sábado, 1 de enero de 2022

Santo Tomás de Villanueva: El Santísimo Nombre de Jesús


COMENTARIO AL EVANGELIO

EL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS



En aquel tiempo: Habiéndose cumplido los ocho días para su circuncisión, le pusieron por nombre Jesús, el mismo que le fué dado por el ángel antes que fuese concebido en el seno. 

Lucas II, 21



SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

El nombre de Jesús Entre los más bellos sermones del santo arzobispo de Valencia figura la Conde 11 in Circumcisionem Domini, de la que transcribimos los más interesantes, pasajes (cf. Dm THOMAE A VILLANOVA, Opera omnia vol.4 p.107-113, ed. Manilae 1883). 


A) Exordio

Le dieron el nombre de Jesús (Le. 2,21). , «La perfección de un nombre y su propiedad residen en la conformidad y proporción con su significado. Existe una doble proporción, una en la pronunciación y otra en la significación. En lo que respecta a la pronunciación, el nombre debe ser tal que sólo su elocución descubra lo que significa. Por eso, según Platón (cf. Cratyl., p.259, ed. Lugdun. 1590), la elocución es, en cierto modo, natural en el nombre, o sea, que no está al libre arbitrio de quien lo impone, sino que ha de considerar éste su conformidad natural, de suerte que asigne a cada cosa su propio vocablo. La segunda proporción estriba en la significación. Hemos de demostrar que ambas proporciones se dan en el nombre de Jesús; por eso le dieron el nombre de Jesús (Le. 2,2 I )....»

Mi discurso constará de dos partes. Primera, de cómo este nombre es propio y convenientísimo a Cristo, y segunda, de sus excelencias... 


B) Propiedad y conveniencia del nombre de Jesús 


a) EL NOMBRE RE DIOS

«Dios es más excelente que toda palabra y que toda ciencia, y no hay sentido, ni imaginación, ni opinión, ni nombre... que pueda alcanzarle. ¿Cómo, pues, nos atreveremos a hablar de los nombres divinos, si sabemos que la Deidad supersubstancial carece de vocablo y está por encima de todo nombre? Así como Dios es incomprensible, así también es inefable... Por eso Santo Tomás (I Sent., dist.22 a.1) dice: (,Así como Dios se comprende El solo a sí mismo, así también El solo se nombra. Al engendrar al Hijo, la misma generación constituye el nombramiento y el mismo Hijo es su nombren. Por lo cual Isaías (30,27) afirmó: He aquí el nombre del Señor que viene de lejos... Y el Señor, como ofendido, cuando le preguntó Jacob cuál era su nombre, respondió (Gen. 32,3o): 

¿Para qué preguntas por mi nombre, que es admirable, inefable, inenarrable e innombrable?... 

Es, pues, innominado el nombre de Dios, como su alabanza es el silencio... Y así ocurre que cual es tu nombre, así es tu gloria en los confines de la tierra (Ps. 47,11). La suprema alabanza es el silencio. Porque hay una ignorancia mayor que toda ciencia, un callar que supera a todo decir y un desfallecer que aventaja a todo sentimiento. Anhela mi alma y ardientemente desea los atrios de Yavé (Ps. 83,3). Conoces bien a Dios cuando entiendes que no sabes nada de El y hablas bien de El si para hablar te callas. Así dice San Agustín (De doctrina christiana 1.1 c.6: PL 34,21): « ¿Podemos decir y pronunciar algo digno de Dios? Yo siento que no otra cosa que querer decirlo, pues si algo dije, no es esto lo que he querido decir. De donde sé que Dios es inefable, porque lo que he dicho, si no fuera inefable, no lo dijera,. Por tanto, Dios, que es inefable, es innombrable. Para que podamos nombrarle e invocar su nombre, según se dice en la Escritura (Act. 2,21): Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará, quiso ser invocado con muchos nombres. Así se le llama Principio, Señor, Dios, Bondad, Verdad, Luz, Vida, Sabiduría, Caridad, etc. Asimismo se le nombra León, Cordero, Piedra angular, Sol, Estrella de la mañana, Fuego, etc.; así el que no tiene ningún nombre es llamado con nombres diversos, para mostrar el piélago infinito de su esencia, puesto que, careciendo de nombre, tomó los de todas las cosas, y para manifestar que El mismo está sobre ellas y es Dios todo en todas, como dice el Apóstol (I Cor. 15,28), pues posee las perfecciones de las criaturas. 

