de Jesucristo. Ni hay diferencia entre los individuos y la sociedad civil, porque los individuos, unidos en sociedad para el bien común, no por eso están menos sujetos bajo la potestad de Cristo que lo está cada uno de ellos separadamente.
“No rehúsen, pues, los jefes de las naciones el prestar público testimonio de reverencia al suave imperio de Cristo juntamente con sus pueblos si quieren, con la integridad de su poder, el incremento y el progreso de la patria.
“Desgraciadamente, alejado de hecho Jesucristo de las leyes y del gobierno de la cosa pública, la autoridad aparece como derivada, no de Dios, sino de los hombres; de modo que hasta el fundamento de ella vacila; quitada la causa primera, no hay razón para que uno deba mandar y otro obedecer, de donde se sigue una general perturbación de la sociedad, que ya no se apoya sobre sus fundamentos naturales. (Continúa).
(Sigue) En cambio, si los hombres en privado y en público reconocen la soberana potestad de Cristo, vendrán a los pueblos los beneficios de una justa libertad, tranquila disciplina y apacible concordia. La dignidad real de nuestro Señor, así como hace en cierto modo sagrada la autoridad humana de los príncipes y de los jefes de Estado, así ennoblece los deberes de los ciudadanos y su obediencia.
“La peste de nuestra edad es el llamado laicismo, con sus errores y sus impíos incentivos. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre las gentes; se negó la Iglesia sus derechos que se derivan de los derechos de Cristo. Poco a poco la religión católica fue igualada por los Estados con las otras religiones falsas e indecorosamente rebajada al nivel de éstas. Y no faltan Estados que quieren pasarse sin Dios, y ponen su religión en la irreligión y en el desprecio de Dios mismo. En verdad, cuanto más se pasa en vergonzoso silencio el nombre de nuestro Redentor, así en las reuniones internacionales como en los parlamentos, tanto es más necesario aclamarlo públicamente anunciando por todas partes los derechos de su real dignidad y potestad.” (De la Encíclica Quas primas de Su Santidad Pio XI)
Es, pues, necesario, si no quieren perecer, que reconozcan por rey a Jesucristo, se postren ante Él y cumplan su santa Ley, sometiéndose al imperio de la verdad, de la justicia, de la moral y del derecho, tanto los individuos como las naciones, los gobiernos, los parlamentos, los tribunales, las universidades, las escuelas, la prensa, el teatro, la literatura, la banca, la industria, el comercio, y toda la vida familiar, política y económica; nada puede sustraerse al imperio de Jesucristo, sin el cual no hay salvación, ni paz ni bienestar.
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