Sermón
Monseñor Pío Espina Leupold
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Lección
Esto dice el Señor: Clamaras, y el Señor te responderá; y si pides auxilio dirá: “Heme aquí”, con tal que apartes de en medio de ti el yugo y ceses de extender el dedo y hablar maldad. Cuando abras tus entrañas al hambriento, y sacies al alma afligida, nacerá tu luz en medio de las tinieblas, y tu obscuridad será como el mediodía. Entonces el Señor te guiará sin cesar, hartará tu alma en tierra árida, y dará fuerza a tus huesos; serás como huerto regado, y como manantial de agua, cuyas aguas nunca se agotan. Edificarás las ruinas antiguas; levantarás los cimientos echados hace muchas generaciones; serás llamado reparador de brechas, restaurador de caminos para que allí se pueda habitar. Cuando te abstengas de caminar en sábado, y de hacer tú gusto en mi día santo; cuando llames al sábado (día de) delicias, (día) venerable y santo al Señor, dejando tus caminos, y no buscando tu propio placer ni hablando cosas vanas, entonces hallarás tu delicia en el Señor; te elevaré sobre las alturas de la tierra, y te sustentaré con la herencia de tu padre Jacob; porque la boca del Señor ha hablado.
Isaías LVIII, 9-14
Evangelio
En aquel tiempo: Cuando llegó la noche, la barca estaba en medio del mar, y Él solo en tierra. Y viendo que ellos hacían esfuerzos penosos por avanzar, porque el viento les era contrario, vino hacia ellos, cerca de la cuarta vela de la noche, andando sobre el mar, y parecía querer pasarlos de largo. Pero ellos, al verlo andando sobre el mar, creyeron que era un fantasma y gritaron; porque todos lo vieron y se sobresaltaron. Mas Él, al instante, les habló y les dijo: “¡Animo! soy Yo. No tengáis miedo”. Subió entonces con ellos a la barca, y se calmó el viento. Y la extrañeza de ellos llegó a su colmo. Es que no habían comprendido lo de los panes, porque sus corazones estaban endurecidos. Terminada la travesía, llegaron a tierra de Genesaret, y atracaron. Apenas salieron de la barca, lo conocieron, y recorrieron toda esa región; y empezaron a transportar en camillas los enfermos a los lugares donde oían que Él estaba. Y en todas partes adonde entraba: aldeas, ciudades, granjas, colocaban a los enfermos en las plazas, y le suplicaban que los dejasen tocar aunque no fuese más que la franja de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban sanos.
Marcos VI, 47.56
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