He aquí, pues, al Dios de ningún nombre y de todos los nombres. De éstos, unos se le aplican metafóricamente, como León, Cordero, Piedra, Sol, etc.; otros, con propiedad en cuanto a la cosa misma, no en cuanto al modo de entenderla o de significarla: Dios propiamente es vida y es luz, pero no la vida ni la luz como tú la entiendes. Nada hay en que puedas fijar el entendimiento respecto a Dios, y si algo concibes, no es Dios aquello que entiendes...» 


b) EL NOMBRE DE CRISTO

«Dios, pues, que según su naturaleza es innombrable y carece de vocablo que lo designe, cuando asumió nuestra carne y se sometió a nuestro ser finito, apareció nombrable. Antes, como no tenía figura ni simulacro, según aquello de la Escritura (Deut. 4,15): No visteis figura alguna, tampoco tenía nombre. Pero al aparecer en forma carnal tomó nombre y figura: figura bajo la cual pudiéramos imaginarlo, nombre con el que pudiéramos invocado. Cuál fuera este nombre, oye al Evangelio: Voccitum est nomen Iesus» 

I. El nombre de Jesús, propio de Dios 

«Mostremos ahora, según las dos proporciones señaladas, que este nombre de Jesús es propio de Dios. Bastaba para coto con la autoridad de quien lo imponía, pues si, según se dice en el Génesis (2,19): Y Yavé Dios trajo ante Adán todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera, y el imponente humano, inspirado por Dios, aplicaba a las cosas sus nombres, ¿cuánto más había de saber Dios imponer a su Hijo el nombre adecuado? Pero hemos de observar que este nombre de Jesús es el nombre de Cristo, no sólo en cuanto Dios, ni tampoco en cuanto hombre, sino en cuanto que es Dios y hombre al mismo tiempo. Y así la primera proporción de la pronunciación o del nombre de la Escritura conviene extraordinariamente al mismo Cristo, puesto que, así como El es uno, pero en dos naturalezas, así este nombre es único, pero en dos sílabas; y así como en la naturaleza inferior, a saber, en la humana, hay en Cristo dos partes, esto es, el cuerpo y el alma, así la primera sílaba tiene dos letras; y así como en la naturaleza superior existen tres personas, así la segunda sílaba consta de tres letras; y así como en lo divino el Hijo es engendrado a semejanza de la naturaleza, y el Espíritu Santo es nexo y santa comunicación del Padre y del Hijo, según dice San Agustín (De Trin., 1.6 c.5: PL 42,928), así también de aquellas tres letras dos son semejantes y se unen por una intermedia. Del mismo modo, Jesús suena como Salvador. ¿Qué representan esas cinco letras en un solo nombre, sino las cinco llagas en un solo Salvador? He aquí la primera proporción». 

2. El significado de Salvador corresponde al nombre 

«Igualmente conviene a este nombre la proporción del significado. Jesús equivale a Salvador. En el Salvador hay que considerar dos cosas: el poder y el remedio; el poder de salvar y el remedio de la salvación; y este poder y este remedio expresan las dos naturalezas de Cristo. Una puso el remedio, a saber, la humana; la otra la eficacia, la divina. Padecía como hombre y era escuchado como Dios. Como hombre era maniatado, azotado y crucificado, pero como Dios atribuía a estos tormentos la fuerza y la eficacia de la salvación. Finalmente, fué escuchado por su reverencial temor (Hebr. 5,7). ¿Qué reverencial temor es éste, sino que era Dios?, como dice el Salmista (34,14), Me porté con ellos como un pariente o un hermano; como si llevase luto por mi madre, me enlutaba y me humillaba; la pasión era en la carne y de la carne provenía, pero el valor de la pasión y la eficacia de la salud procedían de la Divinidad. Si hubiese sido solamente Dios, ¿cómo hubiese podido padecer? Y si hombre tan sólo, ¿cómo hubiese aceptado los padecimientos? Debió, pues, encontrarse lo uno y lo otro en el Salvador, y por eso, para mostrar sus dos naturalezas, fué llamado tan propiamente con el vocablo de Jesús: Vocatum est nomen eius lesus». 



