domingo, 10 de abril de 2022

Domingo de Ramos: La Pasión según San Mateo


R.P. Julián Espina Leupold

(Escuche y descargue el sermón aquí)


Lección

Hermanos: Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús; el cual, siendo su naturaleza la de Dios, no miró como botín el ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Y hallándose en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por eso Dios le sobreensalzó y le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra se doble en el nombre de Jesús, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Filipenses II, 5-11



Evangelio

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: “La Pascua, como sabéis, será dentro de dos días, y el Hijo del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen”. Entonces los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del pontífice que se llamaba Caifás; y deliberaron prender a Jesús con engaño, y darle muerte. Pero, decían: “No durante la fiesta, para que no haya tumulto en el pueblo”. Ahora bien, hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, una mujer se acercó a Él, trayendo un vaso de alabastro, con ungüento de mucho precio, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, que estaba a la mesa. Los discípulos, viendo esto, se enojaron y dijeron: “¿Para qué este desperdicio? Se podía vender por mucho dinero, y darlo a los pobres”. Mas Jesús, notándolo, les dijo: “¿Por qué molestáis a esta mujer? Ha hecho una buena obra conmigo. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a Mí no me tenéis siempre. Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo; lo hizo para mi sepultura. En verdad, os digo, en el mundo entero, dondequiera que fuere predicado este Evangelio, se contará también, en su memoria, lo que acaba de hacer”. Entonces uno de los Doce, el llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes, y dijo: “¿Qué me dais, y yo os lo entregaré?” Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento buscaba una ocasión para entregarlo. El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús, y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”. Les respondió: a la ciudad, a cierto hombre, y decidle: “El Maestro te dice: Mi tiempo está cerca, en tu casa quiero celebrar la Pascua con mis discípulos”. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Y llegada la tarde, se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían les dijo: “En verdad, os digo, uno de vosotros me entregará”. Y entristecidos en gran manera, comenzaron cada uno a preguntarle: “¿Seré yo, Señor?” Mas Él respondió y dijo: “El que conmigo pone la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como esta escrito de Él, pero ¡ay de aquel hombre, por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido”. Entonces Judas, el que le entregaba, tomó la palabra y dijo: “¿Seré yo, Rabí?” Le respondió: “Tú lo has dicho”. Mientras comían, pues, ellos, tomando Jesús pan, y habiendo bendecido partió y dio a los discípulos diciendo: “Tomad, comed, éste es el cuerpo mío”. Y tomando un cáliz, y habiendo dado gracias, dio a ellos, diciendo: “Bebed de él todos, porque ésta es la sangre mía de la Alianza, la cual por muchos se derrama para remisión de pecados. Os digo: desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre”. Y entonado el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos. Entonces les dijo Jesús: “Todos vosotros os vais a escandalizar de Mí esta noche, porque está escrito: ‘Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño’. Mas después que Yo haya resucitado, os precederé en Galilea”. Respondióle Pedro y dijo: “Aunque todos se escandalizaren de Ti, yo no me escandalizaré jamás”. Jesús le respondió: “En verdad, te digo que esta noche, antes que el gallo cante, tres veces me negarás”. Replicóle Pedro: “¡Aunque deba contigo morir, de ninguna manera te negaré!” Y lo mismo dijeron también todos los discípulos. Entonces, Jesús llegó con ellos al huerto llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: “Sentaos aquí, mientras voy allí y hago oración”, y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos dé Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Después les dijo: “Mi alma está triste, mortalmente; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco, se postró con el rostro en tierra, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, pase este cáliz lejos de Mí; mas no como Yo quiero, sino como Tú”. Y yendo hacia los discípulos, los encontró durmiendo. Entonces dijo a Pedro: “¿No habéis podido, pues, una hora velar conmigo? Velad y orad, para que no entréis en tentación. El espíritu, dispuesto (está), mas la carne, es débil”. Se fue de nuevo, y por segunda vez, oró así: “Padre mío, si no puede esto pasar sin que Yo lo beba, hágase la voluntad tuya”. Y vino otra vez y los encontró durmiendo; sus ojos estaban, en efecto, cargados. Los dejó, y yéndose de nuevo, oró una tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces, vino hacia los discípulos y les dijo: “¿Dormís ahora y descansáis?”