sábado, 26 de marzo de 2022

San Gregorio Magno: Oír a Dios



COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA

 

En aquél tiempo, pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea, o de Tiberíades. Y le seguía un gran gentío, porque veían los milagros que hacía con los enfermos. Entonces Jesús subió a la montaña y se sentó con sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, pues, levantando los ojos y viendo que venía hacia Él una gran multitud, dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para que éstos tengan qué comer?”. Decía esto para ponerlo a prueba, pues Él, por su parte, bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Doscientos denarios de pan no les bastarían para que cada uno tuviera un poco”. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Pedro, le dijo: “Hay aquí un muchachito que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Pero ¿qué es esto para tanta gente?” Mas Jesús dijo: “Haced que los hombres se sienten”. Había mucha hierba en aquel lugar. Se acomodaron, pues, los varones, en número como de cinco mil. Tomó, entonces, Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban recostados, y también del pescado, cuanto querían. Cuando se hubieron hartado dijo a sus discípulos: “Recoged los trozos que sobraron, para que nada se pierda”. Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes, que sobraron a los que habían comido. Entonces aquellos hombres, a la vista del milagro que acababa de hacer, dijeron: “Éste es verdaderamente el profeta, el que ha de venir al mundo”. Jesús sabiendo, pues, que vendrían a apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo. 

Juan VI, 1-15



SAN GREGORIO MAGNO

Oír a Dios 

(Cf. Hoy».. 18 in Evang.: PI, 76,465ss.) 


A) El que es de Dios oye a Dios

"Considerad, carísimos hermanos, cuánta es la mansedumbre de Dios, que, habiendo venido para librarnos del delito. se ve obligado a decir: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? (Io. 846), y siendo El quien con el poder de su divinidad puede perdonar las culpas, no se desdeña en de-mostrar con razones que no es pecador... Pero lo que más nos debe impresionar es lo que sigue: El que es de Dios oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios (ibid., 47). Si el que es de Dios oye sus palabras y el que no le pertenece no las escucha, preguntémonos cada uno si nuestro corazón les presta oído, para conocer así de dónde somos... 

La Verdad nos ha mandado que anhelemos la patria celestial, que refrenemos las pasiones de la carne, que menospreciemos la gloria mundana, que no deseemos los bienes ajenos y que repartamos los nuestros. Examinemos, pues, nuestro interior; comprobemos si esta voz de Dios echa o no raíces en nuestra alma, para así poder conocer si le pertenecemos o no. 

Hay quienes ni aun siquiera quieren oír corporalmente los mandamientos de Dios; hay quienes los oyen materialmente pero no se aficionan a ellos; hay quienes reciben con gusto la palabra y hasta se compungen y lloran, pero, pasado el tiempo del llanto, retornan a la iniquidad. Ninguno de ellos escucha la palabra de Dios, desde el momento en que. rechazan ponerla en práctica. Repasad, pues, hermanos míos. vuestra vida, y temed aquella sentencia pronunciada por la Verdad: Vosotros no lis oís porque no sois de Dios... 

Pero lo que dijo la Verdad sobre aquellos réprobos, lo demuestran ellos mismos con sus obras, pues el Evangelista continúa así: Respondieron los judíos y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano y tienes el demonio en el cuerpo?" (ibid., 48). 


B) Contra ira, mansedumbre

"Escuchemos cómo responde el Señor a tamaña injuria... Limitase a refutar pacientemente la calumnia, dicien3o: Yo no tengo demonio (ibid., 49). ¿Qué nos enseña con este su modo de comportarse, sino a combatir nuestra soberbia, que si se excita, aunque sea levemente, devuelve mayores injurias de las que ha recibido, infiere todo el mal que puede y amenaza con el que no puede?... 

Observad cómo el Señor no se venga de las injurias que recibe, devolviendo otras semejantes, y eso que, si hubiera preferido contestar diciendo: "Vosotros sois los que tenéis el demonio", no hubiera dicho sino la verdad, pues de no estar poseídos por él, no hubiesen podido proferir tamaños insultos contra Dios. No; la Verdad oye la injuria y no replica con la verdad, porque no parezca que, en vez de afirmar lo que es cierto, devuelve injuria por injuria cuando le provocan. 

¿Cuál es la lección? Que cuando el prójimo nos injurie. ocultemos sus faltas reales, para no convertir el misterio de la corrección en instrumento de la ira. 

Como quiera que todo el que se pone al servicio del celo de Dios es difamado por los perversos, el mismo Jesucristo quiere darnos ejemplo, cuando contesta: Sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí (ibid., 49). Y para hacernos ver cómo debemos comportarnos en casos parecidos, añade: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue (ibid., 50). 

A pesar de estar escrito que el Padre le dió a su Hijo todo el juicio, ved, sin embargo, cómo este Hijo, al ser injuriado, no busca su gloria. sino que remite al juicio del Padre los insultos, y, siendo El mismo quien nos ha de juzgar, no quiere vengarse, para indicarnos cuán pacientes hemos de ser nosotros". 


