Día 14 de Agosto, Domingo X de Pentecostés.
Doble. Conm. Santos Hipólito y Casiano, Mártires Orn. Verdes
Hay humildades, decía Santa Teresa, de que Dios nos libre, porque solo tienen de tales el disfraz, ocultando bajo él un orgullo refinado.
Pues en el Evangelio de hoy nos enseña Jesús a no ser presumidos y orgullosos y a distinguir entre la humildad postiza y falsa, y la verdadera.
Todo cuanto tenemos lo hemos recibido de Dios; sin el auxilio de la gracia divina es imposible hacer nada que sirva para la salvación o para nuestra gloria; si algo bueno hacemos es por inspiración y ayuda del Espíritu Santo. Entonces ¿Por qué envanecernos? No hay cosa que más indigne a Dios que la soberbia y el orgullo.
Seamos, pues, mansos y humildes de corazón. Aprended de Mí, nos dice Jesús, que soy manso y humilde de corazón. No nos pide que aprendamos su elocuencia, o a hacer obras maravillosas, sino a ser mansos y humildes, con humildad ni fingida ni encogida, sino sencilla y verdadera, porque “la humildad es verdad”, como decía Santa Teresa, y prenda de salvación.
Día
15 de Agosto, la Asunción de la Santísima Virgen María
Fiesta de Precepto.
Hoy celebra y canta la Iglesia la Dormición de la Virgen y su Asunción gloriosa a los cielos en cuerpo y alma, en una resurrección anticipada, y una entrada apoteósica en la gloria, donde esperan a la “Bendita entre todas las mujeres” y a la “Llena de Gracia” todos los espíritus bienaventurados.
Al subir a los Cielos Cristo Nuestro Señor, hizo a su Iglesia en beneficio de dejar en la tierra durante 15 años a su Madre Santísima, hecha también madre de los hombres al pie de la Cruz. Ausente Jesús, Sol de Justicia, brilla María como luna de serenos resplandores en la primitiva cristiandad, sosteniendo en su regazo de Madre a la Iglesia niña, recién nacida del costado de Cristo. Ella, la Virgen, reina sobre los ángeles, sostiene y enseña a los Apóstoles, instruye a los Evangelistas, da valor a los mártires, alienta a los confesores y enciende en el amor de la pureza a las vírgenes. (Continúa)
(Sigue) Es la vida y consuelo de la Iglesia en sus primeros años, como sigue siendo hoy “Vida, dulzura y esperanza nuestra”.
San Dionisio areopagita dice que, “deslumbrado por el conjunto armonioso de grandeza, majestad, hermosura, delicadeza, suavidad, modestia y dulzura que resplandecía en la Virgen, la hubiera tomado por una diosa si la fe que recibió de S. Pablo no le hubiera enseñado que había un solo Dios.
Su muerte fue un éxtasis de amor por el deseo de ver a su Divino Hijo y gozar de su presencia. Es pía tradición que los Apóstoles asistieron a su dichoso tránsito y que la enterraron honoríficamente en el huerto de Getsemaní; y es creencia universal de la Iglesia de todos los siglos la que hemos tenido la dicha de ver proclamada como Dogma de Fe por el Sumo Pontífice Pio XII el 1 de Noviembre del Año Santo de 1950, que, unida su alma a su cuerpo subió en cuerpo y alma a los Cielos para sentarse en su trono de Reina al lado de Jesucristo.
El Cielo y la tierra están llenos del perfume de María, Ella ha inspirado las más bellas acciones y guiado el pincel de los mejores artistas, y la humanidad toda, desde este valle de lagrimas, clama diciendo: “vuelve a nosotros esos tu ojos misericordiosos”.
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