C) Excelencia del nombre de Jesús


a) FUÉ ANUNCIADO Y PROFETIZADO EN LA ANTIGUA LEY

«La primera excelencia y dignidad de este nombre es que fué anunciado  y profetizado mucho antes en la antigua ley. Cuando Dios habló a Moisés en la zarza ardiendo (Ex. 3,2), entonces le mostró este nombre en la palabra Yavé, que nunca antes había sido revelado a ningún mortal, pues dijo el mismo Dios: Yo soy Yavé. Yo me mostré a Abraham, a Isaac y a Jacob como El-Sadai, pero no les manifesté ni nombre de Yavé (Ex. 6,2-3). Mira en cuánto estima Dios su nombre, que ni aun siquiera a Abraham, familiar suyo, llegó a indicárselo. Y aun añadió Dios sobre su nombre cuando hablaba a Moisés (Ex. 3,15): Este es para siempre mi nombre; éste mi memorial de generación en generación. 

Veamos por qué dice nombre y memorial y por qué este nombre es para siempre. El pasaje consuena casi a la letra con el del Salmista (Ps. 134,13): ¡Oh Yavé! Tu nombre es eterno. Yavé, tu testimonio es por edades y edades. El Señor es nuestro Salvador, y esto por siempre, porque no sólo aparece como tal Salvador por nosotros, sino también para los bienaventurados en el cielo, que ven allí la gloria que alcanzaron por El y las penas de los condenados, que se evadieron. Ven los peligros de los pecados en que se hallaron, las heridas resplandecientes de Cristo, por las cuales los esquivaron, y cómo por la luz del Señor se han transformado y beatificado, trocándose, a su semejanza, de claridad en claridad en su misma imagen. Le alaban seguros con todas sus entrañas, pues los arrancó de tantos males y los colmó de tan grandes bienes. ¡Oh Señor!, dice cada uno de ellos: ¿Qué había en ml para que me ayudaras? ¡Oh Señor, si no me hubieses auxiliado con tu misericordia, ya habitaría mi alma en el sepulcro (Ps. 93,17), entre aquellos gemidos, entre aquellas llamas, dolores y tormentos sempiternos! En el cielo se repite frecuentemente, se nombra y se venera el nombre de Jesús y se reconoce su poder y verdad. Así, pues, este nombre es para siempre. 

Es también memorial, pero de generación en generación, hasta el fin de los siglos. Se sustrajo de nuestra presencia, pero nos dejó su nombre como recuerdo. Acostumbra la esposa fiel a conmoverse, derramando lágrimas, tan pronto como escucha el sonido del nombre del esposo. Pues ¿de dónde, Señor nuestro, tanto amor, de dónde tanta fe? Nos engañamos, Señor, verdaderamente nos engañamos gloriándonos de tu amor entre tanta tibieza, entre engañamos miseria y olvido. 

Mas quien por espacio de tanto tiempo quiso que fume venerado aquel nombre sacrosanto, al venir al mundo deseó que fuese cado por todos... Por lo cual Isaías (52,6) dijo: También mi pueblo conocerá mi nombre y que soy yo quien dice: Aquí estoy. Como dijera: Cuando estaba en el cielo inaccesible no quise que fuera mentado mi nombre por, labios manchados; mas ahora, cuando entrego mi 




persona en manos de pecadores, no desdeño que los labios de los mismos pecadores invoquen mi nombre... Me entrego a mí mismo a la muerte por vosotros, ¿y voy a reservar en silencio mi nombre?... Así ocurrió que mientras antes todo un pueblo no se atrevía a pronunciar el nombre de Dios, ahora por doquiera y a cada hora y por todos, tanto justos como pecadores, por todas partes y siempre es aclamado y nombrado, y todas las gentes, de todo sexo, edad siempre, condición, invocan el nombre de Jesús»