C) A más abundancia de pecados, más predicación

"Cuando la perversidad de los malos crece, la predicación no debe disminuir, sino aumentar. 'También nos lo aconseja el Señor con su ejemplo. Ved cómo, después de oírles la acusación de endemoniado, insiste en distribuir con más abundancia los beneficios de su predicación y comienza a hablar de esta forma: En verdad. en verdad os digo, si alguno guardare mi palabra, no verá jamás la muerte (ibid., 51). 

Pero ocurre que, lo mismo que los buenos crecen en virtud cuando son injuriados, los malos se hacen peores con los beneficios que reciben, y, oída la predicación, insisten y gritan: Ahora nos convencemos de que estás endemoniado (ibid., 52). 

Nótese bien que el Señor advirtió cómo resistían a su predicación. a pesar de lo cual no dejó de volver todavía a ella, enseñándoles: Abrahán, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día: lo vió y se alegró (ibid., 56). 

Los corazones carnales no saben levantar su vista sobre lo material y todo lo entienden en ese sentido. Por eso replicaron: ¿No tienes aún cincuenta años y has visto a Abrahán? (ibid., 57). Entonces nuestro divino Redentor trata benignamente de arrancarles de la contemplación de su humanidad y elevarles a la contemplación de su divinidad diciéndoles: En verdad, en verdad os digo: Antes de que Abrahán naciese, soy yo (ibid., 58). 

La partícula antes indica tiempo pasado, y el verbo soy tiempo presente: y como quiera que para la divinidad no hay pasado ni futuro, sino únicamente presente, Jesús no dice: "Yo fui antes que Abrahán", sino: "Yo soy", en el mismo sentido que dijera a Moisés: Yo soy el que soy. y dirás a los hijos de Israel: El que es me ha enviado a vosotros... (Ex. 3,14). La Verdad sólo conoce el es. porque en ella no hay nada que comience en un tiempo anterior ni termine en otro posterior. 

No pueden los infieles soportar aquellas afirmaciones, y acuden a las piedras para asesinar al que no pueden entender" (Io. 8,59). 


D) La huida del Señor, ejemplo de paciencia

"Cuéntasenos a continuación lo que hizo el Señor para preservarse del furor de quienes le querían apedrear: Se ocultó y salió del templo (ibid.). Grande maravilla es, carísimos hermanos, que el Señor, que, de querer ejercitar su poder divino, hubiera podido con un simple acto de su voluntad convertirlos en víctimas de sus mismas piedras o deshacerlos con una súbita muerte, sin embargo. se esconde de sus enemigos. Había venido a padecer y no quería juzgar. Hasta en la hora de su pasión mostró cuál era la fuerza de su poder, y, sin embargo, sufrió cuanto había venido a sufrir... A los perseguidores que le buscaban les dijo: Yo soy (lo. 18,6), y con sólo decirlo confundió su soberbia y los derribo por tierra. Por consiguiente, este Señor, que pudo evadirse ahora de sus manos sin necesidad de ocultarse de su vista. ¿qué razón pudo tener para esconderse? Sólo una: que nuestro Redentor, hecho hombre entre los hombres, quería enseñar unas veces con la palabra y otras con el ejemplo. Y el ejemplo que nos da ahora, ¿qué nos enseña sino que suavicemos con humildad la ira hasta cuando podamos oponer otra resistencia? Por eso San Pablo recomienda: Dad lugar a la ira (Nácar: a la justicia) (Rom. 12,19). 

Medite, pues, el cristiano con qué humildad debe huir del furor del prójimo, si el mismo Dios evitó, escondiéndose. el de aquella gente. Nadie se alce contra las injurias recibidas. Nadie devuelva insulto por insulto. Es mucho más honroso imitar a Dios huyendo de las injurias en silencio que vencer hablando. 

Nuestra soberbia suele objetar que callar cuando somos injuriados es deshonroso, porque quien lo viere no pensará que estamos dando prueba de paciencia, sino que nos reconocemos reos de lo que se nos achaca. Pero ¿de dónde nace este nuestro sentir, sino de que sólo atendemos a las cosas de aquí abajo y buscamos la gloria en esta tierra, en lugar de agradar a Aquel que nos mira desde el cielo? Por tanto. cuando nos Injurien, meditemos, antes de obrar, las palabras del Señor: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque (lo. 8,50)". 



E) La verdad se oculta al que la rechaza

"Este se ocultó también admite otra interpretación. Jesucristo había predicado muchas veces a los judíos, empeñados en mofarse de su palabra. La predicación sirvió para hacerles peores, hasta el punto de que quisieron apedrearle. El Señor se oculta de ellos para significar que la verdad se oculta a quienes tienen a menos seguirla. La verdad huye del entendimiento que se niega a ser humilde... 

¡Cuántos hay hoy también que aborrecen a los judíos por la dureza de su corazón, porque no quisieron escuchar la predicación de Cristo, y, sin embargo, con sus obras hacen exactamente lo mismo que hicieron los judíos al rechazar la fe! Escuchan los mandatos del Señor y admiten sus milagros, pero rehúsan convertirse... 

Ved, pues, que nos llama y no queremos volver a El. Ved cuánto espera, y, sin embargo, no hacemos caso de su paciencia. Hermanos carísimos, mientras haya tiempo, abandone cada uno su maldad, tema que se acabe la paciencia de Dios, no sea que, despreciándole ahora paciente, no podamos evadirnos después de El cuando esté airado". 

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