. He aquí que llegó la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad que ha llegado el que me entrega”. Aun estaba hablando y he aquí que Judas, uno de los Doce, llegó acompañado de un tropel numeroso con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: “Aquel a quien yo daré un beso, ése es; sujetadle”. En seguida se aproximó a Jesús y le dijo: “¡Salud, Rabí!”, y lo besó. Jesús le dijo: “Amigo, ¡a lo que vienes!”. Entonces, se adelantaron, echaron mano de Jesús, y lo prendieron. Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús llevó la mano a su espada, la desenvainó y dando un golpe al siervo del sumo sacerdote, le cortó la oreja. Díjole, entonces, Jesús: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que empuñan la espada, perecerán a espada. ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará al punto más de doce legiones de ángeles? ¿Mas, cómo entonces se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?”. Al punto dijo Jesús a la turba: “Como contra un ladrón habéis salido, armados de espadas y palos, para prenderme. Cada día me sentaba en el Templo para enseñar, ¡y no me prendisteis! Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas”. Entonces los discípulos todos, abandonándole a Él, huyeron. Los que habían prendido a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. Pedro lo había seguido de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote, y habiendo entrado allí, se hallaba sentado con los satélites para ver cómo terminaba eso. Los sumos sacerdotes, y todo el Sanhedrín, buscaban un falso testimonio contra Jesús para hacerlo morir; y no lo encontraban, aunque se presentaban muchos testigos falsos. Finalmente se presentaron dos, que dijeron: “Él ha dicho: “Yo puedo demoler el templo de Dios, y en el espacio de tres días reedificarlo”. Entonces, el sumo sacerdote se levantó y le dijo: “¿Nada respondes? ¿Qué es eso que éstos atestiguan contra Ti?” Pero Jesús callaba. Díjole, pues, el sumo sacerdote: “Yo te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Y Yo os digo: desde este momento veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo”. Entonces, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, y dijo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ahora mismo, vosotros habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?” Contestaron diciendo: “Merece la muerte”. Entonces lo escupieron en la cara, y lo golpearon, y otros lo abofetearon, diciendo: “Adivínanos, Cristo, ¿quién es el que te pegó?”. Pedro, entretanto, estaba sentado fuera, en el patio; y una criada se aproximó a él y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: “No sé qué dices”. Cuando salía hacia la puerta, otra lo vio y dijo a los que estaban allí: “Éste andaba con Jesús el Nazareno”. Y de nuevo lo negó, con juramento, diciendo: “Yo no conozco a ese hombre”. Un poco después, acercándose los que estaban allí de pie, dijeron a Pedro: ¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues tu habla te denuncia!” Entonces se puso a echar imprecaciones y a jurar: “Yo no conozco a ese hombre”. Y en seguida cantó un gallo, y Pedro se acordó de la palabra de Jesús: “Antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Y saliendo afuera, lloró amargamente. Llegada la madrugada, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tuvieron una deliberación contra Jesús para hacerlo morir. Y habiéndolo atado, lo llevaron y entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces viendo Judas, el que lo entregó, que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Pequé, entregando sangre inocente”. Pero ellos dijeron: “A nosotros ¿qué nos importa? tú verás”. Entonces, él arrojó las monedas en el Templo, se retiró y fue a ahorcarse. Mas los sumos sacerdotes, habiendo recogido las monedas, dijeron: “No nos es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre”. Y después de deliberar, compraron con ellas el campo del Alfarero para sepultura de los extranjeros. Por lo cual ese campo fue llamado Campo de Sangre, hasta el día de hoy. Entonces, se cumplió lo que había dicho el profeta Jeremías: “Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio del que fue tasado, al que pusieron precio los hijos de Israel, y las dieron por el Campo del Alfarero, según me ordenó el Señor”. Entretanto, Jesús compareció delante del gobernador, y el gobernador le hizo esta pregunta: “¿Eres Tu el rey de los judíos?” Jesús le respondió: “Tú lo dices”. Y mientras los sumos sacerdotes y los ancianos lo acusaban, nada respondió. Entonces, Pilato le dijo: “¿No oyes todo esto que ellos alegan contra Ti?” Pero Él no respondió ni una palabra sobre nada, de suerte que el gobernador estaba muy sorprendido. Ahora bien, con ocasión de la fiesta, el gobernador acostumbraba conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Tenían a la sazón, un preso famoso, llamado Barrabás. Estando, pues, reunido el pueblo, Pilato les dijo: “¿A cuál queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el que se dice Cristo?”, porque sabía que lo habían entregado por envidia. Mas mientras él estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: “No tengas nada que ver con ese justo, porque yo he sufrido mucho hoy, en sueños, por Él”. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos persuadieron a la turba que pidiese a Barrabás, y exigiese la muerte de Jesús. Respondiendo el gobernador les dijo: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?” Ellos dijeron: “A Barrabás”. Díjoles Pilato: “¿Qué haré entonces con Jesús, el que se dice Cristo?” Todos respondieron: “¡Sea crucificado!” Y cuando él preguntó: “Pues ¿qué mal ha hecho?”, gritaron todavía más fuerte, diciendo: “¡Sea crucificado!” Viendo Pilato, que nada adelantaba, sino que al contrario crecía el clamor, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo diciendo: “Yo soy inocente de la sangre de este justo. Vosotros veréis”. Y respondió todo el pueblo diciendo: “¡La sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuese crucificado. Entonces, los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de Él toda la guardia. Lo despojaron de los vestidos y lo revistieron con un manto de púrpura. Trenzaron también una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza, y una caña en su derecha; y doblando la rodilla delante de Él, lo escarnecían, diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!”; y escupiendo sobre Él, tomaban la caña y lo golpeaban en la cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y se lo llevaron para crucificarlo. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón; a éste lo requisaron para que llevara la cruz de Él. Y llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, “del Cráneo”, le dieron a beber vino mezclado con hiel; y gustándolo, no quiso beberlo. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes. Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condenación: “Este es Jesús el rey de los judíos”. Al mismo tiempo crucificaron con Él a dos ladrones, uno a la derecha, otro a la izquierda. Y los transeúntes lo insultaban meneando la cabeza y diciendo: “Tú que derribas el Templo, y en tres días lo reedificas, ¡sálvate a Ti mismo! Si eres el Hijo de Dios,¡bájate de la cruz!” De igual modo los sacerdotes se burlaban de Él junto con los escribas y los ancianos, diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. Puso su confianza en Dios, que Él lo salve ahora, si lo ama, pues ha dicho: “De Dios soy Hijo”. También los ladrones, crucificados con Él, le decían las mismas injurias.Desde la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “¡Elí, Elí, ¿lama sabactani?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”. Al oír esto, algunos de los que estaban allí dijeron: “A Elías llama éste”. Y en seguida uno de ellos corrió a tomar una esponja, que empapó en vinagre, y atándola a una caña, le presentó de beber. Los otros decían: “Déjanos ver si es que viene Elías a salvarlo”. Mas Jesús, clamando de nuevo, con gran voz, exhaló el espíritu. Y he ahí que el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra, se agrietaron las rocas, se abrieron los sepulcros y los cuerpos de muchos santos difuntos resucitaron. Y, saliendo del sepulcro después de la resurrección de Él, entraron en la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos. Entretanto, el centurión y sus compañeros que guardaban a Jesús, viendo el terremoto y lo que había acontecido, se llenaron de espanto y dijeron: “Verdaderamente, Hijo de Dios era este”. Había también allí muchas mujeres que miraban de lejos; las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole. Entre ellas se hallaban María la Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. Llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, el cual también era discípulo de Jesús. Se presentó delante de Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le entregase. José tomó, pues, el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en el sepulcro suyo, nuevo, que había hecho tallar en la roca. Después rodó una gran piedra sobre la entrada del sepulcro, y se fue. Estaban allí María la Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro. Al otro día, el siguiente de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y fueron a Pilato, a decirle: “Señor, recordamos que aquel impostor dijo cuando vivía: “A los tres días resucitare”. Manda, pues, que el sepulcro sea guardado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos vengan a robarlo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”, y la última impostura sea peor que la primera”. Pilato les dijo: “Tenéis guardia. Id, guardadlo corno sabéis”. Ellos, pues, se fueron y aseguraron el sepulcro con la guardia, después de haber sellado la piedra.

Mateo XXVI, 1-75 - XXVII, 1-6


No hay comentarios.:

Publicar un comentario