b) IMPUESTO A DIOS POR ROCA DE DIOS 

I. «Sé para mí Jesús» 

«No por la Madre ni por el ángel, sino por el Padre, fué impuesto y encontrado este nombre para su propio Hijo, y el Padre no dió al Hijo el nombre de Juez, ni el de Vengador, ni el de Guardián, sino el de Salvador. La Virgen lo engendró, pero el Padre le dió nombre; por eso el. Espíritu Santo dijo en el Evangelio: Le dieron el nombre de Jesús, impuesto por el ángel antes de ser concebido en el seno (Lc. 2,21). Dice vocatum, esto es, llamado; no dice intpositum, impuesto. Pues ya había dicho Isaías (62,2): Y te darán un nombre nuevo, que te pondrá la boca del Señor, esto es, lo impuso y lo encontró antes. Sabía muy bien el Dios Padre con qué nombre había de llamarse propiamente este Hijo suyo y qué nombre le era en mayor grado idóneo y conforme, y por eso le llamó Jesús. El mismo ángel nos da la razón del nombre (Mt. 1,20: Porque salvará a mi pueblo de sus pecados. ¡Oh cuánta confianza despierta en mí tu nombre, buen Jesús! Eres Jesús, Señor; eres Jesús, recuerda tu nombre. El nombre que te impuso tu Padre es Jesús. Sé para mí Jesús. Cautivo soy, lo confieso; aprisionado en las redes del pecado, condenado con mis iniquidades, cargado con los grillos de mis crímenes. Reconozco que lo soy, pero tú, Señor, reconoce también que eres Jesús. ¿Acaso puede darse un salvador si no es de los perdidos y de los esclavos? Si no es el miserable y el cautivo quien ha de salvarse por ti, ¿de quién eres entonces Salvador? Si yo te negué, tú, Señor, eres fiel y no puedes negarte a ti mismo. ¡Oh hermanos míos, corred, apresuraos a los pies del Señor; no temáis, acercaos con confianza! Sabed que se llama Jesús. Es Salvador y no puede rechazar a los que han de salvarse. El que perece, no perece porque pecó, sino porque rechazó esta salvación tan abundante y tan cierta. i Ten confianza, invoca su nombre, porque todo el que invocare el nombre del Señor se salvará (Act. 2,2i), si le invoca con corazón lleno y verdadero. Por eso dice el Salmista (Ps. 9,i i): Para que confíen en El cuantos conocen su nombre; porque quien conoce .tu nombre, si no es necio y ciego, verá claramente que en ti, Señor, está abierto el camino de la salud para todos los desgraciados: Pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El (Io. 3,17). Del oficio tomó el nombre, para que a su vez el pecador tomase del nombre la confianza de acercarse, no al Juez ni al Vengador, sino a Jesús, al Salvador, al Propiciador, al Redentor. Les daré la salud por que suspiran (Ps. 11,6). Y ¿por qué? Porque se llama Jesús»

2. «Te llamas Jesús porque eres Jesús»

«Verdad eres, Señor, y no puedes discrepar de tu nombre. ¿Cómo podrías tener nombre de Salvador si desdeñaras salvar? ¿Cómo te podrías llamar piadoso si a los que te imploran piedad les mostraras sólo juicio? No hay en Dios ficción ni engaño. Eres tal cual eres llamado. Te llamas Jesús, pues eres Jesús. Acérquese a Jesús el pecador, porque para eso se llama Jesús, para salvar a su pueblo de sus pecados (Mt. 1,21). Si estás inmundo, El es el que limpia los pecados y el que purifica las almas. ¿Por qué tiemblas? Nada hay áspero y amargo, nada suena terrible en el nombre de Jesús: todo es dulzura y suavidad. Oye a la Esposa de los Cantares (Cant. 1,3): Es tu nombre como ungüento derramado. Dice ungüento, no vinagre; dice derramado, no tirado. ¿Te duelen las heridas de la culpa, te atormentan los estímulos de la conciencia? Pues acércate. Derramado está el ungüento, recíbelo, úngete y cesará la plaga (Ps. 105,30), et computrescet iugum a facie olei (Is. 50,27). Pues el ungüento, como dice San Bernardo (cf. Serm. 15 in Cant., 5: BAC, Obras completas t.2 p.89; PL 183,845), ilumina, alimenta y unge. Eso mismo obra el nombre de Jesús. Ilumina, cuando se le predica; alimenta; cuando se medita en El; unge, cuando se le invoca. De esta manera es ungüento. Pero ¿cómo es derramado? En la antigua ley, cuando Moisés le preguntaba por su nombre, Dios le respondió (Ex. 3,54) : Yo soy el que soy. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob (ibid. 3,6). ¡Oh Señor!, ¿por ventura eres Dios solamente de hombres y no eres Dios del cielo y de la tierra? ¿Cómo limitas tu nombre sólo a tres hombres? Demasiado abreviado es tu nombre, Señor; demasiado estrecho dentro de los insignificantes vasos del pueblo judío. ¿El que es grande como el mar y más amplio que el océano se encierra en vaso tan minúsculo? Glorioso es Dios en Judá, dice el Salmista; grande es su nombre en Israel (Ps. 75,2). Grande, en verdad, el nombre y pequeño el pueblo. Te ruego, pues, Señor, que se derrame el ungüento y se disperse sobre todas las gentes. No otra cosa deseamos y pedimos. Comeremos de nuestro pan, nos vestiremos con nuestras ropas, poro que podamos llevar tu nombre (Is. 4,1)... Mas ¿cómo se derramará si no se quiebra el vaso? Y ¿quién lo romperá? Oíd el misterio. Dijeron aquellos hombres estúpidos del tabernáculo, los escribas y fariseos (Ier. 11,19): Vamos a darle veneno en el pan, le raeremos de la tierra de los vivos y no se liará más memoria de su nombre. Los necios quieren empequeñecer su nombre, coartar el ungüento v quebrar el vaso. Si no queréis que se derrame el ungüento, y quebráis el vaso? ¿Acaso ignoráis que, puesto que es mortal, aun se encierra el ungüento dentro del vaso de la inmortalidad, pero que después de que el mortal se vistió de la inmortalidad, por la abertura de las heridas se derramó el ungüento por toda la tierra y por todos los pueblos? Gracias, Señor. Dominará de mar a mar, del río hasta los cabos de la tierra (Ps. 71,8), para que proclame toda carne que te llamas Jesús». 


C) EFICACIA DEL NOMBRE DE JESÚS

«Había un hombre tullido junto a la puerta del templo llamada la Hermosa. Entra Pedro Apóstol y dice al cojo (Act. 3,6): En nombre de Jesucristo Nazareno, anda. Y al punto saltó. Y sus pies y sus talones se consolidaron (ibid. 3,7). Había muerto Drusiana (1). Dícele Juan: «Drusiana, que te resucite mi Señor Jesucristo». La muerta resucitó. ¿Qué, pues, hay más poderoso y eficaz que este nombre? Los muertos al oírlo reviven, los cojos andan, los ciegos ven, los enfermos sanan. ¡Oh cuánto poder en un nombre! Todos los eximios milagros que fueron hechos se obraron por la virtud de este nombre. ¿Quién se atreverá ya a mentar nombre tan sagrado y tan poderoso sin temor ni reverencia? ¿Nombre a cuyo solo sonido los ángeles se inclinan, los hombres se arrodillan y los demonios tiemblan? Este nombre pone en fuga al diablo, suaviza las más duras tentaciones, penetra en los cielos y todo lo alcanza, pues el Señor dijo: Lo que pidiereis al Padre en mi nombre, eso haré (Io. 1443), y aun añadió: Si me pidiereis alguna cosa en mi nombre, yo la haré (ibid., 14). ¡Cuánta reverencia, pues, debemos a este santo nombre y de qué suplicio no hemos de considerar dignos a aquellos que temerariamente blasfeman del nombre de Dios!...» 

Para terminar recuerda el orador el asombro de San Bernardo (cf. supra, Serm. 2, in Circum. Domin., 4) al comentar el pasaje de Isaías (9,6): Nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía y que se llamará Maravilloso, Consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz, cuando dice: «Grandes nombres, en verdad, pero ¿dónde está el nombre que es sobre todo nombre? (Phil. 2,9). ¿Por qué se ha olvidado de un nombre tan grande? No me quedo satisfecho si no escucho este nombre». Mas ¿pensamos nosotros que Isaías se olvidó de un nombre tan sagrado y tan propio? No. Todos estos nombres están comprendidos en este único de Salvador, esto es, Jesús, como el mismo San Bernardo demuestra seguidamente (cf. ibid., 5). 


Notas

1. Aunque muchos milagros del apóstol San Juan después de su vuelta  a Efeso  se reputan  ciertos y creíbles, este de la  resurrección  del Drusiana ha sido generalmente considerado como apócrifo.  

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